Tres metas para guiarte
Su influencia se extiende más allá de ustedes mismas y de sus hogares e influye en otras personas por todo el mundo.
Esta tarde nuestras almas han alcanzado el cielo. Hemos sido bendecidos con hermosa música y mensajes inspirados. El Espíritu del Señor está presente.
Hermanas Julie Beck, Silvia Allred y Barbara Thompson, ¡qué bendición que sus amados padres, maestros, líderes de la juventud y demás personas se dieron cuenta de su potencial!
Parafraseando un pensamiento:
El valor de una joven no lo puedes saber,
por lo que debes esperar y ver;
toda mujer que en un puesto noble esté
alguna vez una jovencita fue1.
Es un gran privilegio para mí estar con ustedes. Sé que además de las que se encuentran reunidas en el Centro de Conferencias hay muchas miles que están viendo y escuchando la reunión vía satélite.
Al dirigirme a ustedes, me doy cuenta de que, como hombre, estoy en vasta minoría y que debo tener cuidado con lo que diga. Me recuerda a un hombre que entró en una librería y le preguntó a la dependienta: “¿Tienen un libro titulado El hombre: Amo de la mujer?”. La mujer lo miró directamente a los ojos y le contestó con sarcasmo: “¡Busque entre los libros de ficción!”.
Les aseguro esta tarde que las honro, mujeres de la Iglesia, y de que sé, citando a William R. Wallace, que “la mano que mece la cuna es la mano que gobierna al mundo”2.
En 1901, el presidente Lorenzo Snow dijo: “Los miembros de la Sociedad de Socorro han… ministrado a los afligidos, han puesto sus brazos de amor alrededor de los huérfanos y de las viudas, y se han guardado sin mancha del mundo. Testifico que no hay mujeres en el mundo más puras y más espirituales que las que integran la Sociedad de Socorro”3.
Tal como en la época del presidente Snow, aquí y ahora hay visitas que realizar, saludos y bienvenidas que dar y almas hambrientas que alimentar. Al contemplar la Sociedad de Socorro de la actualidad, humilde ante el privilegio de dirigirme a ustedes, acudo a nuestro Padre Celestial en busca de Su guía divina.
En ese espíritu, he sentido que debía presentar a cada miembro de la Sociedad de Socorro de todo el mundo tres metas que alcanzar:
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1. Estudiar diligentemente.
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2. Orar de todo corazón.
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3. Prestar servicio de buena voluntad.
Examinemos cada una de esas metas. Primero, estudiar diligentemente. El Salvador del mundo enseñó: “…sí, buscad palabras de sabiduría de los mejores libros; buscad conocimiento, tanto por el estudio como por la fe”4. Y agregó: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí”5.
Un estudio de las Escrituras fortalecerá nuestros testimonios y los testimonios de nuestros familiares. En la actualidad, nuestros hijos crecen rodeados de voces que los instan a abandonar lo recto y a buscar en su lugar los placeres del mundo. A menos que tengan un firme cimiento del evangelio de Jesucristo, un testimonio de la verdad y la determinación de vivir rectamente, ellos son vulnerables a esas influencias. La responsabilidad de fortalecerlos y protegerlos es nuestra.
Hasta un punto alarmante, nuestros niños están siendo educados en la actualidad por los medios de comunicación, entre ellos internet. Se dice que en los Estados Unidos un niño común y corriente ve televisión aproximadamente cuatro horas al día, donde la mayoría de los programas están llenos de violencia, alcohol, drogas y contenido sexual. El ver películas y jugar juegos de videos es tiempo adicional a las cuatro horas6. Las estadísticas son muy similares en otros países desarrollados. Los mensajes que se presentan en la televisión, en las películas y en los otros medios de comunicación están muchas veces totalmente opuestos a lo que deseamos que nuestros hijos acepten y guarden en gran estima. Nuestra responsabilidad no sólo es la de enseñarles a ser sanos en espíritu y en doctrina, sino también a que se mantengan de esa forma, pese a las fuerzas externas que puedan encontrar. Eso exigirá mucho tiempo y empeño de nuestra parte y, a fin de ayudar a los demás, nosotros mismos necesitamos la valentía espiritual y moral para resistir la maldad que vemos por todas partes.
