2000–2009
El mensaje de la Restauración
Abril 2007


2:3

El mensaje de la Restauración

Declaramos al mundo que la plenitud del evangelio de Jesucristo se ha restaurado en la tierra.

En una de mis asignaciones a una conferencia de estaca en el valle del Lago Salado, pedí a un joven presidente de un quórum de diáconos que me acompañara para hablar acerca de las llaves del sacerdocio. Quería que él entendiera que poseía un oficio muy especial que incluía las llaves para presidir un quórum del sacerdocio. Hablamos de la gran responsabilidad de poseer llaves y de lo especial que es pertenecer a un quórum. Al concluir la pequeña demostración, le pregunté cuántos miembros había en su quórum; respondió que había catorce.

Entonces le pregunté: “¿Cuántos son activos?”.

Respondió: “Doce”.

En seguida pregunté: “¿Y los otros dos?”.

Él respondió: “Tengo que ponerme a trabajar para que formen parte activa de nuestro quórum”.

Luego le pregunté cuánto tiempo le tomaría. Pensó que quizás tres meses, y lo alenté para que se esforzara.

Casi exactamente tres meses después, recibí una carta de él en la que me informaba que ahora todos los miembros de su quórum estaban activos. Dijo que se había hecho amigo de ellos; que uno asistía a las reuniones del quórum de diáconos y que el obispo había ordenado al otro como maestro. Su empeño me dejó maravillado. Qué gran ejemplo de alguien que honra el sacerdocio y usa las llaves de éste para llevar a cabo la asignación que el Señor le ha encomendado. No pude evitar maravillarme por el plan que el Señor ha establecido para la administración de Su obra aquí en la tierra mediante los poderes del sacerdocio.

Este joven, que aún no llega a los catorce años, está recibiendo una capacitación sumamente valiosa que lo preparará para toda una vida de servicio. ¿Se lo imaginan en los próximos cinco o seis años continuando ese servicio con una placa en su traje, la cual indicará que está dando dos años de su vida como misionero de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días?

Además de la experiencia que está ganando al ejercer el sacerdocio al servicio de los demás, la preparación de ese joven también debe incluir un firme entendimiento del mensaje de la Restauración: el mensaje que miles de misioneros están declarando hoy en día al mundo. Es el mensaje de que en nuestros días, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, se ha restaurado el Evangelio para bendecir a todos los que escuchen y obedezcan.

La Primera Visión

La dispensación del cumplimiento de los tiempos se inició con una visión muy especial que se dio a otro joven menor de quince años. Ese joven fue a una arboleda a orar para recibir respuesta a las preguntas que tenía acerca de religión. José Smith describe con estas palabras la gloriosa visión que se desplegó ante él:

“Vi una columna de luz, más brillante que el sol, directamente arriba de mi cabeza; y esta luz gradualmente descendió hasta descansar sobre mí.

“…Al reposar sobre mí la luz, vi en el aire arriba de mí a dos Personajes, cuyo fulgor y gloria no admiten descripción. Uno de ellos me habló, llamándome por mi nombre, y dijo, señalando al otro: Éste es mi Hijo Amado: ¡Escúchalo!” (José Smith—Historia 1:16–17).

Esa visión nos reveló que Dios, nuestro Padre, y Jesucristo, Su Hijo Amado, son dos personajes separados; cada uno tiene un cuerpo de carne y huesos glorificado y perfecto, lo cual aclara la idea errónea que había existido durante muchos siglos concerniente al concepto de Dios. ¿Es de sorprender que, cuando José Smith escribió los Artículos de Fe, en el primero declaró: “Nosotros creemos en Dios el Eterno Padre, y en Su Hijo Jesucristo, y en el Espíritu Santo?” (Artículos de Fe 1:1).

