2010–2019
¡El Señor tiene un plan para nosotros!
Octubre 2014


¡El Señor tiene un plan para nosotros!

Si continuamos viviendo como lo estamos haciendo, ¿se cumplirán las bendiciones prometidas?

Qué privilegio ser parte de este momento histórico en que los discursantes de la conferencia general tienen la opción de hablar en su idioma materno. La última vez que hablé desde este púlpito, me preocupaba mi acento en inglés; ahora me preocupa la velocidad de mi portugués. No quiero hablar más rápido que los subtítulos.

Todos hemos tenido o tendremos momentos de grandes decisiones en la vida. ¿Debo seguir esta carrera o la otra? ¿Debo prestar servicio en una misión? ¿Es ésta la persona con la que me debo casar?

Éstas son situaciones en diferentes áreas de nuestra vida en las que un pequeño cambio de dirección puede tener consecuencias significativas en el futuro. Tal como dijo el presidente Dieter F. Uchtdorf: “A lo largo de años de servicio al Señor… he aprendido que la diferencia que existe entre la felicidad y la amargura de las personas, de los matrimonios y de las familias muchas veces se debe a un error de sólo unos grados” (“Cuestión de sólo unos grados”, Liahona, mayo de 2008, pág. 58).

¿Cómo podemos evitar esos pequeños errores de cálculo?

Me valdré de una experiencia personal para ilustrar mi mensaje.

A finales de la década de 1980, nuestra joven familia se componía de mi esposa, Mônica, dos de nuestros cuatro hijos, y yo. Vivíamos en São Paulo, Brasil, yo trabajaba para una buena compañía, había terminado mis estudios universitarios y hacía poco que había sido relevado como obispo del barrio en el que vivíamos. La vida era buena y todo parecía ser como debía, hasta que un día un amigo de hacía muchos años llegó a visitarnos.

Al final de la visita, hizo un comentario y preguntó algo que perturbó mis convicciones. Me dijo: “Carlos, todo parece ir bien contigo, con tu familia, tu carrera y tu servicio en la Iglesia, pero” —y luego siguió la pregunta— “si continúas viviendo como lo estás haciendo, ¿se cumplirán las bendiciones que se prometen en tu bendición patriarcal?”.

Nunca había considerado mi bendición patriarcal de esa manera. La leía de vez en cuando, pero nunca con la intención de tener la mira en las bendiciones prometidas para el futuro y evaluar la forma en que estaba viviendo en el presente.

Después de su visita, volqué la atención a mi bendición patriarcal, preguntándome: “Si continuamos viviendo como lo estamos haciendo, ¿se cumplirán las bendiciones prometidas?”. Tras meditar, sentí que era necesario realizar algunos cambios, especialmente en relación con mi formación académica y mi profesión.

No era una decisión entre lo correcto y lo incorrecto, sino entre lo bueno y lo mejor, como el élder Dallin H. Oaks nos enseñó cuando dijo: “Al considerar varias opciones, debemos recordar que no es suficiente que algo sea bueno. Otras opciones son mejores e incluso otras son excelentes” (“Bueno, Mejor, Excelente”, Liahona, noviembre de 2007, pág. 105).

Entonces, ¿cómo podemos asegurarnos de que estamos tomando la mejor decisión?

Éstos son algunos principios que he aprendido:

Principio número uno: Debemos considerar las opciones teniendo en cuenta el resultado final

El tomar decisiones que pudieran repercutir en nuestra vida y en la de nuestros seres queridos sin tener una visión más amplia de sus consecuencias puede implicar algunos riesgos. Sin embargo, si proyectamos las posibles consecuencias de esas decisiones en el futuro, podemos ver con mayor claridad el mejor camino a tomar en el presente.

Entender quiénes somos, por qué estamos aquí y lo que el Señor espera de nosotros en esta vida nos dará la visión más amplia que necesitamos.

Podemos hallar ejemplos de las Escrituras en las que tener una visión más amplia dio claridad en cuanto a cuál senda tomar.

Moisés habló con el Señor frente a frente, aprendió sobre el Plan de Salvación y, por tanto, entendió mejor su función como el profeta de la congregación de Israel.

“Y Dios habló a Moisés, diciendo: He aquí, soy el Señor Dios Omnipotente…

“…y te mostraré las obras de mis manos…

“Y tengo una obra para ti, Moisés, hijo mío” (Moisés 1:3–4, 6).

Al entender esto, Moisés fue capaz de soportar muchos años de tribulación en el desierto y de guiar a Israel a su hogar.

Lehi, el gran profeta del Libro de Mormón, tuvo un sueño, y en visiones aprendió sobre su misión de guiar a su familia a una tierra prometida.

“Y sucedió que el Señor le mandó a mi padre, en un sueño, que partiese para el desierto con su familia.

“…y abandonó su casa, y la tierra de su herencia, y su oro, su plata y sus objetos preciosos” (1 Nefi 2:2, 4).

Lehi fue fiel a su visión a pesar de las dificultades del viaje y de tener que dejar una vida de comodidad en Jerusalén.