Vivimos en la época que se menciona en 2 Nefi, capítulo 9:
“¡Oh las vanidades, y las flaquezas, y las necedades de los hombres! Cuando son instruidos se creen sabios, y no escuchan el consejo de Dios, porque lo menosprecian, suponiendo que saben por sí mismos; por tanto, su sabiduría es locura, y de nada les sirve; y perecerán.
“Pero bueno es ser instruido, si hacen caso de los consejos de Dios”7.
Se necesita valentía para aferrarnos a nuestras normas a pesar del escarnio del mundo. El presidente J. Reuben Clark, Jr., que por muchos años fue miembro de la Primera Presidencia, dijo: “No son desconocidos los casos en los que [aquellos] de supuesta fe… han sentido que, por el hecho de que el defender su fe íntegra quizás acarrease el ridículo de sus colegas incrédulos, tienen que modificar o justificar su fe, o debilitarla de forma destructiva, o incluso aparentar desecharla. Tales son hipócritas…”8.
Acuden a mi mente los poderosos versículos que se encuentran en el Nuevo Testamento, en 2 Timoteo, capítulo 1, versículos 7 y 8:
“Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio.
“Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor”.
Además de nuestro estudio sobre temas espirituales, el aprendizaje secular es también esencial. Por lo general, se desconoce el futuro; por lo tanto, es necesario que nos preparemos para las situaciones inciertas. Las estadísticas demuestran que en algún momento, debido a enfermedad o al fallecimiento del esposo, o por necesidades económicas, ustedes desempeñarán el papel del proveedor económico. Algunas ya ocupan ese lugar. Les insto a procurar obtener instrucción académica, si es que aún no lo están haciendo o no lo han hecho, con el fin de estar preparadas para mantener el hogar si las circunstancias lo hicieran necesario.
Sus talentos aumentarán a medida que estudien y aprendan. Podrán ayudar mejor a sus familias en su aprendizaje y se sentirán tranquilas al saber que se han preparado para las eventualidades de la vida.
Les reitero: Estudien diligentemente.
La segunda meta que deseo mencionar es: Orar de todo corazón. El Señor indicó: “Ora siempre, y derramaré mi Espíritu sobre ti, y grande será tu bendición…”9.
Quizás nunca ha habido una época en la que necesitáramos orar más y enseñar a nuestra familia a hacerlo. La oración es una defensa contra la tentación. Es por medio de la oración sincera y genuina que podemos recibir las bendiciones y el apoyo necesarios para seguir adelante en este a veces difícil y desafiante trayecto al que llamamos vida terrenal.
Podemos enseñar a nuestros hijos y a nuestros nietos la importancia de la oración, tanto por la palabra como por el ejemplo. Voy a compartir con ustedes una lección acerca de enseñar a orar mediante el ejemplo, tal y como me lo relató una madre en su carta. “Estimado presidente Monson: A veces me pregunto si en verdad tengo una influencia positiva en la vida de mis hijos. Especialmente, al ser una madre soltera que trabaja en dos empleos para poder sufragar los gastos, a veces llego a casa y sólo encuentro desorden, pero nunca pierdo la esperanza”.
En su carta relata que ella y sus hijos estaban viendo la conferencia general, en el momento en que yo hablaba de la oración. Su hijo comentó: “Mamá, tú ya nos enseñaste eso”. Ella preguntó: “¿Qué quieres decir?”, y él respondió: “Bueno, nos enseñaste a orar y cómo hacerlo, pero la otra noche fui a tu cuarto para preguntarte algo y te encontré de rodillas orando a nuestro Padre Celestial. Si Él es importante para ti, también lo será para mí”. La carta terminaba así: “Me imagino que uno nunca sabe qué clase de influencia ejercerá hasta que un hijo nos observe hacer lo que a él se le ha tratado de enseñar”.
