Lección 2
Jesucristo es fundamental para toda la historia de la humanidad
Introducción
Al testificar de la función esencial de Jesucristo en el plan de nuestro Padre Celestial, los profetas modernos han declarado: “Testificamos solemnemente que Su vida, que es fundamental para toda la historia de la humanidad, no comenzó en Belén ni concluyó en el Calvario” (“El Cristo Viviente: El Testimonio de los Apóstoles”, Liahona, abril de 2000, pág. 2). Esta lección ayudará a los alumnos a comprender mejor que el Padre Celestial estableció Su plan de salvación en el mundo preterrenal y que preordenó a Jehová, el Jesucristo de la vida premortal, para que éste fuera la figura central de ese plan. Se invitará a los alumnos a hacer de Jesucristo el centro de su vida terrenal.
Lectura preparatoria
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Robert D. Hales, “El albedrío: Esencial para el plan de la vida”, Liahona, noviembre de 2010, págs. 24–27.
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Dallin H. Oaks, “El gran plan de salvación”, Liahona, enero de 1994, págs. 84–88.
Sugerencias para la enseñanza
Alma 12:22–34
El Salvador es fundamental en el plan de Dios
Muestre la siguiente declaración del élder Alexander B. Morrison, de los Setenta, y pida a un alumno que la lea en voz alta. Pida a la clase que siga la lectura en silencio y que determine qué presentó el Padre Celestial a Sus hijos en el mundo preterrenal:
“Hace mucho tiempo, antes de que la Tierra en la cual vivimos comenzara a existir, Dios nuestro Padre… estableció un plan… [Ese] plan ofreció la manera perfecta para que todos los hijos de Dios reciban la inmortalidad y obtengan la vida eterna” (“Life—the Gift Each Is Given”, Ensign, diciembre de 1998, págs. 15–16).
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¿Qué bendiciones dijo el élder Morrison que podemos llegar a recibir como parte del plan de Dios? (Explique que la inmortalidad se refiere a resucitar —a nunca volver a morir físicamente— y que la vida eterna se refiere al tipo de vida que Dios tiene).
Invite a los alumnos a leer Alma 12:25 en silencio y a descubrir la forma en que Alma se refiere al plan de Dios y al tiempo en que dicho plan se preparó. Pídales que den un informe de lo que encuentren. (Alma enseñó que el “plan de redención” fue establecido “desde la fundación del mundo”. Después de que los alumnos respondan, quizá sería bueno señalar que otros títulos del plan de Dios son “el misericordioso designio del gran Creador” [2 Nefi 9:6]; “el plan de salvación” [Alma 24:14]; “el gran plan del Dios Eterno” [Alma 34:9]; “el gran plan de felicidad” [Alma 42:8] y el “convenio sempiterno” [D. y C. 22:1; 45:9; 66:2]).
Luego invite a los alumnos a estudiar Alma 12:22–32 en equipos de dos, con la asignación de determinar las razones por las que al plan de Dios se le llama el plan de redención. Después de darles suficiente tiempo, invite a algunos alumnos a compartir con el resto de la clase lo que han encontrado. A fin de ayudar a los alumnos a comprender más plenamente esos versículos, pregunte:
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Según las enseñanzas de Alma, ¿cuál sería nuestra situación eterna sin el plan de redención? (Sin el plan de redención, no podría haber resurrección de los muertos ni redención del pecado, lo que dejaría a la humanidad perdida y caída y en un estado de muerte física y espiritual para siempre [véase también 2 Nefi 9:6–13]).
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¿Por qué era esencial que se proveyera la manera de que pudiéramos superar esa situación?
Invite a un alumno a leer Alma 12:33–34 en voz alta. Pida al resto de la clase que siga la lectura en silencio para determinar lo que Dios ha preparado para redimir a Sus hijos. A fin de ayudar a los alumnos a expresar una doctrina o un principio, pregunte:
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¿Cómo resumirían lo que Jesús hace posible para nosotros en el plan de Dios? (Entre las respuestas se debe mencionar lo siguiente: Si nos arrepentimos y no endurecemos el corazón, recibiremos misericordia y la remisión de nuestros pecados por medio del Hijo Unigénito de Dios. Sólo por medio de Jesucristo podemos recibir la remisión de nuestros pecados y entrar en la presencia del Padre Celestial).
Testifique que Jesucristo es fundamental en el plan de Dios y que por medio de Su expiación se provee la manera de que recibamos la inmortalidad y la vida eterna.
Abraham 3:24–27; 1 Pedro 1:19–20
Jesucristo fue preordenado para ser nuestro Salvador
Invite a los alumnos a leer Abraham 3:24–27 y 1 Pedro 1:19–20, prestando atención a lo que estos pasajes enseñan con respecto al papel del Salvador en el plan de Dios, y luego haga las siguientes preguntas. (Nota: Al hacer este tipo de preguntas, puede ayudar a los alumnos a aprender a analizar pasajes de las Escrituras y a determinar las doctrinas que éstos enseñan).
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En Abraham 3:26, ¿a qué se refieren las frases “primer estado” y “segundo estado”? (“Primer estado” se refiere a la vida preterrenal y “segundo estado” se refiere a la vida terrenal).
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¿Quiénes son las tres personas que se mencionan en Abraham 3:27 y qué hizo cada una de ellas? El Padre Celestial, Jesucristo y Satanás. Haga hincapié en que en el mundo preterrenal, el Padre Celestial preordenó a Su Hijo Primogénito, Jesucristo, para que fuera la figura central de Su plan).
