2000–2009
La vida abundante
Abril 2006


La vida abundante

La vida abundante está a nuestro alcance si tan sólo estamos dispuestos a beber en abundancia del agua viva, a llenar nuestro corazón de amor y a hacer de nuestra vida una obra maestra.

Harry de Leyer llegó tarde a la subasta aquel nevoso día de 1956, y todos los caballos buenos ya se habían vendido. Los pocos que quedaban eran viejos y estaban gastados, y los había comprado una empresa de salvamento.

Harry, que era maestro de equitación de un colegio de niñas de Nueva York, estaba a punto de marcharse cuando uno de esos animales —un caballo descuidado, castrado, de color gris, con feas heridas en los muslos— le atrajo la atención. El animal todavía tenía las marcas hechas por los pesados arneses de trabajo, lo cual era evidencia de la dura vida que había llevado. Sin embargo, algo acerca de él captó la atención de Harry, por lo que ofreció ochenta dólares por él.

Nevaba cuando los hijos de Harry vieron el caballo por primera vez y, dado que estaba cubierto de nieve, los niños le dieron como nombre “Hombre de Nieve”.

Harry cuidó bien del caballo que resultó ser un amigo manso y digno de confianza, que a las niñas les gustaba montar porque mantenía la calma y no se encabritaba como algunos de los otros. En realidad, “Hombre de Nieve” mejoró con tal rapidez que un vecino lo compró por el doble del precio que había pagado Harry.

Pero “Hombre de Nieve” se desaparecía constantemente del prado del vecino y a veces se lo encontraba en los plantíos de papas (patatas) vecinos y otras veces de regreso en el terreno de Harry. A todas luces el caballo tenía que haber saltado por encima de las cercas que dividían las propiedades, pero eso parecía imposible, puesto que Harry nunca había visto a “Hombre de Nieve” saltar sobre nada más alto que no fuese un tronco caído en la tierra.

Pero con el tiempo, al vecino se le agotó la paciencia y le insistió a Harry que se llevara el caballo.

Desde hacía años, el gran sueño de Harry había sido exhibir un caballo de saltos que resultase campeón. Había conseguido un éxito regular en el pasado, pero comprendía que, para competir en las más elevadas categorías, tendría que comprar un purasangre que hubiese sido engendrado específicamente para saltar. Y esa clase de caballo de raza le costaría mucho más de lo que podía pagar.

“Hombre de Nieve” ya estaba envejeciendo; tenía ocho años cuando Harry lo compró y había sido muy maltratado; pero era evidente que “Hombre de Nieve” quería saltar, por lo que Harry decidió averiguar lo que el caballo podía hacer.

Lo que Harry vio le llevó pensar que quizás su caballo tenía posibilidades de competir.

En 1958, Harry inscribió a “Hombre de Nieve” en su primera competición. Allí estaba el rocín entre los hermosos y campeones caballos de pura sangre, donde se veía muy fuera de lugar. Los otros criadores de caballos calificaron con desdén a “Hombre de Nieve” de “pulguiento”.

Pero algo asombroso e increíble ocurrió aquel día.

¡“Hombre de Nieve” ganó!

Harry siguió inscribiendo a “Hombre de Nieve” en otras competiciones y éste siguió saliendo ganador.

El público aplaudía entusiasmado cada vez que “Hombre de Nieve” ganaba una competición, y así se convirtió en el símbolo de lo extraordinario que puede ser un caballo ordinario. Salió en televisión y se escribieron relatos y libros acerca de él.

Al seguir ganando “Hombre de Nieve”, un comprador ofreció cien mil dólares por el viejo caballo de tiro, pero Harry no lo vendió. En 1958 y en 1959, nombraron a “Hombre de Nieve” “El Caballo del Año”. Al final, el castrado caballo gris —que había sido una vez vendido al más bajo precio— fue incorporado a la lista de caballos aclamados como excepcionales en los espectáculos de equitación1.

Para muchas personas, “Hombre de Nieve” fue mucho más que un caballo, pues constituyó el ejemplo del potencial escondido y no utilizado que yace dentro de cada uno de nosotros.

He tenido oportunidad de llegar a conocer a muchas personas magníficas de todas las condiciones sociales. He conocido a personas ricas y pobres, famosas y modestas, prudentes y no muy prudentes, por decirlo así.

Algunas sobrellevaban hondos pesares, otras irradiaban una gran paz interior. Algunas escondían resentimientos que no podían superar, mientras que otras resplandecían de incontenible regocijo. Algunas se veían abatidas en tanto que otras, a pesar de los golpes de la adversidad, habían superado el desaliento y la desesperación.

He oído afirmar, tal vez medio en broma, que los únicos seres humanos felices son los que sencillamente no se enteran de nada de lo que ocurre alrededor de ellos.

Pero yo pienso de otro modo.

He conocido a muchas personas que viven con regocijo y que irradian felicidad.

He conocido a muchas personas que viven la vida abundante.

Y creo saber la razón de ello.

