Encontrar paz duradera y edificar familias eternas
El evangelio de Jesucristo es el que proporciona ese cimiento sobre el cual podemos encontrar paz duradera y edificar familias eternas.
Nuestro trayecto por la vida tiene períodos de tiempos buenos y malos, cada uno con diferentes desafíos. La forma en que aprendamos a adaptarnos a los cambios que surgen depende del cimiento en el que edifiquemos. El evangelio de nuestro Señor y Salvador proporciona una base segura y firme que se construye pieza por pieza mientras adquirimos conocimiento del plan eterno del Señor para Sus hijos. El Salvador es el Maestro de maestros; a Él seguimos.
Las Escrituras testifican de Él y proporcionan un ejemplo de perfecta rectitud para que lo sigamos. En una conferencia anterior les mencioné a los miembros de la Iglesia que tengo varios cuadernos en los que mi madre había hecho apuntes que utilizaba para preparar sus lecciones de la Sociedad de Socorro. Las notas son tan oportunas hoy día como lo fueron en aquella época. Una de ellas era una cita que escribió Charles Edward Jefferson en 1908, sobre la naturaleza de Jesucristo. Dice:
“Ser cristiano es admirar a Jesús de manera tan sincera y ferviente que la vida entera se la entregamos con la aspiración de llegar a ser como Él.
“…Tal vez lleguemos a conocerlo por medio de las palabras que dijo, los actos que llevó a cabo, y también por Sus momentos de silencio. Quizás también lo conozcamos por la impresión que dejó, primero en Sus amigos, segundo en Sus enemigos, y tercero en el grupo general de Sus contemporáneos…
“Una característica de la vida del siglo veinte es el descontento [y problemas]…
“… El mundo clama en busca de algo, pero no sabe qué. La riqueza está aquí… [y] el mundo está lleno de… inventos de la aptitud y del genio humanos, pero [aún] seguimos insatisfechos [y] perplejos. Si abrimos el Nuevo Testamento, [nos encontramos con estas palabras]: ‘Venid a mí… y yo os haré descansar; yo soy el pan de vida; Yo soy la luz del mundo; Si alguno tiene sed, venga a mí y beba; mi paz os doy; recibiréis poder; tenéis… gozo’” (The Character of Jesus, 1908).
A los hombres y mujeres los moldean, en parte, aquellas personas con quienes eligen vivir. También influyen en ellos las personas a quienes admiran y a quienes tratan de imitar. Jesús es el gran Ejemplo, y la única manera de encontrar paz duradera es acudir a Él y vivir.
¿Qué es lo que vale la pena que estudiemos en cuanto a Jesús?
“A los autores del Nuevo Testamento… no les interesaba el nivel social de Jesús, la ropa que llevaba o las casas donde vivió… Él nació en un establo, trabajó en el taller de un carpintero, enseñó durante tres años y luego murió en la cruz… El Nuevo Testamento lo escribieron hombres que estaban resueltos a hacer que fijáramos la vista en [Él]” (The Character of Jesus, 21–22) con la seguridad de que Él era y es en verdad el Hijo de Dios, el Salvador y Redentor del mundo.
Una de las parábolas del Salvador, creo yo, se aplica en particular a nuestra época actual.
Se encuentra en el capítulo 13 de Mateo, donde leemos:
“Pero mientras dormían los hombres, vino su enemigo y sembró cizaña entre el trigo, y se fue.
“Y cuando la hierba brotó y dio fruto, entonces apareció también la cizaña.
“Y viniendo los siervos del padre de familia, le dijeron: Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde, pues, tiene cizaña?
“Y él les dijo: Un enemigo ha hecho esto. Y los siervos le dijeron: ¿Quieres, pues, que vayamos y la arranquemos?
“Y él dijo: No; no sea que, al arrancar la cizaña, arranquéis también con ella el trigo.
