2010–2019
La doctrina de Cristo
Octubre de 2016


11:8

La doctrina de Cristo

La doctrina de Cristo nos permite acceder al poder espiritual que nos elevará de nuestro estado espiritual actual a un estado en el que podemos llegar a ser perfeccionados.

La visita de Jesús a los nefitas después de Su resurrección se organizó cuidadosamente para enseñarnos las cosas de mayor importancia. Comenzó con el Padre testificando a la gente que Jesús era Su “Hijo Amado, en quien [se complacía]”1. Luego, Jesús mismo descendió y testificó de Su sacrificio expiatorio2 e invitó a la gente a “[saber] con certeza” que Él era el Cristo diciéndoles que fueran y tocaran la herida de Su costado y las marcas de los clavos en las manos y los pies3. Esos testimonios establecieron, sin duda, que la expiación de Jesús se había llevado a cabo y que el Padre había cumplido Su convenio de proveer un Salvador. Entonces Jesús instruyó a los nefitas, enseñándoles la doctrina de Cristo, cómo obtener todas las bendiciones del plan de felicidad del Padre, las cuales están a nuestro alcance gracias a la expiación del Salvador4.

Mi mensaje de hoy se centra en la doctrina de Cristo. Las Escrituras definen la doctrina de Cristo como ejercer la fe en Jesucristo y en Su Expiación, arrepentirse, bautizarse, recibir el don del Espíritu Santo y perseverar hasta el fin5.

La doctrina de Cristo nos permite obtener las bendiciones de la expiación de Cristo

La expiación de Cristo crea las condiciones que nos permiten confiar en “los méritos, y misericordia, y gracia del Santo Mesías”6, [ser perfeccionados] en Cristo7, obtener todo lo bueno8 y lograr la vida eterna9.

Por otro lado, la doctrina de Cristo es el medio —el único medio— por el que podemos obtener todas las bendiciones que están disponibles a través de la expiación de Jesús. La doctrina de Cristo nos permite acceder al poder espiritual que nos elevará de nuestro estado espiritual actual a un estado en el que podemos llegar a ser perfeccionados como el Salvador10. En cuanto al proceso de renacer, el élder D. Todd Christofferson ha enseñado: “Volver a nacer, a diferencia del nacimiento físico, es más un proceso que un acontecimiento, y el dedicarnos a ese proceso es el propósito central de la vida terrenal”11.

Exploremos cada elemento de la doctrina de Cristo.

Primero, fe en Jesucristo y en Su expiación. Los profetas han enseñado que la fe empieza al oír la palabra de Cristo12. Las palabras de Cristo testifican de Su sacrificio expiatorio y nos dicen cómo podemos obtener el perdón, las bendiciones y la exaltación13.

Al oír las palabras de Cristo, ejercemos fe cuando escogemos seguir las enseñanzas y el ejemplo del Salvador14. Para hacerlo, Nefi nos enseñó que debemos confiar “íntegramente en los méritos de [Cristo,] que es poderoso para salvar”15. Dado que Jesús era un Dios en la existencia preterrenal16, vivió una vida sin pecado17 y durante Su expiación satisfizo todas las demandas de la justicia por ustedes y por mí18, Él tiene el poder y las llaves para efectuar la resurrección de todos los hombres19 e hizo posible que la misericordia sobrepujara a la justicia mediante las condiciones del arrepentimiento20. Cuando entendemos que podemos obtener misericordia por medio de los méritos de Cristo, somos capaces de “tener fe para arrepentimiento”21. Confiar íntegramente en los méritos de Cristo es confiar en que Él hizo lo que era necesario para salvarnos y entonces actuar según nuestras creencias22.

La fe también hace que dejemos de preocuparnos tanto por lo que los demás piensen de nosotros y empecemos a preocuparnos más por lo que Dios piensa de nosotros.

