La preocupación por la persona en particular
Jesucristo es nuestro gran ejemplo; lo rodeaban multitudes y habló a miles, sin embargo siempre se preocupaba por la persona en particular.
Agradezco la oportunidad de estar con ustedes hoy en este magnífico Centro de Conferencias. Pese al tamaño de esta congregación, es sobrecogedor darse cuenta de que sólo es una fracción de los millones que van a ver, escuchar y leer las palabras que se hablarán en esta gran conferencia.
Por supuesto, echaremos de menos a nuestro amado presidente Gordon B. Hinckley; sin embargo, debido a su influencia, todos somos mejores y, gracias a su guía, la Iglesia es más fuerte; de hecho, el mundo es un lugar mejor porque hubo un gran líder como el presidente Gordon B. Hinckley.
Me gustaría decir unas palabras acerca de la nueva Primera Presidencia.
Conozco al presidente Monson desde hace mucho tiempo; él es uno de los valientes de Israel que fue preordenado para presidir esta Iglesia. Es bien conocido por sus relatos y parábolas cautivadoras, pero los que lo conocemos mejor, sabemos que su vida es un modelo práctico y ejemplar de esos relatos. Aunque para él es un cumplido que muchos de los grandes y poderosos de este mundo lo conozcan y lo honren, quizás sea un mayor tributo el que muchas de las personas modestas lo llamen amigo.
Por naturaleza, el presidente Monson es amable y caritativo. Sus palabras y sus obras ejemplifican su preocupación por la persona en particular.
El presidente Eyring es un hombre sabio, instruido y espiritual. Lo conocen y respetan no sólo en la Iglesia sino entre los que no son de nuestra fe. Es la clase de hombre que cuando habla, todos escuchan y que ha dado honor al apellido Eyring.
Conocí al presidente Uchtdorf cuando presté servicio como presidente de área en Europa. Desde que lo conocí, vi en él a un hombre de gran profundidad espiritual y enorme capacidad; sabía que el Señor lo tenía presente. Hace veintitrés años, tuve el honor de extenderle el llamamiento del Señor para prestar servicio como presidente de estaca en Francfort, Alemania. Al observarlo a través de los años, he notado que todo lo que ha estado bajo su dirección, ha prosperado. El Señor está con él. Cuando pienso en el presidente Uchtdorf, me vienen dos palabras a la mente: Alles wohl, que en alemán significan: “Todo está bien”.
Los verdaderos discípulos de Jesucristo siempre se han preocupado por la persona en particular. Jesucristo es nuestro gran ejemplo; lo rodeaban multitudes y habló a miles, sin embargo siempre se preocupaba por la persona en particular. “Porque el Hijo del Hombre ha venido para salvar lo que se había perdido”1, dijo. “¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que se perdió, hasta encontrarla?”2.
Esa instrucción se aplica a todo el que lo sigue. Se nos manda buscar a los que estén perdidos y ser guardas de nuestros hermanos. No podemos ignorar el encargo que el Salvador nos ha dado; debemos preocuparnos por la persona en particular.
Hoy, me gustaría hablar acerca de aquellos que están extraviados, unos porque son diferentes, otros porque están cansados, y otros porque se han apartado.
Algunos se extravían porque son diferentes. Sienten que no son parte del grupo; quizás, porque son diferentes, ellos mismos se alejan poco a poco del rebaño. Es posible que su apariencia, su forma de actuar, de pensar y de hablar sea diferente de quienes los rodean y, a veces, eso los hace suponer que no encajan y llegan a la conclusión de que no se los necesita.
Asociada a esa falsa idea está la creencia errónea de que todos los miembros de la Iglesia deben parecerse, hablar y actuar de igual modo. El Señor no llenó la tierra con una orquesta vibrante de personalidades sólo para valorar a los flautines del mundo. Cada instrumento es preciado y aporta a la compleja belleza de la sinfonía. Todos los hijos de nuestro Padre Celestial son diferentes de algún modo; sin embargo cada uno posee su hermoso sonido propio que agrega intensidad y riqueza al conjunto.
