El poder sanador del perdón
Si somos capaces de perdonar a aquellos que nos han causado dolor y daño, nos elevaremos a un nivel mayor de autoestima y de bienestar.
Mis queridos hermanos, hermanas y amigos, vengo ante ustedes con humildad y en oración. Deseo hablar en cuanto al poder sanador del perdón.
En los bellos collados del estado de Pensilvania, un grupo de cristianos devotos lleva una vida sencilla sin el uso de automóviles ni electricidad ni maquinaria moderna. Trabajan arduamente, llevan una vida tranquila y en paz separados del mundo. La mayoría de sus alimentos proviene de sus propias granjas; las mujeres cosen, tejen y confeccionan su propia ropa, la cual es modesta y sencilla. A ellos se les conoce como el pueblo Amish.
Un conductor de un camión de leche, quien tenía treinta y dos años, vivía con su familia en la comunidad de Nickel Mines. Él no era Amish, pero su ruta de trabajo lo llevaba por las diversas granjas lecheras Amish donde se le llegó a conocer como el lechero tranquilo. En octubre del año pasado perdió repentinamente toda la razón y el control. En su mente atormentada culpaba a Dios por la muerte de su primogénito y por otros recuerdos sin fundamento. Sin provocación alguna entró violentamente en una escuela Amish donde dejó ir a los niños y a los adultos, pero ató a diez niñas. A ellas les disparó; mató a cinco e hirió a cinco; después de hacerlo, se quitó la vida.
Esa horrorosa violencia causó gran angustia, pero no ira, entre los Amish. Había dolor, pero no odio; el perdón de ellos fue inmediato. En forma colectiva, procuraron tender una mano de ayuda a la familia afligida del lechero. Mientras la familia de éste se reunía en su hogar después del atentado, un vecino Amish se acercó hasta allí y estrechó entre sus brazos al padre del responsable fallecido y le dijo: “Los perdonaremos”1. Los líderes Amish visitaron a la esposa y a los hijos del lechero para dar su pésame, su perdón y ofrecerles ayuda y brindarles su amor. Aproximadamente la mitad del cortejo fúnebre era Amish; a la vez, los Amish invitaron a la familia del lechero a asistir al funeral de las niñas asesinadas. Una paz notable se estableció entre los Amish a medida que su fe los sostenía durante esta crisis.
Un residente local resumió con mucha elocuencia el período subsiguiente a esta tragedia cuando dijo: “Todos hablábamos el mismo lenguaje, y no sólo el inglés, sino el lenguaje de la comprensión, de la comunidad y del servicio; y, sí, el lenguaje del perdón”2. Fue una increíble efusión de su fe absoluta en las enseñanzas del Señor en el Sermón del Monte: “Haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan”3.
La familia del lechero que mató a las cinco niñas hizo pública la siguiente declaración:
“A nuestros amigos y vecinos Amish, y a la comunidad local:
“Nuestra familia desea que cada uno de ustedes sepa que nos conmueve el perdón, la gracia y la misericordia que nos han brindado. Su amor por nuestra familia ha ayudado a proveer el consuelo que urgentemente necesitábamos. Las oraciones, las flores, las tarjetas y los regalos que nos han dado nos conmueven el corazón de tal manera que no lo podemos describir con palabras. Su compasión se ha extendido más allá de nuestra familia, más allá de la comunidad; está cambiando a nuestro mundo y por esto les agradecemos sinceramente.
“Deseamos que sepan que todo lo que ha ocurrido ha destrozado nuestro corazón. Nos encontramos llenos de pesar por todos nuestros vecinos Amish que hemos amado y seguiremos amando. Sabemos que a todas la familias que han perdido a seres queridos les esperan muchos días difíciles, y por eso continuaremos poniendo nuestra esperanza y confianza en el Dios de todo consuelo, al procurar todos reconstruir nuestra vida”4.
