“En Lugares De Delicados Pastos Me Hará Descansar…”
“A menudo … nos llenamos de miedo al hacer frente a las dificultades que nos presenta la vida. Si buscamos la guía divina y seguimos el camino del evangelio, seremos dirigidos hacia nuestro destino final.”
Hay en Hong Kong un sitio turístico muy popular que se conoce como la cima Victoria. En un día despejado, desde esa cima se ve la animada y hermosa bahía orillada por los rascacielos y los muelles donde atracan los transbordadores. Si desde esa cumbre se mira escrutadoramente, se puede ver el distante aeropuerto con su congestionado trafico aéreo y su pista de aterrizaje que llega hasta el mar. De noche, la vista desde la cima es aun mas imponente. En la bahía, las innumerables y brillantes luces centellean como diamantes. ¡El panorama es impresionante!
Sin embargo, la vista no es siempre igual. En un día brumoso, el paisaje se ve sombrío, triste y desalentador. La vida también es así para muchos de nosotros: a veces se ve radiante y otras veces, sombría.
Cuando yo era muy pequeño, perdí a mis padres. Mi tía Gu Ma, una hermana soltera de mi padre, nos recogió a mi hermano mayor y a mi y nos crío en un pueblecito agricola donde cultivaba hortalizas con cuya venta se ganaba la vida. Todas las mañanas transportaba las verduras al mercado en dos enormes canastos, uno en cada extremo de un palo que llevaba sobre los hombros. Con lo que ganaba con la venta de ellas, compraba arroz y carne.
Recuerdo que guisábamos el arroz en una enorme sartén que colocábamos en la cocina de leña. Yo tenia entonces seis años. La sartén era tan grande que teníamos que levantarla entre mi hermano y yo, cada uno subido a un taburete cogiendo las asas uno a cada lado. Nuestra poco frecuente comida especial era o arroz medio crudo o arroz quemado, o de los dos modos.
Nuestra tía Gu Ma era una excelente persona, que si bien no tuvo preparación académica, tenia una noble filosofía de vida. Ella nos inculcó principios correctos, una austera autosuficiencia y el valor del trabajo arduo. Nuestra gratitud a ella es eterna por el cariño que nos dio y los sacrificios que hizo por nosotros.
Recuerdo un día en que mi hermano y yo volvíamos a casa después de la escuela tras una fuerte tempestad tropical. El sendero que habitualmente recorríamos estaba cubierto de lodo. Como nos considerábamos ingeniosos, decidimos que nada nos impediría llegar a casa. Por la ladera de un empinado cerro corría una cañería de alcantarillado a considerable altura sobre el suelo rocoso. Para llegar a casa, no nos quedaba mas remedio que caminar por la cañería. Al llegar a cierto punto, el tubo corría suspendido sobre un riachuelo que, aunque era normalmente pequeño, se había convertido en un caudaloso torrente de agua y lodo. Sujetando nuestros bolsos de la escuela, trepamos colina arriba y seguimos adelante.
Los dos comenzamos a avanzar con cautela a lo largo de la angosta y resbaladiza cañería. Al acercarme a la otra ribera, mire hacia atrás para ver cómo se las iba arreglando mi hermano. Me sentí sobrecogido de miedo al ver que sólo había llegado a medio camino y que no podía avanzar. El, que era mayor que yo y mas sensato, comprendiendo la situación peligrosa en que nos encontrábamos, instintivamente se había quedado inmóvil, imposibilitado de seguir adelante. Fue un momento aterrador para los dos ver el peligro que corría quedándose allí, paralizado y agazapado sobre la resbalosa y frágil cañería suspendida sobre aquel torrente.
Entonces, me lleve una gran sorpresa al oír el grito de auxilio mas estridente que había oído en mi vida. Su increíble alarido hizo eco a través de colinas y valles. Afortunadamente, tía Gu Ma andaba trabajando en los sembrados mas abajo y le oyó. Se apresuró a ir en su ayuda. Cariñosamente lo guió a lo largo de la cañería y nos llevó a los dos a casa sanos y salvos.
A menudo nos inquietamos y nos llenamos de miedo al hacer frente a las dificultades que nos. presenta la vida. Si buscamos la guía divina y seguimos el camino del evangelio, seremos dirigidos hacia nuestro destino final. A veces la adversidad nos aplasta en tal forma que nos sentimos incapaces de seguir adelante. Si pedimos ayuda con humildad y fe, nuestro Padre Celestial amorosamente nos proporcionara los medios para ayudarnos a salir adelante.
Un día. cuando tenia 11 años, me encontré con un ex vecino mío, el cual me invitó a su iglesia al domingo siguiente porque tenia que dar una disertación en una reunión. Acepte su invitación; el pronuncio su discurso, y yo conocí a los misioneros. Un año después, me bautice en la piscina de la casa de la misión de Hong Kong y llegue a ser miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días.
La situación en China durante la década de 1940 fue muy difícil. Una familia con una criatura de 3 meses se fue de China para volver a Taiwan, su tierra natal. Veinte años después, en 19ó3, aquella criatura, convertida ya en una señorita, volvió a Hong Kong a proseguir sus estudios y, a la invitación de los misioneros, que andaban repartiendo folletos, se unió a la Iglesia en 19ó4.
Un año después, cuando volví a la ciudad tras haber estado estudiando en la universidad en Sydney, Australia, conocí a esa bella joven, Hui Hua, en la rama de Kowloon City, en Hong Kong, y me case con ella un año mas tarde en el Edificio Kom Tong de Hong Kong. El habernos conocido constituye un milagro para nosotros.
Poco sabíamos de lo que el Señor nos tenia reservado. Exactamente 30 años después de mi bautismo (y también en el día de mi cumpleaños), volví con mi esposa a esa misma casa, donde se encuentra la pila bautismal donde me había bautizado, en calidad de presidente de la Misión Hong Kong.
Durante los tres años de nuestra misión, experimentamos un regocijo indescriptible al ver a personas cambiar su vida al aceptar el evangelio. El evangelio animó sus vidas. Por medio del evangelio, el odio se transforma en amor, el orgullo en humildad, la iniquidad en rectitud, el pesar en alegría y el temor en paz; nos trae la esperanza de regresar a la presencia de nuestro Padre Celestial.
El evangelio también me ha dado a mi, que fui un muchacho huérfano, la firme esperanza de que algún día volveré a estar con mi familia para siempre. ¡Quien sabe si no podré aun salir en excursión de padre e hijo con el en compensación por todo lo que me hizo falta en mi infancia!
Como testigo especial del Señor Jesucristo, comparto los sentimientos del apóstol Pablo:
“A mi, que soy menos que el mas pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia de anunciar entre los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo” (Efesios 3:8).
Expreso mi gratitud por todas las oportunidades que he tenido de servir a nuestro Padre Celestial. El me ha bendecido con una amorosa esposa y tres hijos excelentes, todos los cuales han sido misioneros. Estoy agradecido a ellos por el apoyo constante que me han brindado.
El salmo veintitrés dice al comenzar:
“Jehová es mi pastor … En lugares de delicados pastos me hará descansar; Junto a aguas de reposo me pastoreara” (Salmos 23:1–2).
Se que Dios vive. Jehová es mi Pastor. El, efectivamente, me ha hecho descansar en lugares de delicados pastos, y me ha pastoreado junto a aguas de reposo. Jesús es el Cristo, nuestro Salvador y Redentor, y de ello testifico en su Santo nombre. Amén.