Ver el fin desde el principio
Si confían en el Señor y le obedecen… Él les ayudará a alcanzar el gran potencial que ve en ustedes.
Mis queridos hermanos, me siento humilde y a la vez maravillosamente bien de estar con ustedes en esta reunión mundial de poseedores del sacerdocio. Les amo y les admiro. Es un honor formar parte de este grupo. Los saludo a ustedes que tienen la autoridad de actuar en el nombre de Dios y de efectuar las ordenanzas que son una fuente vital de fortaleza y energía eternas para el bienestar de la humanidad.
Hoy me dirijo a ustedes, maravillosos jóvenes que se preparan para ejercer una influencia positiva en el mundo, a ustedes que han sido ordenados al Sacerdocio Aarónico y a ustedes que ya han recibido el sagrado juramento y convenio del Sacerdocio de Melquisedec. El sacerdocio que poseen es una prodigiosa fuerza para el bien. Viven en una época de grandes desafíos y oportunidades. En calidad de hijos espirituales de padres celestiales, tienen la libertad de tomar las decisiones correctas, pero ello requiere una labor ardua, autodisciplina y una actitud optimista, lo cual les brindará gozo y libertad tanto ahora como en el futuro.
El Señor le dijo a Abraham: “Jehová es mi nombre, y conozco el fin desde el principio; por lo tanto, te cubriré con mi mano” (Abraham 2:8). Mis jóvenes amigos, hoy les digo que si confían en el Señor y le obedecen, Su mano estará sobre ustedes, Él les ayudará a alcanzar el gran potencial que ve en ustedes y les ayudará a ver el fin desde el principio.
Permítanme contarles una experiencia de mi niñez. Cuando tenía once años, mi familia tuvo que salir de Alemania del Este y comenzar una nueva vida de la noche a la mañana en Alemania del Oeste. Mientras mi padre lograba volver a ejercer su profesión como empleado de gobierno, mis padres operaron una pequeña lavandería en el pueblecito donde vivíamos, y yo era el encargado de entregar la ropa limpia. A fin de cumplir eficazmente con esa función, necesitaba una bicicleta para remolcar el pesado carrito con la ropa. Siempre había soñado con tener una bonita y lustrosa bicicleta deportiva roja, pero nunca había dinero suficiente para realizar ese sueño; lo que conseguí fue una bicicleta negra, durable y fea, pero resistente. Durante varios años hice las entregas de ropa limpia en esa bicicleta antes y después de la escuela. La mayor parte del tiempo, no me sentía muy orgulloso de mi bicicleta ni del carrito ni de mi trabajo. A veces el carrito se me hacía tan pesado y el trabajo tan agotador que pensaba que se me iban a reventar los pulmones, y muchas veces tenía que detenerme para recuperar el aliento. No obstante, ponía de mi parte porque sabía que, como familia, en verdad dependíamos de esos ingresos y ésa era mi manera de contribuir.
Si en ese entonces hubiese sabido lo que aprendí años después, si tan sólo hubiese podido ver el fin desde el principio, habría valorado mejor esas experiencias y eso habría aligerado mucho mi trabajo.
Años después, cuando estaba a punto de que me reclutaran en el servicio militar, opté por alistarme en la Fuerza Aérea para ser piloto, ya que me gustaba volar y pensé que tenía aptitudes para ello.
Para que se me admitiera en el programa, tenía que pasar un número de pruebas, incluso un riguroso examen físico. Los médicos se inquietaron algo por los resultados e hicieron algunas pruebas adicionales. Después me dijeron: “Usted tiene cicatrices en los pulmones, lo cual indica que tuvo una enfermedad en los primeros años de la adolescencia, pero es obvio que ahora se encuentra bien”. Los médicos se preguntaban a qué tratamiento se me había sometido para curarme de esa enfermedad. Yo nunca supe que padecía de ningún tipo de enfermedad pulmonar hasta ese día del examen. Entonces comprendí con claridad que el frecuente ejercicio al aire fresco al entregar la ropa limpia había sido un factor importante para curarme de esa enfermedad. Sin el esfuerzo de pedalear aún con más energías esa bicicleta pesada todos los días y de remolcar aquel carrito de ropa limpia de arriba abajo por las calles del pueblo, quizás nunca hubiera sido piloto de avión de combate y, posteriormente, capitán de aviones 747 de una línea aérea.
No siempre conocemos los detalles de nuestro futuro ni sabemos lo que nos aguarda. Vivimos en tiempos de incertidumbre, y en cada aspecto de nuestra vida estamos rodeados de desafíos. De vez en cuando, el desánimo nos llega de improvisto y en ocasiones nos sentimos frustrados. Quizás hasta pongamos en tela de juicio el valor de nuestro trabajo. En esos momentos sombríos, Satanás nos susurra al oído que nunca lograremos el éxito, que no vale la pena el esfuerzo que se deba hacer por lograr una aspiración y que nuestra pequeña aportación nunca tendrá impacto alguno. Él, el padre de todas las mentiras, hará lo posible por impedir que veamos el fin desde el principio.
