Unidos en el rescate
Para poder ayudar al Salvador, debemos trabajar juntos, unidos y en armonía. Todos, en cualquier puesto, en cualquier llamamiento, son importantes.
Con frecuencia escuchamos al presidente Thomas S. Monson hablar de “nuestra responsabilidad de rescatar”1. Recuerdo un relato en el Nuevo Testamento; es una ilustración perfecta de cómo los miembros y los misioneros pueden trabajar juntos por medio de los consejos de barrio para buscar y rescatar. Se encuentra en Marcos 2:1–5. Me parece que los ejemplos que Jesucristo usó para enseñarnos ciertas doctrinas o principios son siempre muy inspiradores y fáciles de entender.
Uno de los personajes en este relato es un hombre paralítico, alguien que no se podía mover sin la ayuda de otros. Este hombre sólo podía quedarse en casa a la espera de ser rescatado.
En nuestros días sería así: Cuatro personas están cumpliendo con una tarea de su obispo de visitar, en su casa, a un hombre que está enfermo con parálisis. Lo puedo ver, una de ellas es de la Sociedad de Socorro, otra es del quórum de élderes, otra del Sacerdocio Aarónico y, al final, pero no menos importante, un misionero de tiempo completo. En el consejo de barrio más reciente, después de comentar acerca de las necesidades del barrio, el obispo les ha dado tareas de “rescate”. Esas cuatro personas fueron asignadas para ayudar a ese hombre que sufre de parálisis. No pueden esperar a que venga por sí mismo a la Iglesia. Tienen que ir a su casa y visitarlo; deben buscarlo, y así lo hicieron. El hombre fue llevado ante Jesús.
“Entonces vinieron a él unos trayendo un paralítico, que era cargado entre cuatro” (Marcos 2:3).
Sin embargo, el cuarto estaba muy lleno; no podían pasarlo por la puerta. Estoy seguro de que intentaron todo lo que se les ocurrió, pero simplemente no pudieron. Las cosas no sucedieron tan fácilmente como pensaban; había algunos obstáculos en su camino para poderlo “rescatar”, pero no se dieron por vencidos. No dejaron al paralítico junto a la puerta; se reunieron en consejo y juntos pensaron lo que deberían hacer —cómo podrían llevar al hombre hasta Cristo para que lo sanara. El trabajo para ayudar a Jesucristo a salvar almas, al menos para ellos, no fue muy difícil. Idearon un plan —no era fácil, pero lo llevaron a cabo.
“Y como no podían acercarse a él a causa del gentío, destaparon el techo de donde él estaba y, haciendo una abertura, bajaron el lecho en que yacía el paralítico” (Marcos 2:4).
Lo subieron al techo. Como no había una escalera para trepar, les tomó un buen rato para que todos subieran. Supongo que sucedió así: el joven de su barrio quizás subió al techo primero. Como era joven y lleno de energía, no creo que le haya sido difícil. El maestro orientador, su compañero del quórum de élderes y el misionero de tiempo completo alto y fuerte lo empujaron desde abajo. La hermana de la Sociedad de Socorro les decía que tuvieran cuidado y los animó. Los hombres quitaron una parte del techo mientras la hermana seguía dando consuelo al enfermo que esperaba ser sanado; poder moverse por sí solo y quedar libre.
Esta tarea de rescate necesitaba que todos trabajaran juntos. En el momento crucial, necesitarían una buena coordinación para poder bajar al enfermo desde el techo. Los cuatro tendrían que trabajar unidos y en armonía. No podía haber discordia entre ellos. Tendrían que bajar al paralítico al mismo tiempo. Si uno soltaba la cuerda antes que los otros tres, el hombre caería de su lecho. No se podía sostener por sí solo debido a su condición debilitada.
Para poder ayudar al Salvador, debemos trabajar juntos en unidad y armonía. Todos, en cualquier llamamiento, en cualquier puesto, son importantes. Debemos estar unidos en nuestro Señor Jesucristo.
Finalmente, el enfermo fue colocado ante Jesús. “Y al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados” (Marcos 2:5). Jesucristo mostró misericordia y lo curó —no sólo física sino también espiritualmente: “Hijo, tus pecados te son perdonados.” ¿No es maravilloso? ¿No nos gustaría que eso nos sucediera a todos nosotros? Ciertamente a mí sí.
¿Conocemos a alguien en nuestra vida que esté afligido con parálisis espiritual? ¿Alguien que no puede regresar a Cristo por sí mismo? Él o ella puede ser uno de nuestros hijos, uno de nuestros padres, un cónyuge o un amigo.
Con tantos misioneros de tiempo completo ahora disponibles en cada unidad de la Iglesia, sería sabio que los obispos y presidentes de rama usaran mejor sus consejos de barrio y rama. El obispo puede invitar a cada miembro del consejo de barrio a traer una lista con los nombres de aquellos que puedan necesitar ayuda; los miembros del consejo de barrio se reunirían para hallar la mejor forma de ayudar y los obispos escucharían atentamente todas las ideas y darían asignaciones.
Los misioneros de tiempo completo son un gran recurso para los barrios en estos esfuerzos de rescate. Son jóvenes y están llenos de energía. Les encanta tener una lista con los nombres de personas con las cuales trabajar. Gozan al trabajar con los miembros del barrio. Ellos saben que éstas son grandes oportunidades de búsqueda. Están dedicados a establecer el reino del Señor. Tienen un fuerte testimonio de que serán como Cristo cuando participen en estos esfuerzos de rescate.
En conclusión, permítanme compartir con ustedes un tesoro adicional escondido en este relato de las Escrituras. Se encuentra en el versículo 5: “Y al ver Jesús la fe de ellos (cursiva agregada). Yo no lo había notado antes: la fe de ellos. Nuestra fe unida también influirá en el bienestar de otros.
¿Quiénes eran aquellas personas que Jesús mencionó? Podrían ser los cuatro que cargaron la camilla del paralítico, el paralítico mismo, las personas que oraron por él y todos los que estaban escuchando las palabras de Jesús y pidiendo calladamente en sus corazones que se hiciera el milagro. También podría incluir a un cónyuge, a un padre, a un hijo o a una hija, un misionero, un presidente de quórum, una presidenta de la Sociedad de Socorro, un obispo o un amigo lejano. Todos podemos ayudarnos unos a otros. Debemos estar anhelosamente consagrados en buscar a aquellos que necesitan ser rescatados.
Testifico que Jesucristo es un Dios de milagros. Jesucristo nos ama a todos y tiene el poder para salvar y sanar, tanto física como espiritualmente. Cuando le ayudamos en Su misión de salvar almas, nosotros mismos seremos rescatados en el proceso. Esto lo testifico en Su sagrado nombre, aún Jesucristo. Amén.