Elijan sabiamente
“…desechar lo malo y escoger lo bueno” (Isaías 7:15).
Mis queridos hermanos, esta tarde deseo compartir algunos consejos en cuanto a decisiones y elecciones.
Cuando era un joven abogado en la región de la Bahía de San Francisco, nuestra compañía hizo algunos trabajos legales para la compañía que producía los programas navideños de televisión sobre un niño que se llamaba Charlie Brown1. Me hice aficionado de Charles Schultz y de su creación titulada Peanuts, con Charlie Brown, Lucy, Snoopy y otros maravillosos personajes.
Una de mis historietas cómicas favoritas era la de Lucy. Según recuerdo, el equipo de béisbol de Charlie Brown tenía un juego importante; Lucy jugaba de jardinero derecho, y le lanzaron una pelota elevada. Las bases estaban llenas y era el final de la novena entrada. Si Lucy atrapaba la pelota, su equipo ganaría; si la dejaba caer, ganaría el otro equipo.
Como sólo puede ocurrir en una historieta cómica, el equipo entero se puso alrededor de Lucy mientras la pelota descendía. Lucy pensaba: “Si la atrapo, seré la heroína; si no, seré el chivo expiatorio”.
La pelota descendió, y mientras sus compañeros de equipo esperaban ansiosos, Lucy no la atrapó. Disgustado, Charlie Brown tiró el guante al suelo. Entonces Lucy miró a sus compañeros, se puso las manos en la cintura, y dijo: “¿Cómo esperan que atrape la pelota cuando estoy preocupada por la política exterior de nuestro país?”.
Esa fue una de las muchas pelotas elevadas que Lucy no atrapó a lo largo de los años, y cada vez tenía una nueva excusa2. Aunque las excusas de ella siempre eran graciosas, eran justificaciones; eran razones falsas por no atrapar la pelota.
Durante el ministerio del presidente Thomas S. Monson, con frecuencia ha enseñado que las decisiones determinan el destino3. De acuerdo con ello, mi consejo esta tarde es que nos elevemos por encima de cualquier justificación que nos impida tomar decisiones correctas, especialmente acerca de servir a Jesucristo. En Isaías se nos enseña que debemos “…desechar lo malo y escoger lo bueno”4.
Creo que es de singular importancia en nuestros días, cuando Satanás enfurece los corazones de los hijos de los hombres de tantas maneras nuevas y sutiles, que tomemos nuestras decisiones y opciones con detenimiento, de acuerdo con las metas y los objetivos que profesamos vivir. Debemos comprometernos indiscutiblemente a vivir los mandamientos y adherirnos estrictamente a los convenios sagrados. Cuando permitimos que las justificaciones nos impidan recibir la investidura del templo, servir dignamente en misiones y casarnos en el templo, son particularmente dañinas. Es triste que profesemos creer en esas metas, pero descuidemos la conducta diaria necesaria para lograrlas5.
Algunos jóvenes afirman que su meta es casarse en el templo, pero no salen con personas dignas de entrar en el templo. Y francamente, ¡algunos ni siquiera salen en pareja, punto! Ustedes, jóvenes solteros, cuanto más tiempo permanezcan solteros, después de una edad y madurez determinadas, más cómodos se sentirán; ¡pero se deberían sentir más incómodos! Por favor, estén “anhelosamente consagrados”6 a actividades espirituales y sociales que vayan de acuerdo con la meta de casarse en el templo.
Algunos postergan el matrimonio hasta que terminen sus estudios y consigan un trabajo. Ese modo de pensar, tan aceptado en el mundo, no demuestra fe, no se ajusta al consejo de los profetas modernos y no concuerda con la doctrina sensata.
Hace poco me reuní con un excelente jovencito adolescente; sus metas eran servir en una misión, obtener una educación, casarse en el templo y tener una familia feliz y fiel. Me sentí muy complacido con sus metas; pero al seguir conversando, se hizo obvio que su conducta y las decisiones que estaba tomando no iban de acuerdo con sus metas. Pensé que sinceramente deseaba ir a una misión y estaba evitando transgresiones graves que le prohibieran servir en una misión, pero su conducta cotidiana no lo estaba preparando para los desafíos físicos, emocionales, sociales, intelectuales y espirituales que afrontaría7. No había aprendido a trabajar arduamente, no tomaba ni los estudios ni seminario con seriedad; asistía a la Iglesia, pero no había leído el Libro de Mormón. Pasaba mucho tiempo en videojuegos y en las redes sociales. Parecía pensar que presentarse para ir a la misión sería suficiente. Jóvenes, por favor vuelvan a comprometerse a una conducta digna y a una seria preparación para ser emisarios de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo.
