Cómo preservar el albedrío y cómo proteger la libertad religiosa
El uso fiel de nuestro albedrío depende de que tengamos libertad religiosa.
Hoy es domingo de Pascua de Resurrección: un día de gratitud en el que recordamos honrar la Expiación y Resurrección de nuestro Salvador Jesucristo a favor de toda la humanidad. Lo adoramos, agradecidos por nuestra libertad de religión, libertad de reunión, libertad de expresión y el derecho divino del albedrío.
Como predijeron los profetas acerca de estos últimos días en los que vivimos, hay muchos que están confundidos en cuanto a quiénes somos y lo que creemos. Algunos son “…calumniadores [y]… aborrecedores de lo bueno”1. Otros “…a lo malo llaman bueno, y a lo bueno, malo; [y]… hacen de la luz tinieblas y de las tinieblas luz” 2.
Mientras los que nos rodean toman decisiones de cómo responder a nuestras creencias, no debemos olvidar que el albedrío moral es una parte esencial del plan de Dios para todos Sus hijos. Ese plan eterno, que se nos presentó en el concilio premortal de los cielos, incluía el don del albedrío3.
“…por motivo de que Satanás se rebeló contra mí, y pretendió destruir el albedrío del hombre que yo, Dios el Señor, le había dado… hice que fuese echado abajo”4.
Y continuó: “…y también alejó de mí a la tercera parte de las huestes del cielo, a causa de su albedrío”5.
Como resultado, los hijos espirituales del Padre Celestial que escogieron rechazar el plan del Padre y siguieron a Lucifer, perdieron su destino divino.
Jesucristo, haciendo uso de Su albedrío, dijo:
“Heme aquí; envíame”6.
“…hágase tu voluntad, y sea tuya la gloria para siempre”7.
Jesús, que ejerció Su albedrío para apoyar el plan del Padre Celestial, fue reconocido y designado por el Padre como nuestro Salvador, preordenado para llevar a cabo el sacrificio expiatorio por todos. Del mismo modo, el ejercicio de nuestro albedrío para guardar los mandamientos, nos permite entender plenamente quiénes somos y recibir todas las bendiciones que nuestro Padre Celestial tiene, —incluso la oportunidad de tener un cuerpo, de progresar, de tener gozo, de tener una familia y de heredar la vida eterna.
Para guardar los mandamientos, debemos conocer la doctrina oficial de la Iglesia, de modo que no seamos desviados del liderazgo que proporciona Cristo frente a las constantes cambiantes ideas de la gente.
Las bendiciones que hoy gozamos se deben a que elegimos seguir al Salvador antes de esta vida. Todo el que escuche o lea estas palabras, sea quien sea o cualquiera que haya sido su pasado, recuerde esto: no es demasiado tarde para tomar la misma decisión otra vez y seguirlo a Él.
Mediante nuestra fe en Jesucristo, al creer en Su expiación, al arrepentirnos de nuestros pecados y ser bautizados, es posible recibir el don divino del Espíritu Santo. Ese don proporciona conocimiento y entendimiento, guía y fortaleza para aprender y ganar un testimonio, además de poder y purificación para vencer el pecado, y consuelo y ánimo para ser fieles ante la tribulación. Estas incomparables bendiciones del Espíritu aumentan nuestra libertad y poder para hacer lo que es justo, pues “…donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad”8.
Al caminar por el sendero de la libertad espiritual en estos últimos días, debemos entender que el uso fiel de nuestro albedrío depende de que tengamos o no libertad religiosa. Ya sabemos que Satanás no desea que tengamos esa libertad. Él intentó destruir el albedrío moral en los cielos; y ahora en la Tierra está oponiéndose y diseminando confusión de manera implacable acerca de la libertad religiosa y socavándola; algo que es tan esencial para nuestra vida espiritual y nuestra propia salvación.
Hay cuatro piedras angulares de la libertad religiosa que, como Santos de los Últimos Días, debemos proteger y de las que dependemos.
La primera es la libertad de culto. Nadie debería tener que soportar críticas, persecución ni ataques por parte de personas o gobiernos debido a lo que crea en cuanto a Dios. Es algo personal y muy importante. Una de las primeras declaraciones sobre nuestras creencias acerca de la libertad religiosa dice:
“…ningún gobierno puede existir en paz, a menos que se formulen y se conserven invioladas las leyes que garanticen a cada individuo el libre ejercicio de la conciencia…”
“…el magistrado civil debe restringir el crimen, pero nunca dominar la conciencia… [ni] suprimir la libertad del alma”9.
Esta libertad de culto fundamental ha sido reconocida por las Naciones Unidas en su Declaración Universal de Derechos Humanos y por otros documentos nacionales e internacionales sobre los derechos humanos10.
La segunda piedra angular de la libertad religiosa es la libertad de compartir nuestra fe y nuestras creencias con los demás. El Señor nos manda: “Y… enseñaréis [el Evangelio] a vuestros hijos…estando en tu casa”11. Él también dijo a Sus discípulos: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura”12. Como padres, misioneros de tiempo completo y miembros misioneros, dependemos de la libertad religiosa para enseñar la doctrina del Señor en nuestra familia y alrededor del mundo.
