Nuestra supervivencia misma
Ruego que tengamos la sabiduría de confiar en el consejo de los profetas y apóstoles vivientes y seguirlo.
El invierno de 1848 fue difícil y desafiante para los colonos pioneros en el valle del Lago Salado. En el verano de 1847, Brigham Young declaró que los santos habían alcanzado finalmente su destino. “Éste es el lugar correcto”1, dijo Brigham Young, que en una visión se le había mostrado el sitio donde los santos habrían de establecerse. Aquellos primeros miembros de la Iglesia tuvieron que soportar una enorme adversidad según se desplegaba la restauración del Evangelio. Fueron expulsados de sus hogares, perseguidos y acosados. Padecieron indecibles penurias al cruzar las planicies; pero por fin se hallaban en “el lugar correcto”.
Aun así, el invierno de 1848 fue extremadamente duro. Hizo tanto frío que a algunas personas se les congelaron gravemente los pies. Un sentimiento de desasosiego comenzó a embargar a los santos. Algunos miembros de la Iglesia dijeron que no iban a construir sus casas en el valle; querían permanecer en sus carromatos pues estaban convencidos de que los líderes de la Iglesia los conducirían a un lugar mejor. Habían traído consigo semillas y árboles frutales, pero no se atrevían a malgastarlos plantándolos en la tierra estéril de un desierto. Jim Bridger, un famoso explorador de la época, le dijo a Brigham Young que daría mil dólares por la primera fanega de maíz cosechada en el valle del Lago Salado, pues afirmaba que era algo que no se podía hacer2.
Por si eso fuera poco, acababa de descubrirse oro en California y algunos miembros de la Iglesia se imaginaron que la vida sería más sencilla y abundante si se trasladaban a California en busca de riquezas y de un clima mejor.
En medio de este ambiente de descontento, Brigham Young declaró a los miembros de la Iglesia:
“[Este valle] es el lugar que Dios ha señalado a Su pueblo.
“Nos han echado de la sartén para caer en las brasas y de las brasas nos han arrojado al suelo. Aquí estamos y aquí nos quedaremos. Dios me ha mostrado que éste es el lugar para que se establezca su pueblo y aquí es donde prosperará. Él templará los elementos para el bien de Sus santos. Él reprenderá la helada y la esterilidad del suelo, y la tierra fructificará. Hermanos, vayan y planten las… semillas”.
Además de prometer estas bendiciones, el presidente Young declaró que el valle del Lago Salado llegaría a conocerse como un camino para las naciones; reyes y emperadores visitarían esta tierra, y lo mejor de todo es que se levantaría un templo al Señor3.
Esas fueron promesas excepcionales. Muchos miembros de la Iglesia tuvieron fe en las profecías de Brigham Young, mientras que otros se mostraron escépticos y partieron hacia lo que ellos creían que sería una vida mejor. Sin embargo, la historia ha demostrado que cada profecía de Brigham Young se ha cumplido. El valle floreció y produjo; los santos prosperaron. El invierno de 1848 fue un gran catalizador para que el Señor enseñara una valiosa lección a Su pueblo. Ellos aprendieron, así como debemos aprender nosotros, que el único camino seguro y cierto que conduce a la protección en esta vida se halla en confiar y obedecer el consejo de los profetas de Dios.
Ciertamente, una de las bendiciones supremas de ser miembros de esta Iglesia es el que seamos guiados por profetas vivientes de Dios. El Señor declaró: “Nunca hay más de una persona a la vez sobre la tierra a quien se confieren este poder y las llaves de este sacerdocio”4. El profeta y presidente de la Iglesia hoy en día, Thomas S. Monson, recibe la palabra de Dios para todos los miembros de la Iglesia y para el mundo. Además, sostenemos como profetas, videntes y reveladores a los consejeros de la Primera Presidencia y a los miembros del Quórum de los Doce Apóstoles.
Con los pies congelados y ante un yermo estéril, aquellos primeros santos ciertamente tuvieron que tener fe para confiar en su profeta. Su supervivencia y sus vidas estaban en juego. Pero el Señor recompensó su obediencia, bendijo y prosperó a quienes siguieron a Su portavoz.
