El punto de retorno seguro
El don de la expiación de Jesucristo nos proporciona, en todo momento y en todo lugar, las bendiciones del arrepentimiento y del perdón.
Durante mi capacitación para ser capitán de vuelo, tuve que aprender a pilotar un avión cruzando grandes distancias. Para volar sobre vastos océanos, cruzar extensos desiertos e ir de un continente a otro, se debe realizar una planificación cuidadosa con el fin de llegar a destino a salvo. Algunos de esos vuelos directos tienen una duración de hasta 14 horas y cubren unos catorce mil quinientos kilómetros.
Durante vuelos tan largos, existe un punto comúnmente conocido como el punto de retorno seguro, en el cual se debe tomar una importante decisión. Hasta ese momento, el avión tiene el combustible necesario para dar vuelta y regresar al aeropuerto de partida con seguridad. Una vez que el piloto ha pasado el punto de retorno seguro, ha perdido esa alternativa y debe seguir adelante. Es por eso que se habla de ese punto como el punto sin retorno.
¿Existen puntos sin retorno en nuestra vida?
Satanás, “el padre de todas las mentiras” (2 Nefi 2:18), “el padre de la contención” (3 Nefi 11:29), “el autor de todo pecado” (Helamán 6:30) y el “enemigo de Dios” (Moroni 7:12), utiliza las fuerzas del mal para convencernos de que ese concepto se aplica cada vez que pecamos. En las Escrituras se le llama “el acusador” porque él desea que creamos que ya estamos fuera del alcance del perdón (véase Apocalipsis 12:10). Satanás quiere que pensemos que al pecar hemos rebasado el “punto sin retorno” y que ya es demasiado tarde para cambiar de rumbo. En nuestro hermoso pero a la vez conflictivo mundo, es una triste realidad que esa forma de pensar es fuente de gran dolor, gran sufrimiento y gran aflicción para las familias, los matrimonios y las personas.
Satanás trata de imitar la obra de Dios, y al hacerlo, engaña a muchos. Con el fin de que perdamos la esperanza, que nos sintamos tan miserables como él y que creamos que ya no nos es posible obtener el perdón, Satanás podría incluso usar de manera engañosa las palabras de las Escrituras que hacen hincapié en la justicia de Dios, para insinuar que no hay misericordia.
¿Cuál es el plan del Señor para nuestro retorno seguro?
La protección contra la influencia de Satanás se recibe a través del evangelio de Jesucristo. Las buenas nuevas son que Jesucristo realizó una perfecta Expiación en beneficio de la humanidad; es un mensaje de amor, esperanza y misericordia de que hay una reconciliación del hombre con Dios.
El pecado es la transgresión deliberada de la ley divina. La expiación de Jesucristo es el don que Dios da a Sus hijos para que corrijan y superen las consecuencias del pecado. Dios ama a todos Sus hijos y Él nunca dejará de amarnos ni perderá la esperanza en nosotros. El plan de nuestro Padre Celestial es claro y Sus promesas son grandiosas: “Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo” (Juan 3:17).
Cristo vino para salvarnos. Si hemos tomado el camino equivocado, la expiación de Jesucristo nos brinda la seguridad de que el pecado no es un punto sin retorno. Si seguimos el plan de Dios para nuestra salvación, es posible lograr un retorno seguro.
Hemos recibido ese plan de la autoridad máxima del universo, de Dios, nuestro Padre Celestial. El plan se preparó desde antes de la fundación del mundo. Es un gran plan de felicidad, de misericordia, de redención y de salvación. Ese plan nos permite tener la experiencia de una existencia física, incluso la vida mortal, un tiempo de probación, y luego regresar a la presencia de Dios para vivir en felicidad y gloria eternas. Ello se explica en las doctrinas del evangelio restaurado de Jesucristo.
Seguir ese plan tiene hermosas consecuencias eternas para nosotros en forma individual, para nuestra familia, para las generaciones venideras e incluso para las generaciones que nos han precedido. El plan también abarca la reconciliación con Dios y el perdón.
¿Por qué es posible el perdón divino?
Nosotros reconocemos que “todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23), pero también testificamos con firmeza que el arrepentimiento y el perdón pueden ser tan reales como el pecado.
La expiación de Jesucristo hace que cada persona sea responsable de sus propios pecados. Al reclamar las bendiciones y los beneficios de la Expiación, superaremos las consecuencias del pecado individual.
