Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia
El ministerio de Joseph F. Smith


El ministerio de Joseph F. Smith

Joseph F. Smith fue el sexto Presidente de la Iglesia y el último presidente que conoció personalmente al profeta José Smith. Dijo: “Pasé la niñez y la juventud ambulando sin rumbo con los del pueblo de Dios, padeciendo con ellos y regocijándome con ellos. Toda mi vida ha estado relacionada con esta gente”1. Procuró de todo corazón conocer a Dios el Eterno Padre y a Su Hijo Jesucristo, y servirles con toda la dedicación del alma. Habiendo sido bendecido con un entendimiento profundo del Evangelio, pudo guiar a los de su pueblo en los principios de la verdad eterna y estabilizar la Iglesia a través de los ataques que recibió de los antagonistas en los primeros años del siglo veinte. Él deseaba ser “pacificador, un predicador de la rectitud”2; enseñó enérgicamente la obediencia y testificó basándose en su propia experiencia que “todos los que sean obedientes a los susurros del Espíritu… obtendrán un conocimiento más claro, más extenso, más directo y más contundente de las verdades de Dios que cualquier otra persona”3.

Joseph F. Smith

Joseph F. Smith, sexto presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Pintura por A. Salzbrenner.

Una niñez alimentada por la fe.

El primer hijo de Mary Fielding y Hyrum Smith, Joseph F. Smith, nació el 13 de noviembre de 1838 en Far West, Condado de Caldwell, Misuri, en medio de la persecución y de la pobreza. Dos semanas antes, una turba había hecho prisionero a su padre y lo encarceló injustamente. Durante cuatro largos meses, Hyrum Smith, su hermano el profeta José Smith y otros hermanos sufrieron privaciones en la cárcel de Liberty. Mary pensaba que habían arrebatado a su marido de su lado “en el momento en que yo necesitaba… más que nunca el cuidado y esmero bondadosos de un amigo como él; en lugar de ello, cayó repentina e inesperadamente sobre mí la responsabilidad de cuidar a una familia numerosa”. Procedente de Canadá, donde se había convertido a la Iglesia, Mary contrajo matrimonio con Hyrum Smith después de la muerte de Jerusha, la primera esposa de él, y cuidaba a los cinco niños Smith cuando “llegó mi pequeño y querido Joseph F. a aumentar el número”4.

Cuando los santos fueron expulsados de Misuri durante el invierno de 1838–1839, Joseph F. era una criatura de brazos. Su padre todavía se encontraba en la cárcel y su madre se hallaba gravemente enferma cuando “tuvieron que trasladarla a lo largo de trescientos veinte kilómetros, y la mayor parte del camino en [su] cama”5. La hermana de Mary, Mercy Fielding Thompson, cuidó y amamantó al pequeño Joseph F. junto con su propia hijita. Los santos hallaron refugio en Illinois, y el pequeño Joseph F. pasó la mayor parte de los primeros ocho años de su vida en Nauvoo, la ciudad que los santos edificaron en las riberas del río Misisipí. Allí, en el círculo de la familia Smith y de la comunidad de los santos, se crió recibiendo instrucción sobre el Evangelio de Jesucristo. “Se me enseñó a creer en la divinidad de la misión de Jesucristo”, rememoró posteriormente. “Lo aprendí de mi padre, del profeta José Smith, de labios de mi madre… y todos los días de mi niñez y a lo largo de toda mi vida, me he apegado a esa creencia”6.

Hyrum, el padre de Joseph F., ayudó al profeta José a adelantar la obra de la Restauración desde la organización de la Iglesia e incluso antes, cuando José traducía el Libro de Mormón. El Profeta confiaba plenamente en Hyrum, su hermano mayor, sobre todo en Nauvoo, donde Hyrum fue llamado por revelación a ser Patriarca y Presidente Auxiliar de la Iglesia. El Profeta dijo que Hyrum poseía “la docilidad de un cordero, la integridad de Job, y, en suma, la mansedumbre y la humildad de Cristo”7.

