Juan 17
La gran oración intercesora del Salvador
Conocer al Padre Celestial y a Jesucristo de manera personal
Piensa en una figura importante de la historia de tu nación.
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¿Qué cosas sabes en cuanto a esa persona?
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¿Cómo describirías las diferencias entre tu conocimiento sobre la figura histórica y cuán bien conoces a un familiar cercano?
Ahora, dedica un momento a anotar en tu diario de estudio cómo te sientes en cuanto a tu conocimiento del Padre Celestial y Jesucristo. ¿Se basa únicamente en los hechos que sabes acerca de Ellos o se está volviendo más personal que eso? ¿Cómo crees que bendeciría tu vida conocerlos a un nivel aún más personal?
Jesús oró por Sus discípulos
La noche antes de Su sufrimiento en Getsemaní, la traición y la crucifixión, el Salvador ofreció en voz alta una oración sagrada conocida como la gran oración intercesora. Oró al Padre Celestial para suplicar por Sus discípulos, incluidos Sus seguidores que viven en nuestros días (véase Juan 17:20). Trata de imaginar cómo se habrían sentido los apóstoles al escuchar a Jesús orar por ellos en esa noche sagrada.
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¿Qué podemos aprender acerca del Salvador a partir de Su ejemplo de haber orado por Sus discípulos y por todos los que lo siguen antes de Su sufrimiento en Getsemaní y Su arresto?
Lee Juan 17:1–3 y busca las bendiciones que Jesucristo pidió para Sus discípulos en Su oración.
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¿Qué desea Jesucristo para Sus discípulos?
La frase “vida eterna” (versículos 2–3) a menudo se malinterpreta como si simplemente significara vivir para siempre. El Salvador oraba para que recibiéramos mucho más que eso. La “vida eterna” es “la clase de vida que tiene nuestro Padre Eterno […]. La vida eterna, o sea, la exaltación, es vivir en la presencia de Dios y continuar en familia (véase Doctrina y Convenios 131:1–4)” (Temas del Evangelio, “Vida eterna”, topics.ChurchofJesusChrist.org). Considera la posibilidad de escribir esta definición en tu ejemplar de las Escrituras junto al versículo 3.
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Según el versículo 3, ¿cuál es una de las cosas que se requieren de nosotros para que recibamos la vida eterna?
Una verdad que aprendemos de la oración del Salvador es que, para recibir la vida eterna, debemos conocer al Padre Celestial y a Jesucristo.
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¿Por qué crees que debemos llegar a conocer verdaderamente al Padre Celestial y a Jesucristo para recibir la vida eterna?
El élder Michael John U. Teh, de los Setenta, explicó la importancia de conocer al Salvador:
[D]ebemos reconocer que conocer al Salvador es el esfuerzo más importante de nuestra vida y que debe tener prioridad sobre cualquier otra cosa.
(Michael John U. Teh, “Nuestro Salvador personal”, Liahona, mayo de 2021, pág. 99)
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¿Por qué crees que conocer al Salvador es el esfuerzo más importante de nuestra vida?
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¿Qué puede hacer que sea difícil dar prioridad a llegar a conocer al Salvador por encima de otros esfuerzos de tu vida?
Reflexiona por un momento sobre cómo se desarrolló una relación estrecha que tengas con un familiar o un amigo. ¿Qué hiciste para conocerlo mejor? ¿Hubo experiencias clave que te ayudaron a conocerlo realmente? ¿Cuánto tiempo ha tardado en desarrollarse la relación?
Llegar a conocer al Salvador por medio de Su oración
Una manera de llegar a conocer al Salvador es por medio de Sus oraciones. Dedica unos minutos a aprender mejor quién es el Salvador al estudiar lo que Él pidió en oración en Juan 17. Algunos de los versículos en los que podrías centrarte son Juan 17:4–11, 20–26.
Imagínate cómo sería tener una relación tan estrecha con el Padre Celestial y el Salvador que tu relación pudiera describirse como “ser uno con Ellos”. ¿Cómo te sentirías? ¿Cómo sería mejor tu vida debido a eso? El Padre Celestial y Jesucristo te aman mucho y desean ser uno contigo. Jesucristo oró al Padre Celestial para ayudarte a tener una relación estrecha con Ellos. Ten en cuenta que desarrollar esa relación tomará tiempo y esfuerzo a lo largo de esta vida y en la venidera.
Escribe en tu diario de estudio lo que estás dispuesto a hacer para llegar a conocer mejor al Padre Celestial y a Jesucristo. Incluye cómo crees que sabrás que tu relación con Ellos se está fortaleciendo y cómo crees que esa relación bendecirá tu vida.
Opcional: ¿Quieres aprender más?
¿Qué podemos hacer para llegar a conocer mejor al Padre Celestial y a Jesucristo?
El presidente Henry B. Eyring, de la Primera Presidencia, enseñó:
Si deseáramos sentirnos cerca de alguien a quien amamos, pero de quien estamos separados, sabríamos hacerlo. Encontraríamos la manera de hablarle, de escucharle y hallaríamos la forma de hacer algo el uno por el otro. Cuanto más a menudo lo hiciéramos, tanto más profundo seria el vínculo del afecto que nos uniría. En cambio, si pasara mucho tiempo sin hablarnos, escucharnos y sin hacer nada el uno por el otro, el vínculo se debilitaría.
Dios es perfecto y omnipotente, y ustedes como yo somos tan solo mortales. Pero Él es nuestro Padre, nos ama y nos ofrece la misma oportunidad de acercarnos a Él como lo haría un buen amigo: hablando con Él, escuchándolo y actuando en consecuencia.
(Henry B. Eyring, “Acerquémonos a Dios”, Liahona, julio de 1991, págs. 71–72)
El élder C. Scott Grow, de los Setenta, explicó:
Mis jóvenes amigos, podemos comenzar a conocer a Dios mediante la oración […].
A medida que estudien las Escrituras cada día, solos y con su familia, llegarán a reconocer la voz del Espíritu y a conocer a Dios […].
Conforme procuramos hacer la voluntad de Dios al prestar servicio fielmente a Él y a nuestros semejantes, sentimos Su aprobación y verdaderamente llegamos a conocerle.
El Salvador nos dice que la mejor manera de conocer a Dios es llegar a ser como Él. Él enseñó: “Por lo tanto, ¿qué clase de hombres habéis de ser? En verdad os digo, aun como yo soy” [3 Nefi 27:27].
La dignidad es esencial para llegar a ser como Él […].
Dios los conoce y los invita a conocerlo a Él. Oren al Padre, estudien las Escrituras, procuren hacer la voluntad de Dios, esfuércense por llegar a ser como el Salvador y sigan a mentores que sean justos. Al hacerlo, ustedes llegarán a conocer a Dios y a Jesucristo, y heredarán la vida eterna.
(C. Scott Grow, “Y esta es la vida eterna”, Liahona, mayo de 2017, págs. 121–124)