1990–1999
Está Resplandeciente Mañana De La Pascua De Resurrección
Abril 1996


Está Resplandeciente Mañana De La Pascua De Resurrección

“¡El vive! El vive, resplandeciente y maravilloso, el Hijo viviente del Dios viviente. De ello damos solemne testimonio en este día de regocijo, en está mañana de la Pascua…”

Mis hermanos y hermanas, quisiera dirigirles unas cuantas palabras. Primero, quiero decir que es magnifico verlos a todos reunidos en el Tabernáculo en está mañana de la Pascua de Resurrección. Es espléndido pensar en los muchos hermanos más que se encuentran reunidos en más de tres mil localidades en diversas partes del mundo.

Lamento mucho que haya muchas personas que quisieron reunirse aquí está mañana con nosotros, en este Tabernáculo, y que no pudieron entrar por falta de lugar. Muchas de esas personas se encuentran fuera de este edificio. En este único y extraordinario salón, edificado por los pioneros, nuestros antepasados, y dedicado para la adoración de Dios, caben cómodamente unas 6.000 personas. Algunos de ustedes que han estado más de dos horas sentados en esas bancas duras quizás duden de la palabra cómodamente.

Me duele el alma pensar en aquellas personas que quieren entrar pero, por falta de espacio, no pudieron. Hace aproximadamente un año, les sugerí a las demás Autoridades Generales que tal vez haya llegado el momento de investigar la viabilidad de construir otra casa dedicada de adoración, una mucho más grande que está, en donde cabrían de tres a cuatro veces más el número de personas que caben en este edificio.

Claro está que nos damos cuenta de que nunca podremos construir un edificio en el cual podamos acomodar a todos los miembros de está Iglesia, la que día a día va creciendo. Afortunadamente, tenemos otros medios de comunicación y la disponibilidad de la trasmisión por medio de satélite, lo que hace posible llevar todo lo que ocurre en está conferencia a cientos de miles de personas en todas partes del mundo.

No obstante, todavía hay un gran número de personas que quisieran estar aquí, sentados entre nosotros, para ver en persona a los discursantes y a los que participan de otras maneras en la conferencia. El edificio que tenemos en mente no será como un estadio deportivo, sino que será un gran salón con asientos fijos y una acústica excelente. Será una casa dedicada de adoración, y esa será su finalidad primordial. Se diseñará de tal forma que se podrá utilizar el salón en su totalidad o solamente una porción del mismo, según las circunstancias. En el se llevaran a cabo no sólo servicios religiosos, sino que también servirá para otros propósitos de la Iglesia, tales como la presentación de obras teatrales sagradas y cosas por el estilo. Además, se prestara para acontecimientos culturales de la comunidad que estén en armonía con el propósito del edificio.

Aun no se han realizado a fondo los estudios arquitectónicos ni de ingeniería, de manera que no podemos dar detalles más específicos; sin embargo, lo que hemos visto hasta la fecha ha sido muy alentador y esperamos que todo se haga realidad.

Ahora bien, durante unos momentos, quisiera hablar de un asunto personal.

Fue hace un año, en está conferencia [de abril], que, en la asamblea solemne, ustedes levantaron la mano para sostenerme en este gran y sagrado llamamiento. Siento el corazón henchido de gratitud por sus expresiones de confianza. Siento deseos de caer de rodillas, me siento maravillado por sus palabras de bondad, de lealtad y de amor. Creo comprender, al menos en parte, la magnitud de está responsabilidad. No deseo más que hacer lo que el Señor desea que haga. Soy Su siervo, llamado a servir a Su pueblo. Está es Su Iglesia. Somos tan sólo guardianes de lo que le pertenece a El.