Al igual que su padre, Joseph F. manifestó un gran amor y una gran lealtad al profeta José Smith. En los últimos años de su vida, contaba a menudo los valiosísimos recuerdos que tenía de su tío de los años de su infancia y de continuo testificaba del llamamiento de José como el Profeta de la Restauración: “Ah, él estaba lleno de gozo, lleno de alegría, lleno de amor… Al mismo tiempo que jugaba con los niños y se entretenía con juegos sencillos e inocentes entre los hombres, también estaba en íntima comunión con el Padre y con el Hijo, hablaba con ángeles, y ellos lo visitaban y le daban bendiciones y dones y le conferían llaves de poder”8.

Joseph F. no había cumplido los seis años cuando su tío José y su padre Hyrum dieron la vida por el reino de Dios; fueron asesinados el 27 de junio de 1844 por un violento populacho. Nauvoo siempre le traía a la memoria “recuerdos sagrados del pasado, doblemente sagrados, preciados y espantosos al mismo tiempo, por el sagrado lugar de descanso de los restos de mi padre, y las atroces escenas que en aquella época (las cuales recuerdo vívidamente), ¡impregnaron de tribulación y de horror el mundo de las personas honradas y llenaron diez mil corazones de pesar y de congoja!”9.

Después de la muerte de Hyrum, Mary y su hermana menor Mercy, que también era viuda, trabajaron juntas para atender a un gran número de niños y prepararse para unirse a los santos en el traslado hacia el Oeste. Joseph F. Smith recordaba que sus preparativos se vieron bruscamente interrumpidos en el otoño de 1846 cuando los amenazadores populachos los obligaron a huir “en balsa, a través del río Misisipí hacia Iowa, donde acampamos bajo los árboles y desde donde escuchamos el bombardeo de la ciudad. Habíamos dejado nuestra casa con todos los muebles y con todas nuestras pertenencias terrenales sin la menor esperanza de volver a verlas”10. La madre aseguraba reiteradamente a sus hijos: “El Señor abrirá el camino”11, y la fortaleza de su convicción nutría la fe de ellos. “No nos encontrábamos muy lejos cuando oímos el tronar de los cañones al otro lado del río”, contaba el presidente Smith, “pero yo me sentía tan seguro en mi interior en aquellos momentos —tan seguro como puede sentirse un niño— de que todo estaba bien, de que la mano del Señor nos guiaba, tal como me siento hoy”12.

Durante el viaje hacia el oeste con su familia, Joseph F. Smith vio a su madre hacer frente con fe a dificultad tras dificultad. Cuando el capitán de la compañía con la que viajaba insistió con aspereza en que la viuda sería una carga para toda la compañía, ella le hizo saber que haría su parte y que cuidaría de sí misma, y que incluso llegaría al valle antes que él. Y al final, ¡así fue! Como el encargado de los animales, el niño Joseph F. era muy consciente de lo importante que era el ganado de la familia, por lo que nunca olvidó la ocasión en que su madre, por medio de la oración ferviente, localizó a un par de bueyes que se habían perdido. Posteriormente, contó que ella oró por una yunta de bueyes que “habían caído a tierra como si los hubiesen envenenado” para que se levantaran y siguieran avanzando, y “para el asombro de todos los que lo vieron”, los animales se “pusieron de pie y siguieron su camino”13.

Joseph F. condujo una de las yuntas de bueyes hasta entrar en el Valle del Lago Salado el 23 de septiembre de 1848. En ese momento, tenía nueve años de edad. Los Smith se establecieron en la parte sur de Salt Lake City, en Millcreek, y allí el jovencito Joseph F. trabajó según él mismo contó, como “conductor de carromatos, vaquero, labrador, encargado del regadío, segador con guadaña y armadura de guadaña, como cargador de leña, trillador, aventador de grano… [y] en todo tipo de tareas agrícolas”14.

Joseph F. Smith siempre abrigó con aprecio el trabajo y el sacrificio de su madre, así como su amor y su fe incomparables. Quedó desolado cuando, tras dos meses de enfermedad, ella falleció a los cincuenta y un años de edad. “Después de la muerte de mi madre siguieron dieciocho meses —desde el 21 de septiembre de 1852 hasta abril de 1854— que se convirtieron en un tiempo peligroso para mí”, le escribió posteriormente a un amigo de la infancia. “Yo era casi como un cometa o un meteorito abrasador, sin fuerza de gravedad que me hiciera mantener el equilibrio o que me guiara dentro de límites aceptables”. “Sin padre y sin madre”, a los trece años de edad, contó que no estaba “del todo sin amigos”16. Su “queridísima y siempre recordada tía Mercy R. Thompson”17 siguió criándolo y nunca olvidó la solicitud que le dieron Brigham Young, Heber C. Kimball y George A. Smith, primo de su padre este último. Joseph F. dijo de ellos que eran hombres “a los que aprendí a querer como quise a mi padre, por su integridad y amor a la verdad”18.

