Nutridos por la buena palabra de Dios
Es esencial que nutramos a quienes enseñemos y guiemos centrándonos en las doctrinas, los principios y las aplicaciones básicas que se recalcan en las Escrituras y en las palabras de los profetas de los últimos días.
Cuando era joven, trabajaba con mi padre y mis hermanos criando ganado y caballos en nuestra hacienda al sur de Utah y norte de Arizona. Mi padre nos enseñó que cuando quisiéramos atrapar un caballo para montarlo todo lo que teníamos que hacer era poner un puñado de grano en un cubo y sacudirlo por unos segundos; no importaba si los caballos estaban en el corral o en un campo grande; ellos vendrían corriendo a comer el grano. Entonces le pasábamos la brida suavemente por la cabeza mientras comían. Siempre me asombraba que un proceso tan simple funcionara tan bien.
En algunas ocasiones, cuando no queríamos tomarnos el tiempo de buscar el grano del granero, poníamos tierra en el cubo y lo sacudíamos tratando de engañar a los caballos y hacerles pensar que teníamos grano para que comieran. Cuando se daban cuenta del engaño, algunos de los caballos se quedaban, pero otros se escapaban y era casi imposible atraparlos; con frecuencia nos llevaba varios días volver a ganar su confianza. Aprendimos que si nos tomábamos el tiempo de alimentar regularmente con grano a los caballos sería más fácil trabajar con ellos y proveerles más nutrición y mayor fuerza.
Aun cuando han pasado muchos años desde mis días en la hacienda, lo que acabo de describir me ha ayudado a considerar las siguientes preguntas: cómo maestros y líderes de la Iglesia, ¿qué podemos hacer para proporcionar más nutrición doctrinal y espiritual a quienes servimos?
El élder Jeffrey R. Holland enseñó: “La mayoría de la gente no va a la Iglesia únicamente para buscar unos cuantos conceptos nuevos del Evangelio o para ver a viejos amigos, aunque ambas cosas son importantes; van en busca de una experiencia espiritual; desean paz; desean que su fe sea fortalecida y que su esperanza sea renovada; en una palabra, desean ser nutridos ‘por la buena palabra de Dios’, para ser fortalecidos por los poderes del cielo. Aquellos de nosotros que seamos llamados a tomar la palabra, a enseñar o a dirigir tenemos la obligación de proporcionar eso, de la mejor manera posible”1.
El Salvador y Sus siervos no sólo nos han enseñado la importancia de ayudar a los demás a ser “nutridos por la buena palabra de Dios” (Moroni 6:4); sino que también han dado instrucciones inspiradas de cómo se puede enseñar y dirigir mejor. La sección 50 de Doctrina y Convenios es una de las tantas referencias que nos da esos consejos tan valiosos. Después de reconocer los problemas que existían en algunas de las primeras ramas de la Iglesia, el Salvador instruyó a un grupo de líderes en cuanto a la solución a los problemas que enfrentaban. Sus instrucciones comenzaron con una pregunta crucial: “Por tanto, yo, el Señor, os hago esta pregunta: ¿A qué se os ordenó?” (D. y C. 50:13). En el versículo 14 continúa la respuesta del Señor: “A predicar mi evangelio por el Espíritu, sí, el Consolador que fue enviado para enseñar la verdad”.
Las respuestas a los problemas que los santos enfrentaban en 1831 son las mismas para los desafíos que enfrentamos hoy: debemos predicar el Evangelio de Jesucristo por el poder del Espíritu Santo.
La sección 50 incluye varias claves fundamentales para nutrir a los que enseñamos y a los que guiamos. La primera clave se encuentra en la admonición del Salvador de “predicar mi evangelio” (D. y C. 50:14, cursiva agregada). Las Escrituras enseñan claramente que el Evangelio que debemos predicar no es la “sabiduría del mundo” (Mosíah 24:7) sino la “doctrina de Cristo” (2 Nefi 31:21). Si bien el evangelio de Jesucristo comprende toda la verdad, no todas las verdades tienen el mismo valor2. El Salvador enseñó claramente que Su evangelio, ante todo, es Su sacrificio expiatorio. Su evangelio también es una invitación a recibir las bendiciones de la Expiación a través de la fe en Cristo, el arrepentimiento, el bautismo, recibir el Espíritu Santo y perseverar fielmente hasta el fin.
