Constantes e inmutables
“No podemos abandonar nuestra fe en cuanto aparezcan las dificultades. No nos volveremos, no retrocederemos y no nos desanimaremos“.
Algunas personas y acontecimientos pasan por nuestra vida, dejan huella en nuestro corazón y ya no seguimos siendo las mismas.
Esta noche, como presidencia, rogamos que las palabras que se pronuncien dejen huella en nuestros corazones y que nos mantengan firmes, constantes e inmutables como hijas de Dios.
Al viajar por el mundo, las fieles hermanas de la Sociedad de Socorro han dejado huella en mi corazón. He presenciado sus dedicados esfuerzos por ayudarse unas a otras tanto aquí como en todo el mundo. Nunca volveré a ser la misma.
Les ruego que oren por mí mientras les diga unas pocas cosas que espero penetren en sus corazones y las acerquen más a nuestro Salvador y Redentor.
Escogemos ser constantes e inmutables en nuestra fe a causa de las promesas de gloria eterna, aumento eterno y la continuación de las relaciones familiares en el reino celestial. Amamos a nuestros familiares y sabemos que nuestro mayor gozo y paz proceden de ver a cada miembro de la familia hacer frente a las pruebas de la vida y escoger hacer lo correcto para vencer al mundo.
De vez en cuando tomo entre mis manos el rostro de alguno de mis hijos o nietos cuando veo que están haciendo algo que les hará daño a corto o a largo plazo. Los miro fijamente a los ojos y les explico con detenimiento cuánto se les quiere y se les aprecia; y a continuación les describo el daño que puede desprenderse de las decisiones que han tomado.
Imagino al Salvador tomando nuestra faz entre Sus manos y suplicando a cada una que permanezca constante, inmutable y fiel al Dios que nos ha creado.
Hermanas, desearía poder tomar sus rostros entre mis manos, mirarlas fijamente a los ojos y transmitirles una visión clara de su importante función como amadas hijas de Dios, cuyas “[vidas tienen] significado, propósito y dirección“. Somos mujeres que “incrementamos nuestro testimonio de Jesucristo por medio de la oración y del estudio de las Escrituras“, que “procuramos adquirir fortaleza espiritual al seguir los susurros del Espíritu Santo“. “Estamos consagradas al fortalecimiento del matrimonio, de la familia y del hogar y consideramos que es noble ser madre y que es un gozo ser mujer“1. Somos mujeres de la organización de la Sociedad de Socorro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los últimos Días.
Antes de nacer en esta vida vivíamos juntas en presencia de un amoroso Padre Celestial. Me imagino que uno de nuestros temas preferidos de conversación era qué sucedería cuando pasáramos el velo y llegásemos a la existencia terrenal.
Ahora estamos aquí. Aunque se nos instruyó con respecto a las dificultades que encontraríamos en la tierra, no creo que lo entendiéramos ni que tuviésemos idea de cuán exigente y difícil, cuán fatigosa e incluso cuán dolorosa sería, en ocasiones, la vida terrenal. Sin duda, todas hemos experimentado algo que, en su momento, nos ha parecido demasiado difícil de sobrellevar. Pero, como el profeta José Smith enseñó: “Cuando [nos unimos] a esta Iglesia [nos alistamos] en el servicio de Dios, y, al hacerlo, [dejamos] atrás… el terreno neutral, y ya no [podemos] volver a él. Si [llegamos] a renunciar al Maestro al que [hemos escogido] servir, lo [haremos] por instigación del maligno, y [seguiremos] sus mandatos arbitrarios y [seremos] sus siervos“2.
Me imagino que el Salvador toma nuestro rostro entre Sus manos, nos mira fijamente a los ojos y nos promete una hermandad, una Sociedad de Socorro, para ayudarnos en nuestras pruebas. Esta organización para todas las mujeres de la Iglesia tiene como fin llevarnos hacia el Salvador y ayudarnos unas a otras al atender a los enfermos y los pobres. Las hermanas de la Sociedad de Socorro rodearán con sus brazos a los miembros nuevos y harán que todas se sientan necesarias y apreciadas sin importar cuál sea su condición social. Darán la bienvenida a las nuevas mujeres jóvenes a medida que vayan llegando y las harán partes integrantes de toda actividad. Empleen su ayuda. No podemos permitirnos perderlas. Todas serán edificadas y amadas. Todas seguirán a sus líderes del sacerdocio al guiarnos a través de pasajes estrechos hacia un puerto seguro, hacia la verdad pura y hacia un estilo de vida propio de las hijas de Dios.
El presidente Gordon B. Hinckley ha aconsejado a las mujeres de la Iglesia: “Elévense hasta alcanzar el gran potencial que hay en ustedes. No les pido que vayan más allá de su capacidad. Espero que no se obsesionen de continuo con pensamientos de fracaso. Espero que no se fijen metas que excedan a su capacidad para alcanzarlas. Simplemente espero que hagan lo que puedan hacer lo mejor que sepan. Si lo hacen, verán milagros“3.
Cuando oigo decir a las hermanas: “Me resulta muy difícil ser maestra visitante“, o “¡simplemente no dispongo de tiempo para orar ni leer las Escrituras!“, o “tengo demasiado que hacer para ir a la reunión de superación personal, de la familia y del hogar“, quiero decirles, tal y como ha aconsejado el presidente Hinckley: “Elévense hasta alcanzar el gran potencial que hay en ustedes“. Quizás debamos detenernos y considerar si nuestras obras están acordes con aquellas cosas que más nos importan. Si ponemos en primer lugar lo más importante, viviremos cada día sin pesar.
Vamos cada semana a la Sociedad de Socorro no sólo para ser nutridas y amadas, sino también para ofrecer nuestros servicios. A veces el servicio más importante se halla dentro las paredes de nuestro propio hogar.