La tercera piedra angular de la libertad religiosa es la libertad de formar una organización religiosa, una iglesia, para adorar pacíficamente junto con otras personas. En el Artículo de Fe número once se declara: “Reclamamos el derecho de adorar a Dios Todopoderoso conforme a los dictados de nuestra propia conciencia, y concedemos a todos los hombres el mismo privilegio: que adoren cómo, dónde o lo que deseen”. Existen documentos internacionales de los derechos humanos y otras constituciones nacionales que apoyan este principio.
La cuarta piedra angular de la libertad religiosa es la libertad de vivir nuestras creencias: la libertad de ejercer nuestra fe no sólo en el hogar y en la capilla, sino también en lugares públicos. El Señor nos manda no sólo a orar en privado13, sino también que “alumbre [nuestra] luz delante de los hombres, para que vean [nuestras] buenas obras y glorifiquen a [nuestro] Padre que está en los cielos”14.
Algunos se ofenden cuando llevamos nuestra religión a esos lugares públicos, pero esas mismas personas que insisten en que la sociedad tolere sus puntos de vista y sus acciones, a menudo son muy lentas para ofrecer esa misma tolerancia a los creyentes que también desean que sus puntos de vista y acciones sean tolerados. La falta general de respeto hacia los puntos de vista religiosos está rápidamente degenerando en intolerancia social y política hacia la gente y las instituciones religiosas.
Conforme afrontamos mayor presión para ceder a las normas seculares, renunciar a nuestras libertades religiosas y poner en riesgo nuestro albedrío, consideremos lo que enseña el Libro de Mormón sobre nuestras responsabilidades: En el libro de Alma leemos de Amlici, un “hombre muy astuto” y “perverso” que buscó ser rey del pueblo para “[privarlos] de sus derechos y privilegios… [lo cual] alarmó mucho a la gente de la Iglesia”15. El rey Benjamín les había enseñado a alzar la voz por lo que sintieran que era justo16. Por lo tanto, “se [reunieron] por toda la tierra, todo hombre según su opinión, ya fuera a favor o en contra de Amlici, en grupos separados, ocasionando muchas disputas…entre unos y otros”17.
En esas conversaciones, los miembros de la Iglesia y otras personas tuvieron la oportunidad de unirse, de experimentar el espíritu de unidad y recibir la influencia del Espíritu Santo. “Y aconteció que la voz del pueblo resultó en contra de Amlici, de modo que no fue hecho su rey”18.
Como discípulos de Cristo tenemos la responsabilidad de trabajar unidos con quienes compartan nuestro parecer, para alzar nuestra voz por lo que es justo. Aunque los miembros nunca deben afirmar, ni siquiera insinuar, que hablan en nombre de la Iglesia, se nos invita a todos, en calidad de ciudadanos, a compartir nuestro testimonio personal con convicción y amor: “todo hombre según su [propia] opinión”19.
El Profeta José Smith dijo:
“…declaro sin temor ante los cielos que estoy igualmente dispuesto a morir en defensa de los derechos de un presbiteriano, un bautista o cualquier hombre bueno de la denominación que fuere; porque el mismo principio que hollaría los derechos de los Santos de los Últimos Días atropellaría los derechos de los católicos romanos o de cualquier otra denominación que no fuera popular y careciera de la fuerza para defenderse.
Lo que inspira mi alma es el amor por la libertad, la libertad civil y religiosa para toda la raza humana”20, dijo el profeta José.
Hermanos y hermanas, tenemos la responsabilidad de salvaguardar estas libertades y estos derechos sagrados, para nosotros y para nuestra posteridad. ¿Qué podemos hacer, ustedes y yo?
Primero, tenemos que estar informados. Estén al tanto de los problemas en su comunidad que podrían tener un impacto en cuanto a la libertad religiosa.
Segundo, cada uno, individualmente, únase a otras personas que compartan nuestro compromiso por la libertad religiosa y trabajen juntos para protegerla.
Tercero, vivan su vida de tal modo que sea un ejemplo de lo que ustedes creen: en palabra y en hechos. La forma en que vivimos nuestra religión es más importante que lo que decimos de ella.
La Segunda Venida de nuestro Salvador está cerca. No nos demoremos en esta gran causa. Recordemos al capitán Moroni que enarboló el estandarte de la libertad, que tenía escrito las palabras: “En memoria de nuestro Dios, nuestra religión, y libertad, y nuestra paz, nuestras esposas y nuestros hijos”21. Recordemos la respuesta del pueblo, ejerciendo su albedrío, “vinieron corriendo”, con el convenio de actuar22.
Mis amados hermanos y hermanas, ¡no caminen! ¡Corran! Corran a recibir las bendiciones del albedrío al seguir al Espíritu Santo y ejercer las libertades que Dios nos ha dado para hacer Su voluntad.
Dejo mi testimonio especial, en este especial día de Pascua, que Jesucristo utilizó Su albedrío para hacer la voluntad de nuestro Padre Celestial.
De nuestro Salvador, cantamos: “Su vida libremente dio; Su sangre derramó”23. Y porque Él lo hizo, tenemos la inestimable oportunidad de “escoger la libertad y la vida eterna” mediante el poder y las bendiciones de Su Expiación24. Ruego que libremente escojamos seguirlo a Él, hoy y siempre, y lo hago en Su sagrado nombre, a saber, Jesucristo. Amén.