Afortunadamente, a ustedes, jóvenes poseedores del sacerdocio de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, les enseñan los profetas, videntes y reveladores de nuestra época. La Primera Presidencia declaró: “…tenemos plena confianza en ustedes. Ustedes son espíritus escogidos… Están iniciando su jornada por esta vida terrenal; su Padre Celestial desea que vivan felices y desea llevarlos de nuevo a Su presencia. Las decisiones que tomen hoy determinarán mucho de lo que habrá de venir durante su vida y la eternidad”(Para la Fortaleza de la Juventud, 2001, pág. 2). “[Tienen] la responsabilidad de aprender lo que nuestro Padre Celestial desea que [hagan] y entonces, dar lo mejor de [ustedes mismos] para obedecer Su voluntad” (Sacerdocio Aarónico: Cumplir nuestro deber a Dios, 2001, pág. 4).
Estoy sumamente agradecido por el liderazgo inspirado de nuestro amado presidente Gordon B. Hinckely, el profeta de Dios en nuestra época, y por sus nobles consejeros. Su visión profética les ayuda a ustedes a ver el fin desde el principio.
El Señor les ama; por eso les ha dado los mandamientos y las palabras de los profetas para guiarles durante su vida. Algunas de las pautas de mayor importancia para su vida se encuentran en el folleto Para la Fortaleza de la Juventud. La apariencia física de este librito de papel acertaría la descripción que se encuentra en las Escrituras: “De las cosas pequeñas proceden las grandes” (D. y C. 64:33). El folleto en sí carece de valor monetario, quizás cueste unos centavos, pero la doctrina y los principios que en él se presentan son un tesoro inestimable. Ustedes, jóvenes mayores de 18 años, si ya no tienen más este folleto, asegúrense de conseguirlo, conservarlo y utilizarlo; este folleto es una joya para las personas de cualquier edad. Contiene normas que son los símbolos sagrados que representan nuestra calidad de miembros de la Iglesia.
Permítanme recordarles el hecho de que tanto el folleto Para la Fortaleza de la Juventud como la Guía para Padres y Líderes de la Juventud, y la recomendación para el templo de la Iglesia tienen, todos ellos, una ilustración del templo de Salt Lake impresa en la portada. El templo es un eslabón que une a las generaciones tanto en esta vida como en la eternidad. Todos los templos se han dedicado con el mismo propósito: ayudar en la labor de llevar a cabo la divina obra y gloria de Dios, nuestro Padre Eterno: “Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre” (Moisés 1:39). Los templos son edificios sagrados donde se hallan respuestas a preguntas eternas, se enseña la verdad y se efectúan ordenanzas para que podamos vivir con el conocimiento de nuestra herencia divina como hijos de Dios y con el entendimiento de nuestro potencial como seres eternos. La casa del Señor les ayuda a ver el fin desde el principio.
Así como los templos de Dios son sagrados, de igual manera lo es su cuerpo físico aquí en la tierra. El apóstol Pablo dijo:
“¿…ignoráis que vuestro templo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?
“Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Corintios 6:19–20).
Mis queridos poseedores del sacerdocio de todas las edades y de todas las partes del mundo, utilicemos nuestros pensamientos, nuestra mente, nuestro corazón y nuestro cuerpo con el respeto y la dignidad que merece el templo sagrado que nuestro Padre Celestial nos dio.
Amigos míos, los profetas de nuestra época les han prometido que al cumplir con las normas que se encuentran en el folleto Para la Fortaleza de la Juventud y “[al vivir] de acuerdo con las verdades que se encuentran en las Escrituras, serán capaces de llevar a cabo las labores de su vida con mayor sabiduría y capacidad y soportar las aflicciones con más valor. Ustedes tendrán la ayuda del Espíritu Santo… serán dignos de entrar en el templo para recibir las santas ordenanzas. Ustedes pueden tener ésas y muchas otras bendiciones más” (Para la Fortaleza de la Juventud, págs. 2–3).
Sabemos que Dios cumple Sus promesas. Debemos cumplir con nuestra parte para recibir Sus bendiciones. El profeta José Smith enseñó que: “…cuando recibimos una bendición de Dios, es porque se obedece aquella ley sobre la cual se basa” (D. y C. 130:21).
Sin importar la edad, cada miembro que tenga el deseo de ir al templo debe prepararse para esa experiencia sagrada. Su obispo y su presidente de estaca, que poseen las llaves de la autoridad del sacerdocio y son jueces comunes en la Iglesia, les harán ciertas preguntas. Algunas de esas preguntas fundamentales son: ¿Es usted honrado?, ¿Es moralmente puro?, ¿Guarda la Palabra de Sabiduría?, ¿Cumple con la ley del diezmo?, ¿Apoya a los oficiales de la Iglesia? Las respuestas a esas preguntas clave reflejan tanto sus actitudes como sus acciones.
