Adicción
Principio 12


“Mi paz os doy”, Guía de apoyo: Ayuda para el cónyuge y los familiares de las personas en proceso de recuperación, 2014.

“Mi paz os doy”, Guía de apoyo: Ayuda para el cónyuge y los familiares de las personas en proceso de recuperación.

Imagen
una madre y un padre sostienen a una niña pequeña

Principio 12

Mi paz os doy

“La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo” (Juan 14:27).

Hallar paz

Cuando hacemos frente a las consecuencias de las malas decisiones de nuestros seres queridos, es posible que nos quejemos o nos amarguemos. A veces nos hacemos preguntas tales como: “¿Por qué me tiene que pasar esto a mí?”, “¿Por qué tengo que sufrir esto ahora?” o “¿Qué he hecho para merecer esto?”. Aun cuando esas preguntas pudieran dominar inicialmente nuestros pensamientos y absorber nuestra energía, podemos decidir responder de una manera diferente a nuestras circunstancias. Podríamos preguntarnos: “¿Qué desea el Señor que aprenda de esto?”, “¿Qué desea que haga?”, “¿A quién puedo prestar servicio?” y “¿Qué puedo hacer para recordar mis bendiciones?”. Nuestro Padre Celestial nos ama y desea que nos libremos de las consecuencias de las malas decisiones de nuestros seres queridos. Es importante recordar que Él no nos dio esas pruebas, sino que son el resultado de las malas decisiones de nuestro ser querido. Sin embargo, el Padre Celestial puede valerse de nuestras pruebas para ayudarnos a crecer, progresar y llegar a ser más como Él (véase D. y C. 122).

A medida que ejercitemos la fe, podremos sentir la influencia purificadora y la paz de Su Espíritu, y Él nos dará “gloria en lugar de ceniza” (Isaías 61:3).

Al clamarle al Señor, Él nos bendecirá y consolará de maneras significativas. Si bien no siempre recibimos exactamente lo que pedimos, el Señor nos sigue bendiciendo. Al pueblo de Alma no se le libró inmediatamente del cautiverio, pero “el Señor los fortaleció de modo que pudieron soportar sus cargas” (Mosíah 24:15). Con la ayuda del Señor, podemos hallar paz.

  • ¿Qué hará para hallar paz?

  • ¿De qué manera ha hallado paz proveniente del Padre Celestial y del Salvador?

Perdonar

El proceso del perdón incluye el liberarse de cargas que impiden que sintamos la paz del Salvador. El presidente Gordon B. Hinckley dijo: “El espíritu de perdón y la predisposición para amar y para tener compasión hacia aquellos que nos hieran constituyen la esencia misma del evangelio de Jesucristo” (véase “A vosotros os es requerido perdonar”, Liahona, noviembre de 1991, pág. 3). A medida que perdonemos a los demás, hallaremos la sanación. El presidente James E. Faust enseñó: “… requiere humildad, pero si nos arrodillamos y pedimos al Padre Celestial sentimientos de perdón, Él nos ayudará. El Señor nos requiere ‘perdonar a todos los hombres’ [D. y C. 64:10] por nuestro propio bien, ya que ‘el odio retrasa el crecimiento espiritual’ [Orson F. Whitney, Gospel Themes, 1914, pág. 144]. Solamente al deshacernos del odio y de la amargura puede el Señor dar consuelo a nuestro corazón” (“El poder sanador del perdón”, Liahona, mayo de 2007, pág. 69).

Perdonar no quiere decir que condonemos las malas decisiones de nuestros seres queridos, ni que permitamos que nos maltraten, pero el perdón sí nos permite seguir adelante espiritual, emocional y físicamente. Tal como nuestros seres queridos están esclavizados, nuestra falta de disposición para perdonar nos puede mantener cautivos. Cuando perdonamos, dejamos atrás sentimientos que, en las palabras del presidente Thomas S. Monson, tienen el poder de convertirse “en una llaga que se infect[a] y que al final destruy[e]” (“Cuñas escondidas”, Liahona, julio de 2002, pág. 21). De esa manera, eliminamos las barreras que impiden que tengamos el Espíritu en mayor abundancia y podemos seguir por el camino del discipulado. Tal como el presidente Dieter F. Uchtdorf nos recuerda: “… el cielo está lleno de aquellos que tienen esto en común: Han sido perdonados y perdonan” (“Los misericordiosos alcanzan misericordia”, Liahona, mayo de 2012, pág. 77).

  • ¿De qué manera le ha bendecido el perdón?

Procurar la ayuda de Dios para perdonar

Cuando el perdón parece estar más allá de nuestra capacidad, podemos depender del Salvador para que ayude a cambiarnos el corazón y nos conceda el don de la caridad. El perdonar a alguien cuando se nos ha hecho daño o lastimado puede ser muy difícil, especialmente cuando esas ofensas se repiten con regularidad, pero eso es parte de lo que significa ser discípulo de Cristo. El presidente Uchtdorf enseñó:

“Jesús dijo que es fácil amar a los que nos aman; incluso los malos pueden hacerlo, pero Jesucristo enseñó una ley superior… ‘Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen’…

“El amor puro de Cristo elimina las escamas del resentimiento y la ira de nuestros ojos, dejándonos ver a los demás en la forma en que nuestro Padre Celestial nos ve” (“Los misericordiosos alcanzan misericordia”, pág. 76).

Es posible que tengamos que ser pacientes con nosotros mismos conforme nos esforzamos por perdonar a nuestros seres queridos. El presidente Faust dijo:

“La mayoría de nosotros necesita tiempo para curar las heridas del dolor y de la pérdida. Podemos encontrar todo tipo de excusas para posponer el perdón, una de las cuales es esperar a que el malhechor se arrepienta antes de perdonarlo; pero tal demora causa que perdamos la paz y felicidad que podrían ser nuestras. La insensatez de continuamente pensar en las heridas del pasado no trae felicidad…

“Si somos capaces de perdonar a aquellos que nos han causado dolor y daño, nos elevaremos a un nivel mayor de autoestima y de bienestar” (“El poder sanador del perdón”, pág. 68). Si confiamos en el Señor y procuramos Su ayuda, nos puede ayudar a perdonar, incluso como Él lo hace.

  • ¿En qué ocasión le ha ayudado Dios a perdonar?

  • ¿De qué manera puede Dios ayudarle a perdonar ahora?

Imagen
pareja sentada en una banca

“El espíritu de perdón y una actitud de amor y compasión hacia aquellos que nos hieran constituyen la esencia misma del evangelio de Jesucristo”. —Presidente Gordon B. Hinckley

Imprimir