Capítulo 32
La libertad por medio de la obediencia
Dios nos ha dado la libertad de escoger el bien o el mal y nos hará responsables por la manera en que utilicemos la inteligencia y las oportunidades que Él nos ha brindado.
De la vida de Joseph F. Smith
El presidente Joseph F. Smith creía que el albedrío y la responsabilidad individual son elementos inseparables y esenciales del proceso por medio del cual los hijos de Dios llegan a ser como Él. “Tanto ustedes como yo debemos asegurarnos las bendiciones de la vida eterna por medio de la obediencia y la misericordia de Dios”, explicó. “Tenemos el poder para tomar nuestras propias decisiones y podemos escoger entre el mal y el bien… Debemos aprender a permanecer o a caer por cuenta propia, seamos hombre o mujer”1.
En 1904, el presidente Smith se presentó personalmente ante el Congreso de los Estados Unidos y habló con determinación acerca del derecho de los miembros de ejercer su albedrío para tomar decisiones personales, religiosas y políticas. El 26 de marzo de 1907, la Primera Presidencia publicó “Un discurso: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días al mundo”, el cual fue aprobado unánimemente en la conferencia general de abril de ese año. La declaración reiteraba muchas de las creencias básicas de los Santos de los Últimos Días y afirmaba: “Creemos en el albedrío del hombre y por lo tanto en su responsabilidad individual”2.
El presidente Smith creía y enseñaba que la obediencia a las leyes del Evangelio de Jesucristo es la única manera de alcanzar la libertad que Jesucristo prometió: “…La verdad os hará libres” (Juan 8:32).
Enseñanzas de Joseph F. Smith
Dios nos ha dado el don del albedrío y nos hará responsables por nuestras elecciones.
Dios ha dado a todos los hombres el albedrío y nos ha concedido el privilegio de servirle o no, de hacer lo que es recto o lo que es malo, y ese privilegio se da a todas las personas, sin importar su credo, su color o su condición. Tanto los ricos como los pobres tienen ese albedrío, y ningún poder de Dios priva al hombre de ejercerlo plenamente y sin restricciones. Ese albedrío se ha concedido a todas las personas. Esa es una bendición que Dios ha conferido a la humanidad, a todos sus hijos de igual manera. No obstante, Él nos hará rendir cuentas muy estrictas del uso que hagamos de ese albedrío y, como se le dijo a Caín, a nosotros también se nos dirá: “Si bien hicieres, ¿no serás enaltecido? Y si no hicieres bien, el pecado está a la puerta…” (Génesis 4:7)3.
Nosotros somos nuestros propios agentes y podemos escoger o rechazar el Evangelio, seguir el ejemplo del Salvador o el de Lucifer. Se nos ha dado a nosotros la opción de escoger. Somos herederos de Dios y coherederos con Jesucristo, y por consiguiente tenemos el privilegio de obtener la gloria y la exaltación en el reino en que Jesús y los santificados moran, pero es nuestra la opción de escogerlas o de rechazarlas. Dios ha declarado que no pedirá nada de nosotros sino sólo lo que Él nos haya posibilitado realizar. Si nos pide y nos manda efectuar ciertas obligaciones que son difíciles para nosotros de llevar a cabo, al observarlas naturalmente, Él nos dará el poder para efectuarlas. Pero si no somos dignos y no utilizamos toda la energía y la inteligencia que poseemos naturalmente, la promesa de Su parte no será cumplida porque se ha hecho bajo la condición de que hagamos nuestra parte4.
El Señor ha dado albedrío a los hijos de los hombres. Cada uno puede hacer el bien o el mal según su conveniencia… [El Señor] sencillamente nos hará responsables ante Él, y deberemos responderle en cuanto al uso que hemos hecho de nuestra inteligencia y de las oportunidades que nos ha dado aquí en la carne5.
Dios no interfiere con el uso que hagamos de nuestro albedrío, sino que permite que experimentemos las consecuencias de nuestras elecciones.
La Divina Providencia no interfiere con el albedrío del hombre. Si el hombre no fuera libre de escoger el bien y rechazar el mal, o viceversa, no habría rectitud ni ninguna razón para ser juzgado. Como consecuencia del poder de elección, las personas se convierten en seres responsables y por lo tanto recibirán las consecuencias de su manera de actuar. Serán recompensadas o castigadas según sus obras cuando los libros sean abiertos y sean juzgadas por las cosas que estén escritas allí.