El Libro de Mormón

Sabiendo que la duda, la incredulidad y las ideas erróneas seguirían de inmediato al Profeta cuando relatara la Primera Visión, el Señor sacó a luz el Libro de Mormón, otro testamento de nuestro Señor Jesucristo. Ese antiguo tomo de Sagradas Escrituras es un compañero sagrado de la Biblia y contiene la plenitud del evangelio sempiterno de Jesucristo. También da evidencia convincente al mundo de que José Smith es en verdad un profeta de Dios. Doctrina y Convenios contiene la siguiente declaración acerca de la salida a la luz del Libro de Mormón:

“[Dios] le dio mandamientos [a José Smith] que lo inspiraron;

“y le dio poder de lo alto para traducir el Libro de Mormón, por los medios preparados de antemano,

“el cual contiene la historia de un pueblo caído, y la plenitud del evangelio de Jesucristo a los gentiles y también a los judíos;

“el cual se dio por inspiración, y se confirma a otros por la ministración de ángeles, y por ellos se declara al mundo;

“probando al mundo que las Santas Escrituras son verdaderas, y que Dios inspira a los hombres y los llama a su santa obra en esta edad y generación, así como en las antiguas” (D. y C. 20:7–11).

La traducción del Libro de Mormón es un milagro en sí y da evidencia adicional del origen divino del libro. Cuando Oliver Cowdery llegó a Harmony, Pensilvania, el 5 de abril de 1829, para actuar como escriba del Profeta, sólo se habían traducido unas cuantas páginas del texto final. Esa noche, José y Oliver se sentaron juntos y hablaron hasta bien entrada la noche de las experiencias del Profeta. Dos días después, el 7 de abril, comenzaron la traducción de la obra. Durante los tres meses siguientes, José tradujo a un paso increíble: cerca de 500 páginas impresas en aproximadamente 60 días de trabajo.

Oliver escribió lo siguiente acerca de esa extraordinaria experiencia: “Esos fueron días inolvidables: ¡Estar sentado oyendo el son de una voz dictada por la inspiración del cielo despertó la más profunda gratitud en este pecho! Día tras día yo continuaba escribiendo las palabras de su boca, sin interrupción, según él traducía con el Urim y Tumim… la historia o documento llamado ‘El Libro de Mormón’ ” (Messenger and Advocate, octubre de 1834, pág. 14; véase también José Smith—Historia 1:71, nota al pie).

El sacerdocio

Mientras seguían adelante, José y Oliver se sentían sumamente emocionados con las doctrinas que contenía este libro. Quedaron especialmente impresionados con la doctrina del bautismo que enseñó el Salvador durante Su visita a los habitantes del Hemisferio Occidental. La importancia de la doctrina del bautismo les fue claramente revelada en su mente; decidieron que debían acudir al Señor en ferviente oración a fin de saber cómo podrían obtener ellos mismos la bendición de bautizarse.

El 15 de mayo de 1829 fueron a una arboleda cercana al río Susquehanna y se arrodillaron en oración. Oliver describe lo que ocurrió: “Repentinamente, cual si hubiera salido desde el centro de la eternidad, la voz del Redentor nos habló paz, y se partió el velo y un ángel de Dios descendió, revestido de gloria, y dejó el anhelado mensaje y las llaves del evangelio de arrepentimiento. ¡Qué gozo! ¡Qué admiración! ¡Qué asombro! Mientras el mundo se hacía pedazos confundido; mientras millones buscaban palpando la pared como ciegos, y mientras todos los hombres se basaban en la incertidumbre, como masa general, nuestros ojos vieron y nuestros oídos oyeron” (Messenger and Advocate, octubre de 1834, pág. 15; véase también José Smith—Historia 1:71, nota al pie).

El ángel se presentó como Juan, el mismo al que se le llama Juan el Bautista en el Nuevo Testamento. Puso las manos sobre la cabeza de José y de Oliver y dijo:

“Sobre vosotros, mis consiervos, en el nombre del Mesías, confiero el Sacerdocio de Aarón, el cual tiene las llaves del ministerio de ángeles, y del evangelio de arrepentimiento, y del bautismo por inmersión para la remisión de pecados; y este sacerdocio nunca más será quitado de la tierra, hasta que los hijos de Leví de nuevo ofrezcan al Señor un sacrificio en rectitud.

“Declaró que este Sacerdocio Aarónico no tenía el poder de imponer las manos para comunicar el don del Espíritu Santo, pero que se nos conferiría más adelante; y nos mandó bautizarnos, indicándonos que yo bautizara a Oliver Cowdery, y que después me bautizara él a mí.

