Para que siempre podamos tener Su Espíritu con nosotros
Debemos esforzarnos por percibir cuándo nos “[separamos] del Espíritu del Señor”…[y] estar atentos y aprender de las decisiones y de las influencias que nos separan del Espíritu Santo.
Hoy, voy a hablar en forma de recordatorio y de admonición a los que somos miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Últimos Días. Ruego que la compañía del Espíritu Santo esté presente y que nos ayude, tanto a ustedes como a mí, al aprender juntos.
El bautismo por inmersión para la remisión de los pecados “es la ordenanza preliminar del Evangelio” de Jesucristo, y a ésta la deben preceder la fe en el Salvador y un arrepentimiento sincero y pleno. “[Después del] bautismo de agua… se debe recibir el don del Espíritu Santo a fin de que aquél sea completo (véase “Bautismo”, en la Guía para el Estudio de las Escrituras, pág. 23). Tal como el Salvador le enseñó a Nicodemo: “…el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Juan 3:5). En mi mensaje de esta tarde voy a concentrarme en el bautismo del Espíritu y en las bendiciones que se reciben por medio de la compañía del Espíritu Santo.
La ordenanza del bautismo y el convenio relacionado con ésta
Al bautizarnos, todos concertamos un convenio solemne con nuestro Padre Celestial. Un convenio es un acuerdo entre Dios y Sus hijos sobre la tierra, y es importante comprender que Dios determina las condiciones de todos los convenios del Evangelio. Ni ustedes ni yo decidimos la naturaleza ni los elementos de un convenio, sino que, al emplear nuestro albedrío moral, aceptamos los términos y los requisitos del convenio tal como nuestro Padre Celestial los ha establecido (véase “Convenio”, en la Guía para el Estudio de las Escrituras, pág. 38).
La ordenanza salvadora del bautismo la debe efectuar alguien que tenga la debida autoridad de Dios. Las condiciones fundamentales del convenio, en el que entramos en las aguas del bautismo, son las siguientes: testificamos que estábamos dispuestos a tomar sobre nosotros el nombre de Jesucristo, que siempre lo recordaríamos, y que guardaríamos Sus mandamientos. La bendición que se nos promete al honrar ese convenio es que siempre podamos tener Su Espíritu con nosotros (véase D. y C. 20:77). En otras palabras, el bautismo por agua nos lleva a la oportunidad autorizada de tener la compañía constante del tercer miembro de la Trinidad.
La confirmación y el bautismo del Espíritu
Después del bautismo, aquellos que tienen la autoridad del sacerdocio nos colocaron las manos sobre la cabeza y nos confirmaron miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Últimos Días, y se nos confirió el Espíritu Santo (véase D. y C.49:14). La declaración “recibe el Espíritu Santo” que se pronunció en nuestra confirmación fue una directiva para esforzarnos por obtener el bautismo del Espíritu.
El profeta José Smith enseñó: “Tan provechoso sería bautizar un costal de arena como a un hombre, si su bautismo no tiene por objeto la remisión de los pecados y la recepción del Espíritu Santo. El bautismo de agua no es sino medio bautismo, y no vale nada sin la otra mitad, es decir, el bautismo del Espíritu Santo” (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 384). Nosotros fuimos bautizados por inmersión en el agua para la remisión de los pecados. También debemos ser bautizados por inmersión en el Espíritu del Señor, “…y entonces viene una remisión de vuestros pecados por fuego y por el Espíritu Santo” (2 Nefi 31:17).
Al obtener experiencia con el Espíritu Santo, aprendemos que la intensidad con la cual sentimos Su influencia no siempre es la misma. No muy a menudo recibimos impresiones espirituales potentes y espectaculares. Aun cuando nos esforcemos por ser fieles y obedientes, sencillamente hay ocasiones en nuestra vida en las que no reconocemos de inmediato la dirección, la seguridad y la paz del Espíritu. De hecho, en el Libro de Mormón se habla de los lamanitas fieles que “fueron bautizados con fuego y con el Espíritu Santo al tiempo de su conversión… y no lo supieron” (3 Nefi 9:20).
En las Escrituras se describe la influencia del Espíritu Santo como “un silbo apacible y delicado” (1 Reyes 19:12; véase también 3 Nefi 11:3) y como una “una voz apacible de perfecta suavidad” (Helamán 5:30). Por consiguiente, el Espíritu del Señor se comunica por lo general con nosotros de manera tenue, delicada y apacible.
