Los Padres En Sión
“Quiero instar a los lideres a considerar más detenidamente el hogar paro que no extiendan llamamientos ni programen actividades que impongan cargas innecesarias sobre los padres y las familias”.
En 1831 el Señor dio una revelación a los padres de Sión1. Es precisamente sobre los padres que deseo hablar.
He servido como miembro del Quórum de los Doce desde hace veintiocho años y serví otros nueve como Ayudante de los Doce, lo cual hace un total de treinta y siete años, exactamente la mitad de mi vida.
Pero tengo otro llamamiento que ha durado mas tiempo aun. Soy padre y abuelo. Me llevó unos cuantos años ganarme el titulo de abuelo y otros veinte años el de bisabuelo. Estos títulos -padre, abuelo, madre y abuela- conllevan responsabilidad y una autoridad que deriva, en parte, de la experiencia. La experiencia es una poderosa maestra.
Mi llamamiento en el sacerdocio define mi posición en la Iglesia y el título de abuelo, en mi posición en la familia. Quiero referirme a los dos en forma conjunta.
El ser padre o madre es una de las ocupaciones más importantes a las cuales puedan dedicarse los Santos de los Últimos Días. Muchos miembros se enfrentan con conflictos al esforzarse por equilibrar sus responsabilidades de padres con su fiel servicio en la Iglesia.
Hay cosas que son de importancia fundamental para el bienestar de una familia y que se encuentran únicamente al ir a la Iglesia. Allí es tan el sacerdocio, el cual faculta al hombre para guiar y bendecir a su esposa e hijos, y los convenios que los unen eternamente.
A los miembros de la Iglesia se les mandó “re[unirse] a menudo”2 y se les mandó que “al estar reunidos os instruyáis y os edifiquéis unos a otros”3. Mosíah y Alma dieron la misma instrucción a los de su pueblo4.
Se nos ha mandado “volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres”5.
El Señor llamó a José Smith, hijo, por su nombre y le dijo: “… No has guardado los mandamientos, y debes ser reprendido …”6. El no había enseñado a sus hijos. Esa es la única ocasión en la que se emplea el vocablo reprender para corregirle.
Su consejero, Frederick G. Williams, cayó bajo la misma condenación: “no has enseñado a tus hijos e hijas la luz y la verdad”7. A Sidney Rigdon se le dijo lo mismo, al igual que al obispo Newel K. Whitney8, a lo que el Señor añadió: “Lo que digo a uno lo digo a todos”9.
Hemos sido testigos de la decadencia de las normas morales, las que siguen desmoronándose con la mayor rapidez. Al mismo tiempo hemos presenciado un rebosamiento de guía inspirada para los padres y para la familia.
Todos los cursos de estudio y todas las actividades de la Iglesia han sido reestructurados y correlacionados con el hogar:
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La enseñanza del barrio se convirtió en orientación familiar.
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Se estableció la Noche de Hogar.
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A la genealogía se le dio el nombre nuevo de historia familiar y tiene como finalidad reunir los registros de todas las familias.
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La Primera Presidencia y el Consejo de los Doce Apóstoles emitieron la histórica Proclamación sobre la Familia.
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La familia llegó a ser, y sigue siendo, el tema preponderante en reuniones, conferencias y consejos.
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Todo ello como preludio de una era sin precedentes de edificación de templos en los cuales se ejerce la autoridad para sellar familias para siempre.
¿Alcanzan a ver el espíritu de inspiración que descansa sobre los siervos del Señor y sobre los padres? ¿Entendemos el reto y el ataque que en la actualidad se dirigen contra la familia?
Al llevar a cabo actividades para la familia, fuera del hogar, debemos ejercer cuidado; de lo contrario, podríamos ser como el padre que se propone dar todo a los suyos, que dedica toda su energía a ese fin y lo logra sólo para darse cuenta después de que desatendió lo que más necesitaban: el estar todos juntos como familia. Y. como resultado de ello, recoge pesar en vez de satisfacción.
Cuan fácil resulta, en nuestros deseos de brindar una variedad de programas y actividades, pasar por alto las responsabilidades del padre y de la madre y la necesidad esencial de que la familia pase tiempo junta.
Debemos asegurarnos de que los programas y las actividades de la Iglesia no resulten una carga demasiado pesada para algunas familias. Los principios del Evangelio, cuando se entienden y se llevan a la práctica, fortalecen y protegen tanto a cada persona individualmente como a las familias. La devoción a la familia y la devoción a la Iglesia no son cosas diferentes y separadas.
