2000–2009
Utilizar el don supremo de la oración
Abril 2007


14:57

Utilizar el don supremo de la oración

La oración es el don supremo que nuestro Padre Celestial ha dado a toda alma.

Esta conferencia comenzó con la presentación intensamente emotiva del magnífico Coro del Tabernáculo Mormón entonando el clásico himno “Oh dulce, grata oración”. Su letra familiar nos recuerda que la oración es la fuente de consuelo, alivio y protección que con tanta disposición nos ha concedido nuestro amoroso y compasivo Padre Celestial.

El don de la oración

La oración es el don supremo que nuestro Padre Celestial ha dado a toda alma. Piensa en ello: el absoluto Ser Supremo, el Personaje más omnisciente, el más omnipresente y el más poderoso nos alienta a ti y a mí, insignificantes como somos, a conversar con Él como nuestro Padre. En realidad, en virtud de que sabe con cuánto apremio necesitamos Su guía, Él ordenó: “…te mando que ores vocalmente así como en tu corazón; sí, ante el mundo como también en secreto; así en público como en privado”1

Sin importar cuáles sean nuestras circunstancias, ya sea que seamos humildes o arrogantes, pobres o ricos, libres o esclavos, eruditos o iletrados, amados o ignorados, todos podemos dirigirnos a Él. No tenemos que pedir turno. Nuestra súplica puede ser breve o durar todo el tiempo que se requiera. Puede ser una larga expresión de amor y de gratitud o un ruego apremiante para solicitar ayuda. Él ha creado universos incontables y los ha poblado con mundos. Aún así, tú y yo podemos hablar con Él personalmente, y Él siempre nos contestará.

¿Cómo debemos orar?

Oramos a nuestro Padre Celestial en el sagrado nombre de Su Amado Hijo Jesucristo. La oración es más efectiva cuando nos esforzamos por ser puros y obedientes, tenemos motivos dignos y estamos dispuestos a hacer lo que Él pide. La oración sincera y humilde brinda dirección y paz.

No te preocupes si expresas con torpeza lo que sientes, sólo habla a tu compasivo y comprensivo Padre. Tú eres Su preciado hijo a quién Él ama plenamente y desea ayudar. A medida que ores, ten en cuenta que el Padre Celestial está cerca y te escucha.

Para mejorar tu forma de orar, aprende a hacer las preguntas correctas. En lugar de pedir lo que tú quieres, busca honradamente lo que Él desea para ti. Entonces, a medida que aprendas Su voluntad, ora para obtener la fortaleza para cumplirla.

Si alguna vez te has sentido distanciado de nuestro Padre Celestial, las razones podrían ser muchas. Sin importar la razón, a medida que sigas suplicando ayuda, Él te guiará para que hagas aquello que restaurará en ti la certeza de que está cerca. Ora aun cuando no tengas el deseo de hacerlo. En ocasiones, al igual que un niño, no te has comportado bien y piensas que no debes acercarte a tu Padre para plantearle un problema. Ese es el momento en el cual tienes que orar más. Nunca pienses que eres indigno de orar.

Me pregunto si alguna vez hemos comprendido realmente el poder inmenso de la oración hasta no habernos encontrado ante un problema abrumador y urgente, y habernos sentido incapaces de resolverlo. Entonces acudimos a nuestro Padre, reconociendo humildemente nuestra total dependencia en Él. En ese caso, es de gran ayuda buscar un lugar apartado, donde poder expresar nuestros sentimientos en voz alta por el tiempo necesario y tan intensamente como lo consideremos preciso.

Yo lo he hecho. En una ocasión, tuve una experiencia que me causó una inmensa angustia. No tenía nada que ver con la desobediencia ni con la trasgresión sino con una relación humana sumamente importante. Por algún tiempo, volqué mi corazón en apremiante oración; sin embargo, por más que trataba, no conseguía encontrar la solución ni tranquilizarme de esa emoción poderosa que me embargaba. Rogué pidiéndole ayuda al Padre Eterno, a quien he llegado a conocer y en quien confío plenamente. No veía ningún camino que me proporcionara la calma, la cual es una bendición que por lo general disfruto. Me venció el sueño y, cuando desperté, me sentía totalmente tranquilo. Nuevamente me arrodillé en solemne oración y pregunté: “Señor, ¿qué pasó?”. En mi corazón supe que la respuesta era Su amor y Su preocupación por mí. Ese es el poder de una sincera oración a un Padre compasivo.

Al escuchar al presidente Hinckley elevar sus súplicas en nuestras reuniones, he aprendido mucho acerca de la oración. Tú también puedes aprender de él si estudias con detenimiento la excepcional oración pública que el presidente Hinckley ofreció al término de la conferencia de octubre de 2001, en beneficio de los hijos del Padre de todo el mundo. Él oró de corazón y no de un manuscrito preparado. (Para tu beneficio, esa oración se encuentra al final de este mensaje2.)