Llamado a cumplir una misión en Hawai.

Cuando en la conferencia general de abril de 1854 la Primera Presidencia anunció que Joseph F. era llamado a unirse a un grupo de misioneros que pronto partiría al campo misional, él puso en ejercicio la fe que había reunido durante la niñez y “respondí de buena gana” al llamamiento. Más tarde reflexionó agradecido: “Los cuatro años de mi misión en las Islas Sandwich me restituyeron el equilibrio mental y emocional, y establecieron firmemente las leyes y los límites que han regido mi vida subsecuente”19.

El élder Joseph F. Smith llegó a Honolulú, Islas Sandwich (Hawai), el 27 de septiembre de 1854, unas seis semanas antes de cumplir los dieciséis años. Habiendo sido asignado a la isla de Maui, pronto se quedó solo en Kula, para vivir entre la gente y aprender la lengua y la cultura. El joven élder dijo después: “Busqué con fervor el don de lenguas11, y por medio de este don y del estudio, cien días después de haber desembarcado en esas islas, pude hablar a la gente en su propio idioma como ahora les hablo a ustedes en mi lengua materna”20. La extraordinaria soltura con que llegó a hablar la lengua le posibilitó ministrar personalmente a los hawaianos.

Pese a su juventud, el élder Smith fue nombrado para presidir en la isla de Maui, después en Hilo, en la isla de Hawai, y posteriormente en la isla de Molokai. En Molokai, cuando contrajo una fiebre muy alta y estuvo gravemente enfermo durante tres meses, una buena hermana, Ma Mahuhii, lo atendió con tanto cariño como si hubiese sido su propio hijo. Ella nunca lo olvidó, ni él a ella, y siempre se saludaban con el más profundo afecto cada vez que volvían a verse en los años subsiguientes. “La bondad que me manifestaron muchos de los buenos nativos de Hawai”21 fue un recuerdo dichoso para él.

El élder Joseph F. Smith salió de Hawai en octubre de 1857 y aceptó las responsabilidades cada vez mayores que le daba el presidente Brigham Young. Cumplió una misión en Inglaterra (1860–1863) y una segunda misión en Hawai (1864). Después de su regreso a Salt Lake City a fines de 1864, lo emplearon en la oficina del Historiador de la Iglesia, donde trabajó bajo la guía del élder George A. Smith, del Quórum de los Doce.

El servicio que prestó en el Quórum de los Doce y en la Primera Presidencia.

Entonces, en 1866, por asignación del presidente Young, Joseph F. Smith, de veintiocho años de edad, fue ordenado apóstol y llamado en calidad de consejero de la Primera Presidencia. Rindió honores al presidente Young como al hombre “levantado y sostenido por el poder de Dios Todopoderoso para continuar la misión de José, el profeta, y llevar a cabo la obra que éste estableció durante su vida”22. Joseph F. Smith deseaba con toda su alma ayudar a llevar adelante esa “grandiosa y espléndida obra”23. Él enseñó: “Ustedes han aceptado el Evangelio por su propia voluntad; entonces vayan y cumplan con todo su deber, no a medias, ni en parte, sino con todo su deber”24. Ésa es la forma de impulsar “los intereses de Sión y el establecimiento de su causa en la tierra”25. Además de otras responsabilidades como miembro del Quórum de los Doce, fue presidente de la Misión Europea durante dos periodos (1874–1875; 1877).