El presidente David O. McKay dijo: “Todo principio y ordenanza del evangelio de Jesucristo es significativo e importante… pero no hay ninguno más esencial para la salvación de la familia humana que el principio divino y eternamente aplicable del arrepentimiento” (Gospel Ideals, 1953, pág. 13; citado en Doctrina y Convenios, Religión 324–325, Manual para el alumno, pág. 361).
“Porque a ninguno… viene la salvación, sino por medio del arrepentimiento y la fe en el Señor Jesucristo” (Mosíah 3:12).
El arrepentimiento, por sí mismo, no salva al hombre. Es la sangre de Jesucristo la que nos salva. No es sólo mediante un cambio sincero y honrado que nos salvamos sino “por la gracia… nos salvamos, después de hacer cuanto podamos” (2 Nefi 25:23). El verdadero arrepentimiento, sin embargo, es la condición que se requiere para recibir el perdón de Dios en nuestra vida. El verdadero arrepentimiento torna “la noche más tenebrosa en un día refulgente” (Spencer W. Kimball, El Milagro del Perdón, pág. 370).
¿En qué consiste el verdadero arrepentimiento?
Para arrepentirnos, debemos tener una fe firme en Cristo. Nuestra fe debe abarcar “una idea correcta del carácter, de la perfección y de los atributos [de Dios]” (Lectures on Faith, 1985, pág. 38, citado en Manual para el maestro, Doctrina del Evangelio, Doctrina y Convenios y la Historia de la Iglesia, lección 2, punto 3). Si creemos que Dios sabe todas las cosas, y que es amoroso y misericordioso, entonces nos será posible depositar nuestra confianza en Él sin vacilación para obtener nuestra salvación. La fe en Cristo cambiará nuestros pensamientos, nuestras creencias y nuestro comportamiento que no estén en armonía con la voluntad de Dios.
El verdadero arrepentimiento nos lleva de nuevo a hacer lo correcto. Para arrepentirnos verdaderamente, debemos reconocer nuestros pecados y sentir remordimiento, o la tristeza que es según Dios, y confesar los pecados a Dios. Si nuestros pecados son graves, debemos también confesarlos a nuestro líder autorizado del sacerdocio. Debemos pedir a Dios que nos perdone y hacer todo lo que esté a nuestro alcance para corregir cualquier daño que hayan causado nuestras acciones. El arrepentimiento significa un cambio en la mente y en el corazón; dejar de hacer lo incorrecto y comenzar a hacer lo correcto. Produce una actitud renovada hacia Dios, hacia nosotros mismos y hacia la vida en general.
¿Cuáles son los frutos del perdón?
El verdadero arrepentimiento bendice nuestra vida con los efectos de la Expiación: sentimos el perdón y la paz de Dios, desaparecen nuestros sentimientos de culpa y de pesar; disfrutamos de la influencia del Espíritu en mayor abundancia y estamos mejor preparados para vivir con el Padre Celestial.
El presidente Spencer W. Kimball enseñó: “La esencia del milagro del perdón es que trae paz al alma previamente ansiosa, inquieta, frustrada y tal vez atormentada… Dios limpiará… las lágrimas de angustia, de remordimiento… de temor y de culpabilidad” (El Milagro del Perdón, págs. 371, 376).
Jesús prometió: “La paz os dejo, mi paz os doy… No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Juan 14:27).
El profeta Alma, a quien Dios rescató del pecado a la felicidad por medio del perdón, dijo: “la maldad nunca fue felicidad” (Alma 41:10). Él había sido testigo personal de los amargos dolores del pecado, pero también habló con entusiasmo de la felicidad que acompaña al arrepentimiento y al perdón verdaderos: “Sí… te digo… que… no puede haber cosa tan intensa y dulce como lo fue mi gozo” (Alma 36:21). Alma concluyó con un consejo poderoso y sabio para todos los que buscan el perdón: “Y ahora bien… quisiera que no dejaras que te perturbaran más estas cosas, y sólo deja que te preocupen tus pecados, con esa zozobra que te conducirá al arrepentimiento” (Alma 42:29).
¿Cómo podemos saber que Dios nos ha perdonado?
El presidente Harold B. Lee dijo: “Una vez que uno haya hecho todo lo que esté a su alcance por vencer las faltas, y ha determinado [en el corazón] que nunca las repetirá, puede alcanzar la paz interior, que le hace saber se le han perdonado los pecados”(en “Law of Chastity Vital, Girls Told,” Church News, 2 de septiembre de 1972, pág. 7, citado en Doctrina y Convenios, Manual para el alumno, pág. 363).