Lucifer está haciendo todo lo posible por distraernos de las cosas que son más importantes. Uno de sus instrumentos más eficaces es el de convencernos de que es imposible permanecer centradas en las cosas espirituales cuando la vida es tan apremiante.
Cuando un intérprete de la ley preguntó al Salvador cuál es el gran mandamiento en la ley, Jesús respondió sin vacilar: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente… Y el segundoessemejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo“4. ésos son los grandes mandamientos, y de ellos depende toda la ley y los profetas. ésas son las cosas que más importan. Si nos esforzamos por vivir esos mandamientos, las demás cosas se resolverán por sí mismas.
¿Cómo es nuestra relación con nuestro Padre Celestial? ¿Le amamos con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerza? ¿Cuánto amamos a nuestra familia, a nuestros vecinos, a nuestras hermanas de la Sociedad de Socorro y a nuestro prójimo? Esas preguntas nos permiten reconocer qué cosas son las más importantes y nos sirven de modelo para organizar las actividades cotidianas y ver cómo nos desenvolvemos.
¿Mostramos nuestro amor al Señor si pasamos el tiempo viendo películas no recomendables, leyendo material pornográfico o participando en actividades que serían degradantes o impropias de una hija de Dios? ¿Mostramos nuestro amor al Señor si vestimos de forma inmodesta? Recientemente dirigí la palabra a un gran grupo de jóvenes, y, después de la reunión, un joven me entregó esta nota: “Por favor, haga saber a las mujeres de la Iglesia cuánto aprecio su modestia. Sé que en nuestro mundo resulta difícil encontrar ropa recatada, pero hágales saber que vale la pena para mí y para los hombres dignos con los que se van a casar“.
No podemos abandonar nuestra fe en cuanto aparecen las dificultades. No nos volveremos, no retrocederemos y no nos desanimaremos. Avanzaremos con intrepidez y seremos un ejemplo para todos en modestia, humildad y fe. El ser constantes e inmutables es una búsqueda personal que tiene recompensas eternas, puesto que, si lo hacemos, “…Cristo, el Señor Dios Omnipotente, [podrá sellarnos] como suyos, a fin de que [seamos] llevados al cielo, y [tengamos] salvación sin fin, y vida eterna…“5.
Hace algunos años, la hermana Belle Spafford dijo en su discurso de despedida de la Sociedad de Socorro: “Considero que la mujer de término medio de hoy día haría bien en valorar sus intereses, las actividades en las que toma parte, y entonces dar ciertos pasos para simplificar su vida, poniendo en primer lugar lo importante y haciendo hincapié en aquello en que las recompensas serán mayores y más duraderas, y liberándose de las actividades menos satisfactorias“6.
A veces es necesario que ocurran sucesos traumáticos para ayudarnos a entender las cosas más importantes. Hace pocas semanas vivimos unos de esos sucesos dramáticos que cambiaron nuestras vidas para siempre y nos hicieron darnos cuenta de que tenemos que estar preparadas. El sentimiento más común manifestado por las personas directamente afectadas por los recientes ataques terroristas en la costa este de los Estados Unidos fue el de que lo único que querían era volver a tener a su familia unida otra vez. Entiendo esa reacción.
A principios de año me sometí a una seria intervención quirúrgica y pasé muchos días en el hospital. Mientras meditaba en mi vida y en lo que le diría al Señor en caso de que me llevase, me di cuenta con absoluta claridad de que la familia es una de las responsabilidades más importantes que tenemos. Supe que mi mayor dicha sería que mis hijos, mis nietos y mis futuros bisnietos permanecieran firmes, constantes e inmutables en el Evangelio. En aquellos momentos de soledad en el oscuro cuarto de un hospital, caí en la cuenta de que lo que hacemos dentro de las paredes de nuestro propio hogar es mucho más importante que lo que hacemos fuera de él.
Sí, en ocasiones nos acosan los problemas, el dolor y el pesar, pero no debemos rendirnos. No debemos retirarnos. Eliza R. Snow, segunda presidenta de la Sociedad de Socorro, escribió lo siguiente: “Seguiré adelante… Al mal tiempo, [pondré] buena cara, caminaré sin temor y triunfante por entre las circunstancias adversas… Y eltestimonio de Jesúsencenderá la luz que guiará mi vista a través de los umbrales de la inmortalidad, y comunicará a mientendimiento las glorias del reino celestial“7.
Ah, si pudiera tener a cada hermana cara a cara, mirarla fijamente a los ojos y lograr que captase la intensidad de esas palabras, y que en verdad entendiera quién es y lo que es capaz de lograr. Cuánto anhelo que las palabras de nuestra declaración se arraiguen profundamente en nosotras: “Somos hijas… de Dios amadas por él… estamos unidas en nuestra devoción a Jesucristo… como mujeres de fe, de virtud, de visión y de caridad“8.
El desánimo, el pesar, el dolor o la congoja podrán acosarnos y ponernos a prueba, pero, mis queridas hermanas en el Evangelio, ya que es demasiado tarde para volver atrás, permanezcamos firmes y constantes, y dejemos huella en las personas cuyas vidas tocamos. Podemos poner al mal tiempo buena cara y caminar sin temor y triunfantes por entre las circunstancias adversas… Y el testimonio de Jesús encenderá la luz que nos guiará a través de los umbrales de la inmortalidad.8
Que finalicemos con gloria, que centremos todas nuestras energías en las cosas más importantes, y que podamos reunirnos al otro lado del velo y abrazarnos unas a otras con el conocimiento triunfante de que habremos permanecido constantes e inmutables, es mi esperanza y oración por ustedes, queridas hermanas, en el nombre de Jesucristo. Amén.