¡Los israelitas fueron liberados! Después de ser esclavos toda su vida, habían escapado de sus captores cuando el Señor separó el mar Rojo, los dejó cruzar, y luego lo cerró detrás de ellos para ahogar a los ejércitos egipcios que los perseguían. Fue un milagro inconfundible, uno que inspiraría a los israelitas y a otras personas de fe durante las generaciones venideras.
¿Qué hicieron después los hijos de Israel? ¡Lo celebraron! Cantaron alabanzas al Señor, y Miriam y otras mujeres bailaron y tocaron panderos1. ¿Música? ¿canto? ¿baile? En términos modernos, ¡lo llamaríamos una fiesta!
Hay ciertas cosas que el Señor espera que tratemos con reverencia y solemnidad. Hay situaciones en las que la risa y la celebración serían inapropiadas. ¡Pero no dejes que eso te confunda y pienses que un buen discípulo tiene que estar serio todo el tiempo! Las Escrituras están llenas de instrucciones para regocijarse:
- “Alegraos en Jehová y regocijaos, justos; y dad voces de júbilo, todos vosotros los rectos de corazón” (Salmos 32:11).
- “¿Está alguno alegre? Cante alabanzas” (Santiago 5:13).
- “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez os digo: ¡Regocijaos!” (Filipenses 4:4).
Las Escrituras nos dicen que los ángeles se regocijan cuando nos arrepentimos o cuando hacemos la obra del Señor2. ¿Por qué tienen que ser los ángeles los únicos que pueden divertirse? Nosotros también nos podemos regocijar; al Señor le encanta ver felices a Sus hijos.
1. Véase Éxodo 15:1–21.
2. Véanse Doctrina y Convenios 90:34; 88:2; 62:3.