Jóvenes adultos
Llegar a ser emocionalmente resiliente
La autora vive en Sevilla, España.
Jamás había sentido ansiedad hasta que regresé a casa de mi misión, así que no estaba segura de cómo proceder.
La vida avanzaba según lo planeado.
Yo estaba a punto de terminar mi misión. Durante los dieciocho meses anteriores, mi testimonio se había fortalecido y mi visión del Plan de Salvación se había ampliado. Nunca me había sentido más cerca de mi Salvador y mi Padre Celestial. La vida simplemente parecía dichosa.
Por supuesto, mi familia y yo teníamos nuestras pruebas, pero, en general, yo estaba entusiasmada y tenía muchos planes para lo que vendría. Pero luego regresé a casa, y el golpe emocional fue bastante atroz. Me costó volver a adaptarme a la vida diaria. Me preocupaba incesantemente por tomar buenas decisiones y ser perfecta en mi obediencia. Me presionaba mucho para permanecer en el alto nivel espiritual que tenía en mi misión porque temía que, si no lo hacía, retrocedería espiritualmente.
A medida que aumentaba la presión que me imponía, empecé a tener ansiedad y ataques de pánico. Estos se volvieron más y más frecuentes, y con el tiempo sentí como si me estuviese ahogando.
Por desgracia, escondía mis sentimientos frente a mis familiares y amigos. Sabía que la ansiedad y la depresión no eran algo de que avergonzarse, pero me sentía tan fuera de control y perdida que ni siquiera sabía cómo expresar lo que me sucedía para buscar ayuda.
Por suerte, el Señor siempre está a nuestro lado para guiarnos cuando acudimos a Él. Tras meditar y orar, sentí la inspiración de hablar de mi situación con mi hermano y su esposa. Ellos me ayudaron a reconocer que no estaba tan “loca” como pensaba y que cualquiera puede tener problemas emocionales.
La hermana Reyna I. Aburto, Segunda Consejera de la Presidencia General de la Sociedad de Socorro, testificó de esta verdad: “Mis queridas hermanas, nos puede suceder a cualquiera, sobre todo si como creyentes del plan de felicidad, nos imponemos cargas innecesarias al pensar que tenemos que ser perfectos ahora, lo cual puede ser abrumador. Lograr la perfección es un proceso que tendrá lugar a lo largo de nuestra vida mortal y más allá, y solo mediante la gracia de Jesucristo”1.
Un curso inspirado
Al orar al Padre Celestial en busca de guía, me di cuenta de que debía utilizar los recursos que Él nos ha brindado, y que debía aprender y cambiar para mejor. Por fortuna, en ese momento tuve la oportunidad de tomar el curso de resiliencia emocional que ofrece Ia Iglesia. La oportunidad parecía haber llegado en el momento justo, y no creo que fue una coincidencia.
En el manual del curso, la resiliencia emocional se define como lo siguiente:
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“La capacidad de adaptarse a los desafíos emocionales con valor y con la fe centrada en Jesucristo.
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“Ayudarse a sí mismo y a los demás lo mejor que pueda.
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“Buscar ayuda adicional cuando sea necesario”2.
En otras palabras, la resiliencia emocional es algo que todos necesitamos.
Para mí, este curso inspirado es una clara señal de que el Padre Celestial está al tanto de las pruebas que afrontamos hoy en día como miembros de la Iglesia de Jesucristo. Él desea ayudarnos a que sigamos avanzado en el camino de regreso a Él. El ver los muchos aspectos hermosos de este curso me ayudó a darme cuenta de cuán profundamente el Padre Celestial conoce a cada uno de nosotros y nuestras necesidades individuales, y sentí paz de inmediato cuando comencé a estudiar. En el curso se enseñan verdades eternas, claras y poderosas que pueden aplicarse a nuestra vida cuando nosotros o un ser querido afrontamos problemas de salud mental.
Una de las enseñanzas que me impactaron se encuentra en el capítulo 9: “Brindar fortaleza a los demás”. Ese capítulo es lo que me ayudó a finalmente pedir más ayuda. En él se enseña el principio de servirnos el uno al otro. Aprendí lo importante que es prestar servicio a otras personas al reconocer sus sentimientos, emociones y opiniones, y al tenderles una mano con empatía y comprensión. Me di cuenta, además, de que debía confiar en los demás para que me ayudaran en mis dificultades.
Cuando logré poner en práctica esas ideas y abrirme con mis familiares y amigos acerca de mis dificultades con respecto a la salud mental, me sorprendió que fueran tan compasivos y que no me juzgaran. Recibí mucho apoyo de parte de ellos.
Siento que mi ansiedad se habría vuelto más profunda y oscura si yo no hubiera compartido mis desafíos con mis seres queridos. Y esta experiencia me ayudó a tender una mano a otras personas y sentir empatía por ellas con respecto a sus preocupaciones y problemas.
Podemos afrontar el futuro con esperanza
Me resulta gracioso que cuando regresé a casa estaba tan preocupada por perder el “terreno espiritual” que había obtenido durante mi misión, ya que ahora me doy cuenta de que volver a casa era solo el principio de un nuevo capítulo, donde podría encontrar nuevas maneras de profundizar mi fe.
Mi relación personal con el Padre Celestial y con Jesucristo ha crecido y se ha vuelto mucho más profunda desde que volví a casa, en especial debido a los principios que aprendí en este curso de resiliencia emocional y al confiar en la ayuda del Padre Celestial y del Salvador. Siento que Ellos son mucho más reales y están mucho más presentes en mi vida diaria.
He aprendido y aceptado que, como hijos de Dios, cambiamos, aprendemos y nos desarrollamos de forma constante. Y sin embargo, a pesar de los cambios de nuestra vida, el Padre Celestial es inmutable. Él no esperaba que yo fuera perfecta en mi misión, y tampoco lo espera ahora. Él simplemente me ama y desea que continúe esforzándome por acercarme a Él y que haga lo mejor que pueda en el camino de regreso a Él.
Ahora bien, solo porque tomé este curso de resiliencia emocional no significa que ya no tengo ansiedad, ataques de pánico ni momentos en los que me siento agobiada por el miedo al futuro. Todavía me siento así a veces. Sin embargo, ahora reconozco estos patrones y he adquirido herramientas que me ayudan a abordarlos de un modo más sano, lo cual mejora la calidad de mi vida diaria.
Al final, este curso me enseñó mecanismos para hacer frente a los desafíos y momentos de ansiedad. Me enseñó a tener paciencia y compasión conmigo misma y con mis imperfecciones. Y aprendí a entender cómo me ve Dios y a no sentirme aterrorizada por las incógnitas del futuro.
Por medio de ayuda profesional y celestial, me he dado cuenta de que tenemos las herramientas necesarias para saber cómo “actuar […] y no para que se actúe sobre [nosotros]” (2 Nefi 2:26) según nuestras emociones y sentimientos a medida que continuamos avanzando hacia Cristo.