2000–2009
Los Doce
Abril 2008


18:28

Los Doce

Para que la Iglesia sea Su Iglesia, debe haber un Quórum de los Doce que posea las llaves.

Poco después de la muerte del presidente Gordon B. Hinckley, los catorce hombres, los Apóstoles, a quienes se habían conferido las llaves del reino, se congregaron en el cuarto superior del templo para reorganizar la Primera Presidencia de la Iglesia. No había duda ni vacilación en cuanto a lo que debía hacerse. Sabíamos que el apóstol de más antigüedad era el Presidente de la Iglesia; y en esa sagrada reunión, Thomas Spencer Monson fue sostenido por el Quórum de los Doce Apóstoles como Presidente de la Iglesia. Él nominó y nombró a sus consejeros, quienes, de igual modo, fueron sostenidos, y a cada uno se ellos se le ordenó y se le dio autoridad. Al presidente Monson específicamente se le dio la autoridad para ejercitar todas las llaves de autoridad del sacerdocio. Ahora bien, como se estipula en las Escrituras, él es el único hombre sobre la tierra que tiene el derecho de ejercitar todas las llaves, aunque todos las poseemos en calidad de Apóstoles. Entre nosotros, hay un hombre llamado y ordenado, y él llega a ser el Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Él ya era y había sido sostenido durante años como profeta, vidente y revelador.

Habiendo sido llamado el presidente Uchtdorf a la Primera Presidencia, se creó una vacante en los Doce, de modo que ayer sostuvimos a un nuevo miembro del Quórum de los Doce, el élder D. Todd Christofferson, quien ahora se une a esa sagrada hermandad en ese sagrado círculo que ahora se ha llenado. El llamamiento de un apóstol se remonta a la época del Señor Jesucristo.

También sostuvimos a varios Setentas; ellos ya han ocupado su lugar. En las Escrituras se estipula que el Quórum de los Doce tiene la responsabilidad de dirigir todos los asuntos de la Iglesia, y que cuando necesiten ayuda, deben “llamar a los Setenta, en lugar de otros”1. En la actualidad tenemos ocho Quórumes de Setentas diseminados por todo el mundo, más de 300 Setentas que poseen la autoridad necesaria para hacer cualquier cosa que les indiquen los Doce.

El Señor mismo puso en marcha este modelo de administración:

“…él fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios.

“Y cuando era de día, llamó a sus discípulos, y escogió a doce de ellos, a los cuales también llamó apóstoles”2.

Al oír las palabras de Juan, Andrés corrió hasta su hermano, Simón, y le dijo: “Hemos hallado al Mesías…

“Y le trajo a Jesús. Y mirándole Jesús, dijo: Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas (que quiere decir, Pedro)”3.

Simón y su hermano Andrés estaban pescando con sus redes en el mar; Jacobo y Juan, los hijos de Zebedeo, estaban reparando sus redes de pesca; Felipe y Bartolomé; Mateo, un publicano o recaudador de impuestos; Tomás, Jacobo el hijo de Alfeo, Simón el cananita, Judas el hermano de Santiago y Judas Iscariote; ellos constituían el Quórum de los Doce4.

Él les dijo a todos: “Venid en pos de mí”5.

Le dijo a Pedro: “Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos”6.

Y a los Doce dijo: “El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre”7.

Dio a Sus apóstoles “poder y autoridad sobre todos los demonios, y para sanar enfermedades. Y los envió a predicar el reino de Dios, y a sanar a los enfermos… por todas partes”8.

Y también dijo: “[Los Doce] tienen las llaves para abrir la autoridad de mi reino en los cuatro ángulos de la tierra, y para enviar, después de eso, mi palabra a toda criatura”9.

En una ocasión, Jesús preguntó a Sus discípulos: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?…

“Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”10.

Cuando Jesús enseñó en la sinagoga, muchos discípulos dijeron: “Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír?…

“Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él.