En esta ocasión, deseo enumerar unas cuantas de las características que tienen en común las personas más felices que conozco. Ésas son cualidades que transforman la existencia común y corriente en una vida llena de entusiasmo y la hacen abundante.

Primero, beben en abundancia del agua viva.

El Salvador enseñó: “…el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás… [porque] será en él una fuente de agua que salte para vida eterna”2.

Cuando el Evangelio de Jesucristo se abraza y se comprende en toda su amplitud, éste sana el corazón desgarrado de dolor, da sentido a la vida, une a los seres queridos con lazos que trascienden la vida terrenal y brinda a la vida un regocijo sublime.

El presidente Lorenzo Snow dijo: “El Señor no nos ha dado el Evangelio para que andemos lamentándonos todos los días de nuestra vida”3.

El Evangelio de Jesucristo no es una religión de lamentos ni de melancolía. La fe de nuestros padres es de esperanza y de alegría; no se trata de un Evangelio de cadenas, sino de un Evangelio de alas.

Adoptarlo enteramente equivale a estar lleno de admiración y a tener un fuego espiritual interior. Nuestro Salvador proclamó: “…yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”4.

¿Buscan la paz interior?

Beban en abundancia del agua viva.

¿Buscan el perdón? ¿Buscan el sosiego, la comprensión y el regocijo?

Beban en abundancia del agua viva.

La vida abundante es la vida espiritual. Demasiadas personas se sientan a la mesa del banquete del Evangelio de Jesucristo y no hacen más que mordisquear los manjares que se les ponen delante. Están físicamente presentes —asisten a las reuniones, echan una mirada a las Escrituras y repiten las oraciones conocidas—, pero su corazón está lejos de todo ello. Si hablaran con sinceridad, admitirían que están más interesadas en los últimos rumores del vecindario, en las fluctuaciones de la bolsa de valores y en el argumento de su espectáculo televisivo preferido que en los prodigios celestiales y las apacibles ministraciones del Espíritu Santo.

¿Desean participar de esa agua viva y experimentar esa divina fuente de agua dentro de ustedes que salte para vida eterna?

Entonces, no tengan temor y crean con todo el corazón. Cultiven la fe inquebrantable en el Hijo de Dios y hagan llegar el corazón a Dios en ferviente oración. Llénense la mente de conocimiento de Él. Abandonen sus debilidades. Vivan en santidad y en armonía con los mandamientos.

Beban en abundancia del agua viva del Evangelio de Jesucristo.

La segunda cualidad de los que viven la vida abundante es que tienen el corazón lleno de amor.

El amor es la esencia del Evangelio y el mayor de todos los mandamientos. El Salvador enseñó que todos los demás mandamientos y las enseñanzas proféticas dependen de él5. El apóstol Pablo escribió que “toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”6.

Muchas veces no sabemos el alcance que tendrá un sencillo acto de bondad. El profeta José Smith fue un modelo de compasión y de amor. Un día, llegó a casa del Profeta en Nauvoo un grupo de ocho afroamericanos, después de haber recorrido desde su ciudad de procedencia, Buffalo, Nueva York, unos 1.300 kilómetros para unirse al Profeta de Dios y a los santos. Si bien eran libres, se vieron obligados a esconderse de quienes pudiesen confundirlos con esclavos fugitivos. Pasaron frío y privaciones, se les gastaron los zapatos y los calcetines hasta que siguieron caminando con los pies desnudos hasta llegar a la Ciudad de José. Cuando llegaron a Nauvoo, el Profeta les dio la bienvenida en su casa y ayudó a cada uno de ellos a buscar un lugar donde quedarse.

Pero quedó una joven llamada Jane, que, por no tener un lugar adonde ir, lloraba sin saber qué hacer.

“Aquí no queremos lágrimas”, le dijo José, y, tras haber ido a buscar a Emma, le dijo: “Esta joven dice que no ha conseguido casa. ¿No crees que ha encontrado una casa aquí?”.

Emma asintió. Y a partir de aquel día, Jane vivió con ellos como miembro de la familia.

Años después del martirio del Profeta y tras haberse unido a los pioneros que hicieron el largo viaje hasta Utah, Jane dijo: “[todavía suelo] despertar a media noche y pensar en el hermano José y en la hermana Emma, y en lo buenos que fueron conmigo. José Smith”, dijo ella, “ha sido el hombre más admirable que he visto en la tierra”7.

El presidente Gordon B. Hinckley ha dicho que los que procuren elevar y prestar servicio a los demás “llegarán a conocer una felicidad… que nunca habían conocido… El cielo sabe que hay muchas, muchísimas personas en este mundo que necesitan ayuda. Ah, muchas, muchísimas. Despojémonos de la influencia maligna de la actitud egoísta, mis hermanos y hermanas, e intentemos hacer más de lo que hemos hecho hasta ahora al servicio del prójimo”8.

Todos estamos atareados. Es fácil hallar excusas para no ayudar a los demás, pero me imagino que esas excusas han de sonar tan vanas a nuestro Padre Celestial como el niño de la escuela primaria que le entregó una nota a la maestra en la que le pedía permiso para ausentarse de las clases desde el 30 hasta el 34 de marzo.

