2000–2009
Nutrir el matrimonio
Abril 2006


Nutrir el matrimonio

Los matrimonios serían más felices si se nutrieran con mayor esmero.

Mis queridos hermanos y hermanas, gracias por el amor que tienen por el Señor y Su Evangelio. Vivan donde vivan, sus vidas de rectitud proporcionan buenos ejemplos en estos tiempos de deterioro moral y de matrimonios desintegrados.

Como Autoridades Generales, viajamos alrededor del mundo y, en ocasiones, vemos escenas preocupantes. En un vuelo reciente, me senté detrás de un hombre y su esposa. Resultaba obvio que la mujer amaba a su esposo; podía ver su anillo de bodas mientras ella le acariciaba la nuca y se apoyaba en su hombro buscando su compañía.

Sin embargo, el hombre parecía estar totalmente ajeno a la presencia de su esposa y su atención se centraba únicamente en un juego electrónico. A lo largo de todo el vuelo, no levantó la vista de aquel aparato. No la miró ni una sola vez, ni habló con ella, ni reaccionó ante sus anhelos de afecto.

Al ver la falta de atención de aquel hombre me dieron ganas de gritar: “¡Pero, hombre, despierta! ¿Es que no te das cuenta? ¡Pon atención! ¡Tu esposa te ama! ¡Te necesita!”.

Nada sé de ellos, ni les he visto desde entonces. Quizás me alarmé sin motivo. Es muy posible que si aquel hombre hubiera sospechado cuánto me p reocupé por ellos, habría sentido lástima de mí por no saber utilizar aquel juguete electrónico tan apasionante.

Pero esto sí sé: sé que “…el matrimonio entre el hombre y la mujer es ordenado por Dios y que la familia es la parte central del plan del Creador para el destino eterno de Sus hijos”1. Sé que la tierra fue creada y que la Iglesia del Señor se restauró con el objeto de que las familias sean selladas y exaltadas como entidades eternas2. Y sé que uno de los astutos métodos de Satanás para minar la obra del Señor consiste en atacar las instituciones sagradas del matrimonio y de la familia.

El matrimonio proporciona mayores posibilidades de obtener la felicidad que cualquier otro tipo de relación humana; aun así, algunos matrimonios no desarrollan plenamente el potencial que tienen. Por el contrario, permiten que su romance se eche a perder, dejan de valorarse el uno al otro y permiten que otros intereses o que los nubarrones del abandono oscurezcan la visión de lo que su matrimonio podría llegar a ser en realidad. Los matrimonios serían más felices si se nutrieran con mayor esmero.

Comprendo que hay muchos miembros adultos de la Iglesia que no están casados. Por causas ajenas a ellos, hacen frente a las pruebas de la vida solos. Recordemos que, a la manera del Señor y, en su debido tiempo, no habrá ninguna bendición que les sea retenida a Sus santos fieles3. Para aquellos que ahora están casados o lo estarán, permítanme sugerirles dos pasos que pueden seguir para tener un matrimonio más feliz.

I. La base doctrinal

El primer paso consiste en comprender la base doctrinal del matrimonio. El Señor declaró que el matrimonio es la unión legal entre un hombre y una mujer: “…el matrimonio lo decretó Dios para el hombre.

“Por tanto, es lícito que tenga una esposa, y los dos serán una sola carne, y todo esto para que la tierra cumpla el objeto de su creación”4.

Las tendencias del mundo de definir el matrimonio de otra manera, contribuirán lamentablemente a destruir la institución del matrimonio. Tales designios son contrarios al plan de Dios.

Fue Él quien dijo: “…por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne”5.

En las Escrituras se nos reitera que: “…en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer [es] sin el varón”6.