“Por consiguiente, fuimos y nos bautizamos. Yo lo bauticé primero, y luego me bautizó él a mí —después de lo cual puse mis manos sobre su cabeza y lo ordené al Sacerdocio de Aarón, y luego él puso sus manos sobre mí y me ordenó al mismo sacerdocio— porque así se nos había mandado” (José Smith—Historia 1:69–71).

Poco después, aparecieron los apóstoles Pedro, Santiago y Juan, y pusieron las manos sobre la cabeza de esos dos consiervos y confirieron el Sacerdocio de Melquisedec.

La Iglesia de Jesucristo

Ahora que el poder para actuar en nombre del Señor se encontraba de nuevo sobre la tierra, se le mandó a José organizar formalmente la Iglesia. El 6 de abril de 1830, en la casa de Peter Whitmer, padre, en Fayette, Nueva York, seis hombres que previamente habían sido bautizados votaron unánimemente para organizar la Iglesia de Jesucristo, según los mandamientos de Dios. En esta reunión se recibió una revelación:

“He aquí, se llevará entre vosotros una historia; y en ella [José Smith] serás llamado vidente, traductor, profeta, apóstol de Jesucristo, élder de la iglesia por la voluntad de Dios el Padre, y la gracia de tu Señor Jesucristo,

“habiendo sido inspirado por el Espíritu Santo para poner los cimientos de ella y edificarla para la fe santísima.

“Dicha iglesia se organizó y se estableció en el año de tu Señor de mil ochocientos treinta, en el cuarto mes y en el sexto día del mes llamado abril.

“Por tanto, vosotros, es decir, la iglesia, daréis oído a todas sus palabras y mandamientos que os dará según los reciba, andando delante de mí con toda santidad;

“porque recibiréis su palabra con toda fe y paciencia como si viniera de mi propia boca” (D. y C. 21:1–5).

Y así, la Iglesia de Jesucristo se encontraba de nuevo sobre la tierra para bendecir al género humano con las doctrinas y las enseñanzas del Salvador. Esta Iglesia se organizó de acuerdo con el plan que el Señor había establecido en la antigüedad.

En la Biblia, en el libro de los efesios, Pablo declaró:

“Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros,

“a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo,

“hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo;

“para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error,

“sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo” (Efesios 4:11–15).

El presidente Hinckley ha dicho respecto a la Restauración: “…después de que muchas generaciones hubieron andado por la tierra —muchos de ellos en conflictos, odio, tinieblas y maldad— llegó el grandioso nuevo día de la Restauración. Aquel glorioso Evangelio se introdujo con la aparición del Padre y del Hijo al joven José. El alba de la dispensación del cumplimiento de los tiempos se alzó sobre el mundo. Todo lo bueno, lo bello, lo divino de todas las dispensaciones pasadas fue restaurado en esa época tan extraordinaria” (“Ya rompe el alba”, Liahona, mayo de 2004, pág. 83).

Nuestro mensaje es singular. Declaramos al mundo que la plenitud del evangelio de Jesucristo se ha restaurado en la tierra. Declaramos con firmeza que las llaves del sacerdocio han sido restauradas al hombre, con el poder para sellar en la tierra y en los cielos. Las ordenanzas de salvación que pronunció el Señor como requisito para entrar en la vida eterna con Él ahora las pueden llevar a cabo con poder vinculante aquellos que ejercen dignamente el poder de Su santo sacerdocio. Declaramos al mundo que éste es el día al que se refirieron los profetas bíblicos como los últimos días; es la época final, justo antes de la segunda venida de Jesucristo para gobernar y reinar sobre la tierra.

Invitamos a todos a escuchar, de nosotros, el mensaje del evangelio restaurado de Jesucristo. Luego podrán comparar el glorioso mensaje con lo que quizás hayan oído de otros, y podrán determinar cuál es de Dios y cuál es del hombre.

Les doy mi testimonio de que ésta es la Iglesia de Jesucristo, la cual se estableció en los últimos días. En el nombre de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo. Amén.