Cuestión de sólo unos grados
La diferencia que existe entre la felicidad y la amargura… muchas veces se debe a un error de sólo unos grados.
Mis queridos hermanos, siento su fortaleza y bondad al reunirnos como sacerdocio de Dios, los amo y los admiro. Gracias por su fe, sus oraciones y su deseo de servir al Señor.
Ya hace dos meses que el presidente Thomas S. Monson me llamó para prestar servicio como Segundo Consejero de la Primera Presidencia de la Iglesia. Estoy seguro de que fue una sorpresa para muchos, y a mí también me tomó desprevenido; diría que quizás yo haya sido la segunda persona más sorprendida de la tierra, habiendo sido mi esposa la primera.
El día en que el Quórum de los Doce se reunió en el templo para sostener al presidente Monson y ordenarlo y apartarlo como profeta, vidente, revelador y Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, sentí gran gozo por tener la oportunidad de levantar la mano para sostener a mi amado amigo y líder.
Después de que el presidente Monson fue sostenido, él anunció a sus consejeros.
El presidente Eyring no fue una sorpresa. Es un hombre de talla y carácter, una extraordinaria elección como primer consejero. Cuánto lo amo y admiro.
Entonces el presidente Monson anunció a su segundo consejero. El nombre me sonaba vagamente familiar: era mi nombre.
Miré a mi alrededor, sin estar seguro de haber oído correctamente, pero la sonrisa de mis hermanos y la mirada de compasión del presidente Monson me dieron la seguridad de que una vez más mi vida estaba por cambiar.
Todos echamos de menos al presidente Hinckley; él sigue siendo una bendición en nuestra vida.
El presidente Monson es el profeta de Dios para nuestros días; lo honro y dedico mi corazón, alma, mente y fuerza a esta gran obra.
En 1979, un avión de pasajeros con 257 personas a bordo partió de Nueva Zelanda en un vuelo turístico de ida y vuelta a la Antártida. Sin embargo, sin que los pilotos lo supieran, alguien había modificado las coordenadas de vuelo tan sólo dos grados. Ese error condujo al avión 45 km al este de donde los pilotos pensaban que se encontraban. Al acercarse a la Antártida, los pilotos disminuyeron la altitud para que los pasajeros tuvieran una mejor vista del paisaje. Aunque ambos eran pilotos con experiencia, ninguno de los dos había hecho ese viaje antes y no tenían modo de saber que las coordenadas incorrectas los había puesto directamente en la trayectoria del Monte Erebus, un volcán activo que se eleva desde el panorama congelado hasta una altura de más de 3.700 metros.
Al seguir los pilotos el vuelo, la blancura de la nieve y del hielo que revestían el volcán se mezclaba con la blancura de las nubes de encima, lo que daba la impresión de que volaban sobre terreno llano. Para cuando los instrumentos sonaron la alarma que indicaba que el terreno se aproximaba rápidamente hacia ellos, fue demasiado tarde. El avión chocó contra el costado del volcán, y todas las personas que estaban a bordo murieron.
Fue una terrible tragedia causada por un error insignificante: una cuestión de sólo unos grados1.
A lo largo de años de servicio al Señor y en innumerables entrevistas, he aprendido que la diferencia que existe entre la felicidad y la amargura de las personas, de los matrimonios y de las familias muchas veces se debe a un error de sólo unos grados.
Saúl, el rey de Israel
La historia de Saúl, el rey de Israel, ilustra este punto. La vida de Saúl comenzó con un gran futuro, pero tuvo un final desafortunado y trágico. Al principio, Saúl era “joven y hermoso. Entre los hijos de Israel no había otro más hermoso que él”2. Saúl fue escogido personalmente por Dios para ser rey3; tenía todas las ventajas, era físicamente imponente4 y provenía de una familia influyente5.
Por supuesto, Saúl tenía debilidades, pero el Señor prometió que lo bendeciría, lo sostendría y lo haría prosperar. Las Escrituras nos dicen que Dios prometió que siempre estaría con él6, que le cambiaría el corazón7 y que lo convertiría en otro hombre8.
Mientras tuvo la ayuda del Señor, Saúl fue un rey magnífico; unió a Israel y venció a los amonitas que habían invadido sus tierras9 y pronto se enfrentó a un problema mucho más grande: los filisteos, que tenían un poderoso ejército con carros y jinetes y un “pueblo numeroso como la arena que está a la orilla del mar”10. Los israelitas tenían tanto miedo de los filisteos que “se escondieron en cuevas, en fosos, en peñascos, en rocas y en cisternas”11.
El joven rey necesitaba ayuda. El profeta Samuel le mandó decir que lo esperara y que él, el profeta, iría a ofrecer sacrificio y procuraría el consejo del Señor. Saúl esperó siete días y el profeta Samuel aún no llegaba. Finalmente, Saúl sintió que ya no podía esperar más, así que juntó a su pueblo e hizo algo para lo cual no tenía la autoridad del sacerdocio: él mismo ofreció el sacrificio.