Si bien los estudios académicos de Joseph F. Smith fueron limitados, llegó a tener un amplio vocabulario y aprendió a hablar con poder y persuasión. El 24 de junio de 1866, habló en el Tabernáculo de Salt Lake y, como lo hizo constar por escrito el élder Wilford Woodruff, del Quórum de los Doce, “habló por la tarde durante 1 hora y 15 minutos, y el poder de Dios estaba sobre él y manifestó el mismo espíritu que estuvo sobre su tío el Profeta y sobre su padre Hyrum Smith”26. El élder Joseph F. Smith llegó a ser muy conocido por el alcance y el poder de sus sermones; deseaba enseñar de acuerdo con el Santo Espíritu “a fin de que me comprendan los que me oigan”27. No es “tanto el lenguaje perfecto sino el espíritu que acompaña al orador lo que despierta la vida y la luz en el alma”28, enseñó. “Siempre he procurado lograr que los que me han oído hablar percibieran que tanto yo como mis compañeros somos pacificadores, amadores de la paz y de la buena voluntad, que nuestra misión es salvar y no destruir, edificar y no derribar”29, escribió en una ocasión a uno de su hijos que se hallaba en la misión.

Desde la muerte del presidente Brigham Young, ocurrida en 1877, hasta la época en la que Joseph F. Smith fue sostenido como Presidente de la Iglesia en 1901, se esforzó constante e incansablemente por despertar la vida y la luz en el alma de los santos, así como por establecer la paz y la buena voluntad. Durante esos veinticuatro años, John Taylor, Wilford Woodruff y Lorenzo Snow fueron sucesivamente Presidentes de la Iglesia y Joseph F. Smith fue llamado a ser consejero en cada Primera Presidencia. Eran tiempos en los que la gente no entendía las creencias y las prácticas de los Santos de los Últimos Días en general y, durante la década de 1880, los opositores libraron encarnizadas batallas legales en contra de la Iglesia y de sus miembros. “No desean que seamos, ni en el aspecto religioso ni en ningún otro, un pueblo separado y diferente del resto del mundo; quieren que nos pongamos en la misma categoría del resto del mundo y que nos mezclemos con ellos, que seamos como ellos, y frustrar de ese modo los propósitos de Dios”30, explicó el presidente Smith.

No obstante, el presidente Smith rogó a los miembros de la Iglesia que amaran y perdonaran a sus enemigos, y enseñó: “Si olvidamos el objetivo de nuestro llamamiento y descuidamos el cumplimiento de nuestro deber para devolver golpe por golpe, para infligir mal por mal, para perseguir porque puedan perseguirnos, olvidamos también los preceptos del Señor y los convenios que hemos hecho con Dios de guardar Sus mandamientos”31. Recordaba a los desalentados santos la afirmación que había dado Dios de que el destino de la Iglesia era “seguir avanzando hacia adelante y hacia arriba hasta que se cumplieran los propósitos de Dios con respecto a esta gran obra de los últimos días”32.

Joseph F. Smith llegó a ser muy unido con las personas con las cuales prestaba servicio. “Cuando soy objeto de expresiones de confianza y de afecto de mis hermanos y de mis hermanas a quienes amo, se me enternece el corazón”33, dijo. De todos sus vínculos afectivos, lo más preciado para él era su amada familia. Ser esposo y padre era, para él, el más grande de los llamamientos. Le encantaba estar en casa, enseñar a sus hijos, contarles cuentos, cantar, jugar y reír con ellos. Cuando debía viajar lejos para cumplir las asignaciones que recibía, echaba de menos a sus seres queridos. En Hawai, el 1 de abril de 1885, escribió en su diario personal: “Sopla un fuerte viento del este, el que, en un clima más frío sería glacial y riguroso. ¿Cómo soplará el viento allá, donde están mis seres queridos? ¿Tendrán frío o calor…? ¿Estarán en medio de amigos o de enemigos, intranquilos o en paz? ¡Paz, cálmense!”34. Su hijo Joseph Fielding Smith contó de los preciados momentos que pasó al lado de su padre “hablando de principios del Evangelio y recibiendo enseñanzas que sólo él podía darle. De ese modo, el fundamento de mi propio conocimiento se estableció en la verdad, por lo que yo también puedo decir que sé que mi Redentor vive y que José Smith es, fue y siempre será un profeta del Dios viviente”35.

Atendía incesantemente a las necesidades temporales y espirituales de su familia y les hacía sentir su presencia, ya fuese que estuviese en casa o lejos de ella. En las notas, las cartas y los poemas que escribía expresaba su afección perdurable por sus seres queridos. “Mi querida compañera”, escribió a su esposa cuando ella cumplió treinta y nueve años, “pienso mejor de ti, te valoro mucho más, te siento más unida a mí y te quiero más hoy que… hace veinte años. Cada hora, cada semana, cada mes y cada año fortalece el vínculo de nuestra unión y cada hijo la consolida con un sello eterno”36.