Estoy profundamente agradecido por los dos buenos y capaces hombres que son mis consejeros y que han sido tan leales y serviciales. Me siento agradecido por mis hermanos del Quórum de los Doce Apóstoles. No hay en el mundo un cuerpo de hombres más dedicados y capaces que aman al Señor y buscan hacer Su voluntad. Me siento igualmente agradecido por los Quórumes de los Setenta y por el Obispado Presidente. Siento gratitud por las Autoridades de Area, por los presidentes de estaca y por los obispos, así como por los que presiden los quórumes, por los fieles presidentes de misión y los presidentes de templo. Me siento agradecido por las organizaciones auxiliares y por la fortaleza, la capacidad y la dedicación de quienes presiden las organizaciones de la Sociedad de Socorro, de las Mujeres Jóvenes, de la Escuela Dominical y de la Primaria. Estoy agradecido por todos los miembros de está Iglesia que viven por medio de la fe y de la fidelidad. Todos estamos juntos en está obra, como Santos de los Últimos Días, unidos por el amor común por nuestro Maestro, que es el Hijo de Dios, el Redentor del mundo. Somos el pueblo del convenio del Señor: hemos tomado sobre nosotros Su santo nombre.

La Iglesia se fortalece o se debilita según cada miembro sea firme o débil en su fe y desempeño.

Durante el pasado año, he viajado por muchos países. He resuelto que, mientras tenga fuerzas, iré a ver a los de este pueblo tanto en este país como en el extranjero para expresarles mi reconocimiento y gratitud, así como para darles aliento, edificar su fe, enseñar, sumar mi testimonio al suyo y al mismo tiempo sacar fortaleza de ellos. Doy gracias a todos los que me ayudan en hacer todo esto.

Tengo intenciones de seguir activo mientras tenga energías para hacerlo. Deseo juntarme con la gente que amo. Recientemente me he reunido con muchos de nuestros jóvenes, con miles de ellos, lo cual ha sido prodigiosamente alentador. Es inspirador mirar a los ojos a Jóvenes y señoritas que aman al Señor, que desean hacer lo correcto, que anhelan llegar a hacer mucho bien en la vida; ellos se esfuerzan con ahínco por adquirir una preparación que los beneficie tanto a ellos mismos como a la sociedad de la que formaran parte; son misioneros de la Iglesia y el número de ellos [en la actualidad] excede a todos los anteriores. Son puros, inteligentes, capaces y felices. Sin duda el Señor ama a los de está generación escogida de jóvenes que aprenden y sirven en Su Iglesia. Yo los amo, y deseo que lo sepan. La vida no es fácil para ellos. Considero que nunca antes han presentado el mal de manera tan atractiva y seductora los que con malignos designios buscan enriquecerse arruinándoles la vida a los que caen en sus inicuas trampas.

Elogio a los padres y a las madres de familia que son leales el uno al otro y que crían a sus hijos con fe y con amor Ha habido una reacción magnífica a la Proclamación sobre la Familia, que se publicó el pasado mes de octubre. Confiamos en que la lean una y otra vez.

Está obra va creciendo en todo el mundo de una forma notable y asombrosa. El Señor está abriendo las puertas de las naciones [para recibir el evangelio] y conmoviendo el corazón de la gente. El equivalente a los miembros de cien nuevas estacas de Sión se unen a la Iglesia cada año. Ese crecimiento trae consigo considerables retos. Como se ha mencionado reiteradamente, la Iglesia ha crecido tanto que ahora tenemos más miembros de la Iglesia fuera de los Estados Unidos que dentro de este país.

Gracias, hermanos y hermanas, por la virtud de sus vidas. Les agradezco el esfuerzo que hacen por vivir a la altura de las elevadas normas de esta, la Iglesia del Señor. Gracias por su fe. Gracias por sostenerme con la mano en alto y con el corazón. Gracias por sus oraciones.

Como todos sabemos, existe sólo una razón por la que servimos, la cual es ayudar a nuestro Padre Celestial en Su obra y Su gloria de llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna de Sus hijos e hijas (véase Moisés 1:39).

Hay un hecho clave en este gran plan divino, el cual es la redención del genero humano mediante el Señor Jesucristo . De eso deseo hablarles brevemente.

Está es la mañana de la Pascua. Este es el día del Señor en el que celebramos la mayor victoria de todas las épocas: la victoria sobre la muerte.