Segundo, el arrepentimiento. Samuel el Lamanita enseñó: “…si creéis en [el] nombre [de Cristo], os arrepentiréis de todos vuestros pecados”23. El arrepentimiento es un don preciado de nuestro Padre Celestial que se hizo posible mediante el sacrificio de Su Hijo Unigénito. Es el proceso que el Padre nos ha dado por el cual cambiamos, o tornamos, los pensamientos, las obras y nuestro propio ser para llegar a ser más y más como el Salvador24. No es solo para pecados grandes, sino que es un proceso diario de autoevaluación y mejoramiento25 que nos ayuda a superar nuestros pecados, imperfecciones, debilidades y carencias26. El arrepentimiento hace que lleguemos a ser “discípulos verdaderos” de Cristo, lo cual nos llena de amor27 y desecha nuestros temores28. El arrepentimiento no es un plan secundario en caso de que falle nuestro plan de tener una vida perfecta29. El arrepentimiento continuo es la única senda que puede brindarnos gozo perdurable y nos permite volver a vivir con nuestro Padre Celestial.

Por medio del arrepentimiento llegamos a ser sumisos y obedientes a la voluntad de Dios. Eso no es algo que surja de la nada. El reconocimiento de la bondad de Dios y de nuestra nulidad30, combinado con nuestros mejores esfuerzos por conciliar nuestra conducta con la voluntad de Dios31, trae la gracia a nuestra vida32. La gracia es “el medio divino de ayuda o fortaleza que se recibe por medio de la generosa misericordia y el amor de Jesucristo… para hacer buenas obras que de otro modo no [seríamos] capaces de hacer por [nuestros] propios medios”33. Debido a que el arrepentimiento en realidad tiene que ver en cómo llegar a ser como el Salvador, lo cual es imposible de lograr por nosotros mismos, necesitamos desesperadamente Su gracia para hacer los cambios necesarios en nuestra vida.

Al arrepentirnos reemplazamos nuestras conductas, debilidades, imperfecciones y temores antiguos e injustos con conductas y creencias nuevas que nos acercan más al Salvador y nos ayudan a llegar a ser como Él.

Tercero, el bautismo y la Santa Cena. El profeta Mormón enseñó que “las primicias del arrepentimiento es el bautismo”34. Para ser cabal, el arrepentimiento se debe combinar con la ordenanza del bautismo que administra alguien que posea la autoridad del sacerdocio de Dios. Para los miembros de la Iglesia, los convenios que se hacen en el bautismo y en otras ocasiones se renuevan al participar de la Santa Cena35.

En las ordenanzas del bautismo y de la Santa Cena, hacemos convenio de guardar los mandamientos del Padre y del Hijo, recordar siempre a Cristo y estar dispuestos a tomar Su nombre (o Su obra y atributos36) sobre nosotros37. A cambio, el Salvador hace convenio de perdonar, o remitir, nuestros pecados38 y “[derramar] su Espíritu más abundantemente sobre [nosotros]”39. Cristo también promete prepararnos para la vida eterna al ayudarnos a llegar a ser como Él40.

Douglas D. Holmes, Primer Consejero de la Presidencia General de los Hombres Jóvenes, ha escrito: “Las ordenanzas del bautismo y de la Santa Cena simbolizan tanto el resultado final como el proceso de nacer de nuevo. En el bautismo, sepultamos al hombre viejo de la carne y andamos en vida nueva41. En la Santa Cena, aprendemos que este cambio es un proceso gradual [donde] poco a poco, semana a semana, se nos transforma al arrepentirnos y hacer convenios, y [llegamos a ser como el Salvador] a través de una medida mayor del Espíritu”42.

Las ordenanzas y los convenios son esenciales en la doctrina de Cristo. El poder de la divinidad se manifiesta en nuestra vida al recibir dignamente las ordenanzas del sacerdocio y observar los convenios que las acompañan43. El élder D. Todd Christofferson explicó que “ese ‘poder de la divinidad’ viene por medio de la persona y la influencia del Espíritu Santo”44.

Cuarto, el don del Espíritu Santo. Después del bautismo se nos da el don del Espíritu Santo por medio de la ordenanza de la confirmación45. Este don, si lo recibimos, nos permite tener la compañía constante de un Dios46 y acceso continuo a la gracia que, por naturaleza, acompaña a Su influencia.

