La cantidad correcta de “suficientemente”
“Lo que decía era cierto: yo era demasiado bajita y no sabía bailar. ¿Alguna vez sería lo suficientemente buena?”.
“Es una pena que seas tan bajita que tengas que ponerte delante”, dijo la maestra. “Eres la peor bailarina de la clase”.
Pronunció esas palabras delante de toda la clase de coro en la escuela secundaria. Lo hizo en tono de humor, y yo respondí con una risita forzada pero, a decir verdad, me sentía avergonzada. La maestra había diseñado una sencilla coreografía que debíamos seguir para representar una de nuestras piezas para el concierto. Desgraciadamente, siempre he sido torpe, por lo que me costaba dar bien los pasos, y sus palabras acabaron de apagar mi ya minúscula llama de autoestima. Lo que decía era cierto: yo era demasiado bajita y no sabía bailar. Me preguntaba si alguna vez sería lo suficientemente buena.
Aquella fue solo una de las muchas ocasiones en que sentí que no era “lo suficientemente buena”. En esos momentos me centro tan solo en lo que no tengo o no puedo hacer, más que en lo que sí tengo y sí puedo hacer. Es una de las herramientas más eficaces que Satanás emplea contra mí y contra muchas otras personas.
Cuando la maestra de coro me dijo que bailaba fatal, me sentí muy desalentada. Siempre había tratado de demostrarme a mí misma mi valía tratando de ser buena en lo que otras personas sobresalían. Y siempre fracasaba. No podía dejar de pensar que mi único talento era ser una calientasillas profesional. Sentía que Dios se había olvidado de darme la cantidad correcta de “suficientemente”, tal como parecía haber dado a todos los demás.
Un día en Seminario, el maestro dio una clase sobre las creaciones de Dios y nos mostró fotos fascinantes del espacio. Recuerdo quedar boquiabierta ante todas las galaxias, las estrellas y los planetas que aparecían, cada uno de ellos único, misterioso y bello a su propia manera.
Y ahí fue cuando me di cuenta de algo.
De entre todas las admirables e increíbles creaciones de Dios, Él se tomó el tiempo para crearme a mí. Un pequeño y aparentemente insignificante ser humano común y corriente, que no se daba cuenta de cuán extraordinario era en realidad. Un ser humano excepcionalmente distinto a todos los demás. Un ser humano a quien se le había dado su propio plan específico. Un ser humano con un potencial ilimitado y un destino divino.
Yo.
Fue en ese momento cuando por fin creí con todo mi corazón que “el valor de las almas es grande a la vista de Dios” (D. y C. 18:10). Me di cuenta de que Él realmente piensa que yo soy lo máximo y que, a Sus ojos, tengo exactamente la correcta cantidad de “suficientemente”.
Al final nunca aprendí a bailar bien. Honestamente puedo decir sin pudor que en verdad soy una pésima bailarina. ¡Pero no importa! Porque a lo largo de los años he descubierto en mí muchos talentos y fortalezas que no sabía que tenía. Me han sido revelados con el tiempo, a medida que he confiado en el Señor y he tenido fe en que Él sabe que soy lo suficientemente buena. Sí, todos nos sentimos desalentados de vez en cuando; pero cuando damos un paso atrás y realmente reconocemos la importancia de quiénes somos, de nuestras singulares fortalezas, de nuestras habilidades únicas y de la mano del Señor que dirige nuestra vida, somos más capaces de perseverar con fe, esperanza y una seguridad excepcional.