¿Por qué todo el pueblo Amish pudo manifestar dicha expresión de perdón? Fue gracias a la fe en Dios y la confianza en Sus palabras, que forman parte de su ser. Ellos se ven a sí mismos como discípulos de Cristo y desean seguir Su ejemplo.
Al saber de tal tragedia, mucha gente envió dinero a los Amish para pagar la asistencia médica de las cinco niñas sobrevivientes y para cubrir el costo del funeral de las cinco asesinadas. Como una muestra adicional de su discipulado, los Amish decidieron compartir parte del dinero con la viuda del lechero y con sus tres hijos, ya que ellos también eran víctimas de esta terrible tragedia.
El perdón no es siempre instantáneo tal como lo fue con los Amish. Cuando se ha abusado sexualmente de niños inocentes o cuando los han matado, la mayoría de nosotros no piensa primero en el perdón. Nuestra reacción natural es el enojo; incluso quizá nos sintamos justificados al desear “desquitarnos” con quienquiera que inflija daño a nosotros o a nuestra familia.
El doctor Sidney Simon, una destacada autoridad en el campo de reconocimiento de valores morales, ha dado una definición excelente del perdón que se aplica a las relaciones humanas:
“El perdón es liberar la energía que antes se consumía en tener rencores, guardar resentimientos y avivar heridas que no han sanado, y luego darle un mejor uso. Es descubrir una vez más la fortaleza que siempre tuvimos y usar nuestra capacidad ilimitada para comprender y aceptar a otras personas y a nosotros mismos”5.
La mayoría de nosotros necesita tiempo para curar las heridas del dolor y de la pérdida. Podemos encontrar todo tipo de excusas para posponer el perdón, una de las cuales es esperar a que el malhechor se arrepienta antes de perdonarlo; pero tal demora causa que perdamos la paz y felicidad que podrían ser nuestras. La insensatez de continuamente pensar en las heridas del pasado no trae felicidad.
Algunos guardan rencores durante toda una vida, sin saber que el perdonar valientemente a los que nos han hecho mal es saludable y terapéutico.
El perdón llega con mayor facilidad cuando, al igual que los Amish, tenemos fe en Dios y confiamos en Su palabra. Este tipo de fe “permite que la gente resista lo peor de la humanidad y que piense en los demás; y lo que es más importante, le permite perdonar”6.
Todos nosotros sufrimos algunas heridas a raíz de experiencias que parecen no tener razón ni causa, y no logramos entenderlas ni encontrarles explicación. Quizá nunca lleguemos a saber por qué suceden algunas cosas en esta vida. La razón de parte de nuestro sufrimiento la conoce sólo el Señor, pero, ya que ocurre, se debe soportar. El presidente Howard W. Hunter dijo: “Dios sabe lo que nosotros no sabemos y ve lo que nosotros no vemos”7.
El presidente Brigham Young presentó esta profunda visión de que por lo menos parte de nuestro sufrimiento tiene un propósito: “Cada calamidad que pueda padecer todo ser mortal será requerida de unos pocos a fin de prepararlos para que disfruten de la presencia del Señor… Todo problema y experiencia por los cuales ustedes hayan tenido que pasar son necesarios para su salvación”8.
Si somos capaces de perdonar a aquellos que nos han causado dolor y daño, nos elevaremos a un nivel mayor de autoestima y de bienestar. Algunas investigaciones recientes muestran que la gente a la que se le ha enseñado a perdonar “no se enoja tan fácilmente, tiene mayor esperanza, sufre menos depresión, se preocupa menos y tiene menos estrés”, lo cual conduce a un mayor bienestar físico9. Otra de estas investigaciones concluye que “el perdón… es un don liberador que la gente se puede dar a sí misma”10.
En nuestra época, el Señor nos ha amonestado: “Debéis perdonaros los unos a los otros”, y después lo convierte en algo esencial cuando dice: “Yo, el Señor, perdonaré a quien sea mi voluntad perdonar, mas a vosotros os es requerido perdonar a todos los hombres”11.
