1990–1999
Compromiso
Abril 1996


Compromiso

“No estaremos seguros hasta que hayamos dado nuestro corazón al Señor, hasta que hayamos aprendido a hacer aquello que hemos prometido.”

Cuando me case, mis padres vivían en otro estado y, durante unas vacaciones de la universidad, decidimos ir a visitarlos.

Hicimos emparedados, pusimos nuestras pertenencias en el auto y preparamos una cama en el asiento de atrás para nuestro hijito, a fin de que pudiera descansar en el viaje, que duraría diez horas. Luego de haber pasado todo el día en el auto, nos estábamos poniendo algo nerviosos; nuestro pequeño hijo no se había dormido, y, con el transcurso del día. sus energías parecían aumentar. Nosotros sabíamos que si cerraba los ojos y se quedaba quieto un rato, se dormiría.

Al atardecer y cuando todavía nos quedaban dos horas de viaje por delante, decidimos jugar a un juego con el; el objetivo era que al fin se quedara dormido por estar tan agotado. El juego era “las escondidas”. )Han tratado alguna vez de jugar al escondite en un auto? Esto fue lo que hicimos:

Invitamos a nuestro hijito a jugar a las escondidas y el acepto entusiasmado. Entonces le dijimos: “Cierra los ojos y no los abras hasta que te llamemos. Necesitamos tiempo para escondernos”.

Y empezó el juego. El pasajero de adelante se agachaba en el asiento y diez o quince segundos mas tarde lo llamábamos: “Bueno, busca”. Nuestro hijo se asomaba sobre el respaldo del asiento y decía: “(Aja, te encontré!” Nosotros le decíamos: “Ahora nos esconderemos mejor. Cierra los ojos otra vez”. Esperábamos un minuto o mas esa vez, y luego lo llamábamos; nuevamente el se trepaba por el respaldo del asiento con muchas energías para encontrarnos. Finalmente, le dijimos: “Ahora tenemos un lugar muy bueno para escondernos, pero nos llevara mas tiempo. Cierra los ojos hasta que te llamemos”.

Pasó un minuto, pasaron dos minutos, cinco minutos; caigamos manejando en silencio, en medio de una tranquilidad maravillosa. Habríamos recorrido unos veinticinco kilómetros y empezamos a conversar en voz baja, felicitándonos mutuamente por el exito del engañoso juego, cuando del asiento trasero escuchamos la llorosa voz de un pequeñito acongojado: “No me llamaron, y me habían prometido llamarme”.

“No hicieron lo que prometieron hacer”. ¡Que terrible acusación! Aquel fue un momento memorable de nuestra vida. Sin duda, jamas podríamos volver a jugar a ese juego.

Los miembros de la Iglesia nos comprometemos a hacer muchas cosas. Estamos de acuerdo en servir a nuestro prójimo, llorar con los que lloran, consolar a los que necesitan de consuelo; prometemos visitarnos unos a otros, hacemos convenios; acordamos dar a conocer el evangelio a los demas y hacer la obra vicaria por los muertos. Y como aquello que nos paso hace muchos años en el auto, a veces no cumplimos lo que hemos prometido hacer.

Presentamos muchas excusas: decimos que lo haremos mas tarde, tenemos algo mas importante que hacer ahora, no nos sentimos bien, no creemos ser la persona apropiada para la tarea o no deseamos ser cumplidores fanáticos.

Cuando pienso en aquellos que desean posponer sus asuntos hasta otra fecha, recuerdo una pregunta que alguien me hizo en una conferencia de estaca. Un hombre me dijo: “Hermano Howard, ¿sabe por que nunca podemos hacer mas del ochenta y tres por ciento de orientación familiar en la Iglesia?” Yo le respondí: “No, ¿por que?” El me dijo: “Porque nadie quiere salir el Día de las brujas ni la víspera de Año Nuevo” .

Cuando oigo decir a alguien que no puede prestar servicio porque no se siente bien, recuerdo una estaca que visite una vez en México. El presidente de la estaca hablo de una lección que había aprendido de su esposa; dijo que una semana antes de la conferencia había programado unas visitas de orientación familiar, pero al llegar del trabajo no se sentía bien y le dijo a la esposa que no iría a hacer las visitas porque se sentía enfermo. La respuesta de ella fue: “Anda enfermo”. El fue.

Una vez hablé con un hombre que me dijo: “Yo se que podría hacer un poco mas, pero nadie quiere ser fanático”. Esa declaración me recordó una definición que escuche una vez: “Un fanático es una persona que hace lo que cree que el Señor haría si entendiera bien la situación”. Pero El, que en realidad entiende y sabe todas las cosas, no es un fanático, ni tampoco lo son los que hacen lo que El le encomienda hacer.

