Clásicos del Evangelio
La unidad
Uno de los temas centrales del Evangelio de Jesucristo es el de la unidad. Las Escrituras nos enseñan que entre los miembros de la Iglesia deben prevalecer la igualdad y la unidad.
Recordarán que la noche de la Última Cena, al reunirse con Sus apóstoles, el Salvador oró pidiendo que fueran uno con Él así como Él era uno con el Padre. Y no oró sólo por ellos “sino también por los que [creerían] en [Él] por la palabra de ellos;
“para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste” (Juan 17:20–21).
El propósito ha sido siempre que haya unidad e igualdad entre los miembros de la Iglesia de Cristo. Por ejemplo, quiero hacerles notar el registro de Enoc y la forma en que él y su pueblo llegaron a un estado de unidad cuando el resto del mundo estaba en guerra:
“…y cayó una maldición sobre todo el pueblo que pugnaba contra Dios;
“y de allí en adelante hubo guerras y derramamiento de sangre entre ellos; mas el Señor vino y habitó con su pueblo, y moraron en rectitud.
“El temor del Señor cayó sobre todas las naciones, por ser tan grande la gloria del Señor que cubría a su pueblo. Y el Señor bendijo la tierra…
“Y el Señor llamó SIÓN a su pueblo”. ¿Por qué? “Porque eran uno en corazón y voluntad, y vivían en rectitud; y no había pobres entre ellos” (Moisés 7:15–18; cursiva agregada).
Durante Su ministerio terrenal, Jesús enseñó esa misma doctrina a Sus discípulos. Después de Su ascensión, “todos fueron llenos del Espíritu Santo y hablaron la palabra de Dios con osadía.
“Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía que era suyo nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común” (Hechos 4:31–32).
Después del ministerio del Salvador resucitado entre los nefitas, “se convirtió al Señor toda la gente sobre toda la faz de la tierra, tanto nefitas como lamanitas; y no había contenciones ni disputas entre ellos, y obraban rectamente unos con otros.
“Y tenían en común todas las cosas; por tanto, no había ricos ni pobres, esclavos ni libres, sino que todos fueron hechos libres, y participantes del don celestial” (4 Nefi 1:2–3; cursiva agregada).
En la actualidad, somos la Iglesia de Cristo, y el Señor espera que lleguemos a esa misma unidad. Él nos ha dicho a nosotros: “Sed uno; y si no sois uno, no sois míos” (D. y C. 38:27).
Hay miembros que piensan que se puede estar en completa armonía con el espíritu del Evangelio, disfrutar de todos sus derechos como miembros de la Iglesia y, al mismo tiempo, no estar en armonía con los líderes y con el consejo y la dirección que ellos proporcionan. Esa actitud es totalmente contradictoria, puesto que la guía de esta Iglesia no procede únicamente de la palabra escrita sino también de la revelación continua, y el Señor da esa revelación a la Iglesia por medio de Su profeta escogido. En consecuencia, los que profesan aceptar el Evangelio y al mismo tiempo critican al profeta y rehúsan seguir sus consejos asumen una posición insostenible. Esa actitud conduce a la apostasía; pero no es nueva: prevalecía en la época de Jesús y también en la del profeta José Smith.
Conviene recordar la gran lección que enseñó el Salvador a los nefitas en cuanto a este tema al comenzar Su ministerio entre ellos. Esto es lo que dijo:
“…no habrá disputas entre vosotros, como hasta ahora ha habido; ni habrá disputas entre vosotros concernientes a los puntos de mi doctrina, como hasta aquí las ha habido.
“Porque en verdad, en verdad os digo que aquel que tiene el espíritu de contención no es mío, sino es del diablo, que es el padre de la contención, y él irrita los corazones de los hombres, para que contiendan con ira unos con otros” (3 Nefi 11:28–29).
No hay más que una manera de ser unidos y es buscar al Señor y Su justicia (véase 3 Nefi 13:33). La unidad es el resultado de seguir la luz que proviene de arriba y no de las confusiones de abajo. Mientras los hombres dependan de su propia sabiduría y anden por sus propios caminos, sin la guía del Señor, no podrán vivir en unión; tampoco la lograrán siguiendo a hombres faltos de inspiración.
La forma de llegar a la unidad es conocer la voluntad del Señor y hacerla. Hasta que se entienda y se observe ese principio básico, no habrá unidad ni paz en la tierra. El poder que tenga la Iglesia para bien en el mundo depende del grado hasta el cual nosotros, sus miembros, observemos ese principio.
La razón principal de los problemas del mundo en la actualidad es que la gente no procura saber la voluntad del Señor y hacerla; más bien, trata de resolver sus dificultades con su propia sabiduría y a su propia manera. En la sección 1 de Doctrina y Convenios, que el Señor reveló como prefacio del libro de Sus mandamientos, Él indicó esto y lo señaló como una de las causas de las calamidades que veía venir sobre los habitantes de la tierra. Escuchen estas resonantes palabras:
“Porque se han desviado de mis ordenanzas y han violado mi convenio sempiterno.
“No buscan al Señor para establecer su justicia, antes todo hombre anda por su propio camino…” (D. y C. 1:15–16).
Hermanos y hermanas, no dependan del consejo del hombre ni confíen en el brazo de la carne (véase D. y C. 1:19), sino busquen al Señor para establecer Su justicia (véase D. y C. 1:16).
Si nosotros, los de esta Iglesia, logramos una comprensión más clara de los principios del Evangelio y llegamos a la unidad de interpretación de las condiciones y tendencias del mundo actual, podemos llegar a tener una unidad que nos brindará una fortaleza tal como nunca antes hayamos disfrutado. Y nos es posible lograrlo por medio del estudio de la palabra del Señor con oración, incluso la que nos da a través del profeta viviente.
Esa es la forma de llegar a la unidad. Si estudiamos la palabra del Señor tal como la recibimos de los libros canónicos y de las instrucciones del profeta viviente y no endurecemos el corazón; si lo hacemos con humildad y con un gran deseo de comprender la forma de aplicarlo a nosotros mismos, en nuestras circunstancias particulares; y si luego pedimos al Señor con fe, creyendo que recibiremos (véase D. y C. 18:18), al mismo tiempo que somos diligentes en guardar los mandamientos del Señor, sin duda se nos dará a conocer el sendero que debemos seguir y seremos capaces de enfrentar al mundo como una unidad sólida.
Sin duda, en esta época en que vivimos, necesitamos esa unión y esa fortaleza. Tenemos la gran oportunidad de elevarnos hacia lo celestial, de lograr el espíritu del Evangelio como nunca lo hemos disfrutado antes. Y lo haremos si desarrollamos entre nosotros esa unidad que requieren las leyes del reino celestial…
Tengo la convicción de que, puesto que estamos embarcados en la obra del Señor, nos es posible lograr todo lo que Él requiera de nosotros con sólo ser unidos.