Los que odiaban a Jesús pensaron que le habían dado fin para siempre cuando le enterraron sin piedad los clavos en la temblorosa carne y lo levantaron en la cruz en el lugar llamado de la Calavera (véase Lucas 23:33). Pero El era el Hijo de Dios, con cuyo poder ellos no contaban. Por medio de Su muerte vino la resurrección y la promesa de la vida eterna. Ninguno de nosotros puede comprender cabalmente el dolor que El padeció mientras oraba en el Getsemaní y más tarde al colgar ignominiosamente en la cruz entre dos ladrones cuando los que lo miraban se burlaban de El y decían: “A otros salvó, a si mismo no se puede salvar” (Mateo 27:42; Marcos 15:31).

Con un dolor indescriptible, los que lo amaban pusieron Su cuerpo herido y sin vida en el sepulcro nuevo de José de Arimatea. Se había desvanecido la esperanza de Sus Apóstoles, a los que El había amado y enseñado. El, al que habían tenido por Señor y Maestro, había sido crucificado y Su cuerpo yacía en un sepulcro sellado. Aunque El les había enseñado de Su muerte y resurrección, ellos no comprendieron. En esos momentos, estaban abandonados y abatidos. Deben de haber llorado y haberse hecho mil preguntas cuando hicieron rodar la piedra a la entrada del sepulcro.

El día de reposo judío pasó y llegó el nuevo día. el día que, a partir de entonces, había de ser el Día del Señor. Apesadumbradas, María Magdalena y las otras mujeres fueron al sepulcro; pero la gran piedra de la entrada ya no estaba allí. Con curiosidad, miraron dentro y, perplejas, vieron el sepulcro vacío.

Turbada y temerosa, María corrió y fue a Simón Pedro y al otro discípulo, aquel al que amaba Jesús, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto” (Juan 20:2).

Ellos corrieron al sepulcro, donde se confirmaron sus temores. Desolados, miraron y después “volvieron … a los suyos” (Juan 20:10).

“Pero María estaba fuera llorando junto al sepulcro; y mientras lloraba, se inclinó para mirar dentro del sepulcro;

“y vio a dos ángeles con vestiduras blancas, que estaban sentados el uno a la cabecera, y el otro a los pies, donde el cuerpo de Jesús había sido puesto.

“Y le dijeron: Mujer, ¿por que lloras? Les dijo: Porque se han llevado a mi Señor, y no se dónde le han puesto.

“Cuando había dicho esto, se volvió, y vio a Jesús que estaba allí; más no sabia que era Jesús.

“Jesús le dijo: Mujer, ¿por que lloras? ¿A quien buscas? Ella, pensando que era el hortelano, le dijo: Señor, si tu lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré.

“Jesús le dijo: (María! Volviéndose ella, le dijo: (Raboni! (que quiere decir, Maestro).

“Jesús le dijo: No me toques, porque aun no he subido a mi Padre; más ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios” (Juan 20:1 117) .

Ella, que le había amado tanto, ella, a la que El había sanado, fue la primera a la que El se presentó. Después apareció a otras personas, aun, como lo dice Pablo, a más de quinientos a la vez (véase 1 Corintios 15:6).

Entonces los Apóstoles comprendieron lo que El había tratado de enseñarles. Tomas, tras palparle las heridas, le dijo: “(Señor mío, y Dios mío!” (Juan 20:28).

¿Puede alguien dudar de la veracidad de ese relato? Ningún otro acontecimiento de la historia del mundo se ha confirmado de modo tan autentico y evidente. Tenemos el testimonio de todos los que vieron al Señor resucitado, que palparon sus heridas y hablaron con El. El Señor se presento en dos continentes de dos hemisferios y les habló a las gentes antes de Su ascensión final. Dos libros sagrados, dos testamentos hablan de este, el más glorioso de todos los acaecimientos de la historia humana. “Pero esos son sólo relatos”, dicen los críticos incrédulos. A los que respondemos que, además de aquellos, existe el testimonio que se recibe por el poder del Espíritu Santo de la veracidad y validez de ese hecho, el más notable de todos. A lo largo de los siglos, innumerables personas han pagado a costa del sacrificio de su bienestar, sus bienes y su vida misma su convicción absoluta de la realidad del Señor resucitado y viviente.