Tal como aprendí que a los caballos les gustaba más el grano que un cubo lleno de tierra, también aprendí que el grano era más nutritivo que el heno, que el heno era más nutritivo que la paja, y que era posible alimentar a un caballo sin nutrirlo. En calidad de maestros y líderes es esencial que nutramos a quienes enseñemos y guiemos centrándonos en las doctrinas, los principios y las aplicaciones básicas que se recalcan en las Escrituras y en las palabras de los profetas de los últimos días, en lugar de gastar nuestro preciado tiempo en temas y principios de menor importancia.
Como maestro, he aprendido que una clase que se centre en la expiación de Jesucristo es infinitamente más importante que tratar temas tales como la ubicación exacta de la antigua ciudad de Zarahemla en el mundo actual3. Como líder, he aprendido que las reuniones de liderazgo son más significativas si nuestra más alta prioridad es un esfuerzo integrado para edificar la fe en Cristo, fortalecer a la familia, y no sólo un calendario correlacionado.
Las palabras del Señor en la sección 50 nos advierten que si enseñamos “de alguna otra manera” que la que Él ha indicado, “no es de Dios” (D. y C. 50:18). El Señor nos ha enseñado a quienes prestamos servicio en la Iglesia a enseñar “…las cosas escritas por los profetas y apóstoles, y lo que el Consolador les enseñe mediante la oración de fe” (D. y C. 52:9). ¿Significa esto que para seguir la admonición del Señor de “predicar mi evangelio” todas las clases que enseñemos o las reuniones que dirijamos deben tratar sobre la fe y el arrepentimiento?
El presidente Henry B. Eyring respondió a una pregunta similar diciendo: “Claro que no, pero sí significa que el maestro y los que participen deben desear siempre llevar el Espíritu del Señor al corazón de los miembros que hay en el aula para generar fe y la determinación de arrepentirse y ser limpios”4.
Una segunda clave para asegurarnos de que a quienes enseñemos y guiemos sean “nutridos por la buena palabra de Dios” (Moroni 6:4) también se encuentra en la instrucción del Señor de “predicar mi evangelio por el Espíritu, sí, el Consolador que fue enviado para enseñar la verdad” (D. y C.50:14, cursiva agregada). Las palabras del Salvador no sólo nos dirigen a seguir la guía del Espíritu al prepararnos y al enseñar; Él también nos enseña que en cualquier situación, el Espíritu es el maestro más eficaz.
El presidente Joseph Fielding Smith enseñó: “El Espíritu de Dios hablándole al espíritu del hombre tiene el poder de impartir la verdad con mayor efecto y entendimiento que el que se puede aplicar cuando la verdad es impartida por medio del contacto personal aun con seres celestiales”5.
Hace unos meses, asistí a una reunión de capacitación donde algunas Autoridades Generales habían hablado. Después de comentar la excelente instrucción que se había dado, el élder David A. Bednar preguntó lo siguiente: ¿Qué estamos aprendiendo que no se haya dicho?” Explicó que además de recibir los consejos que se nos habían dado, ya sea de los que ya habían hablado o de los que iban a hablar, también teníamos que escuchar y registrar cuidadosamente las impresiones silenciosas del Espíritu Santo.
La siguiente declaración de nuestro amado profeta, el presidente Gordon B. Hinckley, nos da consejo adicional en cuanto a enseñar por el Espíritu: “Debemos… lograr que nuestros maestros hablen con el corazón [y no] de sus libros, para comunicar su amor por el Señor y por esta obra maravillosa, y de alguna manera ello encenderá el corazón de aquellos a quienes enseñan”6.
Las palabras del Señor en la sección 50 de Doctrina y Convenios también proporcionan un parámetro inspirado mediante el cual podemos evaluar la efectividad de nuestra enseñanza, liderazgo y aprendizaje. En el versículo 22 leemos: “De manera que, el que la predica y el que la recibe se comprenden el uno al otro, y ambos son edificados y se regocijan juntamente”.
Mis queridos hermanos y hermanas, ruego con todo mi corazón que cada uno de nosotros tenga más cuidado de nutrir a quienes enseñe y guíe al fortalecerlos con el pan de vida y el agua viva que se encuentran en el Evangelio restaurado. En el nombre de Jesucristo. Amén.