Mi preocupación no es sólo en cuanto a las decisiones críticas, sino a las de menor peso, las decisiones rutinarias de todos los días y aparentemente comunes que ocupan la mayor parte de nuestro tiempo. En esos aspectos, tenemos que hacer hincapié en la moderación, el equilibrio y, especialmente en la sabiduría. Es importante elevarnos por encima de las justificaciones y tomar las mejores decisiones.
Un ejemplo maravilloso de la necesidad de moderación, equilibrio y sabiduría es el uso de internet, el cual se puede utilizar para llevar a cabo la obra misional, ayudar con responsabilidades del sacerdocio, encontrar a queridos antepasados para las sagradas ordenanzas del templo, y mucho más. El potencial para lo bueno es enorme. Sabemos también que puede transmitir muchas cosas malas, incluso la pornografía, la crueldad digital8 y las charlas anónimas. También puede perpetuar la insensatez. Tal como el hermano Randall L. Ridd enseñó de manera tan potente en la última conferencia general al hablar sobre internet: “Con internet pueden lograr cosas magníficas en poco tiempo o quedar atrapados en un sinnúmero de trivialidades que desperdician su tiempo y disminuyen su potencial”9.
Las distracciones y la oposición a la rectitud no sólo se encuentran en internet; están en todas partes; afectan no sólo a los jóvenes, sino a todos nosotros. Vivimos en un mundo que literalmente está en conmoción10. Estamos rodeados por representaciones obsesivas de lo que llaman actividades divertidas, y vidas inmorales y disfuncionales, las que gran parte de los medios de comunicación presentan como una conducta normal.
Hace poco, el élder David A. Bednar advirtió a los miembros de la Iglesia que fuesen auténticos en el uso de las redes sociales11. Un líder que se destaca por sus ideas, Arthur C. Brooks, ha recalcado ese punto; él hace la observación de que cuando usamos las redes sociales, tenemos la tendencia a recalcar los detalles felices de nuestra vida, pero no los tiempos difíciles en los estudios o el trabajo. Representamos una vida incompleta, a veces de manera falsa o que nos engrandezca. Compartimos esta vida y después consumimos las “vidas… casi exclusivamente falsas de [nuestros] ‘amigos’ en las redes sociales”. Además, afirma él, “¿cómo no va a hacernos sentir peor el pasar parte del tiempo pretendiendo ser más felices de lo que somos, y la otra parte del tiempo ver que los demás parecen ser mucho más felices que nosotros?”12.
A veces parece que nos estamos ahogando en la insensatez frívola, en un ruido absurdo y en constante contención. Al disminuir la distracción y examinar lo que nos rodea, es muy poco lo que nos ayudará en nuestra búsqueda eterna hacia metas rectas. Ante las muchas peticiones de sus hijos de participar en esas distracciones, un padre sabiamente les pregunta: “¿Te hará eso una persona mejor?”.
Cuando justificamos las malas decisiones, ya sean grandes o pequeñas, que no van de acuerdo con el Evangelio restaurado, perdemos las bendiciones y las protecciones que necesitamos y con frecuencia caemos en el pecado o simplemente nos apartamos del camino.
Me preocupan en particular la insensatez13 y el estar obsesionados con “todo lo que está de moda”. En la Iglesia fomentamos y celebramos la verdad y el conocimiento de todo tipo; pero cuando la cultura, el conocimiento y las costumbres sociales se separan del plan de felicidad de Dios y la función esencial de Jesucristo, ocurre una inevitable desintegración de la sociedad14. En nuestros días, pese a los adelantos sin precedentes en muchos aspectos, en especial en las ciencias y en la comunicación, los valores básicos esenciales se han deteriorado y la felicidad y el bienestar en general han disminuido.
Cuando se invitó al apóstol Pablo a predicar en el Areópago de Atenas, se encontró con la misma ostentación intelectual y falta de verdadera sabiduría que existe en la actualidad15. En Hechos leemos este relato: “Porque todos los atenienses y los extranjeros residentes allí, de ninguna otra cosa se ocupaban, sino en decir o en oír algo nuevo”16. El énfasis de Pablo era la resurrección de Jesucristo. Cuando la multitud se dio cuenta de la naturaleza religiosa de su mensaje, algunos se burlaron de él y otros básicamente no le hicieron caso, diciendo: “Ya te oiremos hablar acerca de esto otra vez”17. Pablo se fue de Atenas sin ningún éxito. El deán Frederic Farrar escribió en cuanto a esa visita: “En Atenas no estableció ninguna iglesia; a Atenas no le escribió ninguna epístola; y en Atenas, cuando a menudo pasaba por sus proximidades, nunca volvió a poner pie”18.
Creo que el mensaje inspirado del élder Dallin H. Oaks que distingue entre “bueno, mejor, excelente” brinda una manera eficaz de evaluar nuestras decisiones y prioridades19. Muchas opciones no son malas, por naturaleza, pero si ocupan todo nuestro tiempo e impiden que tomemos las mejores decisiones, entonces se vuelven perjudiciales.
