Elevar el nivel
Asegúrense de que cumplan fácilmente con las normas mínimas para servir en calidad de misioneros y continuamente eleven ese nivel.
El mes pasado tuve el privilegio de que se me asignara asistir a un seminario con los presidentes de misión del Área Norteamérica Oeste. Entre los presidentes que asistieron se hallaba mi hijo, Lee. Se le había llamado a servir antes de que yo terminara mi asignación por un año en la Presidencia del Área Europa Central. Habían transcurrido tres años desde que había pasado un tiempo con mi hijo a excepción de unas breves visitas mientras viajaba por su área en otras asignaciones.
Tras una cena con todos los presidentes de misión y sus esposas para llegar a conocernos, Lee y yo, junto con nuestras esposas, fuimos a mi cuarto de hotel para charlar. La conversación, por supuesto, se centró en la obra misional. Lee explicó lo que había sucedido con sus misioneros desde que el presidente Hinckley nos pidió que eleváramos el nivel a fin de calificar para servir en una misión, y mencionó un notable progreso en la preparación de los misioneros que llegaban al campo misional. La conversación nos hizo recordar una experiencia que Lee y yo tuvimos mientras él estaba en la escuela de enseñanza secundaria.
Lee era miembro del equipo de atletismo de la escuela, participaba en carreras cortas y en salto de altura. Durante los Juegos Olímpicos de Verano de 1968 que se llevaron a cabo en la ciudad de México, el mundo quedó cautivado con un atleta de salto de altura poco conocido que se llamaba Dick Fosbury. Él había experimentado una nueva técnica de salto de altura que consistía en correr en diagonal hacia el listón o la barra, inclinarse y saltar de espaldas por arriba de ésta. Se llegó a conocer como el salto Fosbury.
Al igual que muchos otros, Lee estaba intrigado con esa nueva técnica, pero no tenía un lugar donde practicarla hasta que iniciara el nuevo año escolar. Una tarde llegué a casa y lo encontré practicando el salto Fosbury en nuestro sótano. Había improvisado dos soportes caseros con sillas, una encima de la otra, y saltaba por encima de un palo de escoba colocado sobre las sillas, utilizando un sofá para amortiguar la caída. Era evidente para mí que el sofá no aguantaría semejante trato, de modo que puse fin a su sesión de saltos de altura bajo techo. En lugar de ello, lo invité a acompañarme a una tienda de artículos deportivos en donde compramos material de goma espuma como colchoneta para la caída, y soportes de salto de altura para que pudiera practicar afuera.
Después de intentar el salto Fosbury, Lee decidió regresar a la técnica del rodillo californiano que había utilizado antes; aun así, desde fines del verano hasta el otoño, practicó el salto de altura en el patio durante muchas horas.
Una tarde, al regresar a casa después del trabajo, encontré a Lee practicando su salto. Le pregunté: “¿A qué altura está la barra?”.
Me dijo: “A un metro y setenta y cuatro centímetros”.
“¿Por qué esa altura?”
Me respondió: “Debes superar esa altura a fin de calificar para la competencia de atletismo estatal”.
“¿Y cómo te va?”, le pregunté.
“Lo he logrado cada vez; no he fallado.”
Mi respuesta fue: “Elevemos la barra y veamos qué tal te va entonces”.
Él contestó: “Entonces quizás falle”.
A lo que pregunté: “Si no elevas la barra, ¿cómo conocerás tu potencial?”
Así que comenzamos por elevar la barra a un metro y setenta y nueve centímetros, luego un metro y ochenta centímetros, y así continuamos, a medida que él trataba de mejorar. Lee se convirtió en un mejor saltador de altura debido a que no se conformó solamente con alcanzar el nivel mínimo; aprendió que aun cuando significara fallar, debía seguir elevando la barra si deseaba convertirse en el mejor saltador de altura que pudiera llegar a ser.
El recordar esta experiencia con mi hijo hizo que me acordara del mensaje que el élder M. Russell Ballard ofreció en la sesión del sacerdocio de la Conferencia General de octubre de 2002, en la que exhortó a los hombres jóvenes de la Iglesia a llegar a ser la generación más grandiosa de misioneros. Anunció que el nivel para los requisitos mínimos para el servicio misional se había elevado, e instruyó a los hombres jóvenes del Sacerdocio Aarónico a prepararse más enérgicamente a fin de alcanzar ese nuevo y más alto nivel mínimo. Además impartió instrucciones a los padres, obispos y presidentes de estaca sobre cómo ayudar a los hombres jóvenes a prepararse para servir en una misión de tiempo completo (véase “La generación más grandiosa de misioneros”, Liahona, noviembre de 2002, págs. 46–49).