No hay ninguna duda de que Dios podría impedir las guerras, prevenir los delitos, eliminar la pobreza, ahuyentar las tinieblas, superar el error y hacer que todo sea brillante, hermoso y dichoso. Pero eso implicaría la destrucción de un atributo fundamental y vital del hombre: el derecho del albedrío. Es por su propio beneficio que Sus hijos e hijas llegan a conocer tanto la maldad como la bondad, la obscuridad como la luz, el error y la verdad, así como también los resultados de la violación a las leyes eternas. Por consiguiente, Él ha permitido las maldades que ha ocasionado la manera de proceder de Sus criaturas, pero controlará los resultados finales para Su propia gloria y para el progreso y la exaltación de Sus hijos e hijas, cuando éstos hayan aprendido obediencia por medio de las cosas que padecen. Los contrastes que se experimentan en este mundo de dolor y gozo entremezclados son de naturaleza educativa y serán el medio para elevar a la humanidad a fin de que aprecie plenamente todo lo que es recto, verdadero y bueno. El conocimiento previo que tiene Dios no implica que Él actúa para que suceda lo que ha previsto, ni de ninguna forma lo hace responsable de lo que el hombre haga o rehúse hacer6.
Ocurren muchas cosas en el mundo, en las cuales, a la mayoría de nosotros, nos es muy difícil encontrar una razón valedera para reconocer la mano del Señor… La única razón que he podido descubrir para que reconozcamos la mano de Dios en algunas cosas que suceden es el hecho de que el Señor ha permitido que hayan acontecido. Cuando dos hombres se dejan llevar por sus pasiones, su egoísmo y su ira al grado de contender y reñir el uno con el otro, y ese pleito y esa contención los lleva a pelear físicamente y a la violencia entre ellos, es muy difícil para mí descubrir la mano del Señor en lo ocurrido, exceptuando que esos hombres que disputan, riñen y se pelean uno con otro de esa manera han recibido de Dios la libertad de su albedrío para ejercer su inteligencia, para juzgar por sí mismos entre lo bueno y lo malo y para obrar de acuerdo con sus propios deseos. El Señor no tuvo por objeto que esos dos hombres se pelearan ni que se dejaran llevar por la ira al grado de provocar la violencia entre ellos, y tal vez hasta el derramamiento de sangre. Dios jamás ha dispuesto algo así y no podemos atribuirle eso al Todopoderoso…
El albedrío que [Dios] nos ha dado nos permite actuar por nosotros mismos —hacer si queremos lo que no es correcto, aquello que contraviene las leyes de la vida y la salud, que no son sabias ni prudentes— y los resultados pueden ser graves para nosotros por motivo de nuestra falta de conocimiento o nuestra determinación de persistir en hacer lo que deseamos, en lugar de acceder a lo que Dios requiere de nosotros7.
¡Sufrirán las consecuencias de sus equivocaciones, de sus errores, ya que les traerán dolor, enfermedades o muerte! Por consiguiente, yo reconozco la mano del Señor en este albedrío que se ha dado a los hijos de los hombres, pero también reconozco la mano del hombre en las consecuencias de sus propios actos, después de su desobediencia a la ley de Dios. Yo no culpo a Dios el Padre por las debilidades, las equivocaciones, los errores, los delitos y las iniquidades de los hombres, ni tampoco por las maldades que existen en el mundo8.
Ha sido en [el] ámbito de la libertad y en el ejercicio del criterio humano donde se han cometido la mayoría de las iniquidades que han tenido lugar en el mundo: el martirio de los santos, la crucifixión del propio Hijo de Dios y gran parte de la apostasía, la desviación de la obra de la justicia y de las leyes han acontecido en ese ejercicio de la libertad y del criterio humano. Dios, en Su infinita sabiduría y por la gracia de Su misericordia, ha proporcionado los medios y ha mostrado a los hijos de los hombres la manera por la cual, aun en el dominio de la libertad y el ejercicio de su criterio, pueden recurrir a Dios en forma personal, con fe y oración, para saber qué debe guiar y dirigir su juicio y su sabiduría humanos. No deseo que los Santos de los Últimos Días olviden que tienen ese privilegio.