El presidente Smith sentía un gran afecto por el templo y las ordenanzas que en él se efectúan, las cuales hacen posible la unión eterna de las familias. “¿Quiénes, además de los Santos de los Últimos Días, consideran el concepto de que más allá de la tumba continuaremos en la organización familiar?”37. El 6 de abril de 1853, a los catorce años de edad, presenció la ceremonia de la colocación de las piedras angulares del Templo de Salt Lake y, el 6 de abril de 1892, a los cincuenta y tres años de edad, ofreció la oración de la colocación de la piedra del coronamiento del templo38. Al año siguiente, el 6 de abril de 1893, el presidente Wilford Woodruff dedicó el magnífico edificio, el cuarto templo que se erigía en Utah. En el servicio de la dedicación, el presidente Smith dijo: “Éste es el sexto templo [incluidos los templos de Kirtland y de Nauvoo], pero no es el último”39. Como Presidente de la Iglesia, dedicó el terreno del templo en Cardston, Canadá (27 de julio de 1913) y el del templo en Laie, Hawai (1 de junio de 1915).

Su ministerio como Presidente de la Iglesia.

El 17 de octubre de 1901, una semana después del fallecimiento del presidente Lorenzo Snow, el Quórum de los Doce Apóstoles ordenó y apartó a Joseph F. Smith como el sexto presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Había de servir en calidad de Presidente durante diecisiete años, desde 1901 hasta 1918. En el primer discurso que dirigió a los santos como Presidente de la Iglesia, dijo: “Es nuestro el privilegio de vivir más cerca del Señor, si lo deseamos, más que nunca antes, para que gocemos de un mayor derramamiento de Su Espíritu del que hasta ahora hemos gozado, y para que avancemos con mayor rapidez, para que progresemos en el conocimiento de la verdad con mayor celeridad y nos establezcamos con mayor firmeza en la fe. Pero todo esto dependerá de que aumente la fidelidad de la gente”40. Sus visitas a los santos en diversos lugares, sus esfuerzos por fortalecer la hermandad y la enseñanza en los barrios locales, su propia e incansable predicación de “los principios de la verdad eterna”, todos estas cosas eran medios encaminados a elevar “la rectitud, la pureza y la santidad en el corazón de la gente”41. Él sabía que sólo un pueblo recto, puro y santo podría ayudar al Salvador a llevar a cabo “la santificación de la tierra y la salvación de la familia humana”42.

El número de miembros de la Iglesia llegó casi al doble durante la administración del presidente Smith, de 278.645 en 1901 a 495.962 en 1918. Aun cuando la mayoría de los miembros todavía vivían en los estados del oeste de los Estados Unidos, el presidente Smith sentía una unión muy estrecha con los miembros de diversas naciones. En 1906, visitó Europa, siendo así el primer Presidente de la Iglesia que lo hacía durante el periodo de su administración como tal; regresó allí en 1910 e hizo visitas a los santos de Canadá y de las islas de Hawai. Él y sus consejeros en la Primera Presidencia aconsejaron a los miembros a ser “leales y fieles a sus respectivos gobiernos y a ser buenos ciudadanos”43, y a “permanecer en sus países de origen y establecer congregaciones de un carácter permanente”44. A los miembros de la Iglesia ya no se les animó a trasladarse a Utah para congregarse con los santos.

La primera generación de santos se había congregado en Sión al separarse geográficamente del mundo a fin de cultivar la unidad y la fortaleza espiritual. Durante las generaciones siguientes, el presidente Smith hizo hincapié en la importancia de vivir pacíficamente en medio del mundo y de mantener al mismo tiempo el patrimonio de unidad y de fortaleza espiritual por medio del orden y de las ordenanzas del sacerdocio. El presidente Smith escribió y habló largo y tendido acerca del incomparable poder del sacerdocio y se esforzó por lograr que todos los miembros comprendieran su importancia. Cuando Joseph F. Smith fue sostenido como Presidente de la Iglesia, los horarios de las reuniones, las lecciones y la eficacia de los quórumes del sacerdocio variaban de un barrio a otro; pero el presidente Smith previó el día “en que todo consejo del Sacerdocio en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días comprenderá su deber; asumirá su responsabilidad, magnificará su llamamiento y ocupará su lugar en la Iglesia”45. En la conferencia de abril de 1908, el presidente Smith anunció que se habían puesto en marcha nuevos esfuerzos “para el beneficio y el progreso de los que están vinculados con los diversos quórumes del sacerdocio”46.

