“El evangelio del Maestro”, capítulo 19 de Santos: La historia de la Iglesia de Jesucristo en los últimos días, tomo III, Valerosa, noble e independiente, 1893–1955, 2021
Capítulo 19: “El evangelio del Maestro”
Capítulo 19
El evangelio del Maestro
El lunes 9 de septiembre de 1929, un relámpago destruyó un poste de luz mientras una tormenta azotaba en su paso sobre Cincinnati, Ohio. El golpe envió una sobrecarga eléctrica a través de un cable a la recién renovada capilla Santo de los Últimos Días al norte del pueblo. Parte del aislamiento del cableado interior prendió fuego, llenando de humo el edificio. Los bomberos llegaron pronto, pero el daño ya estaba hecho.
Al principio, los miembros de la Rama Cincinnati se preocuparon de que el fuego hubiera destruido el cableado del edificio. Con la dedicación de la capilla en una semana, los santos no tendrían el tiempo ni el dinero para reparar ningún daño extenso; pero después de una inspección, se dieron cuenta de que el cableado se podía salvar. Empezaron a trabajar inmediatamente para reparar y reemplazar los cables, y rápidamente el edificio estuvo de nuevo habilitado1.
Al acercarse el día de la dedicación, más y más personas parecían fijarse en la Iglesia. El 12 de septiembre, Christian Bang, el primer consejero de la rama, dejó un momento su almacén para dar una entrevista a un periódico local. El periodista sabía que anteriormente los santos habían sido tema de controversia y Christian estaba dispuesto a aclarar las ideas equivocadas que el público tenía sobre la Iglesia2.
—La Iglesia ha dejado atrás muchos prejuicios de la década pasada —dijo al periodista—. La gente está empezando a hacer a un lado las ideas antiguas y a reconocer los ideales que defendemos.
—¿Cuál es su posición ahora en cuanto a la poligamia? —preguntó el periodista.
—Ese es un tema pasado —dijo Christian—. Somos estrictamente ortodoxos en nuestras creencias. Creemos en los diezmos y lo practicamos, a pesar de que nuestros élderes y consejeros no reciben ningún salario por su servicio3.
Tres días después, aparecieron de nuevo los periodistas para la dedicación de la capilla. El gozo de los santos era manifiesto. Unas cuatrocientas personas, entre ellas los misioneros del área circundante, se apiñaron en la capilla para la reunión. El apóstol Orson F. Whitney, cuyos abuelos Newel y Elizabeth Ann Whitney se habían unido a la Iglesia en Ohio casi cien años antes, llegó desde Salt Lake City para ofrecer la oración dedicatoria4.
Quizás nadie estaba más entusiasmado esa tarde que el presidente de rama, Charles Anderson. Junto con la familia Bang y otros miembros de la rama, él y su esposa, Christine, habían trabajado arduamente y por mucho tiempo para hacer crecer su rama en Cincinnati. Cuando fue su turno de hablar a la congregación, relató los muchos desafíos que sucedieron al comprar y renovar el centro de reuniones.
—Trabajamos noche y día para que estuviera en condiciones para la dedicación —declaró—, y nadie podría estar más orgulloso de lo que estamos nosotros ahora5.
En su sermón, el élder Whitney relató la visión que José Smith y Oliverio Cowdery tuvieron con el Salvador en el Templo de Kirtland en 1836, como un poderoso recordatorio de la historia sagrada de Ohio. Mientras el apóstol hablaba, el Espíritu de Dios descansó sobre él, y cuando terminó de relatar la visión, empezó a orar:
“Señor Todopoderoso, nuestro Padre Celestial, dijo él. Permite que todos los que entren a esta casa sientan la influencia del Espíritu de Dios. Recompensa a aquellos que han contribuido de sus recursos para su terminación. Manifiesta el poder de Dios en esta capilla”.
Él pidió una bendición para los miembros de la Rama Cincinnati, para los misioneros y líderes misionales que servían con ellos y para todos aquellos que vivían cerca. “Derrama Tu Espíritu sobre aquellos que están aquí reunidos —oró él—, y acepta de ellos esta, nuestra ofrenda”.
Un sentimiento de paz y tranquilidad descansó sobre los santos en la capilla. Antes de regresar a su asiento, el élder Whitney dijo: “Siento que de ahora en adelante, el mormonismo será comprendido de una mejor manera y será recibido por la gente de Ohio con un sentimiento más cálido”6.