Los que dedican la vida a satisfacer sus propios deseos egoístas, excluyendo a todos los demás, descubrirán a la larga que su alegría es poco profunda y que su vida tiene muy poco significado.

En la lápida de la sepultura de una persona así, se encontraba el siguiente epitafio:

“Aquí yace un avaro que sólo vivió para sí.

Lo único que le importó fue acumular riquezas.

Ahora, donde esté o cómo le vaya,

Nadie lo sabe ni a nadie le importa”9.

Alcanzamos el máximo de la felicidad cuando nos unimos a los demás mediante los vínculos del amor y del servicio abnegado. El presidente J. Reuben Clark enseñó que “no hay mayor bendición, ni mayor regocijo ni felicidad que los que experimentamos cuando aliviamos las aflicciones de otras personas”10.

La tercera cualidad de las personas que viven la vida abundante es que éstas hacen una obra maestra de su vida.

Sean cuales sean nuestra edad, nuestras circunstancias y nuestras aptitudes, cada uno de nosotros puede hacer de su propia vida algo notable.

David se vio a sí mismo como un pastor de ovejas, pero el Señor le vio como rey de Israel. José de Egipto servía de esclavo, pero el Señor le vio como vidente. Mormón llevaba armadura de soldado, pero el Señor le vio como profeta.

Somos hijos e hijas de un Padre Celestial inmortal, lleno de amor y todopoderoso. Hemos sido creados tanto del polvo de la eternidad como del polvo de la tierra. Cada uno de nosotros tiene un potencial que apenas puede imaginar.

El apóstol Pablo escribió: “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman”11.

¿Cómo es posible, entonces, que tantas personas se vean a sí mismas tan sólo como un viejo caballo gris que no sirve de mucho? Hay una chispa de grandeza dentro de cada uno de nosotros, un don de nuestro amoroso y eterno Padre Celestial. Lo que hagamos con ese don dependerá de nosotros.

Amen al Señor con todo su corazón, alma, mente y fuerza. Tomen parte en causas sublimes y nobles. Hagan de su hogar un santuario de santidad y de fortaleza. Magnifiquen sus llamamientos en la Iglesia. Llénense la mente de conocimientos. Fortalezcan su testimonio. Tiendan una mano de ayuda a los demás.

Hagan de su vida una obra maestra.

Hermanos y hermanas, la vida abundante no nos llega empaquetada ni confeccionada por otra gente; no es algo que podamos encargar ni esperar que se nos envíe por correo; no se concreta sin aflicción ni sin pesar.

Se concreta por medio de la fe, de la esperanza y de la caridad. Se hace realidad para quienes, a pesar de las tribulaciones y del pesar, comprenden el mensaje del que escribió: “En lo más crudo del invierno, por fin aprendí que dentro de mí yace un eterno verano”12.

La vida abundante no es algo a lo que sencillamente se llega, sino que es un trayecto magnífico que comenzó hace tiempos inmemoriales y que no se acabará nunca jamás.

Uno de los grandes consuelos del Evangelio de Jesucristo es el conocimiento que tenemos de que la existencia de esta tierra no es más que un abrir y cerrar de ojos de la eternidad. Ya sea que nos encontremos al comienzo de nuestra jornada mortal o al final de ella, esta vida no es más que un paso, un paso pequeño.

Nuestra búsqueda de la vida abundante no se limita tan sólo a esta vida mortal; su verdadera trayectoria sólo se comprende con la perspectiva de la eternidad que se despliega infinitamente ante nosotros.

Hermanos y hermanas, en la búsqueda de la vida abundante hallamos nuestro destino.

Como lo ilustra la historia del viejo y desechado caballo de una subasta que llegó a ser campeón de saltos, dentro de cada uno de nosotros existe una chispa divina de grandeza. ¿Cómo se puede saber de qué somos capaces si no nos ponemos a prueba? La vida abundante está a nuestro alcance si tan sólo estamos dispuestos a beber en abundancia del agua viva, a llenar nuestro corazón de amor y a hacer de nuestra vida una obra maestra.

Que lleguemos a lograrla es mi humilde oración en el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Véase Rutherford George Montgomery, Snowman, 1962.

  2. Juan 4:14.

  3. The Teachings of Lorenzo Snow, ed. Clyde J. Williams, 1996, pág. 61.

  4. Juan 10:10.

  5. Véase Mateo 22:40.

  6. Gálatas 5:14.

  7. Neil K. Newell, “Joseph Smith Moments: Stranger in Nauvoo”, Church News, 31 de diciembre de 2005, pág. 16.

  8. Teachings of Gordon B. Hinckley, 1997, pág. 597.

  9. En Obert C. Tanner, Christ’s Ideals for Living, Manual para la Escuela Dominical, 1955, pág. 266.

  10. “Fundamentals of the Church Welfare Plan”, Church News, 2 de marzo de 1946, pág. 9.

  11. 1 Corintios 2:9.

  12. Albert Camus, en John Bartlett, comp. Familiar Quotations, decimasexta edición, 1980, pág. 732.