La Iglesia de Jesucristo no viola la libertad individual.
El reino de Dios es un reino de libertad; el Evangelio del Hijo de Dios es un Evangelio de libertad10.
¿Pueden encontrar una organización, ya sea eclesiástica o no, que tenga un gobierno y una organización tan perfectos como La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, que fue establecida por inspiración por medio del profeta José Smith? Y ¿cuál es el objeto de esta organización? ¿Es el de oprimir al hombre? ¿Es el de hacerles daño? ¿Es el de hacer que se inclinen hasta tocar la tierra? ¿Es el de privarles de su libertad, de sus derechos o de sus privilegios? ¿Es el de hacerles esclavos, sirvientes y degradarles hasta el polvo? O en cambio, ¿es el de elevar su inteligencia y su masculinidad, y acrecentar su libertad, ya que no existe una libertad mayor que la del Evangelio de Jesucristo? Porque les diré, ninguna persona está libre bajo las cadenas del pecado y de las transgresiones, ni tampoco es libre quien está bajo la servidumbre de la ignorancia en cuanto al plan de vida y salvación11.
Creo que en ninguna parte del mundo se puede encontrar a un pueblo más libre, más independiente o más inteligente, con mayor libertad para escoger el curso que va a seguir en la obra que realiza y en todo lo que le concierne, que los Santos de los Últimos Días. No hay ningún miembro digno de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días en ninguna parte del mundo en la actualidad que no lo sea por causa de la independencia de su carácter, por motivo de su inteligencia, de su sabiduría y de su capacidad para juzgar entre lo correcto y lo incorrecto, entre el bien y el mal12.
La religión de los Santos de los Últimos Días está relacionada no solamente con la conducta presente de la persona sino también con su felicidad futura e influye en sus miembros en todo lo que afecta al carácter humano. Es para el cuerpo como así también para el espíritu y enseña a la gente la forma de vivir y de comportarse en este mundo a fin de que de esa forma se prepare para lo que le espera en el mundo venidero. Por consiguiente, la Iglesia da instrucciones relacionadas con las cosas temporales así como con las espirituales, siempre y cuando estén relacionadas con la Iglesia, con sus propiedades e instituciones y con la asociación de sus miembros, pero no viola la libertad individual ni invade las responsabilidades ni los derechos de los gobiernos. El libre albedrío del hombre es un principio fundamental que, de acuerdo con los principios de la Iglesia, ni siquiera Dios reprime13.
La obediencia, el ejercicio correcto del albedrío, brinda bendiciones invalorables.
Hay… ciertas bendiciones que Dios concede a los hijos de los hombres sólo si utilizan rectamente este albedrío. Por ejemplo, ningún hombre puede lograr la remisión de sus pecados sino mediante el arrepentimiento y el bautismo efectuado por alguien que tenga la autoridad. Si queremos quedar libres de pecado, de sus efectos y de su poder, debemos obedecer esta ley que Dios ha revelado o nunca podremos obtener la remisión de los pecados. Por tanto, aun cuando Dios ha conferido a todos los hombres, sea cual fuere su condición, ese albedrío para escoger entre el bien y el mal, no da ni dará a los hijos de los hombres la remisión de sus pecados, sino por medio de la obediencia a la ley…
Todo hombre es bendecido con fortaleza en su cuerpo, con el uso de su mente y con el derecho de ejercer las facultades con las cuales ha sido dotado, según su propio parecer, sin tomar en cuenta la religión. Pero Dios no ha permitido ni permitirá que el don del Espíritu Santo le sea conferido a ningún hombre o mujer, si no es mediante el cumplimiento de Sus leyes. Por tanto, nadie puede obtener la remisión de los pecados, recibir el don del Espíritu Santo, obtener revelaciones de Dios ni recibir el sacerdocio, con sus derechos poderes y privilegios, ni llegar a ser heredero de Dios y coheredero con Jesucristo, sino por medio del cumplimiento de los requisitos del cielo. Éstas son bendiciones universales; son privilegios grandiosos e invalorables que pertenecen al Evangelio y al plan de vida y salvación, los cuales son gratuitos y están al alcance de todas las personas, bajo ciertas condiciones, pero que nadie bajo los cielos podrá disfrutar si no anda por las vías que Dios ha señalado para que puedan obtenerse. Sin embargo, estos privilegios y bendiciones se pueden perder una vez obtenidos, y tal vez para toda la eternidad, a menos que continuemos firmes en el camino que se nos haya indicado seguir…
El sol brilla sobre los malos y los buenos; pero el Espíritu Santo desciende únicamente sobre los justos y sobre aquellos cuyos pecados les hayan sido perdonados. La lluvia desciende sobre los malos y los buenos, pero los derechos del sacerdocio y la doctrina del sacerdocio que destila como rocío del cielo, se confieren sólo a las almas de quienes los reciben de la manera que Dios ha señalado. La gracia del cielo, el reconocimiento por parte del Todopoderoso de Su progenie sobre la tierra como Sus hijos e hijas, únicamente puede asegurarse por medio de la obediencia a las leyes que Él ha revelado14.
