Constante e inmutable
Si somos fieles y perseveramos hasta el fin, recibiremos todas las bendiciones de nuestro Padre Celestial, incluso la vida eterna y la exaltación.
Agradezco el ser parte de esta reunión de mujeres fieles en todo el mundo. He conocido a miles de de ustedes en países diferentes. Su fidelidad y devoción me han fortalecido; sus ejemplos de bondad y dedicación al Evangelio me han inspirado; sus callados actos de servicio desinteresado y sus palabras de testimonio y convicción me han hecho sentir humilde.
Les haré hoy las mismas preguntas que he hecho a muchas de ustedes en nuestras conversaciones:
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¿Qué les ayuda a ser constantes e inmutables al enfrentar los desafíos que prueban su fe?
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¿Qué las sostiene en sus pruebas y adversidades?
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¿Qué les ayuda a perseverar y a llegar a ser verdaderas discípulas de Cristo?
Algunas de las respuestas que me han dado son:
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Su conocimiento de que nuestro Padre Celestial las ama y las cuida.
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Su esperanza de que por medio del sacrificio expiatorio de Jesucristo, todas las bendiciones prometidas a los fieles se cumplirán.
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Su conocimiento del plan de redención.
En mi mensaje hoy me explayaré en estas afirmaciones que han venido de su corazón.
Romanos 8:16 dice: “Porque el espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios”. La primera vez que recuerdo haber sentido con toda certeza que el Padre Celestial me conocía, me amaba y cuidaba de mí fue cuando entré a las aguas del bautismo a la edad de 15 años. Antes de eso, sabía que Dios existía y que Jesucristo era el Salvador del mundo. Creía en Ellos y los amaba, pero nunca había sentido el amor y el interés que Ellos tenían por mí, personalmente, hasta ese día en que me regocijé en mi oportunidad de hacer convenios bautismales.
Me di cuenta del gran milagro que había sido que los misioneros me encontraran y enseñaran, especialmente con sólo unos pocos misioneros, ¡entre dos millones de personas! Supe entonces que mi Padre Celestial me conocía y me amaba de una forma tan especial que Él había guiado a los misioneros a mi casa.
Ahora sé que Dios es un Dios de amor. Esto es cierto porque todos somos Sus hijos y Él desea que todos tengamos gozo y felicidad eterna. Su obra y Su gloria son que podamos tener la inmortalidad y la vida eterna.1. Por eso es que Él proporcionó un plan de felicidad eterno. Nuestro propósito en la vida es obtener la vida eterna y la exaltación para nosotras mismas, y ayudar a los demás a hacer lo mismo. Él creó esta tierra para que obtuviésemos un cuerpo físico y para poner a prueba nuestra fe. Nos dio el don preciado del albedrío, por medio del cual podemos elegir el sendero que lleva a la felicidad sempiterna. El plan de redención de nuestro Padre Celestial es para ustedes y para mí. Es para todos Sus hijos.
“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.
“Y los bendijo Dios y les dijo: Fructificad y multiplicaos; y henchid la tierra”2.
“Y les dio mandamientos de que adorasen al Señor su Dios… Y Adán fue obediente a los mandamientos del Señor”3.
Adán y Eva tuvieron hijos y el plan continúo llevándose a cabo.
Sé que cada una de nosotras tiene un papel vital y esencial como hija de Dios. Él ha conferido a Sus hijas atributos divinos con el propósito de hacer avanzar Su obra. Dios ha confiado a las mujeres la tarea sagrada de tener y criar hijos; ninguna otra obra es más importante. Es un llamamiento santo. El oficio más noble de una mujer es la obra sagrada de edificar familias eternas, idealmente en compañía de su esposo.
Soy consciente de que algunas de nuestras hermanas aún no han recibido la bendición de casarse o de tener hijos. Les aseguro que, en su debido tiempo, recibirán todas las bendiciones prometidas a los fieles. Deben “seguir adelante con firmeza en Cristo, teniendo un fulgor perfecto de esperanza… y persever[ar] hasta el fin” para tener la vida eterna4. En la perspectiva eterna, las bendiciones que no se han recibido “no serán más que un breve momento”5.
Además, no es necesario estar casada para guardar los mandamientos y para cuidar de la familia, amigos y vecinos. Sus dones, talentos, destrezas y fortalezas espirituales son muy necesarios para edificar el reino. El Señor confía en su buena disposición para realizar estos deberes esenciales.
El Señor dice:
“Yo no me olvidaré de ti.
He aquí que en las palmas de mis manos te tengo grabada; delante de mí están siempre tus muros”6.
El Señor las ama. Él sabe de sus esperanzas y sus desilusiones. No las olvidará porque sus dolores y su sufrimiento están continuamente ante Él.
La mayor expresión del amor de Dios hacia nosotros fue Su disposición de enviar a Su Hijo Amado, Jesucristo, para expiar nuestros pecados, para ser nuestro Salvador y Redentor.
En Juan 3:16 leemos: “Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna”.
El Salvador dice: “Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado”7.
La disposición de Jesucristo para ser el cordero expiatorio fue una expresión de Su amor por el Padre y de Su infinito amor por cada uno de nosotros.
Isaías describe el sufrimiento del Salvador:
“Ciertamente llevó él nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores …
“… herido fue por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades… y por sus heridas fuimos nosotros sanados”8.
El Señor mismo declaró: “…yo, Dios, he padecido estas cosas por todos, para que no padezcan, si se arrepienten”9.
Él rompió las ligaduras de la muerte e hizo posible que toda la humanidad pudiese resucitar. Nos dio el don de la inmortalidad.
