Deja que la virtud engalane tus pensamientos incesantemente
Su potencial no tiene límites. Si asumen el control de su vida, el futuro estará repleto de oportunidades y alegría.
Mis queridas jovencitas, ¡qué maravilloso panorama es verlas en esta gran sala acompañadas de sus madres, abuelas y maestras! Más allá de este Centro de Conferencias, centenares y millares de jovencitas se reúnen por todo el mundo; nos oirán en más de una veintena de idiomas y nuestros mensajes se traducirán a su lengua natal. La oportunidad de dirigirles la palabra es una gran responsabilidad, pero también es una maravillosa oportunidad. Ruego la guía del Espíritu Santo en lo que voy a decirles.
Otras personas han hablado de manera elocuente sobre el tema de esta reunión; yo sólo lo mencionaré. Es la palabra revelada del Señor que se encuentra en la sección 121 de Doctrina y Convenios, y dice así:
“Deja que la virtud engalane tus pensamientos incesantemente; entonces tu confianza se fortalecerá en la presencia de Dios; y la doctrina del sacerdocio destilará sobre tu alma como rocío del cielo.
“El Espíritu Santo será tu compañero constante, y tu cetro, un cetro inmutable de justicia y de verdad; y tu dominio será un dominio eterno, y sin ser compelido fluirá hacia ti para siempre jamás” (versículos 45–46).
¿Se le puede hacer a alguien una promesa más grande que estas magníficas palabras reveladas del Señor? Éstas son las palabras del Señor, dadas en una revelación al profeta José; éstas conllevan una extraordinaria promesa para todos los que dejen que la virtud engalane sus pensamientos incesantemente.
Y bien, jovencitas, ustedes están en el umbral de la vida; son lo suficientemente mayores para haber sido bautizadas, y son lo suficientemente jóvenes para tener el mundo con el que sueñan todavía por delante. Cada una de ustedes es una hija de Dios; cada una es un ser divino; literalmente, son hijas del Todopoderoso. Su potencial no tiene límites. Si asumen el control de su vida, el futuro estará repleto de oportunidades y alegría. Ustedes no pueden darse el lujo de desperdiciar sus talentos o su tiempo, ya que les esperan grandes oportunidades.
Ahora les ofrezco una fórmula muy sencilla que, si se aplica, les asegurará la felicidad. Se trata de un sencillo programa de cuatro puntos; es el siguiente: (1) oren, (2) estudien, (3) paguen el diezmo y (4) asistan a las reuniones.
En cuanto al primer punto, la oración personal: Ustedes son hijas de nuestro Padre Celestial; Él es su Padre Celestial; háblenle. Arrodíllense cada mañana y cada noche y exprésenle la gratitud de su corazón; háblenle de las bendiciones que anhelan y necesitan. Nunca olviden que esta Iglesia comenzó con la humilde oración del joven José Smith en la arboleda de la granja de su padre. De esa experiencia extraordinaria, a la que llamamos la Primera Visión, ha crecido esta obra hasta que hoy está establecida en 160 naciones, con más de 12 millones de miembros. Es el cumplimiento de la visión de Daniel en la que una piedra cortada del monte, no con mano, rueda para llenar toda la tierra (véase Daniel 2:44–45).
No sólo pueden ofrecer sus oraciones personales, sino que pueden instar a sus padres a llevar a cabo la oración familiar, si es que no lo están haciendo. La oración es el puente mediante el cual nos acercamos a nuestro Padre Celestial; no cuesta nada; sólo requiere fe y esfuerzo. No hay nada más gratificante que arrodillarse en humilde oración; eso demuestra amor por Dios, el dador de todo lo que es bueno; demuestra respeto por nosotros mismos. No hay nada que reemplace la oración, ya que es la comunicación personal con Dios.
El segundo punto de mi lista es el estudio. ¿Qué se incluye en esta simple palabra de siete letras? En primer lugar, el estudio de las Escrituras. Aunque lean sólo algunas partes del Antiguo Testamento, encierra grandes enseñanzas. El Nuevo Testamento es una mina de oro; contiene los cuatro Evangelios: Mateo, Marcos, Lucas y Juan, además de los Hechos de los Apóstoles y otros escritos. Intenten leer aunque sea uno de los Evangelios, tal vez el libro de Juan. Cuando lo terminen, sigan con el Libro de Mormón.
