“En cualquier lugar de la tierra”, capítulo 18 de Santos: La historia de la Iglesia de Jesucristo en los últimos días, tomo III, Valerosa, noble e independiente, 1893–1955, 2021
Capítulo 18: “En cualquier lugar de la tierra”
Capítulo 18
En cualquier lugar de la tierra
En diciembre de 1927, Reinhold Stoof, el presidente de la Misión Sudamericana estaba listo para dejar Argentina, aunque solo por un tiempo.
Dieciocho meses antes, cuando Reinhold llegó a Buenos Aires, él había pensado trabajar principalmente con los inmigrantes de habla alemana. Pero los alemanes que había en la ciudad vivían en lugares dispersos y eran difíciles de encontrar, haciendo difícil la obra misional entre ellos. Si la Iglesia iba a crecer como un roble en Sudamérica, tal como el élder Melvin J. Ballard había profetizado, Reinhold y su pequeño grupo de misioneros necesitarían llevar el Evangelio a las personas hispanohablantes1.
Como él era un miembro de la Iglesia de origen alemán y apenas sabía unas palabras en español, Reinhold comenzó a estudiar el idioma casi inmediatamente. Sin embargo, seguía sintiéndose responsable de los alemanes que había en el continente. Sabía que había grandes comunidades de inmigrantes de habla alemana en Brasil, el país vecino. De hecho, antes de regresar a los Estados Unidos, el élder Ballard le había recomendado que enviara misioneros a esas comunidades para determinar cuánto interés tenían en el Evangelio.
Reinhold sabía de algunos santos alemanes que ya vivían en Brasil, y creía que ellos podían ayudar a establecer ramas de la Iglesia en sus pueblos y ciudades. Ya que el trabajo entre los inmigrantes alemanes había disminuido en Buenos Aires, parecía ser el momento correcto para visitar Brasil2.
El 14 de diciembre, Reinhold dejó a un misionero a cargo de la obra en Argentina y viajó a Brasil con un misionero de nombre Waldo Stoddard. Primero se detuvieron en São Paulo, una de las ciudades más grandes de Brasil, donde esperaban encontrar a un miembro de la Iglesia que se había mudado ahí después de servir en la Misión Suiza-Alemana. Pero su búsqueda no fue exitosa, y la ciudad misma había probado que era muy desafiante para la obra misional. São Paulo tenía muchos inmigrantes alemanes, pero al igual que en Buenos Aires, se encontraban esparcidos por la ciudad3.
Una semana después, Reinhold y Waldo viajaron a una ciudad más pequeña llamada Joinville, al sur de Brasil. La ciudad había sido fundada por inmigrantes del norte de Europa en la década de 1850, y muchas personas que vivían ahí seguían hablando alemán. La gente era amable y parecía estar interesada en el Evangelio. Reinhold y Waldo distribuyeron folletos y tuvieron dos reuniones en la ciudad. En ambas ocasiones asistieron más de cien personas. Los misioneros encontraron un interés similar cuando predicaron en otros pueblos de la región. En su último día en Joinville, fueron invitados a bendecir a dos mujeres enfermas.
Después de pasar tres semanas en Joinville y sus alrededores, Reinhold regresó a Argentina emocionado por lo que había encontrado en Brasil. “Trabajar entre los alemanes en Buenos Aires siempre será bueno —informó a la Primera Presidencia—, pero no es nada en comparación con el trabajo entre los alemanes en Brasil”.
Él deseaba enviar misioneros a Joinville de inmediato. “Siempre fui optimista en la vida, pero nunca demasiado entusiasta como para no reconocer los problemas y los obstáculos —admitió—. A pesar de ello, repito: ¡El sur de Brasil es el lugar!”4.
Reinhold Stoof regresó de Brasil para cuando John y Leah Widtsoe llegaban a Liverpool, Inglaterra, para comenzar su misión. De inmediato, matricularon a Eudora en una secundaria local y dieron comienzo a su nueva vida. A Leah le gustó el cambio. Nunca había servido una misión ni había dedicado tanto tiempo a trabajar fuera de su hogar, y cada día le traía nuevas experiencias. La obra misional le resultaba natural, disfrutaba sirviendo al lado de John, cuya profesión y asignaciones de la Iglesia los habían mantenido lejos el uno del otro5.