El 1 de noviembre de 1929, Heber J. Grant rememoró en su diario sobre el día en que reemplazó al apóstol Francis Lyman como presidente de la Estaca Tooele, Utah. Era el año 1880 y Heber estaba a solo unas semanas de cumplir veinticuatro años. El presidente John Taylor y sus consejeros, George Q. Cannon y Joseph F. Smith, estaban en la ciudad para la conferencia, y el élder Lyman los hospedó, a ellos y a Heber, en su casa.
Durante la visita, alguien (Heber no pudo recordar quién) había orado por “tu siervo entrado en años, el presidente Taylor”. La expresión “entrado en años” no le agradó mucho al profeta, quien estaba por cumplir setenta y dos años. Cuando terminó la oración, él preguntó: “¿Por qué no oró por mis jóvenes consejeros?”. Heber todavía podía recordar la irritación en su voz.
Ahora, casi medio siglo después, Heber estaba por cumplir setenta y tres años. “Me temo que me afectaría un poco si alguien orara por ‘tu siervo entrado en años, el presidente Grant’”, escribió en su diario. Él se sentía tan joven como cuando tenía cuarenta años, e incluso más saludable.
“El hecho de que no parecemos envejecer en el espíritu es para mí una de las evidencias de la inmortalidad del alma”, anotó él7.
Normalmente, Heber habría reunido a sus hijos y sus familias para su cumpleaños, pero su hija Emily había fallecido por complicaciones durante el parto unos meses atrás, y su corazón aún no estaba listo para una fiesta familiar. En cambio, él se estaba preparando para visitar las estacas de Arizona, justo al sur de Utah8. Poco antes de su muerte, Brigham Young había pedido doscientos voluntarios para ir a establecerse en Arizona. Desde ese entonces, los santos habían establecido docenas de asentamientos por todo el estado y ahora se podía ver a miembros de la Iglesia en altas posiciones de responsabilidad cívica. En 1927, Heber había dedicado un templo allí para que ellos pudieran asistir, así como los santos de las regiones cercanas, incluso los del norte de México9.
Heber también anticipaba una celebración más grande: Los santos pronto conmemorarían el centenario de la organización de la Iglesia. Con casi setecientos mil miembros de la Iglesia en casi mil ochocientos barrios y ramas por todo el mundo, la celebración sería un evento mundial. Por más de un año, un pequeño comité dirigido por el apóstol George Albert Smith, había estado planificando un gran espectáculo que coincidiera con la conferencia general de abril de 1930. Heber había dado seguimiento a sus preparativos y aportaba sus comentarios ocasionalmente10.
Heber fue a Arizona el 15 de noviembre y pasó los siguientes diez días conversando con los santos y disfrutando de su amor. En los últimos once años, sus sentimientos de ineptitud habían desaparecido. Él no había decepcionado a la Iglesia, como lo había temido, y había logrado vivir a la altura de los anteriores Presidentes de la Iglesia. Antes bien, la Iglesia avanzaba hacia su segundo siglo, y crecía y se fortalecía11.
Como Presidente de la Iglesia, Heber había sido testigo de una revolución tecnológica que transmitía la conferencia general y otros mensajes del Evangelio a través de las ondas de radio. Ahora, cada domingo por la noche, las personas que vivían a cientos de kilómetros de Salt Lake City podían sintonizar KSL, la estación de radio de la Iglesia, y escuchar a los líderes y maestros compartiendo mensajes de temas del Evangelio12. Aún más, en julio de 1929, el Coro del Tabernáculo había comenzado una transmisión semanal de radio a través de una cadena de la ciudad de Nueva York. El programa fue un éxito inmediato por todo el país, y millones de radioyentes llegaron a familiarizarse más con la Iglesia por medio del coro13.
Heber también utilizó su influencia como Presidente de la Iglesia para motivar a los santos a enseñarse y servirse unos a otros en sus barrios y ramas. Cuando era joven, las reuniones dominicales eran un tiempo para que los santos escucharan a hombres prominentes predicar y enseñar; pero bajo su dirección, los barrios y las ramas llegaron a ser el centro de la actividad de la Iglesia. Ahora se esperaba que todos sirvieran. Hombres, mujeres y jóvenes daban clases, participaban en presidencias de cuórum y de clase, y daban discursos en las reuniones sacramentales14. Muchos santos fueron llamados como misioneros de estaca para buscar a miembros de la Iglesia que habían dejado de asistir15; y por primera vez, los barrios y las estacas estaban enviando grupos de jóvenes al templo para realizar bautismos por los muertos16.