Hace dos años insté a toda la Iglesia a leer el Libro de Mormón antes de que terminara el año. Es asombroso cuántas personas lograron el cometido. Todos los que lo hicieron fueron bendecidos por su esfuerzo. El enfrascarse en este testigo adicional de nuestro Redentor dio vida a su corazón y conmovió su espíritu. Algunas de ustedes eran muy pequeñas para haberlo leído en aquel entonces, pero ya no son tan pequeñas que no puedan comenzar a leerlo ahora.
Además del estudio religioso, existe el desafío de la educación secular. Tomen la determinación ahora, mientras son jóvenes, de adquirir toda la educación que puedan. Vivimos en una época sumamente competitiva, y eso seguirá empeorando. La educación es la llave que abrirá la puerta de las oportunidades.
Tal vez tengan planes de casarse, y esperen hacerlo; no obstante, no tienen la certeza de que ocurrirá. Y aun cuando se casen, la educación secular les será de gran beneficio. No anden sin rumbo, dejando pasar el tiempo sin progresar en su vida. El Señor las bendecirá según se esfuercen; su vida será más rica y se ampliará su perspectiva conforme su mente sea receptiva a nuevas experiencias y conocimiento.
El siguiente punto es el pago del diezmo. La promesa del Señor en cuanto a aquellos que pagan su diezmo es gloriosa. En la revelación moderna, Él dice que quien lo haga “no será quemado” (véase D. y C. 64:23).
Su gran promesa se halla en las palabras de Malaquías. Él dice: “¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y dijisteis: ¿En qué te hemos robado? En vuestros diezmos y ofrendas…
“Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde” (Malaquías 3:8, 10).
Y luego procede a decir algo muy interesante. Escuchen esto:
“Reprenderé también por vosotros al devorador, y no os destruirá el fruto de la tierra, ni vuestra vid en el campo será estéril, dice Jehová de los ejércitos.
“Y todas las naciones os dirán bienaventurados; porque seréis tierra deseable” (véase Malaquías 3:11–12).
Aunque el diezmo se paga con dinero, es más importante que se pague con fe. Jamás he conocido a una persona que pagara un diezmo íntegro y que se quejara de ello. Por el contrario, depositó su confianza en el Señor y Él nunca le falló.
Cuando era pequeño, mi padre nos llevaba a todos cada diciembre al otro lado de la calle a la casa del obispo Duncan para el ajuste de diezmos. El obispo no contaba con una oficina en el centro de reuniones, de modo que trataba los asuntos del barrio en su hogar. Nos sentábamos todos en la sala y, uno por uno, nos invitaba a pasar al comedor. Nuestro diezmo era quizás de veinticinco o de cincuenta centavos, pero era un diezmo íntegro. Nos extendía un recibo y anotaba la suma en los registros del barrio. La cantidad tal vez haya sido tan insignificante que costó más registrarla que su valor en sí. Sin embargo, estableció un hábito que continuó a través de todos estos años. Con el pago del diezmo se han recibido innumerables bendiciones, tal como el Señor ha prometido.
Contraje matrimonio durante la Gran Depresión, cuando el dinero era escaso, no obstante, pagamos el diezmo y de algún modo nunca pasamos hambre ni nos faltó algo que necesitáramos.
El cuarto punto: asistan a las reuniones, a las reuniones sacramentales. No hay nada que reemplace el participar del sacramento de la Santa Cena del Señor; es una tarea solemne, sagrada y maravillosa el participar del pan y del agua en memoria del cuerpo y de la sangre del Salvador de la humanidad.
Ningún otro acontecimiento en la historia de la humanidad es tan significativo como el sacrificio expiatorio de nuestro divino Redentor. No hay nada que se le compare; sin él, la vida no tendría sentido; sería un viaje sin destino.
Con él se nos asegura la vida eterna. La muerte no es el final, sino más bien la transición a una existencia más gloriosa.
Todo ello se simboliza al tomar la Santa Cena. Todos los demás elementos de nuestras reuniones son de menor importancia comparados con el participar de los emblemas del sacrificio de nuestro Señor.
Si llevan a cabo estas cuatro cosas les prometo que su vida será fructífera, su felicidad será enorme, y que sus logros serán formidables y satisfactorios en todo sentido.
Que el Señor las bendiga, mis queridas hermanitas; que Sus bendiciones las acompañen en todo momento y en cualquier circunstancia. Les amamos. Oramos por ustedes. Ruego que tengan la gracia del cielo, lo pido humildemente, en el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.