“¿No es [éste] más bien el ayuno que yo escogí?”
La ofrenda de ayuno de ustedes hará más que alimentar y vestir cuerpos; sanará y cambiará corazones.
Mis queridos hermanos y hermanas, me regocijo al extenderles mi amor en esta conferencia general de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Ese gozo procede del testimonio del Espíritu de que el amor del Salvador se extiende a cada uno de ustedes y a todos los hijos de nuestro Padre Celestial. Él desea bendecir a Sus hijos espiritual y temporalmente; Él comprende cada una de sus necesidades, dolores y esperanzas.
Cuando socorremos a alguien, el Salvador lo considera como si lo hubiéramos socorrido a Él.
Nos dijo que era así cuando describió un momento futuro que todos viviremos cuando lo veamos al concluir nuestra vida en este mundo. Mi imagen mental de ese día ha sido cada vez más vívida durante los días que he orado y ayunado para saber qué decir esta mañana. El Señor describió esa entrevista futura a Sus discípulos, y ella delinea lo que anhelamos con todo el corazón que nos suceda a nosotros:
“Entonces el Rey dirá a los que estén a su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo.
“Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis;
“estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; estuve en la cárcel, y vinisteis a mí.
“Entonces los justos le responderán, diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te sustentamos?, ¿o sediento y te dimos de beber?
“¿Y cuándo te vimos forastero y te recogimos?, ¿o desnudo y te cubrimos?
“¿O cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?
“Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de éstos, mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”1.
Ustedes y yo queremos esa cálida bienvenida del Salvador; pero, ¿cómo merecerla? Hay más hijos de nuestro Padre Celestial hambrientos, sin hogar y solos de los que posiblemente podamos ayudar; y sus números crecen más allá de nuestra capacidad.
Por lo tanto, el Señor nos ha dado algo que cada uno de nosotros puede hacer. Es un mandamiento tan sencillo que hasta un niño puede entenderlo; es un mandamiento con una promesa maravillosa tanto para quienes están necesitados como para nosotros.
Se trata de la ley del ayuno. Las palabras en el libro de Isaías son la descripción que el Señor hace del mandamiento y la bendición que está al alcance de los que pertenecemos a Su Iglesia:
“¿No es más bien el ayuno que yo escogí: desatar las ligaduras de la maldad, soltar las cargas de opresión, y dejar libres a los quebrantados y romper todo yugo?
“¿No consiste en que compartas tu pan con el hambriento y a los pobres errantes alojes en tu casa; en que cuando veas al desnudo, lo cubras y no te escondas del que es tu propia carne?
“Entonces nacerá tu luz como el alba, y tu salud se manifestará pronto; e irá tu rectitud delante de ti, y la gloria de Jehová será tu retaguardia.
“Entonces invocarás, y te responderá Jehová; clamarás, y dirá él: Heme aquí. Si quitas de en medio de ti el yugo, el señalar con el dedo y el hablar vanidad;
“y si extiendes tu alma al hambriento y sacias al alma afligida, en las tinieblas nacerá tu luz, y tu oscuridad será como el mediodía;
“y Jehová te guiará siempre, y en las sequías saciará tu alma y dará vigor a tus huesos; y serás como huerto de riego y como manantial cuyas aguas nunca faltan”2.
De modo que, el Señor nos ha dado un mandamiento sencillo con una promesa maravillosa. Actualmente, en la Iglesia se nos ofrece la oportunidad de ayunar una vez al mes y dar una ofrenda de ayuno generosa por medio del obispo o el presidente de rama para el beneficio del pobre y del necesitado. Algunas ofrendas se emplearán para ayudar a quienes los rodean, incluso tal vez a algún miembro de su familia. Los siervos del Señor orarán y ayunarán para recibir revelación a fin de saber a quién ayudar y qué tipo de ayuda ofrecer. Lo que no se precise para ayudar a las personas en su unidad local se pondrá a disposición para bendecir a otros miembros de la Iglesia alrededor del mundo que tengan necesidades.
El mandamiento de ayunar por los pobres trae consigo muchas bendiciones. El presidente Spencer W. Kimball dijo que el incumplimiento de esta ley se considera un pecado de omisión con un costo muy elevado. Él escribió: “… el Señor extiende ricas promesas a aquellos que ayunan y prestan ayuda al necesitado… La inspiración y la orientación espiritual vendrán junto con la rectitud y el acercamiento a nuestro Padre Celestial. La omisión de este acto justo del ayuno nos privaría de estas bendiciones”3.
