Una lección del Libro de Mormón
Como miembros de primera generación, ustedes son los que empiezan el ciclo de enseñar y fortalecer a la próxima generación.
Amo el Libro de Mormón; contiene relatos maravillosos para los niños de todas las edades y, más importante aún, enseña lecciones eternas que suelen repetirse en las canciones de la Primaria.
Por ejemplo, en la canción acerca del ejército de Helamán se encuentra una gran lección. Nosotros cantamos: “Como el ejército de Helamán, debemos obedecer”1. Muchos de nosotros también podemos cantar: “De buenos padres que aman a Dios nosotros como Nefi pudimos nacer”2.
Mi mensaje de hoy es para ustedes, los miembros de primera generación que tal vez hayan nacido de buenos padres pero a quienes no se les enseñó el Evangelio en el hogar. En vez de ser como el ejército de Helamán, a quienes “sus madres les habían enseñado que… Dios los libraría” (Alma 56:47), ustedes quizás sean como los padres de ellos, los del pueblo de Ammón, que crecieron siendo incrédulos.
Tal vez sería útil repasar la historia del pueblo de Ammón: ellos eran lamanitas a quienes Ammón, Aarón y otros les enseñaron el Evangelio (véase Alma 23:1–4). Cuando aceptaron el Evangelio, esos lamanitas se pusieron el nombre de anti-nefi-lehitas, y más tarde se les llamó el pueblo de Ammón (véase Alma 23:16–17; 27:23–26). Los hijos de este pueblo de Ammón fueron el ejército de Helamán que ayudó a luchar contra los lamanitas que no se habían convertido (véase Alma 56:3–6).
De modo que la fortaleza del ejército de Helamán en realidad empezó con sus padres, que eran el pueblo de Ammón. Ellos fueron los que primeramente aprendieron el Evangelio de las Escrituras; fueron los que aprendieron acerca del poder de la oración y los que primeramente hicieron convenios con el Señor y los guardaron. Y de la misma forma que dio comienzo con ellos, da comienzo con ustedes; como miembros de primera generación, ustedes son los que empiezan el ciclo de enseñar y fortalecer a la próxima generación.
Las Escrituras
Aarón, que fue un gran misionero, utilizó las Escrituras para enseñarles al rey lamanita y al pueblo de Ammón en cuanto a la fe y el arrepentimiento, y sobre Jesucristo y el plan de felicidad (véase Alma 22:12–14; 23:4–5). Hoy en día, la lectura y el estudio de las Escrituras siguen edificando nuestra fe, nos ayudan a resistir la tentación y nos permiten acercarnos más a nuestro Padre Celestial y a Su Hijo Jesucristo.
Sin embargo, la lectura de las Escrituras puede ser un reto para todos. El presidente Boyd K. Packer relata en cuanto a sus primeros intentos de leer el Libro de Mormón cuando era adolescente. Él cuenta: “Lo abrí y leí: ‘Yo, Nefi, nací de buenos padres’ (1 Nefi 1:1)… Era interesante y pude seguir bien la lectura hasta que llegué a los capítulos de Isaías… Unos meses más tarde decidí leer el Libro de Mormón de nuevo y leí: ‘Yo, Nefi, nací de buenos padres’, pero cada vez que leía llegaba a la barrera de los capítulos de Isaías… Finalmente decidí leerlos”3.
Naturalmente, el presidente Packer los leyó. La perseverancia es la clave. Con cada lectura de las Escrituras, las palabras desconocidas cobrarán significado; leeremos acerca de héroes y actos grandiosos de valor; aprenderemos en cuanto a las entrañables misericordias del Señor y, sobre todo, podremos sentir el amor de Dios y saber que Jesucristo es nuestro Salvador.
La oración
La oración es otro medio para edificar la fe. Cuando el rey lamanita deseaba saber lo que debía hacer para recibir el gozo del Evangelio, oró al Señor (véase Alma 22:16–17). A nosotros también se nos promete que, si pedimos, nos será dado.