Una hermana que había pasado por un doloroso divorcio recibió un sabio consejo de su obispo: “Haga un lugar en su corazón para el perdón, y cuando éste llegue, déle la bienvenida”12. Para los Amish, ya estaba allí, porque que “el perdón es un componente de [su] religión que sienten profundamente”13. Su ejemplo de perdón es una expresión sublime del amor cristiano.
Aquí, en Salt Lake City, en 1985, el obispo Steven Christensen, sin tener culpa alguna, fue asesinado, cruelmente y sin sentido, con una bomba cuyo fin era quitarle la vida. Él era el hijo de Mac y Joan Christensen, el esposo de Terri, y el padre de cuatro hijos. Con el consentimiento de sus padres, comparto con ustedes lo que ellos aprendieron de esta experiencia. Después de este terrible hecho, los reporteros de los medios de comunicación siguieron sin cesar a integrantes de la familia Christensen. En una ocasión esta intromisión de dichos medios ofendió a un miembro de la familia a tal grado que Mac, el padre de Steven, tuvo que contenerlo. Luego Mac pensó: “Esta tragedia destruirá a mi familia si no perdonamos. El veneno y el odio nunca cesarán si no los extirpamos de nuestro sistema”. La familia fue sanada y sintió paz al eliminar el enojo de su corazón, y pudo perdonar al hombre que le había arrebatado la vida a su hijo.
Hace poco tuvimos aquí en Utah otras dos tragedias que demuestran la fe y el poder sanador del perdón. Gary Ceran demostró inmediatamente su perdón y su preocupación por el presunto conductor ebrio de una camioneta que chocó contra su automóvil en Nochebuena, lo cual mató a su esposa y a sus dos hijos. En febrero de este año, el obispo Christopher Williams tuvo que tomar una decisión cuando un vehículo chocó contra el suyo; ésta fue la de “perdonar incondicionalmente” al conductor que había causado el accidente para que el proceso de ser sanado pudiese llevarse a cabo sin traba alguna 14.
¿Qué podemos aprender de circunstancias como éstas? Debemos reconocer y admitir los sentimientos de enojo, lo cual requiere humildad, pero si nos arrodillamos y pedimos al Padre Celestial sentimientos de perdón, Él nos ayudará. El Señor nos requiere “perdonar a todos los hombres”15 por nuestro propio bien, ya que “el odio retrasa el crecimiento espiritual”16. Solamente al deshacernos del odio y de la amargura puede el Señor dar consuelo a nuestro corazón, tal como lo hizo con la comunidad Amish, con la familia Christensen, con la familia Ceran y con la familia Williams.
Por supuesto que la sociedad necesita que se le proteja de criminales habituales, ya que “la misericordia no puede robar a la justicia”17. El obispo Williams habló muy bien de este concepto cuando dijo: “El perdón es una fuente de poder; pero no nos libera de las consecuencias”18. Cuando una tragedia ocurre, no debemos reaccionar procurando la venganza personal, sino más bien permitir que la justicia tome su curso y después dejar atrás la tragedia; no es fácil hacerlo y vaciar nuestro corazón de un resentimiento cada vez mayor. El Salvador nos ha ofrecido a todos una valiosísima paz por medio de Su expiación, pero sólo la podemos recibir si estamos dispuestos a despojarnos de sentimientos negativos de ira, de rencor o de venganza. Para todos los que perdonemos “a los hombres sus ofensas”19, aun a los que hayan cometido crímenes graves, la Expiación nos brinda una medida de paz y de consuelo.
Recordemos que debemos perdonar para ser perdonados. Tal como dice la letra de uno de mis himnos preferidos: “Perdonando a los demás, Cristo nos perdonará”20. Con todo mi corazón y mi alma, creo en el poder sanador que podemos recibir al seguir el consejo del Señor de “perdonar a todos los hombres”21. En el nombre de Jesucristo. Amén.