“Dijo entonces Jesús a los doce: ¿Queréis acaso iros también vosotros?

“Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”11.

Después de la crucifixión, los apóstoles recordaron que Él había dicho que debían permanecer en Jerusalén12. Entonces llegó el día de Pentecostés y aquel gran acontecimiento cuando recibieron el Espíritu Santo13. Recibieron “la palabra profética más segura”14 y “hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo”15. Así es como fueron completos.

Poco sabemos de sus viajes y apenas de unos pocos sabemos dónde y cómo murieron. Santiago fue muerto en Jerusalén por Herodes. Pedro y Pablo murieron en Roma. La tradición mantiene que Felipe fue a oriente. Al margen de esto, nada más sabemos.

Se dispersaron; enseñaron y testificaron; establecieron la Iglesia. Murieron por sus creencias y con su muerte llegaron los oscuros siglos de la apostasía.

Lo más valioso que se perdió durante la apostasía fue la autoridad de los Doce (las llaves del sacerdocio). Para que la Iglesia sea Su Iglesia, debe haber un Quórum de los Doce que posea las llaves y pueda conferirlas a otras personas.

Con el tiempo, ocurrieron la Primera Visión y la restauración del Sacerdocio de Melquisedec a cargo de Pedro, Santiago y Juan16.

Más tarde, se dijo a la Primera Presidencia y al Quórum de los Doce:

“De cierto os digo, las llaves de la dispensación, las cuales habéis recibido, han descendido desde los padres, y por último, se han enviado del cielo a vosotros.

“…cuán grande es vuestro llamamiento. Purificad vuestro corazón y vuestros vestidos, no sea que la sangre de esta generación sea requerida de vuestras manos”17.

La Iglesia restaurada de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días estaba en sus comienzos cuando se organizó la Primera Presidencia, seguida del Quórum de los Doce Apóstoles, constituido por hombres comunes, y más tarde los Quórumes de los Setenta. El término medio de las edades de ese primer Quórum de los Doce era de 28 años.

Ha existido una línea de autoridad ininterrumpida. Las llaves del sacerdocio conferidas a los apóstoles han estado siempre en manos de los miembros de la Primera Presidencia y del Quórum de los Doce.

Ayer el élder D. Todd Christofferson se convirtió en el apóstol número 96 que sirve en los Doce en esta dispensación. Será ordenado Apóstol y se le darán todas las llaves del sacerdocio conferidas sobre los otros catorce profetas, videntes y reveladores, es decir, los Apóstoles del Señor Jesucristo.

En 1976 se realizó una conferencia general de área en Copenhague, Dinamarca. Al concluir la última sesión, el presidente Spencer W. Kimball deseó visitar la Iglesia de Vor Frue, que exhibe las estatuas del Christus y los Doce Apóstoles creadas por Thorvaldsen. Él había visitado el lugar unos años antes, y deseaba que todos fuésemos a ese lugar a verla.

En el interior de la iglesia, detrás del altar, se encuentra la conocida estatua del Christus con los brazos levemente hacia adentro y un tanto extendidos; en las manos se aprecian las marcas de los clavos, y el costado denota claramente su herida. A cada lado están las estatuas de los apóstoles; Pedro es el primero por la derecha, y los demás le siguen por orden.

La mayoría de los que integrábamos aquel grupo estábamos en la parte posterior de la capilla, con el conserje del edificio. Yo me hallaba al frente con el presidente Kimball, ante la estatua de Pedro, acompañados por el élder Rex D. Pinegar y Johan Helge Benthin, Presidente de la Estaca Copenhague.

En la mano de Pedro, esculpido en mármol, hay un juego de gruesas llaves. El presidente Kimball señaló esas llaves y explicó su simbolismo. Entonces, en una acción que jamás olvidaré, se volvió hacia el presidente Benthin y, con una firmeza poco habitual, le apuntó con el dedo y le dijo: “¡Quiero que les diga a todos en Dinamarca que yo poseo las llaves! Nosotros poseemos las llaves verdaderas y las utilizamos todos los días”.