Estudia esa oración y verás que no hay repeticiones vanas ni pomposidad para impresionar a los demás, como ocurre en ocasiones. Él combina palabras sencillas con elocuencia; ora como un humilde y confiado hijo que conoce muy bien a su amado Padre Celestial. Él confía en la certeza de que Su respuesta llegará en el momento que más se necesita. Cada oración se adapta a sus propósitos, con una clara exposición de lo que se debe resolver, así como con una expresión plena de gratitud por las bendiciones específicas y reconocidas. Sus oraciones espontáneas son como piedras preciosas cuidadosamente talladas, como un testimonio silencioso del lugar que la oración ha tenido en su vida por muchos, muchos años.

¿Cómo se contestan las oraciones?

Algunas verdades acerca de cómo se contestan las oraciones, podrían serte de ayuda.

Muchas veces cuando oramos pidiendo ayuda acerca de un problema importante, el Padre Celestial nos inspirará apaciblemente para que pensemos, ejerzamos nuestra fe, nos esforcemos, luchemos y finalmente actuemos. Es un proceso que se realiza paso a paso y que nos permite discernir las respuestas inspiradas.

He descubierto que en ocasiones lo que aparenta ser una barrera impenetrable de comunicación, es un paso gigantesco que se debe tomar con confianza. Muy pocas veces recibirás de inmediato una respuesta completa; sino que la recibirás por partes, de a poco, para que de esa forma progreses en aptitud. A medida que sigas cada parte con fe, se te guiará a otras partes hasta obtener toda la respuesta. Ese modelo requiere que ejerzas fe en la capacidad que Él tiene para contestar. Aun cuando en ocasiones ello sea muy difícil, aumentará significativamente tu progreso personal.

Él siempre oirá tus oraciones e invariablemente las contestará; sin embargo, muy raramente recibirás Sus respuestas mientras aún te encuentras de rodillas, ni siquiera cuando ruegues para tener una respuesta inmediata; sino que recibirás inspiración en momentos de silencio en que el Espíritu pueda llegar más efectivamente a tu mente y a tu corazón. Por consiguiente, debes encontrar momentos de tranquilidad con el fin de darte cuenta cuándo se te está instruyendo y fortaleciendo. Su modelo te ayudará a progresar.

El presidente David O. McKay testificó: “Es verdad que las respuestas a nuestras oraciones no siempre pueden venir directamente ni en el momento ni de la manera en que esperábamos; pero vienen, y en un momento y de una manera más conveniente para los intereses del que ha ofrecido las súplicas” 3. Agradece que en ocasiones Dios permita que te esfuerces por largo tiempo antes de recibir la contestación. Tu carácter se perfeccionará; tu fe aumentará. Existe una relación entre estas dos: cuanto más grande sea tu fe, más firme será tu carácter y, un carácter más firme te permitirá ejercer una fe aún más grande.

A veces, el Señor te dará una respuesta antes de que tú la solicites. Eso puede tener lugar cuando no estás consciente de un peligro o estás haciendo lo incorrecto, pensando erróneamente que es lo correcto.

Es tan difícil cuando no se contesta de la manera que deseas una oración sincera que has ofrecido sobre algo que deseas mucho. No es fácil comprender por qué el ejercicio de la fe profunda y sincera de una vida obediente no otorga el resultado deseado. El Salvador enseñó: “cualquier cosa que le pidáis al Padre en mi nombre os será dada, si es para vuestro bien4. A veces es difícil darse cuenta que, a la larga, es para tu bien. Tú vida será más fácil si aceptas que lo que Dios te da en la vida es para tu bien eterno.

Se te ha pedido que busques una respuesta a tus oraciones5. Obedece el consejo del Maestro de “estudiarlo en tu mente”6. Muchas veces pensarás en una solución, y al buscar la confirmación de que tu respuesta es correcta, recibirás ayuda. Podría ser por medio de tus oraciones o como una impresión del Espíritu Santo, y en ocasiones, mediante la intervención de los demás7.

Esta guía que se le dio a Oliver Cowdery acerca de la oración, también te servirá de ayuda: “He aquí… has supuesto que yo te lo concedería cuando no pensaste sino en pedirme

“… debes estudiarlo en tu mente; entonces… preguntarme si está bien; y si así fuere, haré que tu pecho arda… por tanto, sentirás que está bien”8.

Recibirás entonces la respuesta como un sentimiento acompañado de una convicción. El Salvador define dos maneras separadas: “…hablaré a tu mente y a tu corazón por medio del Espíritu Santo”9.

