Llamados A Servir
“Esta obra no es de nosotros solamente, es la obra del Señor y, cuando estamos cl servicio del Señor, tenemos derecho de recibir Su ayuda.”
Que numerosa congregación tenemos esta noche en la reunión general del sacerdocio! El apóstol Pedro la ha descrito con acierto: “… vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1).
En la Escuela Dominical, muchas veces los jóvenes cantábamos el Himno:
“Somos Ices soldados que combaten error.
¡Que dicha es! ¡Que dicha es!
Nos espera la corona del vencedor;
la recibiremos al ganar …
En los peligros no .hay temor,
pues nos protege el Salvador.
El nos ampara con gran amor,
y un hogar celestial vamos a ganar” (2).
Hermanos, cuando contemplamos el maravilloso mundo en el cual vivimos y luego nos damos cuenta de los tiempos tumultuosos que nos asedian, que dicha es saber que nos ampara el Salvador. Vivimos en un mundo de despilfarro en el cual nuestros recursos naturales se malgastan demasiado. Vivimos en un mundo de necesidades; algunos disfrutan de prosperidad y lujos, mientras que otros se están muriendo de hambre; no todos tienen a su disposición alimentos, refugio, ropa y amor. Hay infinidad de personas que sufren sin alivio, tienen enfermedades que no deberían tener y mueren prematuramente. Vivimos en un mundo de guerras, algunas de las cuales son de naturaleza política, mientras que otras son por razones económicas. Sin embargo, la batalla mas encarnizada de todas es por la conquista de las almas de la humanidad.
Nuestro Capitán, el Señor Jesucristo, declaro:
“Recordad que el valor de las almas es grande a la vista de Dios …
“Y si acontece que trabajáis todos vuestros días proclamando el arrepentimiento a este pueblo y me traéis aun cuando fuere una sola alma, grande será vuestro gozo con ella en el reino de mi Padre!
“Y ahora, si vuestro gozo será grande con un alma que me hayáis traído al reino de mi Padre, grande no será vuestro gozo si me trajereis muchas almas!” (3).
En Galilea, El les dijo a los pescadores que dejaran sus redes y lo siguieran, declarándoles: “… os haré pescadores de hombres” (4). Y así lo hizo. El envió a Sus amados Apóstoles al mundo a proclamar Su Evangelio glorioso, y nos dice a cada uno de nosotros: “¡Firmes marchad!” (5). El nos ha proporcionado el plan de batalla con la siguiente admonición “Por tanto, aprenda todo varón su deber, así como a obrar con toda diligencia en el oficio al cual fuere nombrado” (6). Aprecio y atesoro la noble palabra deber.
El presidente John Taylor nos advirtió:
“Si no magnificáis vuestros llamamientos, Dios os hará responsables de aquellos que pudisteis haber salvado si sólo hubierais cumplido con vuestro deber” (7).
Otro presidente, George Albert Smith, dijo lo siguiente:
“Vuestro deber es primeramente aprender lo que el Señor desea y después, por el poder y la fuerza del Santo Sacerdocio, magnificar vuestro llamamiento en la presencia de vuestros semejantes para que estos estén dispuestos a seguiros” (8).
¿Cómo magnificamos un llamamiento? Prestando sencillamente el servicio que corresponde a ese llamamiento.
Hemos aceptado el llamamiento,hemos sido ordenados, poseemos el sacerdocio.
El presidente Stephen L Richards hablo varias veces a los poseedores del sacerdocio e hizo hincapié en la filosofía que el tenía al respecto
“Por lo general, el sacerdocio se define sencillamente como ‘el poder de Dios delegado al hombre”’. Y continuó.5 diciendo: “Creo que esa definición es correcta, pero, por razones practicas, me gusta definirlo con términos relativos al servicio, y con frecuencia lo llamo ‘el plan perfecto de servicio” (9).
Quizás se pregunten; “¿Donde radica la trayectoria del deber?” Hermanos, de todo corazón creo que existen dos marcas que definen esa trayectoria: El DEBER DE PREPARARNOS y el DEBER DE PRESTAR SERVICIO. Analicemos esas dos marcas.
Primeramente esta el DEBER DE PREPARARNOS. El Señor nos aconsejo: “… buscad palabras de sabiduría de los mejores libros; buscad conocimiento, tanto por el estudio como por la fe” (10).