Al creer que la Iglesia sería conocida por sus frutos, Heber instó a los santos a vivir vidas limpias. Una y otra vez, los desafió a guardar la Palabra de Sabiduría con exactitud, abstenerse de alcohol, café, tabaco y otras sustancias dañinas que previas generaciones de santos habían usado algunas veces. Él hizo que la obediencia a la Palabra de Sabiduría fuera un requisito para asistir al templo y para el servicio misional, y suplicó a los santos que fuesen pagadores de diezmo íntegro y dieran ofrendas17.
En la mañana de su cumpleaños número setenta y tres, Heber entretuvo a los estudiantes de la escuela secundaria de Snowflake, Arizona, contándoles historias sobre sus esfuerzos por dominar las canicas, el béisbol, la caligrafía y el canto. Él había contado esas historias muchas veces a través de los años a fin de motivar la persistencia y la excelencia, y sus oyentes parecían nunca cansarse de oírlas18.
Al transcurrir el día, los ojos vivaces, la fuerte voz y el paso firme de Heber eran prueba de su excelente salud y vigor. Quienes lo vieron jamás podrían notar que él había atravesado una buena parte del estado el día anterior, deteniéndose ocho veces para hablar a las congregaciones a lo largo del camino19.
Ese mismo otoño, en el noreste de Alemania, los santos de la Rama Tilsit se reunían cada día de reposo por la mañana para la Escuela Dominical. El presidente de rama, Otto Schulzke, hacía todo lo posible por ayudar al superintendente de la Escuela Dominical a que la reunión se diera sin problemas. Si se necesitaba hacer algo, desde dirigir las reuniones hasta dirigir la música, Otto lo hacía. Cada vez más personas venían a la clase cada domingo, incluso personas que no eran miembros de la Iglesia.
A Helga Meiszus, una niña de nueve años, que asistía a la Escuela Dominical junto con muchos otros niños, le agradaba el presidente Schulzke a pesar de su severidad. Él y su familia habían sido parte de su vida desde que tenía memoria. Cuando ella nació, fue él quien la bendijo en la Iglesia20.
La familia de Helga era un pilar en la Rama Tilsit. Su abuela materna, Johanne Wachsmuth, fue la primera en conocer a los misioneros muchos años antes; pero no fue hasta que la familia se mudó a Tilsit y conocieron a algunos santos locales que ellos empezaron a asistir a la Asociación de Mejoramiento Mutuo [MIA] y otras reuniones de la Iglesia. Al principio, el abuelo de Helga no confiaba en los santos, pero finalmente se unió a la Iglesia junto con la mamá, la abuela, las tías y el tío de Helga. El padre de Helga también se había bautizado justo antes de que ella naciera, pero ni él ni su abuelo asistían a la Iglesia a menudo.
Helga disfrutaba mucho asistiendo a la Escuela Dominical. Siempre había alguien tocando el órgano cinco minutos antes de que la reunión empezara. Solía ser la tía de Helga, Gretel, pero ella emigró a Canadá en 1928 con la esperanza de algún día llegar a Utah21. Ahora otra mujer en la rama, la hermana Jonigkeit, tocaba la música de preludio22.
La Escuela Dominical de Tilsit seguía el mismo orden de actividades que cualquier otra Escuela Dominical en la Iglesia. Las reuniones se iniciaban con un himno, una oración inicial y otro himno. Después, los poseedores del Sacerdocio bendecían y repartían la Santa Cena a favor de los niños que no asistían a la reunión sacramental más tarde en la noche. Luego, los miembros de la Escuela Dominical recitaban un pasaje de las Escrituras juntos y practicaban los himnos23.
Heinrich, tío de Helga, dirigió las lecciones de canto por un tiempo, pero él también había emigrado a Canadá algunos meses después de Gretel. Ahora el presidente Schulzke solía dirigir las lecciones. Una de las canciones que Helga se sabía bien era “Conmigo quédate, Señor”, la cual cantaba cuando se encendían las sirenas en una fábrica de papel cercana, donde trabajaba su padre. Cada vez que escuchaba las sirenas, ella sabía que algo malo había pasado en la fábrica y se preocupaba por su padre24.
Cuando se terminaba la práctica de canto, la Escuela Dominical tendía las cortinas para dividir el salón en cuartos separados para adultos, jóvenes y niños. En los barrios, la Escuela Dominical para niños estaba dividida en dos clases: una para los niños más pequeños y otra para los más grandes. Sin embargo, en las ramas pequeñas como Tilsit, todos los niños se reunían en una clase25.