En sus comentarios finales de la misma sesión del sacerdocio, el presidente Hinckley se refirió al mensaje del élder Ballard. Dijo: “El élder Ballard les ha hablado con respecto a los misioneros. Quiero decirles que apruebo lo que él ha dicho. Espero que nuestros jóvenes y jovencitas acepten el desafío que él les ha hecho. Debemos aumentar la dignidad y los requisitos de quienes van al mundo como embajadores del Señor Jesucristo” (“A los hombres del sacerdocio”, Liahona, noviembre de 2002, pág. 57).
Poco después, en una carta con fecha del 11 de diciembre de 2002, la Primera Presidencia instruyó a los líderes de la Iglesia sobre los principios que rigen los requisitos necesarios para el servicio misional de tiempo completo. En las instrucciones se indicó: “El servicio misional regular es un privilegio para aquellos que son llamados por inspiración por el Presidente de la Iglesia. Los obispos y los presidentes de estaca tienen la gran responsabilidad de determinar quiénes son los miembros dignos que reúnen los requisitos necesarios, que están espiritual, física y emocionalmente preparados para desempeñar este sagrado servicio y a los cuales se les puede recomendar sin reservas. A aquellas personas que no puedan reunir los requisitos físicos, mentales y emocionales de la obra misional regular se les exonera honorablemente y no se les debe recomendar. Se les puede llamar a servir en otros llamamientos edificantes”.
Los líderes de la Iglesia elevaron el nivel y ahora las normas mínimas para participar en la obra misional son dignidad moral absoluta, fortaleza y salud físicas, y desarrollo intelectual, social y emocional. En toda competencia de salto de altura existe una altura mínima para comenzar. El saltador no puede solicitar empezar a una altura menor. De la misma forma, no deben esperar que se bajen las normas para que se les permita servir en una misión. Si desean ser misioneros, deben tener la capacidad de cumplir con las normas mínimas.
No obstante, una vez que hayan alcanzado esas normas mínimas, ¿no deberían tratar de continuar elevando el nivel? Les hago la misma pregunta que le hice a mi hijo hace muchos años, “Si no elevas la barra, ¿cómo conocerás tu potencial?” Mi desafío a ustedes es que reconozcan que existe una norma mínima —y que deben alcanzarla para servir en calidad de misioneros de tiempo completo— pero no se detengan allí. La generación más grandiosa de misioneros no alcanzará su máximo potencial a menos que continúen elevando el nivel.
Permítanme ofrecerles algunas sugerencias sobre lo que cada uno de ustedes puede hacer para elevar el nivel aún más al prepararse para el servicio misional.
La norma física mínima para una misión de tiempo completo se refiere a la fortaleza y salud físicas del posible misionero. Por ejemplo, en una de las preguntas del formulario de recomendación misional se pregunta si se tiene “la capacidad de trabajar de 12 a 15 horas, de caminar de 10 a 13 kilómetros, de andar en bicicleta de 16 a 24 kilómetros y de subir escaleras a diario”. La labor misional es ardua y los misioneros de tiempo completo deben estar en buena condición física para prestar servicio. Elevar el nivel a una norma física mayor puede significar una preparación física más extensa.
También podría incluir mejorar su apariencia física. Se espera que un misionero se vista de cierta manera y que proyecte una imagen pulcra que incluya un corte de cabello adecuado, una buena afeitada, una camisa blanca limpia, una corbata, un traje bien planchado y finalmente, un par de zapatos bien lustrados. Comiencen ahora a prepararse para una misión al adoptar la apariencia de un misionero de tiempo completo.
Eleven el nivel aun más en su preparación intelectual. Consideren con seriedad su educación académica. Es importante saber leer, hablar y escribir con habilidad. Amplíen el conocimiento del mundo que les rodea mediante la lectura de buenos libros. Aprendan cómo estudiar; luego, apliquen esos hábitos de estudio que hayan mejorado para aprender el evangelio de Jesucristo. Lean el Libro de Mormón constantemente y de forma regular.