El Señor hace lo mismo en la actualidad por ustedes y por mí. El mundo está repleto de muchísimos libros para autodidactas; infinidad de expertos autoproclamados; de tantos teóricos, educadores y filósofos que ofrecen asesoramiento y consejos casi para cualquier cosa. Con la tecnología actual, sólo estamos a un clic de cualquier información sobre una miríada de temas. Resulta fácil caer en la trampa de acudir al “brazo de la carne”5 en busca de consejo para todo, desde cómo criar a nuestros hijos hasta cómo hallar la felicidad. Si bien alguna información tiene su mérito, los miembros de la Iglesia tenemos acceso a la fuente de la verdad pura: Dios mismo. Haríamos bien en buscar respuesta a nuestros problemas y preguntas investigando lo que el Señor ha revelado por conducto de Sus profetas. Gracias a esa misma tecnología, tenemos a la mano el acceso a las palabras de los profetas sobre casi cualquier tema. ¿Qué nos ha enseñado Dios acerca del matrimonio y la familia por medio de Sus profetas? ¿Qué nos ha enseñado sobre la formación académica y la vida providente por medio de Sus profetas? ¿Qué nos ha enseñado sobre la felicidad y la realización personales por medio de Sus profetas?
A algunos puede parecerles que las enseñanzas de los profetas sean anticuadas, impopulares o hasta imposibles. Pero Dios es un Dios de orden y ha establecido un sistema por el cual podemos conocer Su voluntad. “Porque no hará nada Jehová el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas”6. Al comienzo de ésta, la dispensación del cumplimiento de los tiempos, el Señor reafirmó que se comunicaría con nosotros por conducto de Sus profetas, y declaró: “Mi palabra… será cumplida, sea por mi propia voz o por la voz de mis siervos, es lo mismo”7.
Confiar en los profetas y seguirlos es más que una bendición y un privilegio. El presidente Ezra Taft Benson declaró que “nuestra salvación misma depende de seguir al profeta” y enumeró las que él llamó “catorce razones para seguir al profeta”. En la sesión de esta mañana, el élder Claudio Costa, de la Presidencia de los Setenta nos instruyó muy elocuentemente sobre estas catorce razones. Debido a que son tan importantes para nuestra salvación, las repetiré otra vez:
“Primera [razón]: El profeta es el único hombre que habla por el Señor en todo.
“Segunda: El profeta viviente es más vital para nosotros que los libros canónicos.
“Tercera: Un profeta viviente es más importante para nosotros que un profeta muerto.
“Cuarta: Un profeta nunca guiará a la Iglesia por un camino equivocado.
“Quinta: No se requiere que el profeta tenga capacitación terrenal en particular ni credencial alguna para hablar sobre cualquier tema o actuar sobre cualquier asunto en cualquier momento.
“Sexta: El profeta no tiene porqué decir ‘Así dice el Señor’ para darnos una Escritura.
“Séptima: El profeta nos dice lo que tenemos que saber, y no siempre lo que queremos oír.
“Octava: Lo que dice el profeta no está limitado por el razonamiento de los hombres.
“Novena: El profeta puede recibir revelaciones sobre cualquier asunto: temporal o espiritual.
“Décima: El profeta puede participar en asuntos cívicos.
“Undécima: Los dos grupos que tienen la dificultad más grande para seguir al profeta son los orgullosos que poseen mucho conocimiento o los orgullosos que son ricos.
“Duodécima: El profeta no necesariamente será popular con el mundo o lo mundano.
“Decimotercera: El profeta y sus consejeros constituyen la Primera Presidencia; el quórum más elevado de la Iglesia.
“Decimocuarta: [Sigan]… al profeta viviente y a la Primera Presidencia… y serán bendecidos; rechácenlos y sufrirán”8.
Hermanos y hermanas, al igual que los santos de 1848, nosotros podemos escoger seguir al profeta o podemos acudir al brazo de la carne. Ruego que tengamos la sabiduría de confiar en el consejo de los profetas y apóstoles actuales y seguirlo. Yo soy testigo de su bondad, testifico que son llamados por Dios. Testifico también que no hay una manera más segura de encarar la vida, de hallar respuestas a nuestros problemas, de obtener paz y felicidad en este mundo ni de proteger nuestra salvación sino mediante la obediencia a sus palabras. Expreso este testimonio en el sagrado nombre del Señor Jesucristo. Amén.