Y además tenemos el poderoso y resonante testimonio del Profeta de está dispensación al que se le presentaron y le hablaron el Padre Todopoderoso y el Hijo Resucitado. Esa visión, indescriptiblemente gloriosa, vino a ser la fuente y el cimiento de esta, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, con todas las llaves, la autoridad y el poder que posee, y el respaldo que se encuentra en el testimonio de su gente.

No hay nada más universal que la muerte, ni nada más luminoso y lleno de esperanza y de fe que la promesa de la inmortalidad. La desolación que deja la muerte de una persona, la aflicción que sobreviene tras el fallecimiento de un ser querido, sólo los mitiga la autenticidad de la resurrección del Hijo de Dios en aquella mañana de la primera Pascua.

¿Que significado tendría la vida sin la realidad de la inmortalidad? De no ser así, la vida no seria más que un triste trayecto, un ganar y gastar dinero, sólo para terminar en un total y desesperanzado olvido.

“¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” (1 Corintios 15:55).

El dolor de la muerte es consumido en la paz de la vida eterna. De todos los hechos de la historia de la humanidad, ninguno tiene más trascendencia que la Resurrección.

Al meditar en el prodigio de la expiación que el Señor llevó a cabo por todo el genero humano, el profeta José Smith expresó la siguiente alabanza:

“(Griten de gozo las montañas, y todos vosotros, valles, clamad en voz alta; y todos vosotros, mares y tierra seca, proclamad las maravillas de vuestro Rey Eterno! (Ríos, arroyos y riachuelos, corred con alegría! (Alaben al Señor los bosques y todos los árboles del campo; y vosotras, rocas sólidas, llorad de gozo! (Canten en unión el sol, la luna y las estrellas del alba, y den voces de alegría todos los hijos de Dios! (Declaren para siempre jamas su nombre las creaciones eternas! Y otra vez digo: (Cuan gloriosa es la voz que oímos de los cielos, que pro clama en nuestros oídos gloria, salvación, honra, inmortalidad y vida eterna; reinos, principados y potestades!” (D. y C. 128:23.)

Cada vez que la fría mano de la muerte asesta su golpe, entre las sombras de tristeza y desolación de ese momento, reluce la figura triunfante del Señor Jesucristo, El, el Hijo de Dios, que por Su incomparable y eterno poder venció a la muerte. El es el Redentor del mundo. El dio Su vida por cada uno de nosotros y la volvió a tomar, llegando así a ser las “primicias de los que durmieron” (1 Corintios 15:20). El, el Rey de reyes, está triunfante sobre todos los reyes. El, el Señor Omnipotente, está sobre todos los gobernantes. El es nuestro consuelo, nuestro único consuelo, cuando la densa oscuridad de la noche terrenal se cierra ante nosotros y un espíritu se separa de su cuerpo.

Más sublime que el genero humano, allí está Jesús el Cristo, el Rey de gloria, el inmaculado Mesías, el Señor Emanuel (véase Mateo 5:23). En los momentos del más profundo pesar, sacamos esperanza, paz y certeza de las palabras del ángel de aquella mañana de la Resurrección: “No está aquí, pues ha resucitado, como dijo” (Mateo 28:6). Sacamos fuerzas de las palabras de Pablo: “Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados” (1 Corintios 15:22) .

Asombro me da el amor que me da Jesús,

Confuso estoy por Su gracia y por luz.

Y. tiemblo al ver que por mi El Su vida dio;

por mi tan indigno, Su sangre El derramó.

(Cuan asombroso es que por amar me así

muriera El por mi!

(Cuan asombroso es lo que dio por mi!

El es nuestro Rey, nuestro Señor, nuestro Maestro, el Cristo viviente, que está a la diestra de Su Padre. (El vive! El vive, resplandeciente y maravilloso, el Hijo viviente del Dios viviente. De ello damos solemne testimonio en este día de regocijo, en está mañana de la Pascua en la que conmemoramos el milagro del sepulcro vacío, en el nombre de El, el que se levantó de entre los muertos, el Señor Jesucristo. Amén.