2000–2009
“Para siempre Dios esté con vos“
Octubre 2001


“Para siempre Dios esté con vos“

“Nuestra seguridad yace en la virtud de nuestras vidas. Nuestra fortaleza yace en nuestra rectitud. Dios ha indicado claramente que si no le abandonamos a él, él no nos abandonará a nosotros“.

Mis queridos hermanos y hermanas, ha sido un placer tener con nosotros ayer y hoy a la hermana Inis Hunter, viuda del presidente Howard W. Hunter. Agradecemos muchísimo su presencia.

Hemos llegado al término de esta gran conferencia. El coro cantará “Para siempre Dios esté con vos“ (Himnos, N° 89). Me siento agradecido por ese himno, que dice:

Para siempre Dios esté con vos;

con Su voz él os sostenga;

con Su pueblo os mantenga.

Cuando el temor os venga,

en Sus brazos él os tenga.

Que os guíe Su bandera;

Que la muerte no os hiera.

Para siempre Dios esté con vos.

He cantado ese himno en inglés mientras los demás lo cantaban en varios otros idiomas. He cantado en voz alta esa bella y sencilla letra en ocasiones memorables en todos los continentes de la tierra. La he cantado en la despedida de misioneros con lágrimas en los ojos. La he cantado con hombres vestidos para la batalla durante la guerra de Vietnam. En miles de lugares y en diversas circunstancias a lo largo de casi innumerables años, he cantado en voz alta esa letra de despedida con muchas otras personas que se aman unas a otras.

No nos conocíamos cuando nos reunimos. éramos hermanos y hermanas cuando nos despedimos.

La sencilla letra de ese himno ha sido una oración elevada al trono del cielo de labios de los unos por los otros.

Y con ese espíritu, nos despedimos al terminar lo que ha sido una conferencia de lo más notable e histórica.

Espero que, al haber oído hablar a los hermanos y a las hermanas, nuestros corazones se hayan conmovido y nuestras resoluciones se hayan intensificado. Confío en que todo hombre casado se haya dicho: “Seré más bondadoso y generoso con mi compañera y con mis hijos. Controlaré mi mal genio“. Espero que la bondad reemplace a la dureza en nuestras conversaciones.

Espero que toda esposa piense en su marido como en su querido compañero, la estrella de su vida, su apoyo, su protector, su compañero con quien anda de la mano “en yugo igual“. Espero que considere a sus hijos como hijos e hijas de Dios y como la aportación más importante que ella ha hecho al mundo, que su mayor interés se cifre en los logros de sus hijos y que los considere a ellos más valiosos que cualquier otra cosa que tenga o que podría desear tener.

Espero que los niños y las niñas salgan de esta conferencia con un mayor aprecio por sus padres, con un amor más ferviente en sus corazones por los que los han traído al mundo, por los que más los quieren y se preocupan más por ellos.

Espero que el ruido de nuestros hogares disminuya unos cuantos decibelios, que nuestras voces sean más tenues y que nos hablemos el uno al otro con mayor aprecio y respeto.

Espero que todos los que somos miembros de esta Iglesia seamos absolutamente leales a la Iglesia. La Iglesia necesita su apoyo leal y ustedes necesitan el apoyo leal de la Iglesia.

Confío en que la oración cobre renovado brillo en nuestras vidas. Ninguno de nosotros sabe lo que nos traerá el mañana. Podemos especular, pero no sabemos. La enfermedad podría sobrevenirnos. La desgracia podría salirnos al paso. Los temores podrían afligirnos. La muerte podría poner su fría y solemne mano sobre nosotros o sobre un ser querido.

Sea lo que fuere que nos suceda, ruego que la fe, inmutable y firme, brille sobre nosotros como la estrella polar.

Ahora, en el día de hoy, nos vemos ante problemas particulares, graves, arrolladores, difíciles y que nos producen honda preocupación. Sin duda, tenemos necesidad del Señor.

Cuando fui a casa a almorzar, encendí el televisor, vi las noticias durante un momento y parafraseé en mi mente las palabras del salmo: “¿Por qué se amotinan las gentes y las naciones?“ (véase Salmos 2:1). He vivido durante todas las guerras del siglo XX. Mi hermano mayor está sepultado en la tierra de Francia, víctima de la Primera Guerra Mundial. He vivido durante la Segunda Guerra Mundial, la guerra de Corea, la guerra de Vietnam, la guerra del Golfo y conflictos bélicos menores. Hemos sido gentes muy pendencieras y difíciles en nuestros conflictos de los unos con los otros. Por tanto, debemos volvernos al Señor y acudir a él. Pienso en las magnas palabras de Kipling:

Allá, muy lejos, nuestras armadas se van a desvanecer.

En dunas y cabos cae el fuego de los disparos.

¡Ah, toda nuestra pompa de ayer

como Nínive y Tiro se ha tornado!

Juez de las naciones, ¡líbranos del mal,

para que nunca jamás lleguemos a olvidar!

(Rudyard Kipling, “Recessional“, enMasterpieces of Religious Verse, editado por James Dalton Morrison, 1948, pág. 512. Traducción).

Nuestra seguridad yace en la virtud de nuestras vidas. Nuestra fortaleza yace en nuestra rectitud. Dios ha indicado claramente que si no le abandonamos a él, él no nos abandonará a nosotros. él, que guarda a Israel, no se adormece ni duerme (véase Salmos 121:4).

Ahora, al terminar esta conferencia, aunque se ofrecerá una última oración, quisiera elevar una breve plegaria en medio de las circunstancias en que nos hallamos:

Oh Dios, nuestro Padre Eterno, Tú, gran Juez de las naciones, Tú, que eres el gobernador del universo, Tú, que eres nuestro Padre y nuestro Dios, cuyos hijos somos, acudimos a Ti con fe en esta aciaga y solemne ocasión. Por favor, amado Padre, bendícenos con fe, bendícenos con amor, bendícenos con caridad en nuestros corazones. Bendícenos con el espíritu de perseverancia a fin de arrancar de raíz las maldades atroces que hay en este mundo. Brinda protección y guía a los que participan activamente en la batalla. Bendícelos; protégeles la vida; guárdalos del mal y de la maldad. Oye las oraciones de sus seres queridos por su seguridad. Rogamos por las grandes democracias de la tierra, las cuales Tú has amparado en la creación de sus gobiernos, donde imperan la paz, la libertad y los procedimientos democráticos.

Oh, Padre, considera con misericordia ésta, nuestra propia nación, y sus amigos, en estos momentos de necesidad. Compadécete de nosotros y ayúdanos a andar siempre con fe en Ti y siempre con fe en Tu Hijo Amado, con cuya misericordia contamos y a quien consideramos nuestro Salvador y nuestro Señor. Bendice la causa de la paz y devuélvenosla pronto, Te suplicamos humildemente, implorándote que perdones nuestra arrogancia, que pases por alto nuestros pecados, que seas bondadoso y misericordioso con nosotros, y que hagas que nuestros corazones se vuelvan con amor hacia Ti. Te rogamos todo esto con humildad en el nombre de él, que nos ama a todos, sí, el Señor Jesucristo, nuestro Redentor y nuestro Salvador. Amén.