Jesucristo tomó sobre Sí mismo nuestros pecados, sufrió y murió para satisfacer las demandas de la justicia para que no suframos si nos arrepentimos.
Demostramos nuestra aceptación de Jesucristo como nuestro Salvador cuando ponemos nuestra fe en Él, nos arrepentimos de nuestros pecados y recibimos las ordenanzas salvadoras requeridas para entrar a la presencia de Dios. Estas ordenanzas son símbolos de los convenios que hacemos. Los convenios de obediencia a Sus leyes y mandamientos nos unen a Dios y fortalecen nuestra fe. Nuestra fe y firmeza en Cristo nos darán el valor y la confianza que necesitamos para enfrentar los desafíos de la vida, que son parte de nuestra experiencia mortal.
Poco después de que mi esposo fuese llamado a presidir la Misión Paraguay Asunción en 1992, asistimos a una conferencia de rama en una comunidad aislada del Chaco paraguayo.10. Viajamos cuatro horas en un camino pavimentado y luego siete horas más en un camino rudimentario. Los peligros y las molestias del viaje se olvidaron rápido cuando saludamos a los felices y cordiales miembros de Mistolar.
Julio Yegros era el joven presidente de rama, y él y su esposa, Margarita, eran una de las pocas familias que se habían sellado en el templo. Les pedí que compartieran su experiencia del viaje al templo.
En esa época, el templo más cercano era el de Buenos Aires, Argentina. El viaje de ida al templo desde Mistolar llevaba veintisiete horas, y habían viajado con sus dos hijos pequeños. Fue en medio de un invierno muy frío, pero con mucho sacrificio llegaron al templo y se sellaron como familia eterna. En el camino de regreso, los dos bebés enfermaron y murieron. Los enterraron por el camino y regresaron a casa sin ellos. Estaban tristes y se sentían solos, pero de manera asombrosa, sentían consuelo y paz. e la experiencia dijeron: “Nuestros hijos fueron sellados a nosotros en la casa del Señor. Sabemos que los tendremos de nuevo con nosotros por toda la eternidad. Este conocimiento nos ha dado paz y consuelo. Debemos permanecer dignos y fieles a los convenios que hicimos en el templo, y entonces estaremos con ellos nuevamente”.
¿De qué manera aumentamos nuestra fe y esperanza para ser como estos fieles miembros de Paraguay?
¿Cómo fortalecemos nuestra creencia en las afirmaciones que he escuchado una y otra vez de tantas de ustedes, de que creen en el amor de Dios, confían que recibirán Sus bendiciones y comprenden el plan de redención por medio del Salvador Jesucristo y el papel importante que ustedes tienen en Su plan?
Quisiera sugerir cuatro cosas que me han ayudado: la oración, el estudio de las Escrituras, la obediencia y el servicio.
La oración
La oración es el acto de comunicarse con nuestro Padre Celestial. Al orar, reconocemos nuestra fe en Él y el poder que Él tiene para bendecirnos.
En Alma 37:37 leemos: “Consulta al Señor en todos tus hechos, y él te dirigirá para bien; sí, cuando te acuestes por la noche, acuéstate en el Señor, para que él te cuide en tu sueño; y cuando te levantes por la mañana, rebose tu corazón de gratitud a Dios; y si haces estas cosas, serás enaltecido en el postrer día”.
El estudio de las Escrituras
El conocimiento y la comprensión del plan de nuestro Padre Celestial nos ayuda a saber quiénes somos y lo que debemos llegar a ser.
El Señor mandó: “Escudriñad las Escrituras, porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí”11.
Hay gran necesidad de que cada mujer estudie las Escrituras. Conforme nos familiaricemos con las verdades de las Escrituras, podremos aplicarlas a nuestra vida y tener mayor poder para lograr los propósitos de Dios. La oración personal y el estudio de las Escrituras diarios también invitan la influencia y el poder del Espíritu Santo a nuestra vida.
La obediencia
El Señor dice: “Si me amad, guardad mis mandamientos”12. Nuestra obediencia fiel nos ayudará a cultivar atributos de bondad y a cambiar nuestro corazón.
En Doctrina y Convenios, se nos aconseja:
“…adhiérete a los convenios que has hecho. …
“Guarda mis mandamientos continuamente, y recibirás una corona de justicia”13.
Nuestro compromiso de vivir el Evangelio nutre nuestra fe y esperanza en Jesucristo.
El servicio
Tenemos múltiples oportunidades para servirle. A cada hermana se le pide que busque y ayude a los pobres y necesitados que hay entre nosotros. Los“pobres y necesitados” incluyen a aquellos que también tengan necesidades espirituales y emocionales. Se nos ha mandado a cada uno a salvar a nuestros muertos, lo cual se puede hacer al trabajar en la historia familiar o realizar la obra del templo. Se nos ha mandado compartir el Evangelio con los demás, y hay muchas formas de participar en la obra misional. Todas éstas son formas de servir al Señor. Nuestro Padre Celestial espera que los que sean fuertes fortalezcan a los débiles, y su propia fe se fortalecerá conforme fortalezcan y cuiden a Sus hijos.
Sé que nuestro Padre Celestial ama a cada uno de Sus hijos perfecta, individual y constantemente. Sé que, como mujeres, tenemos un papel esencial en el plan de felicidad. Todo lo que requiere de nosotras es nuestro mejor esfuerzo, y se necesita a cada una de nosotras para edificar el reino. La expiación es real. Jesucristo es nuestro Salvador y Redentor. Testifico que si somos fieles y perseveramos hasta el fin, recibiremos todas las bendiciones de nuestro Padre Celestial, incluso la vida eterna y la exaltación. En el nombre de Jesucristo. Amén.