Recibí una de esas bendiciones hace unos días. Dado que la conferencia general cae en un fin de semana que normalmente incluiría una reunión de ayuno y testimonios, ayuné y oré para saber cómo debía seguir siendo obediente al mandamiento de cuidar del necesitado.
El sábado, mientras estaba ayunando, me desperté a las 6 de la mañana y volví a orar. Tuve la impresión de consultar las noticias del mundo, donde leí la siguiente información:
El ciclón tropical Pam destruyó muchos hogares al pasar por Port Vila, la capital de Vanuatu. Hubo al menos seis personas muertas, las primeras confirmadas, a causa de una de las tormentas más poderosas que haya golpeado la isla.
“Apenas quedan árboles en pie tras el paso [del ciclón]” por la nación isleña del Pacífico4.
El equipo de evaluación de emergencias de World Vision planeaba estimar los daños cuando se calmara la tormenta.
Aconsejaron a los residentes que buscaran refugio en edificios robustos, como universidades y escuelas.
Luego dijeron: “‘Lo más fuerte que tienen son las iglesias de cemento’, declaró Inga Mepham, [de] CARE International… ‘Algunos ni siquiera tienen eso. Es difícil encontrar una estructura que parezca capaz de soportar [una tormenta] de categoría 5’”5.
Cuando leí la noticia, recordé haber visitado algunos hogares en Vanuatu. Pude imaginarme a las personas acurrucadas en casas que estaban siendo destruidas por los vientos, y recordé la cálida bienvenida que me ofrecieron las personas allí. Pensé en ellas y en sus vecinos huyendo en busca de refugio en nuestra capilla de cemento.
Entonces me imaginé al obispo y a la presidenta de la Sociedad de Socorro caminando entre ellos, consolándolos, dándoles frazadas, comida y agua. Podía visualizar a los niños asustados, acurrucados juntos.
Se hallaban tan lejos de la casa donde leí ese reporte, sin embargo, yo sabía lo que el Señor iba a estar haciendo por medio de Sus siervos. Sabía que lo que hacía posible que socorrieran a esos hijos del Padre Celestial eran las ofrendas de ayuno donadas generosamente por los discípulos del Señor que se hallaban lejos de ellos, pero cerca de Dios.
Así que no esperé hasta el domingo, y esa misma mañana llevé una ofrenda de ayuno a mi obispo. Sé que el obispo y la presidenta de la Sociedad de Socorro pueden usar esa ofrenda para ayudar a alguien de mi vecindario. Mi pequeña ofrenda tal vez no se necesite cerca de donde vivo con mi familia y puede que el excedente local de mis ofrendas llegue incluso a Vanuatu.
Pero habrá otras tormentas y tragedias en el mundo que afectarán a personas a las que el Señor ama y cuyos pesares Él siente. Parte de la ofrenda de ustedes y de la mía de este mes se empleará para ayudar a alguien, en algún lugar, cuyo alivio el Señor sentirá como si fuera Suyo.
La ofrenda de ayuno de ustedes hará más que alimentar y vestir cuerpos; sanará y cambiará corazones. El fruto de una ofrenda voluntaria puede ser el deseo en el corazón de quien la ha recibido de ayudar a otras personas necesitadas. Eso sucede en todo el mundo.
Ocurrió en la vida de la hermana Abie Turay, de Sierra Leona, donde una guerra civil que se desencadenó en 1991 azotó el país durante años. Sierra Leona ya era uno de los países más pobres del mundo. “Durante la guerra, no estaba claro quién controlaba el país —los bancos… cerraron, las oficinas gubernamentales fueron destruidas, la policía era ineficiente contra las fuerzas rebeldes… y cundía el caos, la muerte y el pesar. Decenas de miles de personas perdieron la vida y más de dos millones tuvieron que huir de sus hogares para evitar que fueran asesinadas”6.
Aún durante esa época, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días creció.
Una de las primeras ramas se organizó en la ciudad donde vivía la hermana Turay. Su esposo fue el primer presidente de rama y sirvió como presidente de distrito durante la guerra civil.
“Cuando la hermana Turay recibe invitados en su casa [ahora], le encanta mostrarles dos [tesoros] que conservó de la guerra: una camisa de rayas blancas y azules [que recibió] en un paquete de ropa usada [donada por miembros de la Iglesia], y una frazada que ahora está gastada y llena de agujeros”7.
Ella dice: “Esta camisa es la primera… prenda de vestir que [recibí]… Me la ponía para ir a trabajar —era muy buena. [Me hacía sentir muy hermosa]. Yo no tenía otra ropa”.
“Esta frazada nos mantuvo abrigados a mí y a mis hijos durante la guerra. Cuando los rebeldes [vinieron] a atacarnos, esto fue lo único que [pude] agarrar [al huir hacia los arbustos para ocultarnos]; así que la [llevábamos] con nosotros, nos mantenía abrigados y a salvo de los mosquitos”8.