El prepararse para las oportunidades y las responsabilidades que nos da la vida nunca ha sido mis importante que ahora. Vivimos en una sociedad de cambios; la competencia intensa es parte de la vida; la función de esposo, padre, abuelo, provisor y protector es muy diferente de lo que era una generación atrás. La preparación no es una opción, es una obligación. El dicho antiguo de que los que viven en la ignorancia son mas felices, ya no se aplica. La preparación precede a los hechos.
Todos nosotros los que poseemos el sacerdocio somos, o seremos por seguro, maestros de la verdad. El Señor aconsejo:
“Enseñaos diligentemente, y mi gracia os acompañará, para que seáis mas perfectamente instruidos en teoría, en principio, en doctrina, en la ley del evangelio, en todas las cosas que pertenecen al reino de Dios, que os conviene comprender …
“a fin de que estéis preparados en todas las cosas, cuando de nuevo os envíe a magnificar el llamamiento al cual os he nombrado y la misión con la que os he comisionado” (11).
Segundo es el DEBER DE PRESTAR SERVICIO.
En febrero de 1914, la Primera Presidencia, compuesta por Joseph F. Smith, Anthon H. Lund y Charles W. Penrose, hizo la siguiente declaración:
“El sacerdocio no se confiere para el honor ni el engrandecimiento de los hombres, sino para el ministerio de servicio entre aquellos a quienes los poseedores de esa sagrada comisión son llamados a servir” (12).
Quizás muchos de ustedes sean tímidos por naturaleza o se consideren inadecuados para aceptar un llamamiento. Pero recuerden que esta obra no es de nosotros solamente; es la obra del Señor y, cuando estamos al servicio del Señor, tenemos derecho de recibir Su ayuda. Recuerden que a quien el Señor llama, el Señor prepara y capacita.
A veces, El necesita un poco de ayuda para que la gente comprenda que eso es así. Me acuerdo que cuando yo prestaba servicio como presidente del Comite Misional de la Iglesia, recibí una llamada de un miembro de la Presidencia del Centro de Capacitación Misional de Provo, Utah. Este hermano me dijo que uno de los jóvenes que había sido llamado para prestar servicio en una misión de habla hispana tenía dificultad para aplicarse al estudio de ese idioma y había dicho “¡Nunca voy a poder aprender español!”
El líder entonces me pregunto: “¿Que me recomienda hacer?”
Pensé por un momento y luego le sugerí: “Póngalo mañana como observador en una clase donde los misioneros estén esforzándose por aprender japonés y luego hágame saber la reacción que tuvo”.
A las veinticuatro horas, me volvió a llamar para decirme: “El misionero del que le hable sólo estuvo medio día en la clase de japonés y luego me llamo muy agitado, diciéndome; ‘¡Vuelva a ponerme en la clase de español! ¡Ese idioma si lo voy a aprender!”’ Y así fue realmente.
Mientras que un salón de clases organizado puede a veces intimidar, algo de la enseñanza y del aprendizaje mas eficaz tiene lugar en otras partes que no son la capilla ni el salón de clases.
Muchos de ustedes poseen el Sacerdocio Aarónico y se están preparando para llegar a ser misioneros. Comiencen ahora a aprender en su juventud el gozo de prestar servicio en la causa del Maestro. Voy a darles un ejemplo de ese tipo de servicio.
Hace unos años, luego de las fiestas de Acción de Gracias, recibí una carta de una viuda que había conocido en la estaca en la cual yo había sido miembro de la presidencia. Acababa de regresar de una cena que el obispado había programado. Sus palabras reflejan la paz que ella sentía y la gratitud que embargaba su corazón:
“Querido presidente Monson me encuentro ahora viviendo en Bountiful y extraño mucho a la gente de nuestra antigua estaca. Pero quisiera contarle una maravillosa experiencia que tuve. A principios de noviembre, todas las personas viudas y mayores recibimos una invitación para asistir a una cena; se nos dijo que no nos preocupáramos por el transporte, ya que los jóvenes mayores del barrio nos irían a buscar. A la hora estipulada, un joven muy simpático toco el timbre y me llevó, junto con otra hermana, hasta el centro de estaca. Cuando el paró el automóvil, otros dos jóvenes nos salieron al encuentro y nos acompañaron hasta el edificio; una vez dentro, nos llevaron hasta una de las mesas. Al lado de cada persona mayor, había un joven o una jovencita. Se nos sirvió una rica cena de Acción de Gracias y después disfrutamos de un agradable programa. Al terminar, el joven nos volvió a llevar hasta casa. Fue una noche memorable en la cual se derramaron algunas lágrimas de emoción por el amor y el respeto que se nos demostró.
