La fe y el juramento y convenio del sacerdocio
[Avancen] con fe guardando los convenios que han hecho con Dios y [reclamen] así la promesa que Él les ha hecho con un juramento.
Esta tarde, mi objetivo es ayudarles a aumentar la confianza en ustedes mismos de que pueden y de que podrán elevarse a la altura de las bendiciones del juramento y el convenio del sacerdocio. La magnitud de las posibles consecuencias de ese juramento y convenio es lo que tal vez haga necesario que esa confianza se fortalezca con regularidad.
El Señor ha aclarado esas consecuencias. El ser dignos de lograr las posibilidades del juramento y el convenio conlleva el más grande de todos los dones de Dios: la vida eterna. Esa es la finalidad del Sacerdocio de Melquisedec. Al guardar los convenios después de recibir el sacerdocio, y al renovarlos en las ceremonias del templo, se nos promete, mediante un juramento que hizo Elohim, nuestro Padre Celestial, que obtendremos la plenitud de Su gloria y viviremos como Él vive. Tendremos la bendición de ser sellados en una familia para siempre, con la promesa de una posteridad eterna.
Como sería de esperar, el no reclamar tal bendición acarrearía consecuencias desastrosas. El Señor también ha sido claro sobre ese asunto. Los líderes suelen leer estas palabras a los jóvenes cuando se acerca el momento en el que pueden recibir el Sacerdocio de Melquisedec. Seguramente recordarán lo que sintieron cuando las escucharon por primera vez; son las palabras del Salvador Jesucristo que nos fueron dadas por medio del profeta José Smith:
“Y también todos los que reciben este sacerdocio, a mí me reciben, dice el Señor;
“porque el que recibe a mis siervos, me recibe a mí;
“y el que me recibe a mí, recibe a mi Padre;
“y el que recibe a mi Padre, recibe el reino de mi Padre; por tanto, todo lo que mi Padre tiene le será dado.
“Y esto va de acuerdo con el juramento y el convenio que corresponden a este sacerdocio.
“Así que, todos los que reciben el sacerdocio reciben este juramento y convenio de mi Padre, que él no puede quebrantar, ni tampoco puede ser traspasado.
“Pero el que violare este convenio, después de haberlo recibido, y lo abandonare totalmente, no recibirá perdón de los pecados en este mundo ni en el venidero.
“Y ¡ay! de todos aquellos que no obtengan este sacerdocio que habéis recibido, el cual ahora confirmo por mi propia voz desde los cielos sobre vosotros que estáis presentes este día; y aun os he encomendado a las huestes celestiales y a mis ángeles.
“Y ahora os doy el mandamiento de tener cuidado, en cuanto a vosotros mismos, de estar diligentemente atentos a las palabras de vida eterna”1.
Si ustedes son como yo cuando era joven y escuché por primera vez esas palabras, el reto de aceptar el Sacerdocio de Melquisedec podría parecer insuperable. Hay por lo menos dos razones por las que deben sentirse seguros en lugar de sentirse desanimados con los castigos que derivarían del no guardar el juramento y convenio, o por decidir no aceptarlo. Ya sea que acepten el juramento y convenio y les parezca demasiado difícil, o si no hacen un intento por cumplirlo, el castigo es el mismo; por lo tanto, no cabe duda de que la mejor opción de ustedes y la mía es recibir el santo sacerdocio y esforzarnos con todo nuestro corazón por guardar sus convenios. Si elegimos no intentarlo, en verdad perderíamos la oportunidad de obtener la vida eterna. Si lo intentamos y tenemos éxito con la ayuda de Dios, obtendremos la vida eterna.
Incluso hay otra razón para decidir ahora que tratarán con todo el corazón de reunir los requisitos para recibir ese juramento y convenio, y confiar en que lo lograrán. Dios les promete la ayuda y el poder que les dará el éxito, si ejercen la fe.
Permítanme describir algunas de las bendiciones que recibirán si siguen adelante con fe.
Primero, el hecho mismo de que se les haya ofrecido el juramento y convenio es una evidencia de que Dios los ha elegido y reconoce el poder y la capacidad que ustedes poseen. Él los ha conocido desde que estuvieron con Él en el mundo de los espíritus. Con el conocimiento previo que Dios tiene de la fortaleza de ustedes, les ha permitido encontrar la verdadera Iglesia de Jesucristo y que se les brinde el sacerdocio; pueden tener confianza porque tienen evidencia de la confianza que Dios tiene en ustedes.
Segundo, si procuran guardar los convenios, el Salvador ha prometido brindar Su ayuda personal. Él ha dicho, si siguen adelante para honrar el sacerdocio, “…allí estaré yo también, porque iré delante de vuestra faz. Estaré a vuestra diestra y a vuestra siniestra, y mi Espíritu estará en vuestro corazón, y mis ángeles alrededor de vosotros, para sosteneros”2.