Cuando escucho a la gente que dice que tiene algo mas importante que hacer, me pregunto que podría ser eso. ¿Que puede ser mas importante que respetar un compromiso que hayamos hecho con el Señor?

Al viajar por la Iglesia, pregunto a menudo a los presidentes de estaca cuales son sus preocupaciones y que perciben como su necesidad mas grande. Con frecuencia su respuesta es: “Tenemos miembros maravillosos; algunos solo necesitan comprometerse mas y ser mas dedicados. Tienen que estar mas anhelosamente consagrados a la obra”.

La Iglesia tiene muchas necesidades y una de ellas es mas gente que haga precisamente lo que se haya comprometido a hacer; gente que se presente a trabajar y se quede todo el día; que en forma silenciosa, paciente y constante haga lo que haya acordado hacer, cuando debe hacerse, demore lo que demore, y que no se detenga hasta haber terminado.

Uno de mis héroes ha sido siempre el siervo de Abraham que fue enviado a buscar una esposa para Isaac. No sabemos su nombre; no sabemos mucho sobre su vida, pero sabemos bastante sobre su carácter; el era quien administraba todo lo que tenía Abraham; era honrado y se confió en el. Llegó el día en que Abraham puso al cuidado de su siervo el asunto que era mas importante que todos los demas: la exaltación de su hijo.

Deseaba que su hijo fuera un heredero del convenio que el había hecho con el Señor, porque sabía que las bendiciones del convenio no se harían efectivas si Isaac no se casaba con una mujer buena y digna que creyera en Dios; ninguna mujer de Canaan reunía las condiciones para ser la madre de Israel, por lo que Abraham pidió a su siervo que le prometiera no permitir que su hijo se casara con una canaanita. Para esto, lo envió a la tierra de sus padres a buscar una esposa para Isaac.

El siervo acepto el compromiso y salió de viaje, por muchos días; seguramente habrá encontrado problemas y dificultades. Cuando finalmente llego a su destino, halló muchas jóvenes allí, y preparo una prueba para verificar cual de ellas estaba preordenada para ser la esposa de Isaac. Por medio del ejercicio de su fe, conoció a Rebeca, llego al hogar de ella y la familia lo recibió amablemente. Lo invitaron a cenar, pero a pesar de los días pasados en el desierto y del hambre y la sed que tendría, este fiel siervo dijo: “No comeré hasta que haya dicho mi mensaje” (Génesis 24:3)

Y así fue; explico el propósito de su viaje y su juramento a Abraham. Una sencilla frase demuestra su fidelidad y humildad “Yo soy criado de Abraham”. Los parientes quisieron tener diez días de celebración, pero el siervo les respondió: “No me detengáis, ya que Jehová ha prosperado mi camino; despachadme para que me vaya a mi señor” (Génesis 24:34, 56).

Muchos se habrían quedado. Otros habrían justificado un poco de descanso diciendo que el viaje había sido largo, o que estaban cansados, o hambrientos o sedientos; alguno que no hubiera querido parecer muy exagerado se habría quedado para la fiesta.

Unos pocos, sin entender bien el significado de la asignación, habrían tratado de disuadir a Abraham aduciendo que era absurdo viajar tan lejos en busca de una esposa; algunos no habrían tenido la fe necesaria para descubrir cual de todas las jóvenes de la ciudad era la elegida. Sin embargo, aquel siervo lo hizo; supo como magnificar su llamamiento y cumplir con lo que le había prometido a su Señor; entendió una verdad muy importante: que las promesas no son sólo palabras hermosas, las promesas tienen consecuencias eternas.

Nosotros somos un pueblo de convenio. Si existe una característica que distingue a los miembros de la Iglesia, es que nosotros hacemos convenios. Se nos debe conocer también como gente que cumple los convenios. Hacer promesas es fácil pero seguirlas y hacer lo que prometimos es otra cosa; eso implica terminar lo que hayamos empezado, ser constantes e inquebrantables; quiere decir mantener la fe y ser fiel hasta el fin, no obstante que tengamos exitos o fracasos, dudas o desaliento. Es acercarnos al Señor con todo nuestro corazón; es hacer todo lo que prometimos, con todas nuestras fuerzas, aun cuando no sintamos el deseo de hacerlo.

Asistí una vez a un servicio fúnebre con el elder M. Russell Ballard, y unas palabras que el dijo en esa oportunidad han permanecido conmigo hasta hoy día. Son estas: “La vida no termina para un Santo de los Últimos Días hasta que se halle en los brazos seguros de la muerte, con su testimonio aun ardiendo vivamente”. “En los brazos seguros de la muerte”. ¡Que concepto extraordinario! Hermanos y hermanas, no estaremos seguros hasta que hayamos dado nuestro corazón al Señor, hasta que hayamos aprendido a hacer aquello que hemos prometido.

Ruego que podamos hacerlo, en el nombre de Jesucristo. Amén.