Hace algunos años, poco antes de salir de Salt Lake City para asistir a la reunión anual de los Boy Scouts de América, en Atlanta, Georgia, decidí llevar conmigo varios ejemplares de la revista New Era y obsequiar a los oficiales de escultismo esa excelente publicación. Al llegar al hotel en Atlanta, abrí el paquete de las revistas y me di cuenta de que mi secretaria, aparentemente sin razón alguna, había incluido en el paquete dos ejemplares adicionales de la revista de junio, en la que se hablaba del matrimonio en el templo. Dejé esos dos ejemplares en el cuarto del hotel y, como había planeado, distribuí los demás.
El último día de reuniones, no sentí deseos de asistir al almuerzo que estaba planeado, sino que sentí el impulso de regresar a mi habitación. Al entrar, el teléfono estaba sonando. La llamada era de un miembro de la Iglesia que se había enterado de que yo estaba en Atlanta. Después de presentarse, me preguntó si podría darle una bendición a su hija de diez años. Accedí de inmediato, y ella indicó que su esposo, su hija y su hijo irían inmediatamente a mi cuarto del hotel. Mientras esperaba, oré para recibir ayuda; el sentimiento de paz que acompaña a la oración reemplazó los aplausos de la convención.
Tocaron a la puerta y tuve el privilegio de conocer a una familia especial. La niña de diez años caminaba con la ayuda de muletas. A causa del cáncer, había sido necesario que le amputaran la pierna izquierda; sin embargo, su semblante era radiante y su confianza en Dios inquebrantable. Se dio la bendición mientras madre e hijo permanecían arrodillados junto a la cama y el padre y yo poníamos las manos sobre esa pequeñita. Recibimos la dirección del Espíritu de Dios y nos sentimos humildes bajo Su poder.
Sentí que las lágrimas me corrían por las mejillas y caían sobre mis manos, que descansaban sobre la cabeza de esa hermosa hija de Dios. Hablé de las ordenanzas eternas y de la exaltación familiar. El Señor me inspiró a instar a esa familia a que entrara en el santo templo de Dios. Al terminar la bendición, me enteré de que la visita al templo ya estaba planeada. Se me hicieron preguntas acerca del templo, y entonces, sin oír ninguna voz celestial ni tener ninguna visión, en mi mente escuché claramente las palabras: “Acude a la New Era”. Dirigí la mirada hacia el tocador donde estaban las dos revistas extras de la New Era acerca del templo. Entregué un ejemplar a la hija y el otro a sus padres, y lo examinamos juntos.
La familia se despidió y el cuarto quedó nuevamente en silencio; una oración de gratitud se elevó sin dificultad y, otra vez, tomé la determinación de que la oración siempre sería parte de todo lo que hiciera.
Mis queridas hermanas, no oren para recibir tareas que igualen su habilidad, sino oren para recibir la habilidad para cumplir con esas tareas. De ese modo, el desempeño de sus tareas no será un milagro, sino que ustedes mismas serán el milagro.
Oren de todo corazón.
Por último: prestar servicio de buena voluntad. Ustedes son una poderosa fuerza para bien, una de las más poderosas del mundo. Su influencia se extiende más allá de ustedes mismas y de sus hogares e influye en otras personas por todo el mundo. Ustedes han extendido una mano de ayuda a sus hermanos y hermanas a través de calles, ciudades, naciones, continentes y océanos. Ustedes personifican el lema de la Sociedad de Socorro: “La caridad nunca deja de ser”.
Claro está que se encuentran rodeadas de oportunidades para prestar servicio. No hay duda de que a veces ven tantas de esas oportunidades que en cierta forma se sientan abrumadas. ¿Por dónde comenzar? ¿Cómo hacerlo todo? ¿Cómo escoger, entre todas las necesidades que ven, en dónde y cómo prestar servicio?