A él le interesaban en particular los quórumes del Sacerdocio Aarónico. Decía: “Debemos cuidar de nuestros muchachos que han sido ordenados diáconos, maestros y presbíteros en la Iglesia”47. Durante los años que siguieron, los obispos dieron a los jóvenes poseedores del sacerdocio asignaciones importantes, muchas de las cuales son en la actualidad prácticas habituales. Tanto los quórumes del Sacerdocio Aarónico como los del Sacerdocio de Melquisedec se fortalecieron al establecerse con firmeza reuniones semanales regulares del sacerdocio durante todo el año, y debido a que un comité central de la Iglesia publicó cursos de estudio uniformes para dichos quórumes.

El presidente Smith hizo mucho hincapié en la orientación familiar. “No creo que haya ningún deber que sea más sagrado o más necesario, si se lleva a cabo como es debido, que los deberes de los maestros que visitan los hogares de los miembros, que oran con ellos, que los exhortan a la virtud, al honor, a la unidad, al amor y a la fe y la fidelidad en la causa de Sión”48, dijo. Con el fin de fortalecer aun más las familias de la Iglesia, en 1915, él y sus consejeros en la Primera Presidencia introdujeron en la Iglesia el programa semanal de la noche de hogar, e instaron a los padres a emplear el tiempo para instruir a sus hijos en la palabra de Dios. Ése fue también un periodo de considerable progreso en las organizaciones auxiliares. Las mesas directivas de la Escuela Dominical, de las organizaciones de los Hombres Jóvenes y de las Mujeres Jóvenes, así como de la Primaria comenzaron a publicar cursos uniformes de estudio. El presidente Smith especificó que las lecciones de dichos cursos conducían a los miembros jóvenes a “mayores experiencias y a adquirir un mejor entendimiento de los principios del Evangelio de Jesucristo”49. Para hacer frente al desafío del mayor margen de tiempo libre que iban teniendo los jóvenes, se adoptó el programa de los Boy Scouts para los hombres jóvenes y se elaboró un nuevo programa de Abejitas para las mujeres jóvenes. La Sociedad de Socorro, que desde 1902 había alentado a las estacas a escribir lecciones para las hermanas, comenzó a publicar lecciones uniformes en 1914 y mensajes especiales para las maestras visitantes en 1916. Esas innovaciones llegaron a formar parte de la nueva revista de la Sociedad de Socorro y sirvieron para preparar de un modo más eficaz a las hermanas “para cuidar del bienestar espiritual, mental y moral de las madres y de las hijas de Sión”50. Para el presidente Smith era fundamentalmente importante que las organizaciones auxiliares trabajaran en armonía con las autoridades del sacerdocio para enseñar el Evangelio y fortalecer los lazos de hermandad entre los miembros. “De este modo trabajamos todos juntos en un firme esfuerzo mancomunado para el establecimiento de la Iglesia”51.

Uno de los desafíos más grandes que Joseph F. Smith enfrentó fue el tener que tratar con los malentendidos y las persecuciones dirigidas en contra de la Iglesia. Sin embargo, dijo que los empeños de los adversarios “no han sido más que los medios, indirectamente, de impulsar hacia adelante la obra en el mundo. Ellos han dirigido la atención del mundo hacia nosotros, y eso es justamente lo que deseamos… Deseamos que el mundo nos conozca. Deseamos que aprendan nuestra doctrina, que comprendan nuestra fe, nuestros propósitos y la organización de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días”52.

