Un Tapiz De Bondad
“No podemos darnos el lujo de ser. crueles, indiferentes o mezquinos, ya que todos estamos unidos, aunque sea en un diseño que únicamente Dios puede ver.”
Mis estimados hermanos y hermanas, ¡aloha! Hoy me gustaría compartir algunas ideas en cuanto a la forma en que el servicio cristiano nos. une a todos en una cadena de bondad fuerte y bella. Tal como el apóstol Pablo prometió a los santos colosenses, nuestros corazones pueden estar “unidos en amor” (Colosenses 2:2).
¿Pueden ver este pedacito de cuerda? Es tan simplemente un pedazo de cuerda … algo insignificante. Cuando era niña y vivía en una de las grandes islas de Hawai, todos los niños solíamos llevar con nosotros un pedazo de cuerda como este para jugar. Pareciera no servir para nada, ¡pero fíjense en lo que pueden hacer con el!
A este diseño particular se le conoce como cuatro ojos. ¿Pueden apreciar cuan complejo y bello es? ¿Pueden ver la forma en que cada una de las partes apoya a las demás y esta conectada a ellas? No se puede deshacer una parte sin destruir el diseño entero. Lo mismo sucede con nuestras vidas. Conocemos a muchas personas; con algunas de ellas la amistad perdura años, mientras que con otras es muy breve. Pero sea como sea, podemos embellecer el diseño siendo bondadosos y ennobleciendo nuestra asociación con los demás con el deseo de servir.
El presidente Hinckley expresó algo que me gusta mucho en cuanto a los diseños de entrelazamiento en la Iglesia. Declaró:
“A todos los miembros de la Iglesia que me estén escuchando, los exhorto a que … nunca pierdan de vista la majestuosa, y maravillosa perspectiva del propósito de esta, la dispensación del cumplimiento de los tiempos.
“Entretejan bellamente su hilito en el gran tapiz, cuyo diseño nos fue dado por el Dios de los cielos” (“An Ensign to the Nations”, Ensign, noviembre de 1989, pág. 54).
Tal vez no sepamos la forma en que nuestro hilo contribuye a ese gran tapiz; tal vez no comprendamos el diseño que forman nuestras vidas a medida que se cruzan, se conectan, se separan y se vuelven a cruzar, pero Dios si. Ciertamente no fue por casualidad que el ángel se le volvió a aparecer años después, cuando había sido misionero durante veinte años, para decirle, “Bendito eres, Alma … pues has sido fiel” (Mosíah 27:11; Alma 8:15). Sus vidas eran como un bello diseño en un tapiz.
Permítanme hablarles acerca de una mujer que ha entretejido las fibras de compasión y bondad en mi vida. La hermana Rosetta Colclough, una misionera en Hawai, fue a la escuela a la que yo asistía cuando tenia once años de edad, e invitó a todos los alumnos a una clase especial de religión que enseñaban en una pequeña capilla mormona cerca de la escuela. Otras tres jovencitas y yo, todas budistas, aceptamos la invitación. Ese fue el comienzo de mi instrucción cristiana; y cuatro años mas tarde me uní a la Iglesia.
En marzo del año pasado recibí una carta de Rosetta Colclough Stark, quien reside ahora en el estado de Arizona. En la carta adjuntaba un articulo que había escrito para el boletín de su barrio en 1978, hace quince años, en el que describía esas clases de religión.
“Un día. durante el periodo de clases que empezaba a las once, vinieron a la clase solamente cuatro jovencitas japonesas. Me sentí desilusionada de que fueran tan pocas personas … pero casi al final de la clase, estabamos de pie en la pequeña capilla, con las cabezas inclinadas y los ojos cerrados, repitiendo al unísono ‘El Padre Nuestro’. Por las ventanas se filtraba el cálido sol hawaiano. Mientras orábamos, de pronto sentí que nos envolvía una luz radiante que descendía sobre nosotros como un cono invertido. Un maravilloso sentimiento de paz y gozo embargó a mi corazón. Repetí la oración lentamente, a medida que la luz nos rodeaba. Estaba segura de que las jovencitas también la sentían, ya que sus rostros brillaban con una expresión de profunda reverencia. En voz muy queda nos dijimos ‘adiós’ a fin de no destruir el espíritu que sentíamos. Pense: Una o mas de estas jovencitas se unirá a la Iglesia y llegara a ser una gran influencia para bien”.
Luego continuó: “[después] que regrese a casa, con frecuencia pasaban por mi mente las dulces imágenes de aquellas cuatro jovencitas y me preguntaba que seria de ellas. Pensaba en especial en Chieko Nishimura, y a menudo miraba las fotografías que había tomado de ellas.