Habían pasado casi treinta años desde que habían ido a Europa para que John estudiara. Desde entonces, la Iglesia había crecido notablemente por todo el continente. El fin de la emigración a gran escala a Utah significó que ahora vivían cerca de veintiocho mil santos en Europa, casi la mitad de ellos eran de habla alemana. Críticos hostiles como William Jarman también se habían perdido de vista, y muchos periódicos ahora publicaban informes imparciales de conferencias de la Iglesia o hacían comentarios favorables de las buenas acciones de los santos6.
Sin embargo, a medida que Leah y John visitaban las ramas a lo largo del continente, percibieron algo de indiferencia y frustración entre los santos. Algunas ordenanzas de la Iglesia, como las bendiciones patriarcales y la adoración en el templo no estaban disponibles en Europa. Y desde que la Iglesia había dejado de promover los esfuerzos de emigración, pocos santos europeos podían tener la esperanza de participar en esas ordenanzas7.
Otros factores entorpecían el progreso. Los misioneros que venían de los Estados Unidos eran más jóvenes e inexpertos que sus predecesores. Muchos de ellos apenas podían hablar el idioma de la misión, a pesar de eso, en la mayoría de los casos, los misioneros eran puestos a cargo de las congregaciones —incluso en lugares en los que había miembros fuertes y capaces que habían pertenecido a la Iglesia por décadas. Esas ramas, que dependían de ingresos modestos de los diezmos, generalmente rentaban salones de reuniones en partes del pueblo que estaban en ruinas, lo que hacía difícil atraer a miembros nuevos. La falta de Sociedades de Socorro, Primarias, Asociaciones de Mejoramiento Mutuo y Escuelas Dominicales también hizo que la Iglesia fuera menos llamativa tanto para los Santos de los Últimos Días como para los posibles miembros de la Iglesia8.
Leah, al igual que John, estaba ansiosa por servir a los santos europeos. Su responsabilidad principal era dirigir la obra de la Sociedad de Socorro en Europa, y poco después de llegar a Inglaterra comenzó a escribir lecciones de la Sociedad de Socorro en cuanto al Libro de Mormón para el año siguiente. En su primer mensaje a la Sociedad de Socorro en las Islas Británicas, que se publicó en el Millennial Star, ella reconocía lo lejanas que estaban las Oficinas Generales de la Iglesia, pero expresaba su opinión de que Sion no se encontraba en un solo sitio.
“Después de todo, ¿dónde se encuentra Sion? —preguntaba—. Sion es ‘los puros de corazón’ y eso puede ser en cualquier lugar de la tierra en el que los hombres elijan servir a Dios en plenitud y verdad”9.
A medida que Leah y John viajaban por la misión, y aprendían más en cuanto a cómo ayudar a las personas de Europa, no podían dejar de pensar en su hijo Marsel. Era difícil para John visitar la región en la que su hijo había servido fielmente. A pesar de eso, se consolaba con una experiencia que había tenido poco después del fallecimiento de Marsel, en la que el espíritu del joven vino y lo aseguró que estaba feliz y ocupado con la obra misional del otro lado del velo. El mensaje le había infundido el valor para hacer frente a la vida sin su hijo10.
Leah también sacaba fuerzas de esa certeza. Anteriormente, el saber que Marsel estaba trabajando alegremente en el mundo de los espíritus no había sido suficiente para sacarla de la depresión; pero la misión cambió su perspectiva. “Saber que nuestro hijo está ocupado allá como lo estamos nosotros aquí en la misma gran causa, me da un incentivo mayor para incrementar mi actividad y entusiasmo”, escribió en una carta a una amiga en Utah. La muerte de Marsel seguía siendo un recuerdo doloroso, pero ella halló esperanza y sanación en Jesucristo.
“Nada sino el Evangelio podía hacer que tal experiencia fuera tolerable”, testificó. Y ahora su fe en el poder sanador del Señor era firme. “Ha resistido la prueba —escribió—. ¡Funciona!”11.