Stanley, un investigador de 19 años de Hong Kong, estaba entusiasmado con el Evangelio y deseaba ser bautizado, hasta que sus amigos criticaron la Iglesia. Se reunió con los misioneros que testificaron que Dios lo quería lo suficiente como para contestar su oración. Lo invitaron a arrodillarse y a preguntarle a nuestro Padre Celestial si las enseñanzas eran verdaderas; primero un compañero y luego el otro ofrecieron una corta oración; después, Stanley oró. Al terminar su humilde oración, le preguntaron: “Stanley, ¿cómo te sientes?”. Éste levantó la cabeza lentamente y casi en un susurro contestó: “Bautismo, bautismo”4.
Los convenios
Por último, el hacer convenios y guardarlos también aumenta la fe. El pueblo de Ammón hizo convenio “de que antes que derramar la sangre de sus hermanos, ellos darían sus propias vidas” (Alma 24:18).
Al ser bautizados hacemos convenio y tomamos sobre nosotros el nombre de Cristo. Al tomar la Santa Cena recordamos esos convenios, y cuando los guardamos podemos tener la compañía constante del Espíritu Santo. Es el Espíritu Santo, o sea, el Consolador, el que nos enseña “todas las cosas” (Juan 14:26).
Una hermana de la ciudad de México tenía 16 años cuando los misioneros llegaron a su puerta; ella cuenta que a medida que ellos le enseñaban con el Espíritu, “fue como si me hubiesen quitado la venda de los ojos y el Señor me estuviese despejando el entendimiento… La palabra de Dios y mis oraciones me fortalecieron para superar mi siguiente reto, el de enfrentar a mi padre. Cuando mi familia me rechazó por causa de mi bautismo, el Espíritu del Señor me fortaleció con el susurro: ‘Continúa; sigue adelante. Algunos de tus familiares llegarán a ser miembros de la Iglesia’”5.
Las Escrituras, la oración y el hacer convenios y guardarlos no sólo ayudaron al pueblo de Ammón, sino también a los miembros de primera generación de todas partes, incluyéndome a mí, ya que, aunque nací de buenos padres, en mi hogar no se me enseñó el Evangelio. No obstante, mis padres me enseñaron valores morales y el buen comportamiento. Recuerdo cuando mi padre, que no era miembro, me ayudó a escribir el primer discurso que di en la Iglesia. El tema asignado era la honradez, y en vez de citar el decimotercer Artículo de Fe, usamos el ejemplo de Abraham Lincoln, un hombre que se destacó por su honradez, y a quien se le conocía por el apodo de Honest Abe (Honrado Abe).
Las maestras de la Primaria, las líderes de las Mujeres Jóvenes y los líderes del sacerdocio fueron quienes me brindaron la instrucción del Evangelio. Cuando tenía siete años, mi maestra de la Escuela Dominical de menores nos enseñó sobre la oración y yo tuve el deseo de orar; nos enseñó sobre los diezmos y yo quise pagar el diezmo; nos enseñó acerca del ayuno y… bueno, sólo tenía siete años de edad y no quise ayunar; pero cuando nos enseñó sobre el bautismo, quise ser bautizada. Estoy agradecida por mis buenos padres que me apoyaron en mi decisión y que más tarde también llegaron a ser miembros de la Iglesia.
Comienza con nosotros
Los del pueblo de Ammón vivieron el Evangelio y “eran firmes en la fe de Cristo, aun hasta el fin” (Alma 27:27). Comenzó con ellos y comienza con nosotros. Como miembros de primera generación que hemos adquirido un testimonio, ahora tenemos la responsabilidad de enseñar a los niños de hoy. Debemos enseñarles en casa y en las clases; debemos enseñarles la palabra de Dios de las Escrituras; debemos enseñarles el poder de la oración y debemos enseñarles las bendiciones que se reciben al hacer convenios y guardarlos. Y si les enseñamos, ellos podrán decir:
Como el ejército de Helamán,
debemos obedecer.
Seremos misioneros del Señor
llevando al mundo su verdad6.
En el nombre de Jesucristo. Amén.