El profeta José Smith es otro gran ejemplo. Mediante muchas revelaciones, comenzando con la Primera Visión, fue capaz de completar su misión de restaurar todas las cosas (véase José Smith—Historia 1:1–26).

¿Y respecto a nosotros? ¿Qué espera el Señor de cada uno de nosotros?

No es necesario que veamos un ángel para obtener entendimiento. Tenemos las Escrituras, el templo, los profetas vivientes, nuestra bendición patriarcal, líderes inspirados y, sobre todo, el derecho de recibir revelación personal que guíe nuestras decisiones.

Principio número dos: Debemos estar preparados para los desafíos que vendrán

Las mejores sendas de la vida casi nunca son las más fáciles. A menudo, es precisamente lo opuesto. Podemos ver el ejemplo de los profetas que acabo de mencionar.

Moisés, Lehi y José Smith no tuvieron jornadas fáciles a pesar de que sus decisiones eran las correctas.

¿Estamos dispuestos a pagar el precio de nuestras decisiones? ¿Estamos preparados para salir de donde nos sentimos cómodos a fin de llegar a un mejor lugar?

Volviendo a mi experiencia con mi bendición patriarcal, en ese tiempo llegué a la conclusión de que debía continuar mis estudios y solicitar una beca en una universidad estadounidense. Si se me seleccionaba, tendría que dejar mi empleo, vender todo lo que teníamos y venir a vivir a los Estados Unidos como estudiante por dos años.

Los exámenes de inglés y de admisión fueron los primeros desafíos que tuve que vencer. Tomó tres largos años de preparación, muchos “no” y algunos “quizá” antes de que me aceptaran en una universidad. Todavía recuerdo la llamada telefónica que recibí de la persona responsable de las becas al final del tercer año.

Me dijo: “Carlos, tengo una buena noticia y una mala. La buena es que estás entre los tres finalistas de este año”. En ese momento sólo había una plaza. “La mala noticia es que uno de los otros candidatos es hijo de alguien importante, el otro es hijo de otra persona importante y luego estás tú”.

Yo respondí rápidamente: “Y yo… yo soy hijo de Dios”.

Felizmente, el linaje terrenal no fue factor decisivo y me aceptaron ese año, en 1992.

Somos hijos del Dios Todopoderoso. Él es nuestro Padre, Él nos ama y tiene un plan para nosotros. No estamos aquí en esta vida sólo para perder el tiempo, envejecer y morir. Dios desea que progresemos y logremos nuestro potencial.

Tal como dijo el presidente Thomas S. Monson: “Cada [uno] de ustedes, [solo] o [casado], no importa la edad que tenga, posee la oportunidad de aprender y de progresar. Expandan su conocimiento, tanto intelectual como espiritual, hasta la medida completa de su divino potencial” (“La fortaleza extraordinaria de la Sociedad de Socorro”, Liahona, enero de 1998, pág. 113).

Principio número tres: Debemos compartir esa visión con nuestros seres queridos

Lehi hizo muchos intentos por ayudar a Lamán y a Lemuel a entender la importancia del cambio que estaban haciendo. El hecho de que no compartían la visión de su padre hizo que murmuraran durante el viaje. Por otro lado, Nefi buscó al Señor a fin de ver lo que su padre había visto.

“Y aconteció que después que yo, Nefi, hube oído todas las palabras de mi padre concernientes a las cosas que había visto en su visión… sentí deseos de que también yo viera, oyera y supiera de estas cosas, por el poder del Espíritu Santo” (1 Nefi 10:17).

Con esa visión, Nefi no sólo pudo vencer los desafíos del viaje, sino también guiar a su familia cuando fue necesario.

Es muy posible que cuando decidamos tomar cierto camino, las personas que amamos se vean afectadas, y algunas incluso compartirán con nosotros las consecuencias de esa decisión. Idealmente, deberían poder ver lo que vemos y compartir nuestras mismas convicciones. No siempre es posible, pero cuando es así, la trayectoria es mucho más fácil.

En la experiencia personal que utilicé como ejemplo, sin duda necesitaba el apoyo de mi esposa. Nuestros hijos eran pequeños y no tenían mucha voz ni voto, pero el apoyo de mi esposa era esencial. Recuerdo que, al principio, Mônica y yo tuvimos que analizar detenidamente el cambio de planes hasta que se sintiera cómoda y estuviera comprometida. Esa visión compartida hizo que ella no sólo apoyara el cambio, sino que se convirtiera en un elemento esencial para su éxito.

Sé que el Señor tiene un plan para nosotros en esta vida. Él nos conoce y sabe lo que es mejor para nosotros. Sólo porque las cosas van bien no significa que no debamos considerar de vez en cuando si pudiera haber algo mejor. Si continuamos viviendo como lo estamos haciendo, ¿se cumplirán las bendiciones prometidas?

Dios vive; es nuestro Padre. El Salvador Jesucristo vive y sé que mediante Su sacrificio expiatorio podemos encontrar la fortaleza para vencer nuestros desafíos cotidianos. En el nombre de Jesucristo. Amén.

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