El alejarnos del Espíritu del Señor
En nuestro estudio individual y en la instrucción en el aula, hacemos repetidamente hincapié en la importancia de reconocer la inspiración y los susurros que recibimos del Espíritu del Señor; y ese método es correcto y útil. Debemos diligentemente saber cómo reconocer y actuar ante las impresiones que recibimos; sin embargo, tal vez con frecuencia pasemos por alto, durante nuestro progreso espiritual, un aspecto importante del bautismo por el Espíritu.
Debemos también esforzarnos por percibir cuándo nos “[separamos] del Espíritu del Señor, para que no tenga cabida en [nosotros] para [guiarnos] por las sendas de la sabiduría, a fin de que [seamos] bendecidos, prosperados y preservados” (Mosíah 2:36). Precisamente porque la bendición que se nos promete es que siempre podemos tener Su Espíritu con nosotros, debemos estar atentos y aprender de las decisiones y de las influencias que nos separan del Espíritu Santo.
La norma es clara: si algo que pensemos, veamos, escuchemos o hagamos nos separa del Espíritu Santo, entonces debemos dejar de pensar, ver, escuchar o hacer eso. Por ejemplo, si algo que supuestamente es para nuestra diversión nos aleja del Espíritu Santo, entonces esa clase de diversión no es para nosotros, puesto que el Espíritu no puede tolerar lo que es vulgar, grosero o inmodesto y, por lo tanto, será obvio que esas cosas no son para nosotros. Ya que alejamos al Espíritu del Señor al participar en actividades que sabemos que debemos rechazar, entonces definitivamente sabremos que ese tipo de cosas no son para nosotros.
Admito que somos hombres y mujeres en un estado caído que vivimos en un mundo terrenal y que es posible que no tengamos la presencia del Espíritu Santo con nosotros cada minuto del día. Sin embargo, el Espíritu Santo puede permanecer con nosotros la mayor parte del tiempo, si no es que todo; y en verdad es más el tiempo que podría estar con nosotros que el que no esté con nosotros. Al sumergirnos cada vez más en el Espíritu del Señor, debemos esforzarnos por reconocer las impresiones que recibimos y las influencias o los acontecimientos que causan que nos alejemos del Espíritu Santo.
Es posible tener “…al Espíritu Santo [como nuestro] guía…” (D. y C.45:57) y es esencial tenerlo para nuestro progreso espiritual y para sobrevivir en un mundo cada vez más inicuo. En ocasiones, como Santos de los Últimos Días, hablamos y nos comportamos como si el darnos cuenta de la influencia del Espíritu Santo en nuestra vida fuese un acontecimiento poco común y excepcional. Debemos recordar, sin embargo, que la promesa del convenio es que siempre podamos tener Su Espíritu con nosotros. Esa bendición celestial se aplica a todo miembro de la Iglesia que ha sido bautizado, confirmado y a quien se le ha dicho: “Recibe el Espíritu Santo”.
La Liahona es un símbolo y una figura para nuestros días
En nuestros días, el Libro de Mormón es la fuente principal de consulta a la que debemos acudir para aprender cómo tener la compañía constante del Espíritu Santo. La descripción que se encuentra en el Libro de Mormón en cuanto a la Liahona, el director o la brújula que Lehi y su familia utilizaron durante su viaje por el desierto, se incluyó de manera específica en los anales como un símbolo y una figura para nuestros días, y es una lección esencial acerca de lo que debemos hacer a fin de disfrutar de las bendiciones del Espíritu Santo.
A medida que nos esforcemos por alinear nuestra actitud y nuestras acciones en rectitud, entonces el Espíritu Santo llega a ser para nosotros hoy en día lo que la Liahona fue para Lehi y para su familia en su época. Los mismos factores que hacían que la Liahona funcionara para Lehi invitarán de igual manera al Espíritu Santo a nuestra vida. Y los mismos factores que hacían que la Liahona no funcionara antiguamente harán de la misma forma que en la actualidad nosotros nos alejemos del Espíritu Santo.
La Liahona: Los propósitos y los principios
Les testifico que, al estudiar y meditar acerca de los propósitos y los principios por los cuales funcionaba la Liahona, recibiremos inspiración apropiada para nuestras circunstancias y necesidades personales y familiares. Somos y seremos bendecidos con dirección continua del Espíritu Santo.
El Señor preparó la Liahona y se la dio a Lehi y a su familia después de partir de Jerusalén y mientras se encontraban viajando por el desierto (véase Alma 37:38; D. y C. 17:1). Esa brújula, o director, marcaba el camino que Lehi y su caravana debían seguir (véase 1 Nefi 16:10), sí “un curso directo a la tierra prometida” (Alma 37:44). Las agujas de la Liahona “funcionaban de acuerdo con la fe, diligencia y atención” (1 Nefi 16:28) de los viajantes y cesaba de funcionar cuando los miembros de la familia eran contenciosos, groseros, perezosos o se olvidaban de lo que debían recordar (véase 1 Nefi 18:12, 21; Alma 37:41, 43).