El grado más alto de libertad se obtiene mediante la obediencia al Evangelio de Jesucristo.
El Evangelio de Jesucristo es la ley perfecta de libertad, la cual tiene como objeto guiar al hombre al estado más alto de gloria y exaltarlo en la presencia de nuestro Padre Celestial, “en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” [Santiago 1:17]15.
Creemos que la voluntad de Dios es exaltar al hombre; que la libertad que se obtiene mediante la obediencia al Evangelio de Jesucristo es la mayor medida de libertad que una persona pueda disfrutar. No hay libertad que el hombre goce o pretenda gozar en el mundo que no esté fundada en la voluntad y en la ley de Dios y de la cual la verdad no sea su principio y su cimiento básicos. Es la transgresión lo que causa la esclavitud; es la mentira lo que degrada a la raza humana. Es la infracción y la falta de conocimiento de las leyes y de la voluntad de Dios lo que coloca a los hombres a la par de la creación animal en el mundo; porque si no tienen ninguna inspiración que provenga de una fuente superior a la del hombre, no tienen instintos más elevados, ni principios más altos, ni un incentivo mayor, ni aspiraciones más nobles que los del mundo animal16.
Es sólo por medio de la obediencia a las leyes de Dios que el hombre puede elevarse sobre las despreciables debilidades de la vida terrenal y ejercer ese gran cariño, esa caridad y ese amor que debe impulsar el corazón y las intenciones de los hijos de los hombres17.
Hermanos y hermanas, seamos libres. Yo sostengo —y pienso que tengo el derecho de hacerlo— que soy un hombre libre, de acuerdo con mi obediencia a los mandamientos de Dios. Si hago el mal, estoy esclavizado a ese mal. Si cometo pecado, estoy esclavizado a ese pecado. Si infrinjo las leyes de Dios, soy responsable ante el Señor por ello. Pero yo les aseguro que en lo que se refiere a la libertad, a la libertad de expresión, a la libertad de albedrío, a la libertad de acción, y a todo lo demás que hace que un hombre sea libre en medio de los hombres, creo que no hay ningún otro sobre la tierra que sea más libre que yo. Sí, puedo cometer pecado si así lo deseo; tengo la libertad de cometer pecado como cualquier otra persona. Nadie tiene derecho a cometer pecado, pero todos tienen la libertad de hacerlo si quieren; Dios les ha dado el albedrío. ¿Demuestro que soy más hombre si peco, simplemente porque tengo la libertad de hacerlo? Tengo la libertad para ir a una taberna [un bar] y beber bebidas alcohólicas, si quiero, o ir a un casino y jugar. En relación a eso, poseo la misma libertad que cualquier otro hombre sobre la tierra, pero, en el momento en que haga algo así, me convierto en esclavo y en siervo de la iniquidad. Por otro lado, si no soy culpable de ir a las cantinas ni de jugar a las cartas o a los juegos de azar, ni de ningún otro delito, soy inocente de ellos y hasta ahora soy un hombre libre. La verdad me ha hecho libre en lo que a eso se refiere18.