No desaprovechen la oportunidad de asistir a las clases de seminario e instituto. Participen y benefíciense lo más que puedan de las Escrituras que se enseñan en esos grandes ámbitos de educación religiosa. Ellas los prepararán para presentar el mensaje del Evangelio restaurado a aquellos que tengan la oportunidad de conocer. Estudien la guía Predicad Mi Evangelio concentrándose en las doctrinas básicas que se enseñan en el capítulo tres. Cada vez que se les pida que hablen en la Iglesia o que impartan una lección de la noche de hogar, concéntrense en esas doctrinas fundamentales.
En Doctrina y Convenios 11:21, el Señor nos dice: “No intentes declarar mi palabra, sino primero procura obtenerla, y entonces será desatada tu lengua; luego, si lo deseas, tendrás mi Espíritu y mi palabra, sí, el poder de Dios para convencer a los hombres”. La edad previa a la de ir a la misión es el tiempo ideal para elevar el nivel a una mayor altura a medida que preparan su mente al adquirir la luz y verdad del evangelio de Jesucristo.
Deben comprender que el servicio misional es emocionalmente exigente. Al abandonar el hogar y salir al mundo, se hallarán alejados de aquellos que los apoyan. Muchas de las maneras en las que ahora liberan el estrés emocional —como pasar tiempo con amigos o estar a solas, jugar videojuegos o escuchar música— no están permitidas por las reglas de conducta misional. Habrá días de rechazo y desilusión; conozcan ahora sus límites emocionales y aprendan cómo controlar sus sentimientos bajo las circunstancias que enfrentarán como misioneros. Al hacerlo, elevan el nivel a una mayor altura y, de hecho, se fortalecen contra los desafíos emocionales durante su servicio misional.
Aunque el presidente Hinckley no lo mencionó, los futuros misioneros también deben estar preparados con las aptitudes sociales necesarias para servir en una misión. Cada vez más, los jóvenes se aíslan de las demás personas al jugar videojuegos, al utilizar auriculares, y al tener interacción mediante teléfonos celulares, correo electrónico, mensajes de texto y demás, en lugar de hacerlo personalmente. Gran parte de la labor misional consiste en comunicarse cara a cara con las personas, y a menos que eleven el nivel de sus aptitudes sociales, descubrirán que no se hallan lo suficientemente preparados. Permítanme ofrecerles una simple sugerencia: consigan un empleo que les requiera interactuar con personas. Como motivación adicional, fijen la meta de ganar suficiente dinero en su trabajo de media jornada o de jornada completa para pagar cuando menos una parte significativa de su misión. A todo hombre joven que pague una parte importante de su misión, le prometo grandes bendiciones sociales, físicas, mentales, emocionales y espirituales.
La dignidad personal es la norma espiritual mínima para servir en una misión. Eso significa que ustedes son dignos en todo sentido para hacer y guardar los convenios sagrados del templo. No se priven ustedes mismos de las bendiciones que se otorgan a aquellos que sirven en ese llamamiento tan especial al cometer actos de transgresión que les descalificará para servir.
Por favor, sepan que aun cuando la enseñanza que impartan sea convincente, es el Espíritu el único que convierte. Predicad Mi Evangelio ofrece una buena descripción de todo lo que concierne a la obra misional. En él leemos: “Como representante autorizado de Jesucristo, usted puede enseñar a las personas con poder y autoridad que ‘la redención viene en el Santo Mesías y por medio de él’ y que nadie ‘puede morar en la presencia de Dios, sino por medio de los méritos, y misericordia, y gracia del Santo Mesías’ (2 Nefi 2:6, 8)” (2004, pág. 2).
Les recordamos que donde mucho se da, mucho se requiere. Hacemos otra vez un llamado a todo hombre joven espiritual, física y emocionalmente calificado a venir preparado para convertirse en misionero de La Iglesia de Jesucristo. Asegúrense de que cumplan fácilmente con las normas mínimas para servir en calidad de misioneros y continuamente eleven ese nivel. Prepárense para ser más eficaces en este gran llamamiento.
Que Dios los bendiga para que ése sea su deseo al salir de esta sesión del sacerdocio de la Conferencia General y que comiencen a prepararse ahora para el glorioso servicio que los aguarda como misioneros del Señor Jesucristo. En el nombre de Jesucristo. Amén.