Incluso las empresas que valen la pena tienen que evaluarse para determinar si se han convertido en distracciones que nos alejen de las mejores metas. Durante mi adolescencia tuve una inolvidable conversación con mi padre. Él no creía que suficientes jóvenes se estuviesen concentrando en metas importantes de largo alcance, como el empleo o el proveer para la familia, ni preparándose para ellas.
El estudiar con ahínco y obtener experiencia en un trabajo inicial siempre ocupaban un lugar importante en la lista de prioridades de mi padre. Él pensaba que las actividades extracurriculares, como el debate y el gobierno estudiantil podían tener alguna conexión directa con algunas de mis metas importantes. No estaba tan seguro en cuanto a la gran cantidad de tiempo que pasaba participando en fútbol americano, baloncesto, béisbol y atletismo. Reconocía que los deportes desarrollan la fuerza, la resistencia y el trabajo en equipo, pero afirmaba que quizás concentrarse en un solo deporte por un período más corto sería mejor. En su opinión, los deportes eran buenos, pero no lo mejor para mí. Le preocupaba que algunos deportes sólo sirvieran para lograr reconocimiento o fama local a expensas de metas más importantes de largo alcance.
En vista de ello, una de las razones por las que me gusta el relato de Lucy jugando béisbol es que según el punto de vista de mi padre, yo debí haber estado estudiando política exterior y no preocupándome si iba a atrapar la pelota. Debo aclarar que a mi madre le encantaban los deportes; tendría que estar hospitalizada para que faltara a uno de mis juegos.
Había decidido seguir el consejo de mi padre y no participar en deportes intercolegiales. Entonces el entrenador de fútbol americano de la escuela secundaria me informó que el entrenador de la Universidad Stanford deseaba almorzar con Merlin Olsen y conmigo. Los más jóvenes de ustedes quizás no sepan quién es Merlin; era un increíble jugador defensivo del equipo de la Escuela Secundaria Logan, donde yo jugaba como mariscal de campo (quarterback), hacía jugadas defensivas y devolvía patadas de despeje. Durante la secundaria la mayoría de los equipos de la nación trataron de reclutar a Merlin. En la universidad, ganó el Trofeo Outland por ser el mejor defensa de la nación. Fue seleccionado en tercer lugar para integrar la Liga Nacional de Fútbol americano, donde participó en catorce Tazones preliminares consecutivos. Integró la Galería de la Fama de fútbol en 198220.
El almuerzo con el entrenador de Stanford fue en el restaurant Bluebird, de Logan, Utah. Después de que nos saludamos, no volvió a dirigirme la mirada; habló directamente con Merlin, y a mí me ignoró. Al final del almuerzo, por primera vez se volvió hacia mí pero no pudo recordar mi nombre. Le dijo a Merlin: “Si decides ir a Stanford y quieres traer a tu amigo, sus calificaciones son suficientemente buenas y probablemente podríamos hacer arreglos”. Esa experiencia me confirmó que debía seguir el sabio consejo de mi padre.
No es mi intención desalentar la participación en los deportes, ni el uso de internet, ni otra actividad buena que disfrutan los jóvenes. Son la clase de actividades que requieren moderación, equilibrio y sabiduría. Cuando se usan con prudencia, enriquecen nuestra vida.
Sin embargo, los animo a todos, jóvenes y adultos, a que examinen sus metas y objetivos y se esfuercen para ejercitar mayor disciplina. Nuestra conducta y opciones diarias deben estar en armonía con nuestras metas. Tenemos que elevarnos por encima de las justificaciones y las distracciones; y es especialmente importante que tomemos decisiones que concuerden con nuestros convenios de servir a Jesucristo en rectitud21. Por ningún motivo debemos quitar la vista de esa meta ni dejarla de lado.
Esta vida es el tiempo para prepararnos para comparecer ante Dios22. Somos un pueblo feliz y alegre; apreciamos el buen sentido del humor y valoramos el tiempo libre con amigos y familiares; sin embargo, es necesario reconocer que hay una seriedad de propósito que debe ser la base de nuestro enfoque ante la vida y todas sus opciones. Las distracciones y justificaciones que limitan el progreso son de por sí perjudiciales, pero resultan trágicas cuando disminuyen la fe en Jesucristo y en Su Iglesia.
Mi oración es que como grupo de poseedores del sacerdocio, hagamos que nuestra conducta esté acorde con los nobles propósitos que se requieren de aquellos que están al servicio del Maestro. En todas las cosas debemos recordar que ser “valientes en el testimonio de Jesús” es la gran prueba que dividirá el reino celestial y el terrestre23. Deseamos ser hallados en el lado celestial de esa línea divisoria. Como uno de Sus apóstoles, doy testimonio ferviente de la realidad de la Expiación y de la divinidad de Jesucristo, nuestro Salvador. En el nombre de Jesucristo. Amén.