Paulatinamente, las esperanzas del presidente Smith empezaron a hacerse realidad y la Iglesia comenzó a ser más respetada tanto en los Estados Unidos como en otros países. A fin de brindar a los turistas que acudían a Salt Lake City una información fiel con respecto a las creencias y a la historia de la Iglesia, se estableció el primer centro de visitantes en la Manzana del Templo en 1902. Durante el primer año de funcionamiento, los veinticinco voluntarios del “Bureau of Information and Church Literature” (agencia de información y publicaciones de la Iglesia) recibieron el asombroso número de más de 150 mil visitantes. Hacia 1904, la agencia necesitó más funcionarios y un edificio más grande. En 1911, el Coro del Tabernáculo dio conciertos que fueron muy elogiados en veinticinco ciudades del este y del oeste medio de los Estados Unidos, incluso un concierto especial en la Casa Blanca (en Washington, D. C.) para el Presidente de los Estados Unidos y sus invitados.

“El Señor nos elevará y nos magnificará más ante el mundo y nos hará ocupar nuestro verdadero lugar y categoría en medio de la tierra”, prometió el presidente Smith, en proporción directa a “la mayor fidelidad” y buena disposición de los miembros de “establecerse más firmemente en la fe”53. Por tanto, exhortaba continuamente a los Santos de los Últimos Días a arraigarse más profundamente en su propia historia y doctrina. El presidente Smith dio comienzo a la republicación de la History of the Church (Historia de la Iglesia) de José Smith y recomendó la colección de diarios y manuscritos de pioneros para los archivos de la Iglesia. También autorizó a representantes oficiales de la Iglesia para que compraran sitios históricos, sagrados para los Santos de los Últimos Días, entre ellos, la cárcel de Carthage, en Illinois, donde en 1844 fueron martirizados el Profeta y su hermano Hyrum (1903); parte del terreno del templo que se halla en Independence, Misuri (1904); la granja de Vermont, donde en 1805 nació José Smith (1905); y la granja de Joseph Smith, padre, en Manchester, Nueva York, lugar de la arboleda donde el Profeta vio por primera vez al Padre y al Hijo (1907). El presidente Smith testificó: “Hay algo sagrado con respecto a esos lugares, tanto para mí como para todos, creo yo, los que han aceptado la misión divina de José Smith, el Profeta”54.

El presidente Joseph F. Smith enseñó a los Santos de los Últimos Días a honrar al Profeta por haber “levantado el velo de la eternidad sobre los ojos de ellos”55. De igual manera, el presidente Smith procuró él mismo comprender y enseñar las extensas verdades del Evangelio de Jesucristo. Las cartas que escribió a familiares y a amigos, los editoriales que publicó y las respuestas que dio a las preguntas que se hacían en las revistas de la Iglesia, así como los discursos que pronunció, todos ellos constituyeron oportunidades importantes para exponer la doctrina. Cuando él y sus Consejeros en la Primera Presidencia consideraban las doctrinas esenciales que podrían ser mal interpretadas por miembros de la Iglesia o por otras personas, redactaban y publicaban explicaciones aclaratorias. “El origen del hombre” (noviembre de 1909)56 y “El Padre y el Hijo: Una exposición doctrinal de la Primera Presidencia y de los Doce” (junio de 1916)57 llegaron a ser importantes medios para enseñar a los Santos de los Últimos Días la verdadera naturaleza de nuestra relación con nuestro Padre Celestial y con Jesucristo.

“Desde mi juventud me he esforzado por… ser pacificador, un predicador de justicia, y por predicar la justicia no sólo por medio de la palabra sino también por el ejemplo”58, dijo el presidente Smith. Desde los quince años de edad hasta su muerte, ocurrida cuando tenía ochenta años, pronunció cientos de discursos sobre el Evangelio para ayudar a los santos a comprender y a vivir las enseñanzas de Jesucristo. Con respecto a la aptitud que tenía el presidente Smith para instruir, Charles W. Nibley (Obispo Presidente de la Iglesia) dijo: “Como predicador de justicia, ¿quién podría compararse con él? Ha sido el mejor que he oído: magnífico, potente, claro, fascinante. Era asombroso ver cómo emanaban de él las palabras de luz y testimonio vivientes”59.