Asegúrese de que los alumnos comprendan que Jesucristo era conocido como Jehová en el mundo preterrenal. Luego pregunte:
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Cuando Jehová le dijo al Padre: “Heme aquí; envíame”, ¿qué estaba comprometiéndose a hacer en la vida terrenal? (Enseñar Su evangelio, establecer Su Iglesia, sufrir y morir por nuestros pecados y levantarse de entre los muertos).
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¿Qué representó para nuestras posibilidades futuras la decisión del Padre Celestial de escoger a Jehová como nuestro Redentor?
Pida a los alumnos que lean Moisés 4:2 en silencio y que busquen otras verdades importantes sobre la selección del Padre Celestial de Jehová como nuestro Salvador y Redentor. A medida que los alumnos comenten lo que han encontrado, asegúrese de que reconozcan las siguientes verdades: Jehová fue escogido desde el principio. Una de las razones por las que Jehová fue escogido es que quiso hacer la voluntad del Padre y darle toda la gloria a Él. Para hacer mayor hincapié en esas verdades, muestre y lea en voz alta las siguientes palabras del élder Jeffrey R. Holland, del Quórum de los Doce Apóstoles:
“…en el concilio preterrenal, aparentemente [Jesucristo] era el único suficientemente humilde y dispuesto a ser preordenado para [llevar a cabo la Expiación infinita]” (“La expiación de Jesucristo”, Liahona, marzo de 2008, pág. 35).
Pida a los alumnos que imaginen cómo pudo haber sido estar presente cuando el Padre Celestial les dijo a todos Sus hijos que Su Hijo Primogénito, Jehová, sería nuestro Salvador. Luego muestre la siguiente declaración del profeta José Smith (1805–1844) y pídale a un alumno que la lea en voz alta:
“Al efectuarse la primera organización en los cielos, todos estuvimos presentes, y presenciamos la elección y nombramiento del Salvador, y la formación del plan de salvación, y nosotros lo aprobamos” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, 2007, pág. 220).
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¿Qué creen que sabían ustedes sobre Jehová que haya hecho que sostuvieran Su llamamiento y nombramiento como nuestro Salvador y Redentor?
Muestre la siguiente declaración del élder Neal A. Maxwell (1926–2004), del Quórum de los Doce Apóstoles; luego dé a los alumnos unos momentos para escribir sus pensamientos y sentimientos sobre el Salvador mientras meditan la verdad divina que enseñó el élder Maxwell:
“Nunca nadie ha ofrecido tanto a tantas personas en tan pocas palabras como cuando Jesús dijo: ‘Heme aquí; envíame’ (Abraham 3:27)” (“Jesus of Nazareth, Savior and King”, Ensign, mayo de 1976, pág. 26).
Considere invitar a algunos alumnos a compartir con la clase lo que hayan escrito.
Colocar al Salvador en el centro de nuestra vida terrenal
Pida a los alumnos que vuelvan a Abraham 3:25, donde aprendimos que el Padre Celestial destinó la vida terrenal como un tiempo de probación para ver si obedeceríamos Sus mandamientos. Muestre las siguientes palabras del élder Robert D. Hales, del Quórum de los Doce Apóstoles, y pida a un alumno que las lea en voz alta mientras el resto de la clase presta atención para descubrir una decisión que debemos tomar como parte de nuestra prueba en la vida terrenal:
“…piensen en esto: En nuestro estado premortal, ¡elegimos seguir al Salvador Jesucristo! Y por haberlo hecho, se nos permitió venir a la Tierra. Testifico que al hacer la misma elección de seguir al Salvador ahora, aquí en la Tierra, obtendremos una bendición aún mayor en las eternidades; pero conste que debemos continuar escogiendo seguir al Salvador. La eternidad está en juego, y el uso prudente del albedrío y nuestras acciones son esenciales para que logremos la vida eterna” (“El albedrío: Esencial para el plan de la vida”, Liahona, noviembre de 2010, pág. 25).
A fin de ayudar a los alumnos a comprender un principio o verdad que enseña el élder Hales, haga las siguientes preguntas:
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¿Qué aprendemos de la declaración del élder Hales acerca de nuestras decisiones en esta vida? (Después de que los alumnos respondan, testifique que al tomar la decisión de colocar al Salvador en el centro de nuestra vida mientras estamos aquí en la Tierra, recibiremos mayores bendiciones en la eternidad).
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¿Qué creen que quiso decir el élder Hales con la frase “la eternidad está en juego”?
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¿Cuáles son algunas actitudes y acciones que indican que alguien está escogiendo seguir a Jesucristo? (Escriba las respuestas de los alumnos en la pizarra).
Explique que para la mayoría de nosotros es fácil enfocarnos en el Salvador los domingos. Pero, ¿qué podemos hacer para que Él forme una parte más central de nuestra vida durante la semana? Dé tiempo a los alumnos para que mediten lo que han hecho hoy para enfocarse en el Salvador. Invítelos a escribir algo que puedan hacer hoy para colocar al Salvador más plenamente en el centro de su vida. Aliéntelos a asumir en silencio el compromiso frente al Padre Celestial de que lo harán.
Termine la lección compartiendo su testimonio de las verdades que se enseñaron hoy.
Material de lectura para el alumno
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Alma 12:22–34; 34:9; 42:8, 11; Doctrina y Convenios 22:1; 45:9; 66:2; Abraham 3:24–27; 1 Pedro 1:19–20; Moisés 4:2.
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Robert D. Hales, “El albedrío: Esencial para el plan de la vida”, Liahona, noviembre de 2010, págs. 24–27.