“Diez años mas tarde, mi esposo y yo asistíamos a una reunión sacramental en el Barrio Imperial, en Salt Lake City, cuando anunciaron que una joven pareja de Hawai serian los discursantes … El corazón casi se me sale de gozo. Si, era mi pequeña Chieko … Después de la reunión Chieko y yo gozamos de unos momentos juntas. Nos maravillamos del hecho de que, de los tantos barrios que había en esa gran ciudad, hubiesen ido a hablar a mi barrio. Estabamos seguras de que el Señor así lo había dispuesto”.
Rosetta no volvió a saber de mi después de que mi esposo y yo nos mudamos al estado de Colorado, pero se sorprendió y se alegro cuando, al estar viendo la transmisión del sesquicentenario de la Sociedad de Socorro, el 14 de marzo de 1992, oyó que se anuncio mi nombre. Esa tarde, se sentó frente a su maquina de escribir y me escribió una carta en la que decía:
“Cuando oí que la hermana Jack anunció tu nombre … me enderecé y miré fijamente la pantalla de la televisión en la que apareció tu nombre. Luego comenzaste tu discurso. El cabello obscuro se ha tornado plateado, pero fácilmente reconocí el dulce rostro. Si, esa es mi pequeña Chieko a quien le enseñe en la capilla Honomakau, en Kohala, hace tantos años. Al escuchar tu voz, las lagrimas me rodaban por las mejillas …
“Le doy gracias a mi Padre Celestial por haber tenido el privilegio de enseñarte en cuanto a Jesucristo, nuestro Salvador, en aquella pequeña capilla … He sido bendecida tres veces debido a ello: primero, porque pude estar contigo para sentir aquella luz del cielo; segundo, porque fuiste a mi barrio en Salt Lake City para hablar; y hoy, porque te escuche hablar por televisión a las mujeres de todo el mundo”.
Rosetta afirma que fue bendecida, pero no se daba cuenta de las bendiciones que yo recibí debido a su bondad. Mientras ella escribía esa carta, llevábamos a mi esposo, Ed, al hospital, debido a que en la tarde de la transmisión del sesquicentenario, sufrió un ataque cardiaco. Recibí su carta llena de compasión y amor en el momento en que mis hijos y yo luchábamos por aceptar el hecho de que mi esposo no se recuperaría. Yo no vi la luz que ella percibió cuando aquellas cuatro niñas budistas repitieron el Padre Nuestro con ella, frase por frase; pero se que durante aquella experiencia, el Espíritu me comunico mi verdadera identidad como hija de Dios, permitiendo que aquellas enseñanzas se arraigaran en las profundidades de mi corazón, a fin de que llegara a ser una hija de Cristo en las aguas del bautismo.
La vida de Rosetta se ha cruzado con la mía solamente tres veces, pero en cada una de ellas estaba presente el amor del Salvador. Rosetta me dio a conocer el evangelio, se regocijo cuando Ed y yo nos bautizamos, y me dio gran consuelo al recordarme el gran amor que mi Padre Celestial me tenia, cuando me atormentaba el dolor de ver a mi esposo a punto de morir. Necesitaba esa seguridad y ese amor. Necesitaba recordar que hacia quince años, mi Padre Celestial había puesto Su mano sobre aquella niña budista y había dicho: “Eres mi hija amada”.
La razón por la que he compartido este relato con ustedes es porque ilustra bellamente la forma en que nuestras vidas están entretejidas de maneras que no podemos adivinar ni planear. Debido a los actos de fe, bondad y amor de Rosetta, el diseño que resulto cuando su vida encontró a la mía es muy bello. Se que ella ha sido una influencia para bien en la vida de muchas otras personas.
Hermanos y hermanas, no sabemos hasta donde podrán llegar los efectos de nuestro servicio. No podemos darnos el lujo de ser crueles, indiferentes o mezquinos, ya que todos estamos unidos, aunque sea en un diseño que únicamente Dios puede ver. Soy parte de ese diseño; Rosetta lo es; ustedes lo son, y el Salvador también lo es. De hecho, me gusta pensar que el Salvador ocupa los espacios en el diseño, ya que sin ellos, no habría ningún diseño.
Tratémonos el uno al otro con bondad, buscando en nuestras vidas la bendición del apóstol Pablo, “para que sean consolados [nuestros] corazones, unidos en amor” (Colosenses 2:2), lo ruego humilde y sinceramente en el nombre de Jesucristo. Amén.