Cuéntame una aventura
Era la hora de acostarse, pero Sam aún no tenía sueño.
“Cuéntame una aventura, mamá”, dijo. “Cuéntame de cuando eras pequeña”.
“Está bien”, dijo la mamá, y le acarició el pelo. Ella pensó por unos instantes.
“Cuando era pequeña”, dijo la mamá, “nos encantaba construir ciudades de mentira. Hacíamos casas con mantas y sillas. Todos mis hermanos y hermanas tenían trabajos imaginarios”.
“¿Cuál era tu trabajo”, preguntó Sam.
“Yo dirigía la tienda. Hacíamos monedas de papel y podías comprar comida y periódicos. Nos encantaba jugar juntos en nuestra ciudad”.
“¿Qué más hacían?”, preguntó Sam.
“Una vez construimos un zoológico. Usamos nuestros animales de peluche”.
Sam le mostró su oso de peluche. “¿Como este?”.
“Como ese”, respondió la mamá. “La gente podía venir a ver el zoológico”.
Sam se acurrucó con su osito de peluche. “Cuéntame más, mami”.
“También nos escribíamos cartas. Las poníamos en buzones de mentira. Tu tío era el cartero que traía el correo a nuestras casas. Era divertido recibir cartas”.
¡Sam quería escribir una carta! Tal vez podría escribir una mañana.
“A veces discutíamos”, contó la mamá, “pero pedíamos disculpas y volvíamos a intentarlo. Aprendimos a llevarnos bien y a divertirnos”.
“Como Ava y yo”, dijo Sam.
“Sí”, dijo la mamá. “Exactamente. Ustedes están aprendiendo a llevarse bien también”.
“Esa fue una buena historia”, dijo Sam. “¿Me contarás otra mañana?”.
“Sí”, respondió la mamá, “te contaré de cuando tu papá era pequeño”.
La mamá le dio un beso a Sam y lo arropó con las mantas.
“Buenas noches”, dijo Sam. Luego cerró los ojos y pensó en zoológicos, ciudades y monedas de papel.