Esa diversidad en la creación es un testimonio de cuánto valora el Señor a Sus hijos. No estima a una carne más que a otra, sino que “invita a todos ellos a que vengan a él y participen de su bondad; y a nadie de los que a él vienen desecha, sean negros o blancos, esclavos o libres, varones o mujeres… todos son iguales ante Dios”3.
Cuando era niño, recuerdo que había un chico mayor que yo que era discapacitado física y mentalmente; tenía un defecto en el habla y caminaba con dificultad. Los otros muchachos se burlaban de él, lo fastidiaban y se mofaban de él hasta que, a veces, lo hacían llorar.
Todavía oigo su voz: “Ustedes no me tratan bien”, les decía, y aún así lo ridiculizaban, lo empujaban y se reían de él.
Un día ya no pude soportarlo más y, a pesar de que sólo tenía siete años, el Señor me dio el valor para hacerle frente a mis amigos.
“¡No lo toquen!”, les dije. “¡Dejen de burlarse de él! ¡Sean amables! ¡Es un hijo de Dios!”
Mis amigos retrocedieron y se fueron.
En ese momento me pregunté si mi audacia perjudicaría mi amistad con ellos, pero ocurrió todo lo contrario. Desde ese día en adelante, mis amigos y yo nos unimos más; ellos mostraron mayor compasión por el muchacho; se convirtieron en mejores seres humanos. Que yo sepa, nunca volvieron a burlarse de él.
Hermanos y hermanas, si tan sólo tuviéramos más compasión hacia los que son diferentes de nosotros, se aliviarían muchos de los problemas y pesares del mundo de hoy. De hecho, haría que nuestros hogares y la Iglesia fuesen lugares más santos y celestiales.
Algunos se extravían porque están cansados. Es fácil sentirse abrumado; con todas las presiones, las exigencias de nuestro tiempo y la tensión a la que nos enfrentamos cada día, no es de extrañar que nos cansemos. Muchos se desaniman porque no han logrado su potencial; otros simplemente se sienten demasiado débiles para aportar algo; y así, mientras el rebaño avanza, poco a poco, casi sin darnos cuenta, algunos se quedan atrás.
Todos nos hemos sentido cansados y agotados en algún momento. Ahora yo parezco sentirme más de esa manera que cuando era joven. José Smith, Brigham Young e incluso Jesucristo sabían lo que era estar cansado. Con esto no intento menospreciar la carga que los miembros de la Iglesia llevan sobre sus hombros, ni minimizar las pruebas emocionales y espirituales que afrontan y que, con frecuencia son pesadas y difíciles de soportar.
No obstante, tengo un testimonio del poder renovador del evangelio de Jesucristo. El profeta Isaías proclamó que el Señor “da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas”4. Cuando me siento cansado, recuerdo las palabras del profeta José Smith:
“¿No hemos de seguir adelante en una causa tan grande? Avanzad, en vez de retroceder. ¡Valor, hermanos; e id adelante, adelante a la victoria! ¡Regocíjense vuestros corazones y llenaos de alegría! ¡Prorrumpa la tierra en canto!
“…¡Alaben al Señor los bosques y todos los árboles… y den voces de alegría todos los hijos de Dios!”5.
A ustedes, miembros de la Iglesia, que vacilan a causa de sentimientos de ineptitud, les suplico que den un paso adelante, pongan su hombro a la lid y empujen; aun cuando sientan que sus fuerzas aportan poco, la Iglesia los necesita; el Señor los necesita. Recuerden que el Señor a menudo escoge lo débil del mundo para lograr Sus propósitos6.
A todos aquellos que estén cansados, dejen que las palabras del Salvador los consuelen: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”7. Confiemos en esa promesa; el poder de Dios puede infundir energía y vigor en nuestro cuerpo y espíritu. Les exhorto a que busquen esa bendición del Señor.