Una vez que nos hayamos arrepentido verdaderamente, Cristo nos librará de la carga de la culpabilidad por nuestros pecados. Sabremos por nosotros mismos que se nos ha perdonado y hecho limpios. El Espíritu Santo nos lo confirmará; Él es el Santificador. Ningún otro testimonio del perdón es más grande que ése.
El Señor dijo: “…el que se arrepienta y cumpla los mandamientos del Señor será perdonado” (D. y C. 1:32; cursiva agregada). “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28). “Sé fiel y diligente… y te estrecharé entre los brazos de mi amor” (D. y C. 6:20).
Y Él declaró: “He aquí, quien se ha arrepentido de sus pecados es perdonado; y yo, el Señor, no los recuerdo más” (D. y C. 58:42).
Satanás tratará de hacernos creer que no se nos han perdonado nuestros pecados porque nosotros aún los recordamos. Satanás es un mentiroso; él trata de nublar nuestra vista y de alejarnos del sendero del arrepentimiento y del perdón. Dios no nos prometió que nosotros no recordaríamos nuestros pecados; el hacerlo nos ayudará a evitar que volvamos a cometer los mismos errores; pero si nos mantenemos leales y fieles, el recuerdo de nuestros pecados se mitigará con el correr del tiempo. Eso será parte del tan necesario proceso sanador y santificador. Alma testificó que, después de clamar a Jesús pidiéndole misericordia, seguía recordando sus pecados, pero ese recuerdo dejó de afligirlo y de atormentarlo, porque sabía que se le había perdonado (véase Alma 36:17–19).
Es nuestra la responsabilidad de evitar cualquier cosa que nos haga recordar pecados del pasado. Si siempre tenemos un “corazón quebrantado y un espíritu contrito” (3 Nefi 12:19), podemos confiar en que Dios “no [recordará] más [nuestros pecados]”.
¿Por qué el perdonar nos ayuda a recibir el perdón?
Jesús nos enseñó verdades eternas cuando nos enseñó a orar: “…perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores… Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre Celestial; mas si no perdonáis… vuestro Padre tampoco perdonará vuestras ofensas” (3 Nefi 13:11, 14–15).
Por consiguiente, otorgar el perdón es un requisito esencial para recibir el perdón.
Para nuestro propio bien, debemos tener la valentía moral de perdonar y de pedir perdón. El alma nunca es más noble ni más valiente que cuando perdona, lo que incluye el perdonarnos a nosotros mismos.
Por mandamiento divino, cada uno de nosotros está obligado a otorgar el perdón y la misericordia, y a perdonarnos los unos a los otros. En nuestras familias, en nuestros matrimonios, en nuestros barrios y estacas, en nuestras comunidades y en nuestros países existe una gran necesidad de ese atributo cristiano.
Recibiremos la dicha del perdón en nuestra propia vida cuando estemos dispuestos a otorgar libremente esa dicha a los demás. Perdonar de palabra no es suficiente; debemos eliminar de nuestro corazón y de nuestra mente los sentimientos y los pensamientos de amargura y dejar que la luz y el amor de Cristo entren en ellos. Como resultado, el Espíritu del Señor llenará nuestra alma con el gozo que acompaña la divina paz de conciencia (véase Mosíah 4:2–3).
Mis queridos hermanos y hermanas, mis queridos jóvenes amigos, cuando el capitán de un avión de vuelos largos pasa el punto de retorno seguro y los vientos contrarios son demasiado fuertes o la altitud de vuelo es demasiado baja, puede verse forzado a desviarse hacia otro aeropuerto que no sea el destino planeado. Eso no sucede en nuestro viaje por la vida de regreso a nuestro hogar celestial. No importa dónde se encuentren en el viaje de la vida o cuáles sean las pruebas que deban afrontar, siempre hay un punto de retorno seguro; siempre hay esperanza. Ustedes son los capitanes de su propia vida y Dios ha preparado un plan para llevarlos a salvo de regreso a Él, a su destino divino.
El don de la expiación de Jesucristo nos proporciona, en todo momento y en todo lugar, las bendiciones del arrepentimiento y del perdón. Gracias a ese don, la oportunidad de regresar con seguridad de un desastroso sendero de pecado está a disposición de todos nosotros, en todo momento.
Por ello agradezco a nuestro amoroso Padre Celestial y de eso doy testimonio con todo mi corazón y mi alma, en el nombre de Jesucristo. Amén.