Nuestra identidad eterna como padres
La autora vive en Utah, EE. UU.
Según los estándares convencionales y terrenales, yo no soy madre; pero, Dios conoce —y yo conozco— mi identidad eterna.
A veces me pregunto si alguna vez llegaré a ser madre en esta vida o si tendré que esperar a que las bendiciones prometidas de Dios se cumplan en la próxima vida. Ojalá pudiera decir que nunca me quejo de estar soltera; pero, si soy franca, algunos días son difíciles. Me siento sola; me siento desanimada.
Pero también, para ser sincera, tengo algunos días realmente buenos. Hay días en los que siento una paz absoluta en cuanto a la dirección en la que voy, y me siento realizada con todo lo que estoy aprendiendo. Uno de esos días buenos, no hace mucho tiempo, pensé: “¿Por qué tengo tanta suerte? ¿Cómo es que tengo todas estas experiencias increíbles?”.
Encontré mi respuesta en el Libro de Mormón: “Dios te ha confiado estas cosas que son sagradas, que él ha conservado sagradas, y que también guardará y preservará para un sabio propósito suyo, para manifestar su poder a las generaciones futuras” (Alma 37:14; cursiva agregada).
Aunque el versículo se escribió con relación a las planchas de bronce, esas palabras me enseñaron algo que nunca antes había pensado. Dios me ha confiado estas experiencias para que pueda bendecir a las generaciones futuras; para ayudar a mis futuros hijos, y a todos los hijos de Dios, a conocerlo.
El presidente Henry B. Eyring, Segundo Consejero de la Primera Presidencia, explicó que “cualesquiera que sean sus circunstancias personales, ustedes son parte —una parte importante— de la familia de Dios y de su propia familia, ya sea en el futuro, en este mundo o en el mundo de los espíritus. Su responsabilidad de parte de Dios es educar a tantos hijos de Él y miembros de la familia de ustedes como puedan con su amor y su fe en el Señor Jesucristo”1.
Elegir prepararse
Algunos días anhelo muchísimo estar con mi compañero eterno y mis hijos. Es como si una parte de mí sabe que todavía no he conocido a algunas de las personas más importantes de mi vida, y desearía poder darles mi amor.
Pero la verdad es que, incluso sin ellos aquí, y aunque parezca que ese sueño está muy lejano, puedo tomar decisiones ahora para el bien de ellos.
El presidente Eyring también compartió la historia de cuando era obispo y un joven fue a su oficina. El joven había cometido algunos errores graves, pero quería cambiar. Quería que sus futuros hijos fueran sellados a un padre que pudiera hacer uso del sacerdocio. Estaba dispuesto a esforzarse a lo largo del proceso de arrepentimiento para darles ese don a sus hijos.
El presidente Eyring dijo que ese hombre “sintió en aquel entonces las necesidades de los hijos con los que solo soñaba, y dio desde muy temprano y sin reservas. Sacrificó su orgullo, su pereza y sus sentimientos entumecidos. Estoy seguro de que ahora no parece haber sido un sacrificio”2.
Mi identidad: Madre
Hace poco vi una foto de mi madre cuando era niña. Se veía tan linda, con su cabello rizado y su vestidito azul. Pero cuando miro esa foto, todo lo que veo es el rostro de mi madre en el cuerpo de una niña. Sé que cuando se tomó la foto no lo parecía, pero ella siempre ha sido mi madre.
Eso me hizo pensar en todos los dones que ella preparó para mí incluso antes de que yo naciera; pensé en cómo ella aprendió a crear un hermoso hogar. Pensé en cuánto se esforzó en la universidad para llegar a ser enfermera, y en cómo estudió el Evangelio para edificar su propio testimonio. Pensé en cómo ella humildemente eligió sacrificar todo para cuidarme a mí y a nuestra familia.
Entonces me di cuenta: para mis futuros hijos, yo soy madre; y, a los ojos de Dios, mi identidad eterna es la de madre.
El presidente Russell M. Nelson enseñó que “toda mujer es … madre por virtud de su eterno destino divino”3. Cada mujer es madre, y cada hombre es padre, independientemente de si ya tiene hijos o no. Nuestra posteridad podrá venir en esta vida o en la próxima, pero eso no cambia nuestra identidad eterna como padres.
Mi don a las futuras generaciones
En este momento es difícil de imaginar. Algunos días me siento muy sola; algunos días me preocupo por si realmente estoy cumpliendo con mi propósito o si estoy marcando una diferencia para alguien.
Pero ahora mismo puedo elegir ser una influencia positiva para las personas en la vida. Hay niños a los que puedo cuidar y enseñar. Hay maneras en las que puedo utilizar mis experiencias para bendecir a otras personas y, un día, tal vez mis hijos vean una foto mía y no comprendan que yo alguna vez haya sido otra cosa que su madre.