“La hermana Turay menciona su gratitud por un presidente de misión que se abría camino por un país devastado por la guerra con [dinero] en el bolsillo”. Ese dinero, de donaciones de ofrendas de ayuno de personas como ustedes, permitió a los santos comprar alimentos que la mayoría de los habitantes del país no podían adquirir9.
La hermana Turay dice de quienes fueron lo bastante generosos como para hacer donaciones que a ellos les permitieron sobrevivir: “Cuando pienso [en] la gente que hizo eso… siento que [fueron] enviados por Dios, pues seres humanos comunes y corrientes tuvieron un gesto amable con [nosotros]”10.
Un visitante de los Estados Unidos estuvo con Abie recientemente. Mientras estaba con ella “notó un juego de Escrituras sobre la mesa”. Percibió que eran un tesoro: estaban “bien marcadas y tenían anotaciones en las columnas; las páginas estaban [gastadas], algunas incluso rotas, y la cubierta estaba despegada del libro”.
Tomó las Escrituras en la “mano y dio vuelta a las páginas con delicadeza. Al [hacerlo, halló una] copia amarilla de un formulario de donativos y pudo ver cómo, en un país donde un [dólar vale su] peso en oro, Abie Turay había pagado un dólar de diezmo, un dólar al fondo misional y un dólar como ofrenda de ayuno para quienes, en sus propias palabras, eran ‘realmente pobres’”.
El visitante cerró las Escrituras de la hermana Turay y pensó, mientras se hallaba con esa fiel madre de África, que estaba en tierra santa11.
Así como el recibir la bendición de la ofrenda de ayuno de ustedes y la mía puede cambiar corazones, lo mismo ocurre cuando ayunamos por otras personas. Hasta un niño puede sentirlo.
Por razones personales, a muchos niños y algunos adultos puede resultarles difícil ayunar 24 horas. Podría ser, en las palabras de Isaías, que sientan que el ayuno ha “afligido su alma”. Los padres prudentes reconocen esa posibilidad y tienen cuidado de seguir el consejo del presidente Joseph F. Smith: “Es mejor enseñarles el principio y dejarles observarlo cuando tengan la edad suficiente para escoger con inteligencia”12.
Recientemente aprecié la bendición de ese consejo. Uno de mis nietos había descubierto que un ayuno de 24 horas supera su capacidad de resistencia, pero aun así, sus sabios padres plantaron dicho principio en su corazón. Uno de sus amigos de la escuela perdió a un primo por muerte accidental. Mi nieto le preguntó a su madre durante el domingo de ayuno, a la misma hora que en el pasado había considerado que continuar el ayuno era demasiado arduo, si su apesadumbrado amigo se sentiría mejor si él seguía ayunando.
Su pregunta era la confirmación del consejo del presidente Joseph F. Smith. Mi nieto había llegado al punto donde no sólo comprendía el principio del ayuno, sino que se le había arraigado en el corazón. Había llegado a sentir que su ayuno y sus oraciones podían traer como resultado una bendición de Dios para alguien necesitado. Si vive el principio con suficiente frecuencia, sentirá en su vida los maravillosos efectos que promete el Señor: tendrá la bendición espiritual del poder para recibir inspiración y mayor capacidad para resistir la tentación.
Desconocemos todas las razones por las que Jesucristo fue al desierto a ayunar y orar, pero sí sabemos al menos uno de los efectos: el Salvador resistió por completo las tentaciones de Satanás de usar incorrectamente Su poder divino.
Tal vez el breve tiempo que ayunemos cada mes y la pequeña cantidad que ofrezcamos a los pobres produzca sólo una pequeña parte del cambio en nuestra naturaleza para no tener más el deseo de hacer lo malo. Sin embargo, existe una gran promesa cuando hacemos todo lo razonablemente posible para orar, ayunar y hacer una donación para las personas necesitadas:
“Entonces nacerá tu luz como el alba, y tu salud se manifestará pronto; e irá tu rectitud delante de ti, y la gloria de Jehová será tu retaguardia.
“Entonces invocarás, y te responderá Jehová; clamarás, y dirá él: Heme aquí”13.
Ruego que reclamemos esas grandes bendiciones para nosotros y para nuestra familia.
Testifico que Jesús es el Cristo, que en Su Iglesia se nos invita a ayudarlo a cuidar del pobre a Su manera, y que Él promete que recibiremos bendiciones sempiternas por ayudarlo. En el nombre de Jesucristo. Amén.