El matrimonio es la base del orden social, la fuente de la virtud y el cimiento de la exaltación eterna. Dios ha definido el matrimonio como un convenio eterno y sempiterno7. El matrimonio es santificado cuando se valora y se honra en santidad. No se trata solamente de una unión entre marido y mujer, incluye una asociación con Dios8. Tanto el esposo como la esposa “…tienen la solemne responsabilidad de amarse y cuidarse el uno al otro”9. Los hijos que nazcan de esa unión matrimonial son: “herencia de Jehová”10. El matrimonio no es sino el retoño de la vida familiar; la paternidad es la flor. Y ese ramo de flores es aun más bello cuando se lo adorna con nietos. Las familias pueden ser eternas como el mismo reino de Dios.11

El matrimonio es a la vez un mandamiento y un principio de exaltación del Evangelio12. Debido a que es ordenado por Dios, las expresiones físicas e íntimas de un amor matrimonial son sagradas; sin embargo, en demasiadas ocasiones esos dones divinos se profanan. Si un matrimonio permite que un lenguaje soez y la pornografía corrompan sus relaciones íntimas, ofenden a su Creador al mismo tiempo que degradan sus propios dones divinos. La verdadera felicidad se basa en la pureza individual13. En las Escrituras se nos manda: “Sed limpios”14. El matrimonio siempre debería un convenio que eleve tanto al esposo como a la esposa hacia la exaltación en la gloria celestial.

El Señor dispuso que el matrimonio continuara más allá de la muerte física. Su plan ofrece continuidad eterna de la familia en el reino de Dios. Su plan proporciona templos y oportunidades de oficiar en ellos tanto por los muertos como por los vivos. Un matrimonio sellado en el templo introduce al esposo y a la esposa a ese gran orden de unidad tan necesario para la perfección de la obra de Dios15.

Las doctrinas pertinentes al matrimonio incluyen el albedrío individual y la responsabilidad. Todos nosotros somos responsables de nuestras decisiones. Los matrimonios bendecidos con hijos son responsables ante Dios por el cuidado que den a sus hijos.

Al reunirme con líderes del sacerdocio, con frecuencia les pregunto por las prioridades que conceden a sus diversas responsabilidades. Por lo general, mencionan sus importantes deberes eclesiásticos a los que se les ha llamado, pero muy pocos recuerdan sus responsabilidades en el hogar; pero el propósito de los oficios del sacerdocio, las llaves, los llamamientos y los quórumes no es otro que el de exaltar a las familias16. La autoridad del sacerdocio se ha restaurado con el fin de sellar a las familias por la eternidad. En consecuencia, hermanos, su principal deber del sacerdocio es nutrir su matrimonio: cuidar, respetar, honrar y amar a su esposa. Sean una bendición para ella y para sus hijos.

II. Cómo fortalecer el matrimonio

Con estas bases doctrinales en mente, consideremos el segundo paso: las acciones concretas que fortalecen al matrimonio. Permítanme compartir como ejemplo algunas sugerencias e invitar a cada matrimonio a meditarlas y a adaptarlas a sus circunstancias individuales, según sea necesario.

Mis sugerencias utilizan tres verbos de acción: apreciar, comunicar y contemplar.

El apreciarse: Decir “te amo” y “gracias” no es difícil, pero esas expresiones de amor y de agradecimiento van más allá del simple hecho de reconocer un pensamiento y un acto buenos; son señales de buenos modales. Si el compañero agradecido busca lo bueno en su cónyuge y ambos se dicen cumplidos en forma sincera, el esposo y la esposa se esforzarán por llegar a ser el tipo de persona que se describe con esos cumplidos.

Sugerencia número dos: El comunicarse bien con el cónyuge también es importante. La buena comunicación implica dedicar tiempo a la planificación conjunta. Los matrimonios tienen que pasar tiempo a solas para hablar y escucharse de verdad el uno al otro. Tienen que cooperar y ayudarse como compañeros iguales. Precisan nutrir con amor su intimidad espiritual y física. Deben procurar elevarse y motivarse mutuamente. La unidad matrimonial se mantiene cuando ambos entienden las metas. La buena comunicación mejora con la oración. El orar y mencionar específicamente una buena acción (o necesidad) del cónyuge nutre el matrimonio.

