Limpiemos el vaso interior
En ninguna otra parte se manifiestan más la generosidad, la bondad y la misericordia de Dios que en el arrepentimiento.
Esta conferencia general se convocó en una época en la que hay tanta confusión y tanto peligro que nuestros jóvenes casi no saben el camino por el que deben andar. Habiendo sido amonestados mediante las revelaciones de que sería así, a los profetas y apóstoles siempre se les ha mostrado qué hacer.
El Señor le reveló al profeta José Smith “que todo hombre hable en el nombre de Dios el Señor, el Salvador del mundo”1. Cuando se restauraron las llaves, disponían que la autoridad del sacerdocio estuviese presente en todo hogar a través de los abuelos, los padres y los hijos.
Hace quince años, con el mundo en caos, la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce Apóstoles emitieron “La Familia: Una Proclamación para el Mundo”, la quinta proclamación en la historia de la Iglesia. Es una guía que los miembros de la Iglesia harían bien en leer y seguir.
Declara, en parte: “Nosotros, la Primera Presidencia y el Consejo de los Doce Apóstoles de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, solemnemente proclamamos que el matrimonio entre el hombre y la mujer es ordenado por Dios y que la familia es fundamental en el plan del Creador para el destino eterno de Sus hijos”2.
“…los Dioses descendieron para organizar al hombre a su propia imagen, para formarlo a imagen de los Dioses, para formarlos varón y hembra.
“Y dijeron los Dioses: Los bendeciremos. Y… [h]aremos que fructifiquen y se multipliquen, y llenen la tierra y la sojuzguen”3.
Este mandamiento nunca se ha anulado.
“…y con esto los probaremos, para ver si harán todas las cosas que el Señor su Dios les mandare”4.
Se ha dispuesto que seamos felices, porque “existen los hombres para que tengan gozo”5.
Lehi enseñó que los hombres son libres y deben ser “libres… para actuar por sí mismos, y no para que se actúe sobre ellos, a menos que sea por el castigo de la ley en el grande y último día”6.
El antiguo refrán: “El Señor está votando por mí, y Lucifer está votando contra mí, pero es mi voto el que cuenta”, describe una convicción doctrinal de que nuestro albedrío es más poderoso que la voluntad del adversario. El albedrío es de gran valor; de manera imprudente y ciega podemos cederlo, pero no nos lo pueden quitar a la fuerza.
Existe también una antigua excusa: “El diablo me forzó a hacerlo”. ¡No es así! Él puede engañarlos y embaucarlos, pero no tiene el poder de obligarlos a ustedes ni a nadie más a transgredir o a mantenerlos en transgresión.
El que se nos encomiende el poder de crear vida conlleva los más grandes gozos y las más peligrosas tentaciones. El don de la vida mortal y la capacidad de crear otras vidas es una bendición divina. Mediante el uso debido de este poder, como en ninguna otra cosa, podemos asemejarnos a nuestro Padre Celestial y sentir una plenitud de gozo. Este poder no es algo de menor importancia del plan de felicidad; es la clave… la clave misma.
Ya sea que utilicemos este poder como lo requieren las leyes eternas o que rechacemos su propósito divino determinará lo que lleguemos a ser. “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?”7.
Se percibe un sentimiento de liberación cuando una persona toma la determinación por sí misma de ser obediente a nuestro Padre y a nuestro Dios y le expresa esa disposición por medio de la oración.
Cuando obedecemos, podemos disfrutar esos poderes en el convenio del matrimonio. De nuestras fuentes de vida emanarán nuestros hijos, nuestra familia. El amor entre el esposo y la esposa puede ser constante y traer realización y satisfacción todos los días de nuestra vida.
Si a alguien se le niegan esas bendiciones en la mortalidad, la promesa es que éstas se les proporcionarán en el mundo venidero.
El amor puro implica que únicamente después de una promesa de fidelidad eterna, de una ceremonia legal y lícita, y preferiblemente después de la ordenanza de sellamiento en el templo, se liberan esos poderes que dan vida para la plena expresión del amor. Se ha de compartir única y exclusivamente entre el hombre y la mujer, el esposo y la esposa, con el que será nuestro compañero para siempre. El Evangelio es sumamente claro en cuanto a esto.