Esa brújula también proporcionaba el medio por el cual Lehi y su familia podían obtener un mayor “conocimiento respecto a las vías del Señor” (1 Nefi 16:29). Por consiguiente, los propósitos primordiales de la Liahona eran proporcionar tanto dirección como instrucción durante un viaje largo y agotador. Ese director fue un instrumento tangible que sirvió como indicador externo de su estado espiritual interno ante Dios, y funcionaba de acuerdo con los principios de fe y diligencia.
Así como Lehi obtuvo bendiciones en tiempos antiguos, a cada uno de nosotros en esta época se le ha dado una brújula espiritual que nos dirige y nos instruye durante nuestro trayecto terrenal. Tanto a ustedes como a mí se nos confirió el Espíritu Santo al salir del mundo y al entrar en la Iglesia del Salvador por medio del bautismo y de la confirmación. Mediante la autoridad del santo sacerdocio se nos confirmó miembros de la Iglesia y se nos amonestó a buscar la compañía constante del “Espíritu de la verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros” (Juan 14:17).
Al seguir adelante por el camino de la vida, cada uno de nosotros recibe la dirección del Espíritu Santo de la misma forma en que Lehi la recibió por medio de la Liahona. “Porque he aquí, os digo otra vez, que si entráis por la senda y recibís el Espíritu Santo, él os mostrará todas las cosas que debéis hacer” (2 Nefi 32:5).
En nuestra vida, el Espíritu Santo funciona exactamente como la Liahona lo hizo para Lehi y su familia, de acuerdo con nuestra fe, diligencia y atención.
“…deja que la virtud engalane tus pensamientos incesantemente; entonces tu confianza se fortalecerá en la presencia de Dios…
“El Espíritu Santo será tu compañero constante, y tu cetro, un cetro inmutable de justicia y de verdad…” (D. y C.121:45–46).
Y el Espíritu Santo nos proporcionará hoy los medios por los cuales recibiremos, “por medio de cosas pequeñas y sencillas” (Alma 37:6), un mayor entendimiento en cuanto a las vías del Señor. “Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Juan 14:26).
El Espíritu del Señor será nuestra guía y nos bendecirá con dirección, instrucción y protección espiritual a la largo de nuestro trayecto terrenal. Invitamos al Espíritu Santo a nuestra vida por medio de la sincera oración, tanto personal como familiar, al deleitarnos en las palabras de Cristo, por medio de la obediencia precisa y diligente, la fidelidad, y al honrar nuestros convenios y mediante la virtud, la humildad y el servicio. Debemos firmemente evitar las cosas que son inmodestas, ordinarias, vulgares, pecaminosas o malas que hacen que nos alejemos del Espíritu Santo.
También invitamos a tener la compañía constante del Espíritu Santo al participar dignamente de la Santa Cena cada domingo: “Y para que más íntegramente te conserves sin mancha del mundo, irás a la casa de oración y ofrecerás tus sacramentos en mi día santo” (D. y C.59:9).
Mediante la ordenanza de la Santa Cena, renovamos nuestro convenio bautismal y recibimos y retenemos la remisión de nuestros pecados (véase Mosíah 4:12, 26). Además, se nos recuerda semanalmente la promesa de que siempre podamos tener Su Espíritu con nosotros. Al esforzarnos por mantenernos puros y sin mancha del mundo, nos convertimos en vasos dignos en los que el Espíritu del Señor podrá morar siempre.
En febrero de 1847, el profeta José Smith se le apareció a Brigham Young en un sueño o en una visión. El presidente Young le preguntó al Profeta si él tenía algún mensaje para las Autoridades Generales. El profeta José le contestó: “Diga a la gente que sea humilde y fiel y se asegure de conservar el Espíritu del Señor, el cual le guiará con justicia. Que tengan cuidado y no se alejen de la voz apacible; ésta les enseñará lo que deben hacer y adónde ir; les proveerá los frutos del Reino…” (véase Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Brigham Young, pág. 45, cursiva agregada). De todas las verdades que el profeta José pudo haberle enseñado a Brigham Young en esa sagrada ocasión, él hizo hincapié en la importancia de obtener y conservar el Espíritu del Señor.
Mis queridos hermanos y hermanas, les testifico de la realidad de la existencia de Dios el Padre Eterno y de Su hijo Jesucristo y del Espíritu Santo. Que cada uno de nosotros viva para que siempre podamos tener Su Espíritu con nosotros, y de ese modo ser merecedores de las bendiciones tanto de dirección como de instrucción y protección que son esenciales en estos últimos días. En el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.