Joseph F. Smith se regocijaba cuando los miembros de la Iglesia escuchaban y obedecían sus advertencias y sus exhortaciones como Profeta de Dios. La buena disposición de los santos para seguir adelante con “rectitud, pureza y santidad” era de la mayor importancia para él60. Enseñó el camino con su propia humildad y docilidad para aprender. “No soy más que un niño, sólo estoy aprendiendo”, dijo en 1916. “Espero sinceramente que, a medida que aprenda poco a poco, línea por línea, precepto por precepto, un poco aquí y un poco allí, día tras día, mes tras mes y año tras año, llegará el momento en el que habré aprendido la verdad y la conoceré como Dios la conoce, y seré salvo y exaltado en Su presencia”61. Siempre fue respetado por su valentía y su firme convicción, y fue reverenciado particularmente por su compasión. La señora Koleka, una de sus estimadas colaboradoras hawaianas, lo elogió al describirlo como “el siervo del Altísimo, el hombre de corazón sincero y lleno de amor”62. Él aprendió a “predicar la justicia no sólo por medio de la palabra sino también por el ejemplo”63 al buscar de todo corazón “llegar a ser conforme a la semejanza y a la imagen de Jesucristo”64.

Durante los últimos meses de su vida, el presidente Smith fue particularmente receptivo al Espíritu. “Padeceré muchas dolencias físicas, pero me parece que mi estado espiritual no sólo permanece inquebrantable, como en el pasado, sino que sigue perfeccionándose, progresando”65, dijo en abril de 1918. Seis meses después, el 3 de octubre de 1918, mientras se encontraba en su habitación meditando en las Escrituras y “reflexionando en el gran sacrificio expiatorio que el Hijo de Dios realizó para redimir al mundo”66, recibió la maravillosa manifestación concerniente a la visita del Salvador a los espíritus de los muertos mientras Su cuerpo se hallaba en la tumba. La revelación, que posteriormente se llamó la Visión de la Redención de los Muertos y que después pasó a ser oficialmente Doctrina y Convenios 138, es una adecuada piedra de coronamiento de la vida de un profeta que predicó incansablemente la importancia de hacer llegar el plan de vida y salvación a todos los hijos de Dios.

La gloria de Dios, el origen divino del hombre y su dependencia de Dios, la importancia de la obediencia y de las santas ordenanzas, la gratitud llena de amor y la fiel devoción fueron temas en torno a los que el presidente Smith tejió la trama de sus mensajes una y otra vez. Rara vez trató un solo principio del Evangelio aislado del plan total de vida y salvación. Podía predicar el Evangelio en su plenitud con un solo sermón, a veces con una sola frase, concentrándose siempre en la importancia de conocer a Dios el Padre y a Su Hijo Jesucristo. “Es gracias al amor que sentimos por Ellos, y a nuestro deseo de vivir en armonía con los requisitos de Ellos y de llegar a ser como Ellos, que nos amamos los unos a los otros y que hallamos más satisfacción al hacer el bien de la que podríamos hallar al hacer el mal”67.

Notas

  1. Deseret News: Semi-Weekly, 25 de abril de 1882, pág. 1.

  2. Gospel Doctrine, quinta edición, 1939, pág. 406.

  3. En “Conference Report”, abril de 1902, págs. 85–86.

  4. Millennial Star, junio de 1840, pág. 40.

  5. Millennial Star, junio de 1840, págs. 40–41.

  6. Gospel Doctrine, pág. 494.

  7. History of the Church, 2:338.

  8. En Brian H. Stuy, compilador, Collected Discourses Delivered by President Wilford Woodruff, His Two Counselors, the Twelve Apostles, and Others, 5 tomos, 1987–1992, 5:29.

  9. Joseph F. Smith’s Journal, Leeds, 13 de abril de 1861, hológrafo, 5; Archivos del Departamento Histórico, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

  10. En Deseret News: Semi-Weekly, 25 de abril de 1882, 1.

  11. En Collected Discourses, 2:348.

  12. En Deseret News: Semi-Weekly, 10 de julio de 1883, pág. 1.

  13. Joseph F. Smith’s Journal, 18; Archivos del Departamento Histórico, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

  14. “Editor’s Table—In Memoriam, Joseph Fielding Smith (1838–1918)”, Improvement Era, enero de 1919, pág. 266.

  15. Life of Joseph F. Smith, compilado por Joseph Fielding Smith, 1938, pág. 159.

  16. Joseph F. Smith a Samuel L. Adams, 11 de mayo de 1888, Truth and Courage: Joseph F. Smith Letters, editado por Joseph Fielding McConkie, pág. 2.

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  66. Doctrina y Convenios 138:2.

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