Recientemente oí la reacción de una dama con respecto a una madre de familia, el cual fue:
“Desde que nació su bebe, no esta haciendo nada en la Iglesia”. Fue casi como ver que tenía al bebe en los brazos cuando respondió con marcada emoción: “Ella esta haciendo algo en la Iglesia: le dio vida a ese niño, le enseña y lo cría con cariño; esta haciendo lo más importante que puede hacer en la Iglesia”.
¿Cómo responderían ustedes a esta pregunta?: “Debido a su hijo discapacitado, ella esta confinada a la casa y él trabaja en dos empleos para hacer frente a los gastos extras. Rara vez asisten; ¿podemos contarlos como miembros activos de la Iglesia?”.
¿Han oído alguna vez a una hermana decir: “Mi marido es muy buen padre, pero nunca ha sido obispo ni presidente de estaca, ni ha hecho nada importante en la Iglesia”.10 En respuesta a ello, el padre dice vigorosamente: “¿Que hay más importante en la Iglesia que ser un buen padre?”.
La asistencia fiel a la Iglesia, conjuntamente con la cuidadosa atención a las necesidades de la familia, constituye una combinación casi perfecta. En la Iglesia se nos enseña el Gran Plan de la Felicidad’°. En el hogar aplicamos lo que hemos aprendido. Todo llamamiento, todo servicio que prestamos en la Iglesia nos brinda experiencia y valiosos conocimientos que se llevan a la vida familiar.
Tal vez nuestra perspectiva fuera mas clara si pudiéramos, por un momento, considerar la paternidad y la maternidad como un llamamiento en la Iglesia. De hecho, es mucho más que eso, pero si pudiéramos verlos como tal por un momento, llegaríamos a tener mas equilibrio en la forma de programar actividades en las que participen las familias.
No quisiera que nadie se valiera de lo que yo digo como de una excusa para rechazar un llamamiento inspirado del Señor. Lo que si quiero es instar a los líderes a considerar mas detenidamente el hogar para que no extiendan llamamientos ni programen actividades que impongan cargas innecesarias sobre los padres y las familias.
Hace poco leí una carta de un matrimonio joven cuyos llamamientos en la Iglesia a menudo les requieren conseguir a alguien que les cuide a los niños pequeños para que ellos puedan asistir a las reuniones. Esto hace que les resulte muy difícil a ambos estar en casa con sus hijos al mismo tiempo. ¿Ven en esa situación algo que debe corregirse?
Cada vez que se programa una actividad para los jóvenes, se envuelve a la familia, particularmente a la madre.
Tomemos como ejemplo a la madre que, además de su propio llamamiento en la Iglesia, así como el de su marido, debe preparar a sus hijos y correr de una actividad a la otra. Hay madres que se desaniman y hasta se deprimen. Yo recibo cartas en las que se emplea la palabra culpable debido a que no se puede cumplir con todo.
La asistencia a la Iglesia es, o debe ser, un descanso de los apremios de la vida cotidiana; debe ser motivo de paz y de satisfacción. Pero si en cambio acarrea presiones y desaliento, entonces hay algo que esta mal.
Y la Iglesia no es la única responsabilidad que tienen los padres. Hay otras instituciones que con toda legitimidad requieren también el esfuerzo de la familia: la escuela, los empleadores, la comunidad, todos ellos deben incluirse en una medida adecuada.Recientemente una madre me dijo que su familia se había mudado de un barrio apartado donde los miembros viven esparcidos en una zona rural, en el que, por necesidad, todas las actividades se llevan a cabo en una misma noche de la semana, lo cual era magnífico porque les permitía tener tiempo para la familia. Hasta me parece verlos sentados todos juntos alrededor de la mesa.
Se mudaron a una ciudad donde el barrio es mas grande y los miembros viven mas cerca de la capilla. Ella comentó que ahora los miembros de la familia tienen actividades los martes por la noche, los miércoles por la noche, los jueves por la noche, los viernes por la noche, los sábados por la noche y los domingos por la noche. “Es muy difícil para nuestra familia”, comento.
Recuerden que, cuando se programa una actividad para los jóvenes, se envuelve a la familia, particularmente a la madre.
La mayoría de las familias se esfuerzan mucho; pero algunas, cuando se ven agobiadas por dificultades de salud y problemas económicos, simplemente quedan exhaustas al tratar de mantener el ritmo y terminan por caer en la inactividad. No se dan cuenta de que se están apartando de la fuente misma de la luz y la verdad, para ayudar a la familia, y se van desplazando hacia la obscuridad en donde les aguarda el peligro y el desengaño.