“Presidente Monson, cuando vemos que los jóvenes tratan a los demas con o ellos lo hicieron con nosotros, no nos cabe la menor duda de que la Iglesia esta en buenas manos”.
En mi memoria resonaron las palabras de la epístola de Santiago:
“La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo” (13).
Yo quisiera añadir mi propio elogio: Dios bendiga a los líderes, a los hombres y a las mujeres jóvenes que tan generosamente brindaron esa alegría a aquellas personas ansiosas de compañía y tanta paz a su alma. Por medio de esa experiencia, aprendieron el significado de prestar servicio y sintieron la proximidad del Señor.
En 1962, luego de haber regresado de presidir la Misión de Canadá de la Iglesia, recibí una llamada telefónica del elder Marion G. Romney, que me dijo que la Primera Presidencia me había nombrado miembro del comite de correlación de los cursos de estudio para adultos de la Iglesia, el cual tenía como objeto la asignación especial de trabajar en la preparación de una nueva idea: la orientación familiar. En ese momento, comenzó para mi una experiencia realmente provechosa. Al terminar cada fase de nuestro trabajo, la Primera Presidencia y el Consejo de los Doce la revisaban. En la primavera de 1963, nuestro trabajo termino y a varios de nosotros se nos llamo para prestar servicio en otro comite: El Comite de Orientación Familiar del sacerdocio, y se nos asignó ir por las estacas de la Iglesia enseñando e instando a que pusieran en practica ese programa.
El presidente David O. McKay se reunió con todas las Autoridades Generales de la Iglesia y con los representantes del comite y aconsejó a los presentes;
“La orientación familiar es una de nuestras oportunidades mas urgentes y compensadoras para criar, inspirar, aconsejar y guiar a los hijos de nuestro Padre … Es un servicio divino, un llamamiento divino. Como maestros orientadores, es nuestro deber llevar el espíritu divino a cada hogar y corazón”.
En 1987, el presidente Ezra Taft Benson exhorto a los hermanos a asistir a la reunión general de l sacerdocio: “La orientación familiar no debe tomarse a la ligera. Un llamamiento en la orientación familiar se ha de aceptar tal y como si el Señor Jesucristo os lo hubiera extendido personalmente” (14).
Además, citó el tan conocido pasaje de la sección 20 de Doctrina y Convenios, donde el Señor declara al sacerdocio que su deber es:
“… velar siempre por los miembros de la iglesia, y estar con ellos y fortalecerlos;
“y cuidar de que no haya iniquidad en la iglesia …
“y ver que los miembros de la iglesia se reúnan con frecuencia, y también ver que todos cumplan con sus deberes” (15).
“Y visitar la casa de todos los miembros, exhortándolos a orar vocalmente, así como en secreto, y a cumplir con todos los deberes familiares” (16).
Hace poco, nuestros nietos recibieron sus calificaciones (notas) escolares, y con gran satisfacción se las mostraron a sus padres y a nosotros. Esta noche, quisiera que todos los poseedores del sacerdocio se calificaran, dándose la nota que piensan les corresponde como maestros orientadores. ¿Están listos? Un Si o unNo es suficiente.
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¿Se le ha dado una asignación de maestro orientador?
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¿Visitan los maestros orientadores su casa, por lo menos una vez al mes?
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¿Preparan y dan los maestros orientadores un mensaje del evangelio?
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¿Preguntan los maestros orientadores acerca de cada uno de los miembros de la familia, aun cuando no se encuentren viviendo en la casa, o es ten en la universidad o en la misión?
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¿Que lección les brindaron en su casa los maestros orientadores el mes pasado?
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¿Oraron los maestros orientadores con la familia durante la visita?
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¿Hizo el mes pasado usted su visita de orientación familiar?
Este cuestionario podría continuar, pero creo que esas preguntas han sido suficientes para instar a un repaso mental, para asegurar una actuación mejor y para redoblar nuestros esfuerzos.