Es posible que a veces necesiten, como yo, la seguridad de que tendrán la fortaleza para cumplir sus obligaciones en este sagrado sacerdocio. El Señor previó nuestra necesidad de seguridad, y dijo: “Porque quienes son fieles hasta obtener estos dos sacerdocios de los cuales he hablado, y magnifican su llamamiento, son santificados por el Espíritu para la renovación de sus cuerpos”3.
He visto el cumplimiento de esa promesa en mi propia vida y en la de otras personas. Un amigo mío que fue presidente de misión me contó que al final de cada día, mientras prestaba servicio, casi no podía subir las escaleras para ir a su dormitorio por las noches, y se preguntaba si tendría la fuerza para afrontar un nuevo día. Entonces, por la mañana, descubría que su fuerza y su valor se habían renovado. Ustedes lo han visto en la vida de los profetas de edad avanzada que parecían renovados cada vez que se ponían de pie para testificar del Señor Jesucristo y del Evangelio restaurado. Esa es una promesa para aquellos que avanzan con fe en su servicio del sacerdocio.
A ustedes también se les promete que se les dará el poder de testificar y que, a la vez, serán purificados y se les hará acreedores de la vida eterna que se les ha prometido:
“Porque yo os perdonaré vuestros pecados con este mandamiento: Que os conservéis firmes en vuestras mentes en solemnidad y en el espíritu de oración, en dar testimonio a todo el mundo de las cosas que os son comunicadas.
“Id, pues, por todo el mundo; y a cualquier lugar a donde no podáis ir, enviad, para que de vosotros salga el testimonio a todo el mundo y a toda criatura”4.
Y con esa promesa, el Señor los ha honrado, al decir en cuanto a ustedes: “Vosotros sois los que mi Padre me ha dado; sois mis amigos…”5.
Hay otra bendición extraordinaria que los alentará conforme cumplan sus convenios del sacerdocio. El servicio en el sacerdocio los preparará para vivir en familias eternas y cambiará lo que sienten sobre lo que significa ser esposo, padre, hijo o hermano. Ese cambio en el corazón sobrevendrá cuando sientan crecer su fe y cuando la promesa de vida eterna mediante el Sacerdocio de Melquisedec se convierta en una realidad para ustedes.
Eso le ocurrió a Parley P. Pratt cuando el profeta José Smith le enseñó por primera vez la doctrina de las familias eternas. Parley P. Pratt escribió:
“Fue en esta ocasión en que recibí de él el primer concepto de la organización familiar eterna, y la unión eterna de los sexos en esos vínculos inexpresablemente deseables que nadie, salvo los extremadamente intelectuales, los refinados y los puros de corazón saben apreciar, y que son el cimiento mismo de todo lo que merezca ser llamado felicidad…
“De él fue que aprendí que es posible asegurarme, por esta vida y por toda la eternidad, la compañía de la mujer de mi corazón; que el encanto y el cariño que nos atrajeron brotaron de la fuente del divino amor eterno; y de él aprendí que podemos cultivar esos sentimientos y hacerlos progresar y crecer por toda la eternidad; y que nuestra unión sempiterna resultaría en una progenie tan numerosa como las estrellas del cielo o las arenas a la orilla del mar…
“Yo había amado antes, pero no sabía el porqué. Mas entonces amé, con la pureza e intensidad de un sentimiento exaltado superior… Sentía que en verdad Dios era mi Padre Celestial y que Jesús era mi hermano y que la esposa de mi corazón era una compañera eterna e inmortal; un afable ángel ministrante que me fue dado como consuelo y una corona de gloria para siempre jamás”6.
Soy un testigo personal de que el servicio que se brinda en el sacerdocio con fe tiene un efecto similar en cambiar nuestros corazones y sentimientos. Un joven que escuche mis palabras hoy puede confiar en que, al honrar su sacerdocio, será protegido de la tentación del pecado sexual, tan común en el mundo en que vivimos. Al poseedor del Sacerdocio Aarónico que me esté escuchando esta tarde, conforme aumente su fe en el seguro galardón de la vida eterna mediante el sacerdocio eterno, le será posible tener el poder para ver el verdadero valor de las hijas de Dios y, en la promesa de una posteridad, tener una razón para ser puro y mantenerse limpio.
De la misma manera, la fe en el juramento y convenio nos llevará a cultivar los sentimientos de caridad que son esenciales para una familia eterna. Una de las promesas que hacemos cuando aceptamos el sacerdocio es ocuparnos del cuidado de los demás.
He visto el milagro de ese aumento de la caridad en el corazón de los poseedores del sacerdocio; lo han visto muchos de ustedes, así como muchas personas que no son miembros de la Iglesia. Me encontraba en el despacho del presidente Gordon B. Hinckley cuando le pasaron una llamada telefónica. Habló brevemente por teléfono y volvió de nuevo a nuestra conversación; pero antes tomó unos instantes para explicar la llamada. Dijo que era el presidente de los Estados Unidos que sobrevolaba Utah en el avión presidencial camino a Washington, y que había llamado para agradecerle al presidente Hinckley la labor que habían efectuado los poseedores del sacerdocio después de un huracán. El presidente de los Estados Unidos mencionó que fue un milagro el hecho de que pudimos tener tanta gente de una manera tan rápida y trabajando tan bien. Encomió a nuestra gente diciendo que sabíamos hacer las cosas.