Quisiera ahora referirme a lo que ciertamente debe ser el problema más difícil de solucionar. Hay jóvenes que reciben muy poca enseñanza y muy poco apoyo en el hogar. No hay duda de que debemos ofrecer ambas cosas. Pero si en la Iglesia les ofrecemos una constante selección de actividades para compensar lo que no reciben en esos hogares, les resultara difícil a los padres concienzudos disponer del tiempo para dedicar a sus propios hijos. Sólo la oración y la inspiración nos llevaran a encontrar ese delicado punto de equilibrio.
A menudo oímos: “Debemos brindar actividades regulares y entretenidas fuera del hogar pues, de lo contrario, nuestros jóvenes las buscaran en lugares menos sanos”. Algunos de ellos lo harán, pero estoy convencido de que si enseñamos a los padres a ser responsables y les otorgamos tiempo suficiente, a la larga, los hijos estarán en casa.
En el hogar, ellos aprenden lo que no se les puede enseñar eficazmente ni en la Iglesia ni en la escuela. En el hogar aprenden a trabajar y a asumir responsabilidades. Aprenderán lo que deberán hacer cuando tengan sus propios hijos.
Por ejemplo, en la Iglesia, a los niños se les enseña el principio del diezmo, pero es en el hogar donde ese principio se aplica. En el hogar hasta a los hijos más pequeños se les puede enseñar a calcular el diezmo y a pagarlo.
Una vez el presidente Harold B. Lee y su esposa nos visitaron en nuestra casa. La hermana Lee puso un puñado de monedas de un centavo sobre la mesa delante de nuestro pequeño hijo. Le pidió que separara los que brillaban mas y le dijo: “Estos son tu diezmo y pertenecen al Señor. Los demás son para ti”. Pensativo, miro los dos montoncillos y preguntó: “¿No le quedan mas monedas sucias?”. ¡Ahí fue cuando nos dimos cuenta de lo que debíamos enseñarle!
El consejo de barrio es el lugar perfecto para establecer el equilibrio entre el hogar y la Iglesia. Es allí donde los hermanos del sacerdocio, que son también padres, y las hermanas de las organizaciones auxiliares, que son también madres, pueden, de una manera inspirada, coordinar el trabajo de las organizaciones, cada una de las cuales sirve a diferentes miembros de la familia.
Los integrantes del consejo pueden comparar lo que cada organización esta ofreciendo a cada miembro y cuanto tiempo y dinero se requiere. Ellos pueden unir las familias en vez de dividirlas y prestar atención a los hogares en los que haya uno solo de los padres, a los matrimonios sin hijos, a los que no estén casados, a los ancianos, a los discapacitados y ofrecer mucho más que tan sólo actividades para los niños y los jóvenes.
El consejo de barrio dispone de fuentes de ayuda que a menudo se pasan por alto. Por ejemplo, los que son abuelos, mientras no tengan un cargo en la Iglesia, pueden ayudar a familias jóvenes que estén recorriendo el mismo camino que ellos recorrieron un día.
El Señor advirtió a los padres: “Y además, si hay padres que tengan hijos en Sión … y no les enseñen a comprender la doctrina del arrepentimiento, de la fe en Cristo, el Hijo del Dios viviente, del bautismo y del don del Espíritu Santo por la imposición de manos, al llegar a la edad de ocho años, el pecado será sobre la cabeza de los padres”“.11
El consejo de barrio es ideal para satisfacer nuestras necesidades actuales. Es allí donde se puede establecer el verdadero equilibrio entre el hogar y la familia, y dar a cada uno de estos su debido lugar, y la Iglesia puede apoyar en vez de suplantar a los padres. Ambos padres entenderán tanto su obligación de enseñar a los hijos como las bendiciones que proporciona la Iglesia.
Al mismo tiempo que el mundo se vuelve cada vez más amenazante, los poderes del cielo se acercan mas y más a los padres y a las familias.
Yo he estudiado mucho las Escrituras y he enseñado de ellas.
He leído ampliamente sobre lo que han dicho los profetas y los apóstoles. Esas cosas han ejercido una profunda influencia en mi como hombre y como padre.
Pero la mayoría de las cosas que se sobre lo que nuestro Padre Celestial siente por nosotros, Sus hijos, las he aprendido de lo que siento por mi esposa, por mis hijos y por los hijos de ellos. Todo eso lo aprendí en el hogar; lo aprendí de mis padres y de mis suegros, de mi amada esposa y de mis hijos. Puedo, por tanto, dar testimonio de nuestro amoroso Padre Celestial y de nuestro Señor y Redentor. En el nombre de Jesucristo. Amen.