Jamás olvidaré esa declaración, ese testimonio del Profeta. La influencia fue espiritualmente fuerte y la impresión dejó una huella física.

Volvimos a la parte posterior de la capilla donde se encontraba el resto del grupo y, señalando a las estatuas, el presidente Kimball le dijo al amable conserje: “Éstos son los apóstoles muertos”. Señalándome a mí, dijo: “Aquí están los Apóstoles vivientes. El élder Packer es un Apóstol, el élder Thomas S. Monson y el élder L. Tom Perry son Apóstoles, y yo soy un Apóstol. Somos los Apóstoles vivientes.

“En el Nuevo Testamento se habla de los Setenta, y éstos son dos de los Setenta vivientes: el élder Rex D. Pinegar y el élder Robert D. Hales”.

El conserje, que hasta entonces no había mostrado emoción alguna, de repente estaba llorando.

Yo sentí que había tenido una experiencia de toda una vida.

“Creemos en la misma organización que existió en la Iglesia Primitiva, esto es, apóstoles, profetas, pastores, maestros, evangelistas, etc.”18.

Cuando se ordena a los Setenta, aunque no son ordenados Apóstoles ni poseen llaves, sí tienen autoridad y los Doce deben “llamar a los Setenta, en lugar de otros, para atender a los varios llamamientos de predicar y administrar el Evangelio”19.

En la actualidad hay 308 Setentas en ocho quórumes; ellos representan a 44 países y 30 idiomas.

No oímos que en otras iglesias cristianas se ejerciten las llaves del sacerdocio, por lo que resulta extraño que se diga que no somos cristianos, cuando somos los únicos que tienen la autoridad y la organización que Cristo estableció.

Los Doce de la actualidad son personas comunes y corrientes. No son, como tampoco lo fueron los primeros Doce, espectaculares individualmente; mas su poder reside en su unión.

Provenimos de una variedad de ocupaciones. Entre nosotros hay científicos, abogados y maestros.

El élder Nelson fue un pionero de la cirugía cardíaca y realizó miles de intervenciones quirúrgicas. Me dijo que a cada paciente que había tenido cirugía del corazón le garantizaba de por vida el trabajo que le había hecho.

Varios miembros de este Quórum fueron militares: hay un marinero, varios infantes de marina y pilotos.

Todos han desempeñado diversos cargos en la Iglesia: maestros orientadores, maestros, misioneros, presidentes de quórum, obispos, presidentes de estaca, presidentes de misión y, de mayor importancia, esposos y padres.

Todos son alumnos y maestros del evangelio de Jesucristo. Nos une nuestro amor por el Salvador y por los hijos de Su Padre, así como nuestro testimonio de que Él está a la cabeza de la Iglesia.

Casi todos los integrantes de los Doce tienen orígenes humildes, como ocurrió cuando Cristo estuvo aquí. Los Doce actuales están unidos en el ministerio del evangelio de Jesucristo y cuando llegó el llamado, cada uno dejó sus redes, por así decirlo, y siguió al Señor.

Al presidente Kimball se le recuerda por esta declaración: “Mi vida es como mis zapatos: hay que gastarlos al servicio de los demás”20. Eso mismo se aplica a todos los miembros de los Doce, pues estamos gastando nuestra vida en el servicio del Señor, y lo hacemos de buen grado. No es una vida fácil para nosotros ni para nuestras familias.

Resulta imposible describir con palabras la aportación, el servicio y el sacrificio que rinden las esposas de los líderes del sacerdocio de todo el mundo.

Hace algún tiempo, mi esposa y la hermana Ballard se sometieron a una dolorosa intervención quirúrgica de la espalda. Ambas se encuentran bien y ninguna se ha quejado. Lo más cerca que mi esposa estuvo de quejarse fueron las palabras: “¡No es divertido!”.