Ustedes, los varones más jóvenes, quizás no estén al tanto de que las normas que el Señor ha establecido en las preguntas para obtener la recomendación para el templo son muy parecidas a las que se encuentran en el folleto Para la Fortaleza de la Juventud. En los momentos de tranquilidad y también en los de mayor tentación, esas normas y la orientación del Espíritu Santo les guiarán a tomar las decisiones correctas en cuanto a la educación, las amistades, su modo de vestir y su apariencia, la diversión, los medios de comunicación y el Internet, el lenguaje, la manera adecuada de salir con jóvenes del sexo opuesto, la pureza sexual, la honradez, la observancia del día de reposo y el servicio a los demás. La forma en que apliquen esas normas indicará en gran medida quiénes son y lo que desean llegar a ser.
Mis jóvenes amigos, el Señor quiere que ustedes tengan el deseo de cumplir con todo su corazón esas normas y vivir su vida de acuerdo con las verdades del Evangelio que se encuentran en las Escrituras. Al hacerlo, verán más allá de la situación en la que se encuentren, y verán su admirable y brillante futuro con grandes oportunidades y responsabilidades. Estarán dispuestos a trabajar arduamente y de perseverar, y tendrán una actitud positiva ante la vida. Verán que el camino de su vida les conducirá en primer lugar a la casa del Señor, y después a servir en una misión de tiempo completo, al representar al Salvador dondequiera que les mande. Después de su misión, organizarán su vida y sus planes basándose en las mismas normas. Por lo tanto, en su mente se verán entrando en la Casa del Señor para así tener un matrimonio eterno y una familia eterna. Lo que tenga prioridad en su vida cambiará para ajustarse a lo que el Salvador nos ha indicado; y Dios les bendecirá y les abrirá los ojos del entendimiento para que vean el fin desde el principio.
Al vivir las normas que se encuentran en el folleto Para la Fortaleza de la Juventud, se valorarán más ustedes mismos. Comprométanse tanto en su corazón como en su mente a obedecer esas normas y a vivir de acuerdo con ellas. Comparen dónde se encuentran hoy en día con respecto a cada una de esas normas. Escuchen la voz del Espíritu, que les enseñará lo que deben hacer para llegar a ser más semejantes a Jesús. Si reconocen que un cambio es necesario, efectúenlo y no lo dejen para después. Hagan uso del arrepentimiento sincero y del don y el poder de la expiación de Jesucristo para vencer aquellas cosas que les impidan alcanzar su verdadero potencial. Si este proceso les parece difícil, perseveren, porque sí vale la pena. El Señor tiene una promesa para ustedes al igual que la tuvo para el profeta José: “…entiende, hijo mío, que todas estas cosas te servirán de experiencia, y serán para tu bien” (D. y C. 122:7).
Ahora bien, mis queridos abuelos, padres, tíos, hijos y amigos de éstos, nuestros jóvenes, nosotros podemos ser de gran ayuda en este proceso. El rey Benjamín enseñó que si los padres en verdad se han convertido, ellos “[enseñarán a sus hijos] a andar por las vías de la verdad y la seriedad; [y] les [enseñarán] a amarse mutuamente y a servirse el uno al otro” (Mosíah 4:15). Se ha dicho que: “La enseñanza por medio del ejemplo es una manera de enseñar”. Yo diría: “La enseñanza por medio del ejemplo es la mejor manera de enseñar”.
Por favor, sean poseedores del sacerdocio dignos de entrar en el templo, para que así enseñen a nuestros jóvenes por medio de su ejemplo. Su buen ejemplo, su amor tanto por Dios como por su prójimo, y la aplicación de su testimonio del Evangelio restaurado de Jesucristo constituirán un poder convincente para nuestros jóvenes y les ayudarán a ellos a ver el fin desde el principio.
Mis queridos amigos jóvenes, por favor, perfeccionen su vida al vivir de acuerdo con esas normas que nos han dado los profetas de la actualidad. Al hacerlo paso a paso, día tras día, honrarán el sacerdocio y estarán listos para ser una influencia positiva en el mundo a la vez que emprenderán el camino correcto para regresar con honor al lado de nuestro Padre Celestial.
Mis queridos consiervos del sacerdocio, hoy les prometo que si siguen estas pautas, el Señor les ayudará a tener más logros en su vida que si lo hiciesen ustedes solos. ¡Él les ayudará siempre a ver el fin desde el principio!
De esto testifico en calidad de apóstol del Señor, nuestro Salvador, y en el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.