Quizá el presidente de los Estados Unidos estaba impresionado con lo que él consideraba que eran nuestras excelentes habilidades organizativas. Eso era parte del milagro; sin embargo, la razón más importante de dicho milagro era que los cientos y quizá miles de poseedores del sacerdocio tenían gran fe en el juramento y convenio del sacerdocio. No era la manera en que estaban organizados lo que marcó la diferencia, sino la fe en el juramento y el convenio del sacerdocio que los impulsó a recorrer grandes distancias, a dedicar largas horas y a soportar penalidades como representantes del Señor Jesucristo en el cuidado de los que tenían gran necesidad.
Se encontraban en ese proceso de brindar servicio del sacerdocio cultivando el poder y el espíritu de caridad necesarios para llegar a ser grandes esposos, padres, hijos y hermanos en familias en esta vida y para siempre. Esos ejemplos de servicio del sacerdocio se han manifestado una y otra vez en nuestros esfuerzos por socorrer a las personas, como hermanos y hermanas en la familia de Dios por toda la tierra.
Mi oración es que ustedes decidan esta tarde, y cada día, avanzar con fe guardando los convenios que han hecho con Dios y reclamar así la promesa que Él les ha hecho con un juramento. Pueden hacerlo de maneras sencillas. Cuando se reúnan con su quórum, pueden elegir verlos como hermanos en la familia de Dios. Habrá alguien en su quórum o grupo del sacerdocio que se encuentre necesitado. Puede que él no dé muestras de ello, ni que ustedes lo perciban con sus ojos, pero el Señor lo sabe y les invita a ustedes a ser Sus siervos y prestarle ayuda.
Pueden ser como el poseedor del sacerdocio que, cada vez que lo veía en nuestra reunión del sacerdocio, preguntaba: “¿Cómo está la abuela?”. Que yo sepa, él nunca había conocido a mi suegra, pero de alguna forma se había enterado de su enfermedad y de su edad tan avanzada. No tengo palabras para expresar lo que significaba para mí ver la mano de Dios tendida hacia mí y a mi esposa en consuelo y solaz por medio de un poseedor del sacerdocio. Ustedes pueden surtir ese mismo efecto siempre que se reúnan con los poseedores del sacerdocio si siempre tienen presente su convenio de socorrer a aquellos que tengan las manos caídas y que lleven pesadas cargas. Si lo hacen, desarrollarán las cualidades mismas que les facultarán para ser integrantes de una familia para siempre.
Y hay otra cosa que pueden hacer. Estudien la palabra de Dios, no sólo para beneficio propio, sino para ser emisarios del Señor Jesucristo a todo el mundo. Cuando aumenten su poder para enseñar el Evangelio, reunirán los requisitos para ayudar al Padre Celestial a congregar a Sus hijos. Si lo hacen, recibirán otra bendición. Si alguna vez surgiera la necesidad en la vida familiar, en este mundo o en el venidero, de salir a buscar a las ovejas perdidas, habrán recibido más poder del que pueden reconocer ahora mismo.
El Señor describe esa maravillosa bendición en Alma 13:6: “Y así son llamados mediante este santo llamamiento y ordenados al sumo sacerdocio del santo orden de Dios, para enseñar sus mandamientos a los hijos de los hombres, para que también entren en su reposo”.
Pueden tener confianza en el servicio que presten con esta promesa de éxito:
“Ahora bien, ellos, después de haber sido santificados por el Espíritu Santo, habiendo sido blanqueados sus vestidos, encontrándose puros y sin mancha ante Dios, no podían ver el pecado sino con repugnancia; y hubo muchos, muchísimos, que fueron purificados y entraron en el reposo del Señor su Dios.
“Y ahora bien, hermanos míos, quisiera que os humillaseis ante Dios y dieseis frutos dignos de arrepentimiento, para que también podáis entrar en ese reposo”7.
Testifico que Dios el Padre vive. Ustedes han hecho convenios con Él y les hace un juramento, una promesa de vida eterna que Él no puede quebrantar. Les testifico que el sacerdocio es el poder por el cual Dios, mediante Su Hijo Jesucristo, creó los mundos. Testifico que Dios desea que tengan éxito y vuelvan de nuevo al hogar celestial para vivir con Él en familias para siempre. Les doy mi testimonio de que ésta es la verdadera Iglesia de Jesucristo; en ella se encuentran las llaves del sacerdocio. Se trata de ese sacerdocio con el que Dios los ha honrado. Les prometo que Él conoce la capacidad de ustedes y que es suficiente para que, con fe plena, siempre tengan la esperanza de la vida eterna tanto para ustedes como para sus familias. En el nombre de Jesucristo. Amén.