Acérquense a Él y Él se acercará a ustedes porque Él ha prometido que: “…los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán”8.
Cuando demostramos preocupación por aquellos que están cansados, “socorr[emos] a los débiles, levant[amos] las manos caídas y fortale[cemos] las rodillas debilitadas”9. Los considerados líderes de la Iglesia son conscientes de las limitaciones de las personas; sin embargo, están ansiosos por recurrir a los miembros de la Iglesia al grado que lo permitan las fuerzas y habilidades de dichos miembros. Los líderes enseñan y apoyan, pero no presionan para que alguien “corra más aprisa ni trabaje más de lo que [sus] fuerzas” le permitan10.
Recuerden: a veces, aquellos que empiezan más despacio, llegan más lejos.
Algunos se extravían porque se han apartado. Con la excepción del Señor, todos hemos cometido errores. La pregunta no es si tropezaremos y caeremos, sino ¿cómo responderemos a ello? Algunos, luego de cometer errores, se apartan del rebaño. Eso es lamentable. ¿Acaso no saben que la Iglesia es un lugar para que las personas imperfectas se reúnan, aun con sus debilidades mortales, y lleguen a ser mejores? Todos los domingos, en cada uno de los centros de reuniones del mundo, hallamos a hombres, mujeres y niños, terrenales e imperfectos, que se reúnen en hermandad y caridad, tratando de ser mejores personas, de aprender del Espíritu y de brindar ánimo y apoyo a los demás. No sé de ningún cartel a la entrada de los centros de reuniones que diga: “Entrada restringida— Sólo para gente perfecta”.
Debido a nuestras imperfecciones, necesitamos la Iglesia del Señor. Es allí donde se enseñan Sus doctrinas redentoras y se administran Sus ordenanzas salvadoras. La Iglesia nos anima y motiva a ser personas mejores y más felices; también es un lugar en el que podemos perdernos en el servicio a los demás.
El Señor sabe que cometeremos errores y por eso sufrió por nuestros pecados: Él desea que lo intentemos una vez más y que nos esforcemos por mejorar. Hay regocijo en la presencia de los ángeles de Dios cuando un pecador se arrepiente.
A ustedes que se han apartado porque se les ofendió, ¿no pueden dejar de lado su dolor y enojo?, ¿no pueden llenar su corazón de amor? Hay un lugar para ustedes aquí. Vengan, únanse al rebaño, consagren sus habilidades, talentos y destrezas; serán mejores por ello y su ejemplo bendecirá a otras personas.
A quienes se hayan apartado por asuntos doctrinales, no podemos disculparnos por la verdad; no podemos negar la doctrina que el Señor mismo nos dio; en ese principio, no podemos ceder.
Entiendo que a veces la gente no está de acuerdo con la doctrina, hasta llegan a llamarla insensata; pero me hago eco de las palabras del apóstol Pablo, quien dijo que las cosas espirituales parecen insensatez al hombre; sin embargo, “lo insensato de Dios… es más sabio que los hombres”11.
En verdad, las cosas del Espíritu se revelan por medio del Espíritu; “…el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente”12.
Testificamos que el evangelio de Jesucristo está hoy aquí en la tierra. Él enseñó la doctrina de Su Padre: “El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta”13.
Sé que cada uno de ustedes está preocupado por un ser querido: bríndenle ánimo, servicio y apoyo; ámenlo; sean bondadosos con él o ella. En algunos casos, esa persona volverá; en otros, no; pero, en todos los casos, seamos dignos del nombre que tomamos sobre nosotros, es decir, el de Jesucristo.
A todos los que habitan esta hermosa tierra: ¡Elevo mi voz y comparto solemne testimonio de que Dos vive y de que Jesús es el Cristo, nuestro Salvador y Rey! Él restauró Su verdad y Su Evangelio por medio del profeta José Smith. Él habla con Sus profetas y apóstoles. El presidente Thomas S. Monson es el ungido del Señor y hoy guía Su Iglesia; de ello testifico en el nombre de Jesucristo. Amén.