La lluvia y el viento azotaban la vivienda de Bertha y Ferdinand Sell en Joinville, Brasil, a finales de marzo de 1929. Para Bertha, la tormenta no podía haber llegado en peor momento. Ella y Ferdinand, ambos de segunda generación de inmigrantes alemanes, vendían leche por la ciudad, con lo que mantenían a sus siete hijos. Como Ferdinand había sufrido un accidente que lo había dejado incapacitado para entregar la leche a los clientes, Bertha era quien hacía las entregas, con lluvia o con sol, pese a que era asmática12.
Ese día Bertha pasó largas horas de pie, haciendo entrega tras entrega a pesar del espantoso clima. Regresó a casa agotada, pero al entrar, vio un trozo de un periódico sobre la mesa. Lo tomó y preguntó: “¿De dónde salió esto?”. Nadie en la familia sabía.
El periódico tenía un anuncio de una reunión de los Santos de los Últimos Días esa noche en Joinville. “¡Qué interesante! Nunca he escuchado acerca de esa iglesia —le dijo a su esposo—. Todos estamos invitados a asistir”.
—¿Qué vamos a hacer en una reunión con extraños? —le preguntó Fernando, mostrando desinterés.
—¡Vamos! —insistió Bertha.
—Estás cansada —dijo él, considerando su salud. ¿Qué pasaría si por ir a la reunión, quedara ella exhausta?—. Ya has caminado mucho hoy. Es mejor que no vayas.
—Pero quiero ir —dijo ella—. Algo me dice que necesito ir13.
Ferdinand accedió finalmente, y él y Bertha fueron caminando hasta el pueblo con algunos de sus hijos. Las calles estaban cubiertas por el espeso lodo de la lluvia del día, pero la familia llegó a la reunión a tiempo para escuchar a dos misioneros de habla alemana, Emil Schindler y William Heinz, quienes hablaron sobre el evangelio restaurado de Jesucristo. Los misioneros habían llegado a Joinville hacía seis meses junto con el presidente Reinhold Stoof, quien había regresado a Brasil para iniciar una rama en la ciudad.
Aun cuando algunos ministros religiosos en el pueblo habían tratado de poner a las personas en contra de ellos, los misioneros habían defendido con prontitud sus creencias. Habían distribuido folletos y hecho presentaciones acerca de la Iglesia a las que había asistido mucha gente. Ahora tenían reuniones regulares por las noches y los domingos, una Escuela Dominical para cerca de cuarenta alumnos. Sin embargo, nadie en Joinville se había unido a la Iglesia14.
Al concluir la reunión, todos dijeron “amén” y salieron del salón. Cuando Bertha salió del lugar tuvo un repentino ataque de asma. Ferdinand entró corriendo al edificio y pidió la ayuda de los misioneros. Emil y William acudieron de inmediato y llevaron a Bertha adentro. Pusieron sus manos sobre la cabeza de ella y le dieron una bendición del sacerdocio. Ella se recuperó pronto y volvió a caminar hacia afuera, sonriendo.
—Ellos hicieron una oración por mí —le dijo a su familia—, y ahora estoy mejor15.
Los misioneros ayudaron a la familia a regresar a su casa y Bertha les contó de inmediato a los vecinos lo que había ocurrido. “De esto estoy segura— les dijo a sus amigos—. La Iglesia es verdadera”. Estaba tan feliz; podía sentir la veracidad del Evangelio.
Al día siguiente, Bertha salió a buscar a los misioneros para decirles que quería que la bautizaran junto con sus hijos.
Durante las siguientes dos semanas, los misioneros visitaron a la familia y les enseñaron una lección tras otra en cuanto al Evangelio restaurado. Ferdinand y Anita, la hija mayor, no se unieron a la Iglesia en ese momento. Pero Emil y William bautizaron a Bertha y a cuatro de sus hijos —Theodor, Alice, Siegfried y Adele— el 14 de abril en el cercano río Cachoeira. Ellos fueron los primeros Santos de los Últimos Días que se bautizaron en Brasil.
Pronto comenzaron los amigos y los vecinos de Bertha a asistir con ella a las reuniones y, antes de que pasara mucho tiempo, se estableció una rama de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días en Joinville16.
