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Cómo se aplica la gracia del Salvador tanto a mí como a mi pariente con una discapacidad
La autora vive en Utah, EE. UU.
Crecer con una hermana con una discapacidad a veces ha hecho que la vida sea difícil, pero por medio de todo ello me he acercado mucho más a mi Salvador.
Tengo una mejor amiga: se llama Barbara. Nos encanta ver películas y cantar mientras las vemos. Salimos a caminar juntas y vemos las flores en los jardines del templo. Todas las noches leemos cuentos de princesas. Cuando estoy con Barbara, puedo ser yo misma. No solo es mi querida amiga, sino que también es mi hermana.
Barbara tiene parálisis cerebral, una condición que la afecta física y mentalmente. No puede caminar y necesita ser alimentada a través de un tubo. Le encanta cantar, pero tiene dificultades para comunicar verbalmente sus sentimientos, deseos y necesidades. Y aunque Barbara tiene 29 años, mentalmente actúa como un niña pequeña.
Asumir una gran responsabilidad
Aunque Barbara es cuatro años mayor que yo, siempre me he sentido como la “hermana mayor”. Todo el mundo de mi familia gira en torno a ella. Ella es el sol y nosotros somos los planetas que la rodean. Si bien la situación a veces tiene beneficios asombrosos, como poder saltarse las filas en los parques de diversiones, otras veces significa hacer sacrificios, como no ir a ciertas actividades o tener que organizar eventos en nuestro hogar. Cada día revisamos nuestro horario para asegurarnos de que alguien siempre esté cuidando de Barbara y atendiendo sus necesidades.
Para ayudar a mis padres a cuidar de ella, mi hermano mayor y yo maduramos muy rápido. Tuvimos que aprender a reconocer cuando Barbara estaba teniendo una convulsión y qué hacer, cómo alimentarla a través de un tubo, cómo cambiarle los pañales y cómo preparar sus medicamentos cuando éramos muy pequeños. Aunque esa temprana madurez me ayudó a tener confianza en mí misma, hizo que socializar fuera una gran dificultad.
Me sentía muy diferente a todas las personas de mi edad. Aunque me invitaran a pasar tiempo con amigos y mis padres me animaran a ir, me costaba divertirme porque me sentía culpable de que mis padres tuvieran tanto que hacer en casa. Otras veces me costaba divertirme cuando Barbara estaba luchando con su salud. La mayoría de las veces, solo quería que alguien se sentara conmigo y escuchara.
Vencer la soledad
A veces sentía que nadie entendía por lo que estaba pasando, pero algunas cosas ayudaron a remediar esa soledad. Decidí que trataría de tender una mano a las personas que pudieran sentirse de manera similar. Cuando iba a actividades o a la Iglesia, trataba de incluir a los que estaban sentados solos o que parecían estar teniendo un mal día. Como enseñó del élder Gerrit W. Gong, del Cuórum de los Doce Apóstoles: “Los milagros acontecen cuando nos cuidamos los unos a los otros como Él lo haría”1. Y vi que llegaban milagros a mi vida. Me sentía mucho más cómoda al ir a las actividades y me sentía más feliz cuando brindaba amor a los demás.
Otra cosa que me ayudó fue darme cuenta de lo mucho que el Salvador realmente me entendía. Me di cuenta de que Él sabía exactamente por lo que yo estaba pasando y que siempre estaría conmigo. Me concentré más en llegar a conocerlo por medio de las Escrituras y la oración. A veces, cuando oraba, me imaginaba que Él y el Padre Celestial estaban sentados conmigo y me escuchaban. Cuando tengo sentimientos difíciles y me siento abrumada por lo injusta que a veces parece ser la situación de Barbara, recuerdo que Cristo me ayudará a encontrar paz y consuelo. El élder Dale G. Renlund, del Cuórum de los Doce Apóstoles, explicó esto perfectamente cuando dijo: “En situaciones injustas, una de nuestras tareas es confiar en que ‘[t]odo lo que es injusto en la vida se puede remediar por medio de la expiación de Jesucristo’”2.
Confiar en la gracia del Salvador
Tener un ser querido con una discapacidad puede requerir una fortaleza casi sobrehumana. Afecta tu vida física, mental, emocional, económica y espiritualmente. Durante los últimos 29 años, mis padres se han despertado casi todos los días a las 2:00 de la mañana para cuidar de Barbara. Todos vamos al gimnasio con regularidad para ser lo suficientemente fuertes como para levantar y llevar a Barbara cuando sea necesario. Y muchas otras responsabilidades pueden afectarnos a todos.
¿Cómo es posible que hagamos todo?
Esto se puede describir en una palabra: gracia.
“La gracia se refiere […] al poder habilitador y a la sanación espiritual que se ofrecen mediante la misericordia y el amor de Jesucristo […].
“La gracia de Dios nos ayuda a diario. “Nos fortalece para hacer las buenas obras que no podríamos hacer por nuestra propia cuenta”3.
¿Qué es lo que más admiro de Barbara? Con ella he aprendido más acerca del amor que el Salvador tiene por nosotros. No puedes evitar sentir el amor de Él cuando estás con Barbara. A pesar de todas sus dificultades, ella siempre sonríe, canta y nos hace reír. Sin embargo, también hay días en los que me siento impotente, cuando nada parece hacerla sentir mejor. Pero gracias a mis experiencias, sé con certeza que el Salvador entiende por lo que Barbara y yo estamos pasando. No importa cuáles sean nuestras pruebas terrenales, un hermoso aspecto del poder habilitador del Salvador es que no solo se nos puede dar fortaleza para experimentar y superar las cosas difíciles, sino también para hacer todas las cosas con gozo.