No estamos predicando un Evangelio de temor. No tratamos de aterrorizar el alma de los hombres. No le pedimos a la gente que sea recta a causa del terror de los condenados. No deseamos que sean buenos por temor al castigo de los impíos. No deseamos que hagan lo correcto por temor al castigo que se recibe como consecuencia de un comportamiento incorrecto. Deseamos que escojan el bien porque es lo justo y porque dentro de su alma aman el bien, y porque es lo selecto por sobre encima de todo. Queremos que sean honrados, no sólo porque es la norma mejor sino porque al serlo honran a Dios y llevan a cabo Sus propósitos en la vida de ustedes. Un viejo y quizás trillado dicho dice que “un hombre honrado es la obra más majestuosa de Dios”. Deseamos ser honrados porque amamos a Dios, y no podemos ser los Santos de Dios si no lo somos; debemos comportarnos bien porque nos gusta hacerlo y no por miedo a las consecuencias de la iniquidad19.
El Señor no acepta la obediencia de la gente si no se lleva a cabo con alegría y con agrado dentro de sí, y ése es el deseo de Sus siervos. Ésa es la obediencia que debemos rendir, y si no lo hacemos así, estamos bajo condenación20.
[Jesucristo] no solamente tenía inteligencia, sino que ponía en práctica esa inteligencia para hacer el bien y para liberar a los hombres de las flaquezas del mundo y de las inicuas tradiciones de sus padres. Él declaró con palabras de verdad y sabiduría: “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” [Juan 8:31–32]. Ninguna persona es como Dios a menos que sea libre. Dios es libre. ¿Por qué? Porque Él posee la rectitud, el poder y la sabiduría en forma totalmente plena; como así también posee Su albedrío y lo ejerce para hacer el bien y no para hacer el mal. Por consiguiente, nadie puede ser como Él hasta que se someta a lo que es recto, puro y bueno, y hasta que abandone la iniquidad y el pecado y se conquiste a sí mismo…
Quien sea el más manso y el más sumiso a la voluntad de Dios demuestra la mayor sabiduría entre todos los hombres. En cambio, quien funda su opinión en oposición a los deseos y los propósitos del Señor es de todas las personas del mundo la que más lejos se encuentra de Dios en ese aspecto y, aunque haya sido creado y formado a imagen y similitud del Padre, aún así no se parece en nada al Hijo a menos que pueda decir en su corazón: “Padre… no se haga mi voluntad, sino la tuya” [Lucas 22:42]. Es la voluntad del Señor que poseamos ese espíritu y entendamos esa verdad. Es cierto que para nosotros debe haber un sólo Dios, el Padre, y que todas las personas deben estar sojuzgadas a Él y es necesario que obedezcan Sus mandamientos para que sean libres y verdaderos discípulos de Cristo21.
Sugerencias para el estudio
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¿Qué es el albedrío? ¿Quién tiene albedrío? ¿Por qué es el albedrío una bendición?
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¿En qué manera espera Dios que utilicemos nuestro albedrío? ¿Qué nos promete Él si escogemos obedecerlo? (Véase también D. y C. 58:28.)
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¿Por qué se nos permite sufrir las consecuencias de nuestros actos? ¿En qué manera Dios limitaría nuestra experiencia terrenal si impidiera las guerras, previniera los delitos y eliminara la pobreza? ¿Cómo le responderían a alguien que erróneamente le atribuyera a Dios “las maldades que existen en el mundo”?
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Aun cuando Dios “ha permitido las maldades que han traído la forma de proceder de Sus criaturas”, ¿qué seguridad tenemos de que Él “controlará los resultados finales”? (Véase también Romanos 8:28; D. y C. 98:3.)
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¿Qué significa “violar la libertad individual”? ¿En qué forma pueden los padres y los líderes de la Iglesia ayudar a los demás a ser obedientes sin violar la libertad individual? (Véase también D. y C. 121:34–46.)
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¿De qué manera nos ayuda la Iglesia a ser totalmente libres? ¿En qué forma nos restringen el pecado y la iniquidad?
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¿Qué bendiciones “grandiosas e invalorables” han recibido cuando han escogido obedecer las leyes de Dios? (Véase también D. y C. 130:20–21.)
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¿Qué diferencia existe entre obedecer las leyes de Dios por amor y hacerlo por miedo al castigo?
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¿Cómo podemos seguir el ejemplo del Salvador para ser más obedientes a la voluntad del Padre?