“Dejad crecer juntamente lo uno y lo otro hasta la siega; y al tiempo de la siega, yo diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en manojos para quemarla; pero recoged el trigo en mi alfolí” (versículos 25–30).
Ese antiguo enemigo de toda la humanidad ha encontrado tantos dispositivos como le ha sido posible para sembrar cizaña por todas partes; ha encontrado el modo de que penetren incluso en la santidad de nuestro propio hogar. Las cosas perversas y mundanas se han diseminado tanto que parece que no hay manera de despojarnos de ellas. Se introducen por cable y transmisiones por aire en los mismos aparatos que hemos desarrollado para educarnos y divertirnos. El trigo y la cizaña han crecido juntos. El encargado de cuidar el campo debe nutrir, con todo su poder, lo que es bueno y hacerlo tan fuerte y bello que la cizaña no tenga ningún atractivo ni para la vista ni para el oído. Qué bendecidos somos los miembros de la Iglesia del Señor de tener el valioso evangelio de nuestro Señor y Salvador como fundamento en el cual cimentar nuestra vida.
En el Libro de Mormón, en 2 Nefi, leemos: “Porque he aquí, os digo otra vez, que si entráis por la senda y recibís el Espíritu Santo, él os mostrará todas las cosas que debéis hacer” (2 Nefi 32:5).
Nunca debemos permitir que el ruido del mundo venza y ahogue esa voz apacible y delicada.
Ciertamente se nos ha advertido de los acontecimientos que enfrentaremos en nuestros días. El desafío que tenemos es saber cómo prepararnos para los hechos que el Señor ha dicho que ciertamente están por venir.
Muchas personas en nuestra preocupada sociedad comprenden que la desintegración de la familia traerá sólo pesar y desesperanza a un mundo atribulado. Como miembros de la Iglesia, tenemos la responsabilidad de preservar y proteger a la familia como la unidad básica de la sociedad y de la eternidad. Los profetas han advertido y prevenido en cuanto a la consecuencia inevitable y destructiva del deterioro de los valores familiares.
A medida que el mundo continúa observándonos, asegurémonos de que nuestro ejemplo afirme y apoye el plan que el Señor ha diseñado para Sus hijos aquí en la Tierra. La enseñanza más sublime se debe lograr mediante el ejemplo recto. Nuestros hogares deben ser lugares santos a fin de resistir las presiones del mundo. Tengamos presente que las bendiciones más grandiosas del Señor se reciben mediante familias rectas y se otorgan a éstas.
Debemos seguir evaluando detenidamente nuestro desempeño como padres. La enseñanza más eficaz que un niño pueda recibir provendrá de padres y madres rectos que se preocupan por él. Consideremos en primer lugar el papel de la madre. Presten atención a estas palabras del presidente Gordon B. Hinckley:
“Las mujeres que convierten una casa en un hogar hacen una contribución mucho más grande a la sociedad que aquellas que dirigen grandes ejércitos o que están a la cabeza de compañías notables. ¿Quién puede ponerle precio a la influencia que una madre tiene en sus hijos, la abuela en su posteridad, o las tías y hermanas en sus parientes?
“No podemos empezar a medir o a calcular la influencia de las mujeres que, a su manera singular, edifican una vida familiar estable y nutren para bien eterno a las generaciones del futuro. Las consecuencias de las decisiones que tomen las mujeres de esta generación serán eternas. Permítanme proponer que no hay oportunidad más sublime ni desafío más importante para las mujeres de hoy que el hacer todo lo que les sea posible por fortalecer el hogar” (Standing for Something: 10 Neglected Virtues That Will Heal Our Hearts and Homes, 2000, pág. 152).
Veamos ahora la función que el padre desempeña en nuestra vida:
Los padres dan bendiciones y efectúan ordenanzas sagradas para sus hijos, las cuales llegarán a ser puntos culminantes espirituales en su vida.