Como nuestro compañero constante, el Espíritu Santo nos da poder o fortaleza adicionales para observar los convenios47. También nos santifica48, lo cual significa que nos hace “[libres] del pecado y [nos volvemos puros, limpios y santos] mediante la expiación de Jesucristo”49. El proceso de santificación no solo nos limpia, sino que también nos inviste con los necesarios dones espirituales o atributos divinos del Salvador50 y cambia nuestra naturaleza misma51, de tal modo “que ya no tenemos más disposición a obrar mal”52. Cada vez que recibimos el Espíritu Santo en nuestra vida por medio de la fe, el arrepentimiento, las ordenanzas, el servicio cristiano y otros empeños justos, somos cambiados hasta que, paso a paso, poco a poco, llegamos a ser como Cristo53.

Quinto, perseverar hasta el fin. El profeta Nefi enseñó que después de recibir el don del Espíritu Santo, debemos “[perseverar] hasta el fin, siguiendo el ejemplo del Hijo del Dios viviente”54. El élder Dale G. Renlund describió el proceso de perseverar hasta el fin de la siguiente manera: “Podemos ser perfeccionados… de manera reiterada y continua [al]… [ejercer] fe en [Cristo], arrepentirnos, participar de la Santa Cena para renovar los convenios y las bendiciones del bautismo, y reclamar al Espíritu Santo como compañero constante en mayor medida. Al hacerlo, llegamos a ser más como Cristo y somos capaces de perseverar hasta el fin, con todo lo que ello implica”55.

En otras palabras, la recepción del Espíritu Santo y el cambio que ese hecho crea en nosotros también contribuyen a edificar nuestra fe. Una fe mayor conduce a un arrepentimiento adicional. Cuando, de manera simbólica, sacrificamos el corazón y los pecados en el altar de la Santa Cena, recibimos el Espíritu Santo en mayor medida. Recibir el Espíritu Santo en mayor medida nos hace avanzar más por el camino de nacer de nuevo. A medida que continuamos en este proceso y obtenemos todas las ordenanzas de salvación y los convenios del Evangelio, recibimos “gracia sobre gracia” hasta recibir una plenitud56.

Debemos aplicar la doctrina de Cristo en nuestra vida

Hermanos y hermanas, al aplicar la doctrina de Cristo en nuestra vida somos bendecidos tanto temporal como espiritualmente, incluso en las pruebas. Con el tiempo, somos capaces de “[aferrarnos] a todo lo bueno”57. Testifico que este proceso ha sucedido y sigue sucediendo en mi propia vida, paso a paso, poco a poco.

Pero lo más importante es que debemos aplicar la doctrina de Cristo en nuestra vida porque proporciona el único camino de regreso a nuestro Padre Celestial; es la única manera de recibir al Salvador y llegar a ser Sus hijos e hijas58. De hecho, la única manera de ser redimidos del pecado y progresar espiritualmente es aplicar la doctrina de Cristo en nuestra vida59. De manera alternativa, el apóstol Juan enseñó que “el que… no persevera en la doctrina de Cristo no tiene a Dios”60; y Jesús mismo dijo a los Doce nefitas que si no ejercemos fe en Cristo, no nos bautizamos y no perseveramos hasta el fin, seremos “cortado[s] y echado[s] en el fuego, de donde nunca más [podemos] volver”61.

Entonces, ¿cómo podemos aplicar la doctrina de Cristo más plenamente a nuestra vida? Una manera sería hacer un esfuerzo consciente cada semana de prepararnos para la Santa Cena al dedicar un tiempo para considerar en oración aquellos aspectos en los que necesitamos mejorar. Entonces podríamos llevar al altar de la Santa Cena un sacrificio de, por lo menos, una cosa que nos impide ser como Jesucristo, suplicar ayuda con fe, pedir los dones espirituales necesarios y hacer convenio de mejorar durante la semana siguiente62. Al hacerlo, el Espíritu Santo acudirá a nuestra vida en mayor medida y tendremos fortaleza adicional para superar nuestras imperfecciones.

Testifico que Jesucristo es el Salvador del mundo y el único nombre mediante el cual podemos ser salvos63. Todo lo que es bueno está a nuestro alcance solo por medio de Él64; pero, para realmente “[aferrarnos] a todo lo bueno”65, incluso la vida eterna, debemos aplicar continuamente la doctrina de Cristo en nuestra vida. En el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.