Muchas veces, todo lo que se requiere son pequeños actos de servicio para elevar y bendecir a los demás: una pregunta acerca de alguien de la familia, unas palabras de aliento, un sincero cumplido, una pequeña nota de agradecimiento o una breve llamada telefónica. Si somos observadores y nos mantenemos informados, y si actuamos de acuerdo con la inspiración que recibimos, podemos hacer mucho bien. Naturalmente, a veces se necesita más que eso.
Hace poco me enteré de un amoroso acto de servicio que se le brindó a una madre cuando sus hijos eran muy pequeños. Con frecuencia, ella se levantaba a medianoche para atender a sus pequeños, como las madres suelen hacerlo. En ocasiones, su amiga y vecina que vivía enfrente iba a verla al día siguiente y le decía: “Vi luces encendidas durante la noche y sé que estuviste levantada con los niños. Me los voy a llevar a casa un par de horas para que puedas dormir un rato”. Esa madre dijo: “Me sentía tan agradecida por su cálido ofrecimiento que no fue sino hasta que eso hubo sucedido varias veces que me di cuenta de que si ella había visto mis luces encendidas a medianoche era porque ella también estaba levantada con alguno de sus hijos, y que necesitaba una siesta tanto como yo. Me enseñó una gran lección y desde ese entonces he tratado de ser observadora como ella, para buscar oportunidades de prestar servicio a los demás”.
Innumerables son los actos de servicio que ha proporcionado el numeroso ejército de las maestras visitantes de la Sociedad de Socorro. Hace unos años, me enteré de cómo dos de ellas habían socorrido a una desconsolada viuda, Ángela, la nieta de un primo mío. El esposo de Ángela y un amigo con el que había salido a pasear en trineo a motor habían sido víctimas de asfixia a causa de una avalancha de nieve. Cada uno de ellos dejó a su esposa embarazada; en el caso de Ángela, se trataba del primer hijo, pero en el otro caso, la esposa no sólo estaba esperando un hijo, sino que también ya era madre de un pequeño. En el funeral del esposo de Ángela, el obispo contó que tan pronto como se enteró del trágico accidente, había ido inmediatamente a casa de ella, y que apenas había llegado, sonó el timbre. A la puerta estaban sus dos maestras visitantes. El obispo dijo que él presenció cómo le expresaban su cariño y su compasión. Las tres mujeres lloraron juntas y era evidente que esas dos buenas maestras visitantes la querían mucho. Tal vez, como sólo las mujeres saben hacerlo, le indicaron con dulzura —sin que ella se lo pidiera— exactamente la ayuda que le proporcionarían. Era evidente que permanecerían cerca de ella todo el tiempo que Ángela las necesitara. El obispo expresó su profunda gratitud por saber que ellas serían una verdadera fuente de consuelo para ella en los días venideros.
Las maravillosas maestras visitantes repiten una y otra vez esos actos de amor y compasión, no siempre en situaciones tan dramáticas como ésa, pero con la misma sinceridad.
Rindo encomio a ustedes que, con cuidado amoroso y preocupación compasiva, alimentan al hambriento, visten al desnudo y brindan techo al que no lo tiene. Él, que advierte hasta la caída de un gorrión, no pasará por alto ese servicio. El deseo de elevar, la voluntad de ayudar y de dar gentilmente proviene de un corazón lleno de amor. Presten servicio de buena voluntad.
Nuestro amado profeta, sí, el presidente Gordon B. Hinckley, ha dicho en cuanto a ustedes: “Dios ha puesto en el alma de la mujer algo divino que se expresa en tácita fortaleza, en refinamiento, en paz, en virtud, en verdad y en amor”10.
Mis queridas hermanas, que nuestro Padre Celestial bendiga a cada una de ustedes, casadas o solteras, en sus hogares, en su familia, en su propia vida, para que sean merecedoras del glorioso saludo del Salvador del mundo: “Bien, buen siervo y fiel”11, es mi ruego, al bendecirlas a ustedes y también a la querida esposa de James E. Faust, su amada Ruth, que se encuentra aquí esta tarde, en la primera fila, en el nombre de Jesucristo. Amén.