Somos libres de no hacer caso a los mandamientos, pero cuando en las revelaciones se habla en términos tan directos, como “no harás”, vale más que prestemos atención.
El adversario tiene celos de todos los que tienen el poder de procrear. Satanás no puede procrear; es impotente. “…él busca que todos los hombres sean miserables como él”8. Él trata de degradar el debido uso de los poderes procreadores tentándolos a ustedes para que sostengan relaciones inmorales.
El Señor utilizó la expresión “es semejante” a fin de crear una imagen que Sus seguidores pudieran entender, tales como:
“…el reino de los cielos es semejante al mercader”9.
“…el reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo”10.
En nuestros días, la terrible influencia de la pornografía es semejante a una plaga que se está extendiendo por todo el mundo, infectando a uno aquí y a uno allá, tratando implacablemente de invadir cada hogar, con más frecuencia a través del esposo y padre. El efecto de esta plaga puede ser espiritualmente fatal y, lamentablemente, con frecuencia lo es. Lucifer trata de estropear el “gran plan de redención”11, “el gran plan de felicidad”12.
La pornografía siempre rechazará el Espíritu de Cristo e interrumpirá las comunicaciones entre nuestro Padre Celestial y Sus hijos, y deteriorará la tierna relación entre el esposo y la esposa.
El sacerdocio posee el poder supremo; los puede proteger de la plaga de la pornografía —y es una plaga— si están cediendo a su influencia. Si la persona es obediente, el sacerdocio puede demostrar la manera de cambiar un hábito e incluso borrar una adicción. Los poseedores del sacerdocio tienen esa autoridad y deben emplearla para combatir malas influencias.
Levantamos una voz de alarma y advertimos a los miembros de la Iglesia que despierten y se den cuenta de lo que está pasando. Padres, estén alerta, siempre vigilantes, a no ser que esta maldad amenace su círculo familiar.
Nosotros enseñamos una norma de conducta moral que nos protegerá de muchos de los substitutos o de las falsificaciones del matrimonio provenientes de Satanás. Es preciso que entendamos que cualquier persuasión que se haga para entrar en cualquier relación que no esté en armonía con los principios del Evangelio, debe ser inapropiada. Del Libro de Mormón aprendemos que “la maldad nunca fue felicidad”13.
Algunos suponen que fueron programados con anterioridad y que no pueden superar lo que consideran tentaciones innatas hacia lo impuro y antinatural. ¡No es así! Recuerden, Dios es nuestro Padre Celestial.
Pablo prometió que “Dios… no os dejará ser tentados más de lo que podáis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar”14. Ustedes pueden, si lo desean, romper los hábitos, vencer una adicción, y alejarse de lo que no es digno de cualquier miembro de la Iglesia. Como Alma aconsejó, debemos velar y orar incesantemente15.
Isaías advirtió: “¡Ay de los que a lo malo llaman bueno, y a lo bueno, malo; que hacen de la luz tinieblas y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo!” 16.
Hace unos años, visité una escuela en Albuquerque. La maestra me contó de un niño que llevó un gatito a la clase. Como se podrán imaginar, eso desbarató todo. Ella le pidió que pasara al frente para que enseñara el gatito a los niños.
Todo marchó bien, hasta que uno de los niños preguntó: “¿Es gatito o gatita”?
Para no tener que explicar esa lección, la maestra dijo: “No importa; es sólo un gatito”.
Pero insistieron. Finalmente, un niño levantó la mano y dijo: “Yo sé cómo puedes saberlo”.
Resignada a hablar del asunto, la maestra dijo: “¿Cómo puedes saberlo?”.
El alumno contestó: “¡Podemos ponerlo a voto!”
Tal vez se rían de este cuento, pero si no están alerta, hoy día hay personas que no sólo toleran sino que abogan por el voto para cambiar leyes que legalizarían la inmoralidad, como si un voto fuera a cambiar de alguna manera los designios de las leyes y de la naturaleza de Dios. Sería imposible poner en vigor una ley en contra de la naturaleza. Por ejemplo, ¿de qué serviría un voto contra la ley de gravedad?
Hay leyes tanto morales como físicas “irrevocablemente decretada[s] en el cielo antes de la fundación de este mundo” que no se pueden cambiar17. La historia demuestra una y otra vez que las normas morales no se pueden cambiar mediante el combate ni por votación. El legalizar lo que es básicamente incorrecto o malo no prevendrán el dolor ni los castigos que vendrán con tanta seguridad como que la noche le sigue al día.