Las respuestas a la mente y al corazón son mensajes del Espíritu Santo a nuestro espíritu. Para mí, la respuesta que se recibe en la mente es bien específica, como palabras que se dictan, mientras que la respuesta que se recibe en el corazón es por lo general como un sentimiento, por ejemplo, de que se debe seguir orando10.

Después el Señor aclaró: “Mas [si lo que has propuesto] no estuviere bien… te sobrevendrá un estupor de pensamiento”11. Para mí, eso es un sentimiento inquietante y de desasosiego.

A Oliver Cowdery se le enseñó otro modo de recibir respuestas positivas: “¿No hablé paz a tu mente en cuanto al asunto?”12. El sentimiento de paz es el modo de ratificación más común que yo he experimentado. Cuando he estado preocupado acerca de algo muy importante, luchando sin éxito por resolverlo, he seguido esforzándome con fe; y entonces una gran paz me ha invadido, disipando mi preocupación, tal como Él lo ha prometido.

Algunas malas interpretaciones acerca de la oración se pueden aclarar al comprender que las Escrituras definen los principios de una oración eficaz; sin embargo, ellas no aseguran cuándo se va a recibir la respuesta. De hecho, Él responderá de una de estas tres maneras. Primero: sentirás la paz, el consuelo y la seguridad que confirma que tu decisión es correcta. O segundo: sentirás un sentimiento de inquietud, de estupor de pensamiento que indica que lo que has escogido no es lo correcto. O tercero —y ésta es la más difícil— no sentirás ninguna respuesta.

¿Qué puedes hacer cuando te has preparado cuidadosamente, has orado con fervor y has esperado un tiempo razonable para recibir una respuesta, y sigues sin sentirla? Cuando vives dignamente y lo que has elegido está de acuerdo con las enseñanzas del Salvador y necesitas actuar, sigue adelante con confianza. Si eres receptivo a los susurros del Espíritu, con seguridad, sucederá en el momento apropiado una de dos cosas: o recibirás el estupor de pensamiento que te indicará que lo que has escogido no es correcto, o sentirás paz o que tu pecho arde confirmándote que tu elección ha sido correcta. Cuando tú vives con rectitud y actúas con confianza, Dios no permitirá que sigas adelante por mucho tiempo sin hacerte sentir la impresión de que has hecho una mala decisión.

Gratitud por el don de la oración

Un aspecto importante de la oración es la gratitud. Jesús dijo: “Y en nada ofende el hombre a Dios… sino contra aquellos que no confiesan su mano en todas las cosas y no obedecen sus mandamientos”13. Cuando consideramos el don incomparable de la oración y las bendiciones ilimitadas que provienen de él, llena nuestra mente y nuestro corazón un agradecimiento sincero que rebosa en acción de gracias. Por consiguiente, y siempre que nos sea posible, ¿no deberíamos expresar, en forma continua y profunda, a nuestro amado Padre Celestial nuestra infinita gratitud por el don supremo de la oración y por Sus respuestas que satisfacen nuestras necesidades y al mismo tiempo nos hacen progresar?

Testifico que nuestro Padre contestará siempre tus oraciones de la manera y en el momento que sea mejor para tu bienestar eterno. En el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. D. y C.19:28.

  2. “Oh Dios, nuestro Padre Eterno, Tú, gran Juez de las naciones, Tú, que eres el gobernador del universo, Tú, que eres nuestro Padre y nuestro Dios, cuyos hijos somos, acudimos a Ti con fe en esta aciaga y solemne ocasión. Por favor, amado Padre, bendícenos con fe, bendícenos con amor, bendícenos con caridad en nuestros corazones. Bendícenos con el espíritu de perseverancia a fin de arrancar de raíz las maldades atroces que hay en este mundo. Brinda protección y guía a los que participan activamente en la batalla. Bendícelos; protégeles la vida; guárdalos del mal y de la maldad. Oye las oraciones de sus seres queridos por su seguridad. Rogamos por las grandes democracias de la tierra, las cuales Tú has amparado en la creación de sus gobiernos, donde imperan la paz, la libertad y los procedimientos democráticos.

  3. Conference Report, abril de 1969; véase también Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: David O. McKay, pág. 80.

  4. D. y C. 88:64, cursiva agregada. Véanse también los versículos 63 y 65.

  5. Véase D. y C.6:23, 36; D. y C.8:2–3, 10; D. y C.9:9.

  6. D. y C.9:8.

  7. Véase Spencer W. Kimball, The Teachings of Spencer W. Kimball, ed. Edward L. Kimball, 1982, pág. 252.

  8. D. y C.9:7–8, cursiva agregada.

  9. D. y C.8:2–3, cursiva agregada.

  10. Véase Enós 1:3–5, 9–10.

  11. D. y C.9:9.

  12. D. y C.6:23; cursiva agregada.

  13. D. y C.59:21; cursiva agregada.