Estoy al tanto de que en la cabecera de la Iglesia se han autorizado algunas modificaciones concernientes a la labor de la orientación familiar, en aquellos lugares donde no hay muchos poseedores del sacerdocio, e incluso, permitir que la esposa acompañe a su marido a hacer las visitas si no hay un poseedor del sacerdocio disponible que pueda servirle de compañero. Sin embargo, esas excepciones son eso: excepciones y no la norma Instamos a que a un poseedor del Sacerdocio de Melquisedec activo se le asigne un maestro, un presbítero o un candidato a elder, conforme al pasaje de las Escrituras que dice:
“Y si de entre vosotros uno es fuerte en el Espíritu, lleve consigo al que es débil, a fin de que sea edificado con toda mansedumbre para que se haga fuerte también” (17). Esa es la forma en que por lo general debe funcionar la orientación familiar del sacerdocio.
Si pensamos que la asignación es demasiado pesada o que nos quita mucho tiempo, permítanme contarles la experiencia de un fiel maestro orientador y su compañero en lo que en aquel entonces era Alemania Oriental.
El hermano Johann Denndorfer se había convertido a la Iglesia en Alemania y, después de la Segunda Guerra Mundial, se encontró virtualmente prisionero en su propia tierra: en Hungría, en la ciudad de Debrecen. ¿Cómo deseaba ir al templo! ¿Como deseaba recibir bendiciones espirituales! Sus repetidas solicitudes de viajar al Templo de Suiza le habían sido negadas y se sentía desesperado. Fue entonces que recibió la visita de su maestro orientador, el hermano Walter Krause, que había viajado desde la zona noreste de Alemania hasta Hungría para verlo. Un día le había dicho a su compañero de orientación familiar: “¿Le gustaría ir a hacer esta semana la orientación familiar?”
“¿Cuando salimos?”, le preguntó su compañero.
“Mañana”, le contestó el hermano Krause.
“¿Y cuando regresaremos?”, volvió a preguntar el compañero.
“Dentro de una semana, si es que regresamos para entonces!”
Y fueron a visitar al hermano Denndorfer, que no había tenido maestros orientadores desde antes de la guerra. Cuando vio a los siervos del Señor se sintió sumamente emocionado. Sin embargo, no les dio la mano al recibirlos, sino que fue a su dormitorio y sacó de un lugar oculto los diezmos que había guardado desde el día en que se convirtió a la Iglesia y había regresado a Hungría. Luego de darles el dinero de los diezmos, les dijo: “¡Ahora estoy al día con el Señor y me siento digno de estrecharles la mano a Sus siervos!”
El hermano Krause le pregunto que había pasado con su deseo de asistir al Templo de Suiza, a lo que el hermano Denndorfer le contesto “No tengo esperanzas; he tratado y tratado, pero el gobierno hasta me ha confiscado los libros de la Iglesias mi mas grande tesoro”.
El hermano Krause, que era patriarca, le dio al hermano Denndorfet una bendición patriarcal, al final de la cual le dijo: “Solicite de nuevo al gobierno que le permita ir a Suiza”. El hermano Denndorfer presentó nuevamente la solicitud a las autoridades y, esa vez, se le concedió el permiso para ir. Con gran gozo, fue al Templo de Suiza y se quedo un mes. Recibió la investidura, se sello a su difunta esposa y le fue posible efectuar la obra por cientos de sus antepasados. Al volver a casa, se sentía renovado en cuerpo y espíritu.
¿Y que paso con los maestros orientadores que emprendieron esa histórica e inspirada visita a su hermano Johann Denndorfer?
Por conocer personalmente a cada uno de los participantes de este drama humano, no me sorprendería saber que durante el camino de regreso desde Debrecen, Hungría, a su casa en Alemania Oriental, hubieran cantado en voz alta: “En los peligros no hay temor, pues nos protege el Salvador. El nos ampara con gran amor, y un hogar celestial vamos a ganar” (18).
Hermanos del sacerdocio, ruego que todos recordemos nuestro deber de prepararnos y nuestro deber de prestar servicio, para que de esa forma seamos merecedores del beneplácito del Señor “Bien, buen siervo y fiel” (19). En el nombre de Jesucristo. Amen.