Cuando Samuel llegó, se sintió desconsolado. “Locamente has hecho”, le dijo. Si tan sólo el nuevo rey hubiese esperado un poco más y no se hubiese desviado del camino del Señor, si sólo hubiese seguido el orden revelado del sacerdocio, el Señor habría establecido su reino para siempre. “Mas ahora”, dijo Samuel, “tu reino no será duradero”12.
Ese día, el profeta Samuel reconoció una debilidad crítica en la personalidad de Saúl. Cuando lo presionaban influencias externas, Saúl no tenía la autodisciplina para mantenerse en el curso, confiar en el Señor y en Su profeta, y seguir el modelo que Dios había establecido.
Los errores pequeños pueden tener un gran impacto en nuestra vida
La diferencia de unos grados, como en el vuelo a la Antártida o cuando Saúl no se adhirió un poco más al consejo del profeta, pueden parecer insignificantes; pero aún los errores pequeños con el tiempo tienen consecuencias drásticas en nuestra vida.
Permítanme compartir con ustedes la forma en que enseñé este principio a los pilotos nuevos.
Supongan que fuesen a partir de un aeropuerto en el ecuador, con la intención de circunnavegar el globo, pero que su derrotero o curso variase sólo un grado. Cuando regresaran a la misma longitud, ¿a cuánta distancia estarían alejados del derrotero? ¿Unos kilómetros? ¿Cien kilómetros? La respuesta tal vez los sorprenda. Un error de sólo un grado causaría una desviación de casi 800 km del curso, o una hora de vuelo de un avión a chorro.
Nadie quiere que su vida termine en tragedia, pero con demasiada frecuencia, al igual que los pilotos y los pasajeros del viaje turístico, emprendemos lo que esperamos sea un viaje fascinante, sólo para darnos cuenta, demasiado tarde, de que un error de unos cuantos grados nos ha puesto en un sendero que conducirá al desastre espiritual.
¿Hay una lección para nuestra vida en estos ejemplos?
Los pequeños errores y las desviaciones insignificantes que nos apartan de la doctrina del evangelio de Jesucristo pueden acarrearnos consecuencias dolorosas; por ello, es de suma importancia que seamos lo suficientemente disciplinados para hacer correcciones tempranas y decisivas para volver al curso correcto y no esperar o desear que los errores se corrijan solos.
Cuanto más demoremos las medidas correctivas, más grandes serán los cambios necesarios y más tiempo tomará volver al curso correcto, incluso hasta tal punto en que se podría avecinar un desastre.
A ustedes, hombres del sacerdocio, se les ha confiado una gran responsabilidad. Sólo piensen en ello: nuestro Padre Celestial confía a ustedes, jóvenes diáconos, maestros y presbíteros “la llave del ministerio de ángeles y el evangelio preparatorio”13. Ustedes, los hombres del Sacerdocio de Melquisedec, han recibido un juramento y un convenio en el que se les ha prometido todo lo que el Padre tiene si magnifican su sacerdocio14.
El Señor nos recuerda que “a quien mucho se da, mucho se requiere”15. Aquellos que poseen el Sacerdocio de Dios tienen la gran responsabilidad de ser ejemplos de rectitud al mundo. Vivimos a la altura de esas expectativas cuando reconocemos con rapidez los peligros y las influencias que nos tientan a alejarnos del camino del Señor y cuando seguimos con valor los susurros del Espíritu Santo para realizar los cambios decisivos que nos volverán al camino correcto.
Esta conferencia se está traduciendo a 92 idiomas y se está transmitiendo a 96 países por medio del milagro de la tecnología moderna. Muchos de ustedes, hermanos, participan de la conferencia vía internet. Nuevas tecnologías como ésta hacen posible que el mensaje del Evangelio se extienda por todo el mundo. Los sitios web de la Iglesia son un buen ejemplo de cómo ustedes pueden utilizar esta tecnología como un recurso maravilloso de inspiración, ayuda y aprendizaje, y pueden ser una bendición para ustedes, poseedores del sacerdocio, sus familias y la Iglesia.
Pero tengan cuidado, esa misma tecnología puede causar que las influencia malignas traspasen el umbral de sus hogares. Se accede a esas trampas peligrosas con sólo hacer clic al ratón de la computadora. La pornografía, la violencia, la intolerancia y la maldad destruyen la vida de familias, matrimonios y personas. Esos peligros se distribuyen a través de muchos medios de comunicación, entre ellos revistas, libros, televisión, películas y música, así como en internet. El Señor les ayudará a reconocer y a evitar esas maldades. El reconocer el peligro a tiempo y corregir el curso es lo que los mantendrá en la luz del Evangelio. Las decisiones insignificantes conducen a consecuencias de fundamental importancia.