Mi tercera sugerencia es el contemplar. Esta palabra tiene un significado profundo ya que sus raíces latinas son con, que significa “con” y templum, que significa “espacio o lugar para meditar”. Esta palabra es la raíz de la palabra templo. Si el matrimonio contempla con frecuencia— los dos juntos en el templo —los convenios sagrados se recordarán y se cumplirán mejor. La frecuente participación en el servicio del templo, junto con el estudio constante de las Escrituras en familia, nutre el matrimonio y fortalece la fe en la familia. La contemplación permite que uno prevea y esté en armonía (o esté a tono) mutuamente y con el Señor. La contemplación nutrirá al matrimonio y al reino de Dios. El Maestro dijo: “Por tanto, no busquéis las cosas de este mundo, mas buscad primeramente edificar el reino de Dios, y establecer su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”17.

Invito a todo compañero conyugal a analizar estas sugerencias y a después fijar metas concretas para nutrir su propia relación. Comiencen con un deseo sincero. Averigüen qué cosas precisan hacer para bendecir su unidad y su propósito espirituales. Ante todo, ¡no sean egoístas! Cultiven un espíritu de desinterés y de generosidad. Juntos, celebren y honren cada día como si fuese un don preciado del cielo.

El presidente Harold B. Lee dijo: “La obra más importante del Señor que ustedes o yo efectuemos será dentro de las paredes de nuestro propio hogar”18; y el presidente David O. McKay declaró: “Ningún otro éxito puede compensar el fracaso en el hogar”19.

Cuando ustedes, en calidad de esposo y esposa, reconozcan el divino designio de su unión, cuando sientan en lo más profundo que Dios les ha puesto el uno con el otro, su visión aumentará y su entendimiento se elevará. Tales sentimientos se expresan en las palabras de una canción que ha sido una de mis favoritas durante mucho tiempo:

Porque vienes a mí,

con todo tu amor

mi mano tomas y veo del cielo su fulgor.

Un mundo de esperanza y gozo veo en ti,

porque vienes a mí.

break

Porque al hablarme en tonos delicados,

las rosas florecen a mi paso.

Entre lágrimas y gozo voy a ti,

porque me hablas a mí.

Porque Dios te hizo mía,

te atesoraré

en la luz, en las tinieblas y por siempre.

Que Dios a nuestro amor divino le sonría,

porque Dios te hizo mía20.

Es mi oración que cada matrimonio pueda nutrirse de esa manera, en el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. “La familia: Una proclamación para el mundo”, Liahona, octubre de 1988, pág.24.

  2. Siempre que las Escrituras advierten que “la tierra será totalmente asolada”, esta advertencia está vinculada con la necesidad de la autoridad del sacerdocio para sellar a familias unidas en los santos templos (véase D. y C. 2:3; 138:48; José Smith—Historia 1:39).

  3. Véase Joseph Fielding Smith, Doctrina de Salvación, compilación de Bruce R. McConkie, volumen II, pág. 71.

  4. D. y C. 49:15–16.

  5. Mateo 19:5. Véase también Marcos 10:7–8.

  6. 1 Corintios 11:11.

  7. Véase D. y C. 132:19.

  8. Véase Mateo 19:6.

  9. “La familia: Una proclamación para el mundo”, párrafo 6.

  10. Salmos 127:3.

  11. Véase D. y C. 132:19–20.

  12. Véase Joseph Fielding Smith, The Way to Perfection, 1935, págs. 232–33.

  13. Véase Alma 41:10.

  14. Véase D. y C. 38:42; Véase también Isaías 52:11; 3 Nefi 20:41; D. y C. 133:5.

  15. Véase D. y C. 128:15–18.

  16. Véase D. y C. 23:3.

  17. Traducción de José Smith, Mateo 6:38.

  18. Véase Harold B. Lee, Stand Ye In Holy Places, 1974, pág. 255.

  19. Véase “El hogar: refugio y santuario”, Liahona, enero de 1998, pág. 34.

  20. Palabras de Edward Teschemacher, Because; traducción.