Los padres se ocupan personalmente de estar a cargo de las oraciones familiares, la lectura diaria de las Escrituras y de las noches de hogar semanales.
Los padres edifican tradiciones familiares al participar en la planificación de vacaciones y excursiones que incluirán a todos los integrantes de la familia. Los hijos nunca olvidarán los recuerdos de esos tiempos especiales que pasaron juntos.
Los padres efectúan charlas con cada uno de sus hijos y les enseñan principios del Evangelio.
Los padres enseñan a los hijos y las hijas el valor del trabajo y les ayudan a establecer metas dignas en su vida.
Los padres dan el ejemplo de prestar servicio fiel en el Evangelio.
Por favor tengan presente, hermanos, su sagrado llamamiento como un padre en Israel —su llamamiento más importante en esta vida y por la eternidad— un llamamiento del que nunca serán relevados.
Hace muchos años, en conferencias de estaca mostrábamos un videoclip para ilustrar el tema del mensaje que íbamos a presentar. Durante el año, al viajar por la Iglesia en las visitas de conferencia de estaca que se nos habían asignado, llegamos a familiarizarnos bien con el contenido de la película. Casi lo podíamos recitar de memoria. El mensaje ha permanecido en mi mente todos estos años; lo narraba el presidente Harold B. Lee, donde explicaba algo que había ocurrido en casa de su hija. Era algo así:
Una noche, la mamá estaba intentando desesperadamente terminar de envasar fruta. Los niños por fin estaban listos para acostarse y estaban tranquilos. Era el momento de preparar la fruta. Al empezar a pelar y sacar los carozos de la fruta, aparecieron en la cocina dos niños que dijeron que estaban listos para decir sus oraciones antes de acostarse.
Como no quería que la interrumpieran, la madre rápidamente les dijo: “¿Por qué no se van a decir sus oraciones ustedes solitos, para que mamá siga preparando esta fruta?”.
El mayor de los niños permaneció firme en su lugar y preguntó: “¿Qué es más importante: las oraciones o la fruta?” (Véase Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Harold B. Lee, 2000, pág. 159.)
A veces nos encontramos en situaciones en las que tenemos la oportunidad de enseñar a los hijos una lección que dejará un efecto perdurable en sus jóvenes vidas. Por supuesto que las oraciones son más importantes que la fruta. Un buen padre nunca deberá estar demasiado ocupado para no aprovechar un momento en la vida de un hijo en que se pueda enseñar una lección importante.
Tengo la firme convicción de que en todos mis años de vida nunca ha habido un período en el que los hijos de nuestro Padre Celestial hayan necesitado más la mano guiadora de padres fieles y devotos. Tenemos un grandioso y noble legado de padres que han renunciado a casi todo lo que poseen para encontrar un lugar donde pudiesen criar a sus familias con fe y valor a fin de que la próxima generación tuviese mayores oportunidades que las que ellos tuvieron. Debemos encontrar en nuestro interior ese mismo espíritu decidido y vencer los desafíos que afrontamos con el mismo espíritu de sacrificio. Debemos inculcar en las generaciones futuras una confianza aún más firme en las enseñanzas de nuestro Señor y Salvador.
“Y ahora bien, recordad, hijos míos, recordad que es sobre la roca de nuestro Redentor, el cual es Cristo, el Hijo de Dios, donde debéis establecer vuestro fundamento, para que cuando el diablo lance sus impetuosos vientos, sí, sus dardos en el torbellino, sí, cuando todo su granizo y furiosa tormenta os azoten, esto no tenga poder para arrastraros al abismo de miseria y angustia sin fin, a causa de la roca sobre la cual estáis edificados, que es un fundamento seguro, un fundamento sobre el cual, si los hombres edifican, no caerán” (Helamán 5:12).
El evangelio de Jesucristo es el que proporciona ese cimiento sobre el cual podemos encontrar paz duradera y edificar familias eternas. De esto testifico en el nombre de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo. Amén.