No obstante la oposición, estamos resueltos a persistir hasta el final. Nos apegaremos a los principios y a las leyes y ordenanzas del Evangelio. Si se malinterpretan, ya sea de manera inocente o intencional, así sea. No podemos cambiar; no cambiaremos la norma moral. Rápidamente nos extraviamos cuando desobedecemos las leyes de Dios. Si no protegemos y cuidamos a la familia, la civilización y nuestras libertades necesariamente han de perecer.
“Yo, el Señor, estoy obligado cuando hacéis lo que os digo; mas cuando no hacéis lo que os digo, ninguna promesa tenéis”18.
Toda alma recluida en una prisión de pecado, culpabilidad o perversión tiene una llave de la puerta. La llave lleva el rótulo: “arrepentimiento”. Si ustedes saben cómo usar esa llave, el adversario no podrá retenerlos. Los principios gemelos del arrepentimiento y del perdón exceden en fortaleza el asombroso poder del tentador. Si se encuentran atados a una adicción o a un hábito indignos, deben dejar el comportamiento perjudicial. Los ángeles los entrenarán 19 y los líderes del sacerdocio los guiarán durante esos tiempos difíciles.
En ninguna otra parte se manifiestan más la generosidad, la bondad y la misericordia de Dios que en el arrepentimiento. ¿Comprenden el supremo poder purificador de la Expiación que llevó a cabo el Hijo de Dios, nuestro Salvador, nuestro Redentor? “Porque he aquí, yo, Dios, he padecido estas cosas por todos, para que no padezcan, si se arrepienten20. En ese divino acto de amor, el Salvador pagó los castigos por nuestros pecados para que nosotros no tuviéramos que pagar.
Para aquellos que en verdad lo deseen, hay una manera de regresar. El arrepentimiento es semejante al detergente; incluso las resistentes manchas del pecado podrán quitarse.
Los poseedores del sacerdocio llevan consigo el antídoto para quitar las terribles imágenes de la pornografía y para disipar la culpabilidad. El sacerdocio tiene el poder para desatar la influencia de nuestros hábitos, aun para quitar la cadena de la adicción, sin importar lo apretada que esté. Puede sanar las cicatrices de errores pasados.
No hay palabras más bellas y consoladoras en todas las revelaciones que éstas: “He aquí, quien se ha arrepentido de sus pecados es perdonado; y yo, el Señor, no los recuerdo más”21.
A veces, incluso después de la confesión y del pago del castigo, la parte más difícil del arrepentimiento es perdonarse a uno mismo. Es preciso llegar a saber que el perdón significa perdón.
“…cuantas veces mi pueblo se arrepienta, le perdonaré sus transgresiones contra mí”22.
El presidente Joseph Fielding Smith me contó sobre una mujer arrepentida que luchaba por encontrar la salida de una vida inmoral. Ella le preguntó qué debía hacer ahora.
A su vez, él le pidió que le leyera, en el Antiguo Testamento, el relato de Lot y de su esposa que se convirtió en una estatua de sal23. Después le preguntó: “¿Qué lección aprendió usted de estos versículos?”.
Ella contestó: “El Señor destruirá a los inicuos”.
“¡No es así!” El presidente Smith dijo que la lección para esa mujer arrepentida y para ustedes es ésta: “¡No mire atrás!”24.
Aunque parezca extraño, es posible que la prevención y la cura más sencilla y más poderosa para la pornografía, o para cualquier acto impuro, sea no hacerle caso y evitarla. Borren de su mente cualquier pensamiento indigno que trate de arraigarse allí. Una vez que hayan decidido permanecer limpios, estarán reafirmando el albedrío que Dios les dio; y después, como aconsejó el presidente Smith, “No miren atrás”.
Les prometo que adelante hay paz y felicidad para ustedes y su familia. El objetivo fundamental de toda la actividad en la Iglesia es que el hombre, su esposa y sus hijos sean felices en el hogar. E invoco las bendiciones del Señor sobre ustedes que están luchando contra esta terrible plaga, para que encuentren la curación que está a nuestra disposición en el sacerdocio del Señor. Doy testimonio de ese poder en el nombre de Jesucristo. Amén.