Esa misma temporada, a inicios de 1929, la iglesia presbiteriana en Cincinnati, Ohio, puso a la venta una pequeña capilla de ladrillo. La capilla tenía cerca de setenta años de antigüedad y se encontraba en una calle secundaria al final del lado norte del centro de la ciudad. Aunque no era tan grande como otras iglesias o sinagogas en la ciudad, tenía una hermosa entrada en arco, una torre ornamentada y varios ventanales grandes que daban hacia la calle17.
La capilla rápidamente llamó la atención de Charles Anderson, el presidente de rama de Cincinnati, y de sus consejeros Christian Bang y Alvin Gilliam. Como muchos otros presidentes de rama en la Iglesia, Charles había querido encontrar desde hacía tiempo un centro de reuniones permanente para su congregación. En ese tiempo, los líderes de barrio y rama de toda la Iglesia estaban ansiosos por edificar o comprar centros de reuniones con calefacción moderna, plomería interna y luces eléctricas. Aun cuando Charles tenía recuerdos entrañables de todas las viejas tiendas y otros salones rentados en los que la Rama Cincinnati se había reunido en el transcurso de los años, sabía que esos sitios solo habían sido hogares provisionales para los santos. Tarde o temprano la rama crecería y sería demasiado grande, o el contrato terminaría y los santos tendrían que encontrar otro lugar para reunirse18.
Ese ciclo era tedioso. Charles siempre había intentado obtener los salones más respetables y buenos que podía encontrar. Por muchos años, la Iglesia no fue bien vista en la ciudad, y algunas personas se habían rehusado por completo a rentar [locales] a los Santos de los Últimos Días. Charles y la rama habían trabajado para cambiar la percepción en cuanto a la Iglesia haciendo reuniones al aire libre, presentando conciertos y obras teatrales e invitando a las personas a venir con ellos los domingos a los servicios de adoración. Esos esfuerzos tuvieron éxito de alguna manera, y encontrar nuevos salones para reunirse se había vuelto más sencillo. Pero las frecuentes mudanzas de una ubicación a otra entorpecían la capacidad de los santos de atraer conversos en la ciudad.
Al reconocer el problema, el presidente de misión local había aconsejado a Charles que comenzara a buscar una capilla permanente para los santos en Cincinnati. La rama ahora tenía unas setenta personas, la mayoría de ellas hombres y mujeres jóvenes de clase trabajadora que habían crecido en la región. Eran nuevos en la Iglesia y muchos de ellos eran los únicos miembros en su familia. La rama les proveía con cuórums del sacerdocio, una Sociedad de Socorro, Escuela Dominical, Primaria y AMM para ayudarlos a crecer en el Evangelio. Todo lo que necesitaban ahora era una sede19.
Luego que Charles y sus consejeros hicieron una oferta [para adquirir] la capilla presbiteriana, el presidente de misión vino a Cincinnati e inspeccionó la propiedad. Aprobó la compra y trabajó con Charles para asegurar el financiamiento de las Oficinas Generales de la Iglesia a fin de adquirir y renovar el edificio20.
Entre tanto, algunos ministros presbiterianos se indignaron al enterarse de que los Santos de los Últimos Días iban a adquirir la capilla. En el pasado, los presbiterianos en Cincinnati habían participado en la campaña para criticar y desacreditar a la Iglesia. ¿Cómo podía pensar la congregación en vender su capilla a los santos?
Algunos presbiterianos influyentes en Cincinnati apoyaban la venta, sintiéndose conformes al saber que la capilla seguiría siendo un lugar de adoración. Pero los ministros intentaron todo lo que estaba en su poder para evitar que los santos hicieran la compra. Cuando sus esfuerzos fracasaron, le pidieron a Charles que completara la transacción por medio de un intermediario a fin de que los registros públicos no mostraran que los presbiterianos habían vendido su capilla a los Santos de los Últimos Días. Charles se sintió dolido ante tal solicitud, pero finalmente hizo los arreglos para que la propiedad se transfiriera primero a un abogado y después a la Iglesia21.