“Es el deber de los Doce”, bajo la dirección de la Primera Presidencia, “ordenar y organizar a todos los otros oficiales de la iglesia, de acuerdo con la revelación”21.

Ahora disponemos de medios para enseñar y testificar a los líderes y a los miembros de todo el mundo electrónicamente, pero para conferir a los líderes del sacerdocio las llaves de autoridad, mediante esa línea ininterrumpida, “por… la imposición de manos”22, dondequiera que estén en el mundo, uno de nosotros siempre debe estar allí presente.

El Señor dijo: “Y además, te digo que a quienesquiera que envíes en mi nombre, por la voz de tus hermanos los Doce, debidamente recomendados y autorizados por ti, tendrán el poder para abrir la puerta de mi reino en cualquier nación a donde los mandes”23.

Las Escrituras describen a los Doce como “consejeros viajantes”24.

Yo no soy diferente de los hermanos de los Doce, ni de los Setenta ni del Obispado con quienes he servido durante estos 47 años cuando les diga que los registros indican que he estado en México, en Centroamérica y en Sudamérica más de 75 veces, en Europa más de 50, en Canadá 25, en las islas del Pacífico 10 veces, en Asia 10 veces, y cuatro en África; además, en China dos veces; también he viajado a Israel, Arabia Saudita, Bahrein, la República Dominicana, India, Pakistán, Egipto, Indonesia y muchísimos sitios más de todo el mundo. Otros incluso han viajado más que eso.

Si bien los apóstoles poseen todas las llaves del sacerdocio, todos los líderes y miembros por igual pueden recibir revelación personal. De hecho, se espera que la busquen por medio de la oración y que actúen en cuanto a ella por medio de la fe.

“Porque por medio de él… tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre.

“Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios,

“edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo”25.

Puede que el élder Christofferson se pregunte, tal y como yo lo hice, ¿cómo puede una persona como yo ser ordenada al santo apostolado?

Carezco de tanta preparación; mi esfuerzo por servir deja tanto que desear. Hay sólo una cosa, un único requisito que pueda explicarlo. Al igual que Pedro y todos los que han sido ordenados desde entonces, yo poseo ese testimonio.

Sé que Dios es nuestro Padre. Él presentó a Su Hijo Jesucristo a José Smith. Les declaro que sé que Jesús es el Cristo. Sé que Él vive; que nació en el meridiano de los tiempos; que impartió Su Evangelio y fue probado. Padeció y fue crucificado, y resucitó al tercer día. Él, así como Su Padre, tiene un cuerpo de carne y hueso. Él llevó a cabo Su Expiación. Testifico de Él. Soy un testigo Suyo, y lo dejo en el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. D. y C. 107:38.

  2. Lucas 6:12–13.

  3. Juan 1:41–42.

  4. Véase Lucas 6:12–16.

  5. Véase Mateo 4:19; 16:24; Marcos 6:1; Lucas 9:23; véase también Juan 21:19; D. y C. 112:14.

  6. Mateo 16:19.

  7. Juan 14:12.

  8. Lucas 9:1–2, 6.

  9. D. y C. 124:128.

  10. Mateo 16:13, 16.

  11. Juan 6:60, 66–68.

  12. Véase Hechos 1:4.

  13. Véase Hechos 2:1–4.

  14. 2 Pedro 1:19.

  15. 2 Pedro 1:21.

  16. Véase D. y C. 27:12; José Smith– Historia 1:72.

  17. D. y C. 112:32–33.

  18. Artículos de Fe 1:6.

  19. D. y C. 107:38.

  20. Gordon B. Hinckley, “Llamados al servicio”, Liahona, enero de 1992, pág. 54.

  21. D. y C. 107:58; véase también D. y C. 107:33.

  22. Artículos de Fe 1:5.

  23. D. y C. 112:21.

  24. D. y C. 107:23.

  25. Efesios 2:18–20.