“Decisiones”, Para la Fortaleza de la Juventud, septiembre de 2021, págs. 12–14.
Decisiones
Hace muchos años, una de nuestras Autoridades Generales compartió esta historia que nos supone un reto:
Un sabio cheroqui, de una de las tribus indígenas de los Estados Unidos, le contó a su nieto una parábola en cuanto a la vida. “Hay una lucha terrible dentro de mí, y es entre dos lobos”, dijo el abuelo. “Uno es malo: está lleno de enojo, envidia, lástima de sí mismo, pesar, avaricia y mentiras. El otro es bueno: está lleno de bondad, compasión, humildad, verdad, amor y gozo. Esa lucha se libra dentro de cada uno de nosotros”.
“¿Cuál de los dos lobos ganará?”, preguntó el nieto.
“El que tú alimentes”, respondió sabiamente el abuelo1.
Esta parábola de dos lobos expresa una verdad eterna. Los hijos de Dios nacen para tomar decisiones entre lo que es bueno y lo que es malo. La oposición nos permite tomar decisiones rectas importantes. El Libro de Mormón enseña esta verdad en el lenguaje de las Escrituras: “[P]orque es preciso que haya una oposición en todas las cosas”2.
El plan de nuestro Padre Celestial proporciona al menos dos dones para ayudar con estas decisiones: (1) Él nos da el Espíritu Santo para guiar nuestras decisiones y (2) nos da a un Salvador cuya expiación hace posible nuestro arrepentimiento para quitar el efecto de las malas decisiones, cuando se ha alimentado al lobo malo.
I. Arrepentimiento y reconocimiento
El arrepentimiento es uno de los temas del que más preguntan los jóvenes cuando hablo con ellos. “¿Cómo puedes saber si te has arrepentido lo suficiente?”. “¿Cómo puedes saber que has sido verdaderamente perdonado?”. La respuesta a esas preguntas viene a través del Espíritu Santo, el miembro de la Trinidad que trae mensajes del cielo.
Se ha llamado al don del arrepentimiento “las buenas nuevas del Evangelio”3. Nos permite borrar el efecto de las decisiones malas que han alimentado al lobo malo y debilitado nuestra capacidad para escuchar las impresiones del Espíritu Santo. Arrepentirse incluye reconocer que hemos hecho mal, abandonar eso que está mal y decidir volver nuestro corazón a Dios y a guardar Sus mandamientos. Cuando nos arrepentimos, invocamos el poder de la expiación de Jesucristo, lo que incrementa nuestro aprecio y amor por Él como nuestro Salvador.
La necesidad de arrepentimiento no está limitada a los pecados graves que se necesitan confesar al obispo; el arrepentimiento es una necesidad diaria. La mayor parte del arrepentimiento implica reconocer de manera privada que hemos obrado mal, tener la determinación de cambiar y tratar de arreglar las cosas con aquellos a quienes hemos perjudicado. En términos de la parábola de los dos lobos, el arrepentimiento consiste en dejar de alimentar al lobo malo y no darle ni siquiera comidas pequeñas, como cuando elegimos enojarnos o ser envidiosos. También debemos arrepentirnos (cambiar) cuando hemos elegido desaprovechar el tiempo que Dios nos ha dado en alguna de las muchas actividades que hay disponibles que no tienen el potencial para hacernos mejores personas.
II. Reconocer una diferencia importante
Un resultado maravilloso del arrepentimiento es el restablecer nuestra dignidad para recibir impresiones del Espíritu Santo, quien nos ayuda a tomar decisiones sabias y nos llena de gozo. Muchos jóvenes también se preguntan: “¿Cómo sé si la impresión o respuesta que obtengo es verdaderamente del Señor y no es simplemente lo que yo quiero?”.
Para reconocer si una impresión es un mensaje del Espíritu Santo o solo un deseo personal, debemos poner en práctica tres verdades.
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En la ordenanza de la Santa Cena, la promesa de que “siempre […] ten[dremos] su Espíritu [con nosotros]” sigue a nuestra promesa de que tomaremos Su nombre sobre nosotros, y que siempre nos acordaremos de Él y guardaremos Sus mandamientos4. Cuando no cumplimos esas promesas, somos vulnerables a confundir la fuente de las impresiones que sentimos.
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Las impresiones del Señor generalmente se reciben en momentos de tranquilidad o en medio de la adoración, del estudio de las Escrituras, de la oración o durante el servicio que prestamos en nuestro llamamiento, y no cuando buscamos intereses egoístas o cuando estamos rodeados de actividades mundanas.
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Por último, necesitamos ser especialmente sensibles a las indicaciones de cambiar el curso que ya estamos siguiendo. Una impresión para cambiar el curso puede ser más confiable que una impresión para seguir algo que ya queremos hacer.
III. Lo bueno sigue siendo bueno
Mis queridos y jóvenes amigos, ustedes están llegando a la madurez en un mundo muy diferente al que sus padres y abuelos vivieron. Por eso es especialmente importante que recuerden que los antiguos valores y los mandamientos aún están en vigor. Somos hijos de Dios y Sus mandamientos siguen siendo esenciales, ya sea que viajemos en carromato o nave espacial, o que nos comuniquemos usando la voz o enviando mensajes de texto.
Lo bueno sigue siendo bueno y lo malo sigue siendo malo, independientemente de lo que digan o hagan los ídolos de las películas, las personalidades de la televisión o las estrellas del deporte. Las normas en las Escrituras, las enseñanzas de los profetas vivientes y los valores que se encuentran en el folleto Para la Fortaleza de la Juventud siguen siendo la mejor guía para las decisiones personales en cuanto a la pureza sexual, la salud física, la honradez, el modo de vestir y la apariencia, y todos sus otros temas. Síganlos fielmente y serán bendecidos. “… El folleto titulado Para la Fortaleza de la Juventud debe ser su norma”, nos enseñó el presidente Russell M. Nelson. “Esa es la norma que el Señor espera que todos Sus jóvenes defiendan”5.
En ese poderoso devocional mundial, nuestro profeta prometió:
“… les prometo que si con sinceridad y constancia realizan la obra espiritual necesaria para desarrollar la habilidad crucial y espiritual de aprender a oír los susurros del Espíritu Santo, tendrán toda la orientación que necesitarán en su vida. Se les darán respuestas a sus preguntas a la manera y en el propio tiempo del Señor”6.
Uno mi promesa a la de él al testificar de nuestro Salvador Jesucristo, cuyas enseñanzas y Expiación hacen que todo sea posible. En el nombre de Jesucristo. Amén.