La primavera se convirtió en verano, y la rama comenzó a contar los días que faltaban para la conclusión de la renovación del edificio. La dedicación del edificio prometía ser un gran evento. En cuestión de meses, los santos de Cincinnati finalmente tendrían un lugar propio22.
Mientras tanto, en la ciudad de Tilsit en el noreste de Alemania, Otto Schulzke de cuarenta y cinco años era uno de los pocos presidentes de rama llamados localmente en el continente europeo.
Otto era un hombre de estatura baja, que trabajaba en una prisión y tenía reputación de ser estricto23. A principios de ese año, cerca de un mes antes de recibir su llamamiento, había ofendido a la mitad de los miembros de la rama al hablarles de manera muy directa durante una lección de la AMM. Algunas personas salieron de la reunión llorando. Otras le respondieron sarcásticamente. Los misioneros, que dirigían la rama en ese tiempo, simplemente parecían estar molestos con él.
De hecho, antes de que los trasladaran a otra ciudad, los misioneros se habían preocupado de que Otto se convirtiera en el presidente de rama. “Nadie lo apoyará”, se dijeron el uno al otro24.
Pero los misioneros subestimaron al hombre mayor y con más experiencia. La devoción de su familia a la Iglesia era bien conocida en la región. Años antes, su padre, Friedrich Schulzke, había escuchado historias aterradoras en cuanto a los misioneros “mormones”, así que había orado fervientemente para que ellos siempre se mantuvieran alejados de su hogar y familia. Y cuando los misioneros “mormones” finalmente se aparecieron en su puerta, él los ahuyentó con un palo de escoba.
Tiempo después, Friedrich conoció a dos jóvenes que se presentaron como misioneros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Lo invitaron a una reunión y él se impresionó tanto por lo que escuchó que invitó a los misioneros a predicar en su casa. Sin embargo, cuando llegaron, él se sobresaltó al ver que llevaban un Libro de Mormón y supo de inmediato que pertenecían a la misma iglesia que él estaba tratando de evitar. Aun así, los dejó hablar de mala gana, y pronto supo que eran mensajeros de Dios.
Un año después, él y su esposa, Anna, se unieron a la Iglesia y Otto y algunos de sus hermanos siguieron su ejemplo poco después25.
Cuando la guerra comenzó en 1914, los misioneros abandonaron el área, y Friedrich se convirtió en el nuevo presidente de rama. Aunque no poseía el Sacerdocio de Melquisedec, él había servido con eficacia en el llamamiento. Su rama se reunía en su hogar, y juntos estudiaban el Evangelio y aprendían en cuanto a las maravillosas cosas que el Señor tenía preparadas para ellos. Siempre que sus responsabilidades lo agobiaban, se arrodillaba y pedía ayuda al Señor26.
Otto también había servido como presidente de rama anteriormente, poco después de terminada la guerra. En ese entonces, la Rama Tilsit recién se estaba recuperando de la devastación, y muchas personas se habían apartado de la Iglesia. Otto, siendo tan áspero como era, verdaderamente no parecía ser la mejor persona para reanimar la rama, mas él estuvo a la altura. Durante su primer año como presidente, veintitrés personas en Tilsit se unieron a la Iglesia27.
La primera experiencia de Otto como presidente duró solo algunos años hasta que los misioneros regresaron al área y se hicieron cargo de la mayoría de las ramas. Ahora, el deseo del élder Widtsoe era hacer que las ramas en Europa fueran más autosuficientes y autónomas, y Otto y otros santos locales fueron llamados a dirigir nuevamente28.
Pero la pregunta permanecía: ¿Aceptarían los santos en Tilsit su liderazgo como lo habían hecho en el pasado? O ¿se rehusarían a apoyarlo como lo habían predicho los misioneros?
La rama tenía muchos santos fieles —cerca de sesenta miembros asistían a las reuniones cada semana— y estaban ansiosos por servir al Señor. Pero después de haber sido dirigidos por misioneros jóvenes, posiblemente no responderían bien a un hombre mayor, estricto, que tenía poca tolerancia hacia las insensateces.
Después de todo, como presidente de rama, Otto esperaba que los santos vivieran el Evangelio. Y no tenía temor de decírselos29.