El entrar en una sala de chat desconocida y peligrosa en internet podría arrastrarlos al centro de un torrente de problemas. El poner la computadora en una habitación privada a la que el resto de la familia no pueda entrar, podría ser el comienzo de una trayectoria de engaño y de peligro.
Sin embargo, el Señor no sólo requiere que las acciones externas sean según el espíritu de la ley16, sino también los pensamientos e intenciones más íntimos. Dios “requiere el corazón y una mente bien dispuesta”17.
Nosotros, el sacerdocio de Dios, tenemos la responsabilidad y el poder de la autodirección: “no conviene que yo mande en todas las cosas”, dice el Señor; “los hombres deben estar anhelosamente consagrados a una causa buena, y hacer muchas cosas de su propia voluntad y efectuar mucha justicia; porque el poder está en ellos, y en esto vienen a ser sus propios agentes”18.
Nuestro Padre Celestial sabía antes de que viniésemos a esta existencia terrenal que fuerzas negativas nos tentarían a alejarnos de nuestro camino, “por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”19. Por eso preparó un medio para que hiciésemos correcciones. Por medio del misericordioso proceso del arrepentimiento verdadero y de la expiación de Jesucristo, nuestros pecados pueden ser perdonados y “no [nos perderemos], mas [tendremos] vida eterna”20.
Nuestra disposición a arrepentirnos demuestra nuestra gratitud por el don de Dios y por el amor y el sacrificio del Salvador en nuestro favor. Los mandamientos y los convenios del sacerdocio proporcionan una prueba de fe, obediencia y amor por Dios y Jesucristo, pero, lo que es más importante, brindan la oportunidad de sentir el amor de Dios y de recibir una medida de gozo absoluto, tanto en esta vida como en la venidera.
Estos mandamientos y convenios de Dios son como instrucciones de navegación que provienen de las alturas celestiales y que nos conducirán a salvo a nuestro destino eterno, el cual es uno de hermosura y gloria incomprensibles. Vale la pena el esfuerzo; merece la pena hacer los cambios decisivos ahora y así permanecer en el camino.
Recuerden: el cielo no estará lleno de personas que nunca cometieron errores, sino de aquellos que reconocieron que se habían desviado y corrigieron sus caminos para volver a la luz de la verdad del Evangelio.
Cuanto más atesoremos las palabras de los profetas y las pongamos en práctica, más nos daremos cuenta del momento en que nos estemos desviando, aunque sólo sea cuestión de unos cuantos grados.
¿Qué sucede si nos hemos alejado demasiado del camino?
Ahora bien, hermanos, están aquellos que no han hecho los cambios apropiados de curso y que ahora creen que están demasiado lejos del sendero del Señor como para poder regresar. A ellos proclamamos las buenas nuevas que representa el Evangelio de redención y salvación. No importa cuán sumamente alejados estén del camino, no importa cuánto se hayan apartado, el camino de regreso es cierto y claro. Vengan, aprendan del Padre; ofrezcan el sacrificio de un corazón quebrantado y un espíritu contrito. Tengan fe y crean en el poder purificador de la infinita expiación de Jesucristo. Si confesamos nuestros pecados y nos arrepentimos de ellos, Dios es fiel y justo para perdonar y limpiarnos de toda maldad21. “Si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos”22.
Puede que no sea un sendero fácil, y que requiera autodisciplina y determinación, pero el final es de una gloria indescriptible. No están condenados a un trágico final; muchos están deseosos de ayudarlos: su familia, sus obispos y presidentes de estaca, sus líderes de quórum y los maestros orientadores. Desde luego, su mejor amigo es el Todopoderoso Creador del universo. Ustedes poseen el sacerdocio de Él. Él comprende el pesar y el sufrimiento de ustedes. Él y nuestro Padre Celestial los bendecirán, los consolarán y fortalecerán; Ellos caminarán a su lado y los cargarán en Sus brazos mientras ustedes se esfuerzan por enderezar su camino.
Mis queridos hermanos, ustedes realmente son hijos escogidos y preciados del Padre Celestial. Él les ha confiado el sagrado poder del sacerdocio. Por favor, no se desvíen del camino, ni siquiera unos cuantos grados. Escuchen al Señor su Dios y Él hará por ustedes lo que prometió que haría por Saúl: les cambiará el corazón, los convertirá en otros hombres y siempre estará con ustedes.
Testifico de nuestro Padre Celestial, quien los conoce y los ama. Doy testimonio de que Jesucristo nuestro Salvador es Cabeza de esta Iglesia. El presidente Thomas S. Monson es el profeta de Dios hoy en día. Expreso mi amor y gratitud hacia ustedes, mis queridos amigos y hermanos del sacerdocio. En el nombre de Jesucristo. Amén.