Quince niños aproximadamente asistían a la clase con Helga. Cada semana aprendían de Dios y Sus buenas obras, la fe en Jesucristo, la Segunda Venida, la misión de José Smith y otros temas del Evangelio. Algunos niños que no eran miembros de la Iglesia asistían a menudo a las clases. Entre las reuniones de la Iglesia, Helga algunas veces asistía a las reuniones luteranas con sus amigos de la escuela y cantaban himnos luteranos; pero su corazón siempre estaba con los Santos de los Últimos Días26.
Cuando su clase de Escuela Dominical terminaba, Helga y los otros niños se reunían de nuevo con los santos adultos para escuchar los comentarios finales. Cantaban un himno, hacían una oración y luego la clase concluía, para después tener la reunión sacramental más tarde por la noche. Erika Stephani, la secretaria de la Escuela Dominical, registraba cada reunión en su libro de actas27.
“El año pasado ha dejado una cantidad de trabajo inesperado para mí”, le dijo Leah Widtsoe a un amigo en diciembre de 1929. “No he tenido casi tiempo para hacer otra cosa que recorrer toda Europa con mi esposo, visitando e instruyendo a nuestra gente, y supervisando el bienestar de nuestros 750 hombres jóvenes que están en estas tierras trabajando como misioneros”28.
Ella no se estaba quejando. Ella amaba la obra29. Hasta ese entonces, ella y John habían sido testigos de muchos cambios importantes de la Iglesia en Europa. Cada vez más, los poseedores del Sacerdocio de Melquisedec estaban sirviendo como presidentes de rama, dando a los misioneros más tiempo para compartir el Evangelio con aquellos que nunca lo habían escuchado. Las ramas también estaban encontrando mejores lugares para reunirse. En julio de 1929, los miembros de la Iglesia en el pueblo Selbongen, en el este de Alemania, habían terminado de construir un centro de reuniones, la primera capilla Santo de los Últimos Días en Alemania. Los santos en Lieja y Seraing, en Bélgica, así como los santos de Copenhague, Dinamarca, también estaban construyendo capillas; y ese verano, John había viajado a Praga, Checoslovaquia, donde vivía un grupo de santos; allí dedicó ese país para la obra misional30.
Aunque la vida misional era gratificante, podía ser agotadora. El trabajo era intenso, y tanto Leah como John estaban bajando de peso. Preocupada por su salud, Leah había empezado a monitorear cuidadosamente su dieta, confiando en su entrenamiento universitario en nutrición, a fin de asegurarse de que ellos se alimentaran con comidas saludables. Ella también había desarrollado interés en la salud de los santos europeos.
Durante su primer año en la misión, ella notó que muchas personas consumían comida barata importada que proveía pocos nutrientes para el cuerpo, lo cual causaba serios problemas de salud. En enero de 1929, ella empezó a publicar una serie de lecciones de la Sociedad de Socorro sobre la Palabra de Sabiduría en Millennial Star. En una época cuando los análisis sobre la Palabra de Sabiduría a menudo enfatizaban lo que hay que evitar, las lecciones de Leah se basaban en su conocimiento de las Escrituras y las ciencias de la nutrición para explicar cómo el comer granos, frutas y vegetales enteros, y otros alimentos saludables recomendados por la Palabra de Sabiduría, podrían volver a una persona más fuerte física, mental y espiritualmente.
En su primera lección de la Palabra de Sabiduría, Leah parafraseó Doctrina y Convenios 88:15 para recordar a los lectores que la salud espiritual y física están entrelazadas. “El espíritu y el cuerpo son el alma del hombre —les recordó a sus lectores—. Ciertamente, el verdadero Evangelio debe abarcar la salud corporal y el vigor debido a que el cuerpo no es más que el tabernáculo del espíritu, el cual mora dentro del cuerpo y es el fruto directo de nuestros padres celestiales”31.
Ella y John también motivaron a los santos europeos a hacer la obra genealógica. “Actualmente, no hay templos en Europa en los cuales los santos puedan realizar las ordenanzas reales del Evangelio”, admitió John en un artículo del 19 de septiembre de 1929, en Millenial Star. “Por lo tanto —escribió—, la actividad principal en estas tierras debe de ser recopilar la genealogía”.
Leah empezó a escribir lecciones de genealogía para los santos europeos y John ideó un programa de intercambio para ayudarles a participar en la obra del templo. Él pidió a cada rama que empezara una clase de genealogía para ayudar a los santos a buscar sus historias familiares, preparar cuadros genealógicos e identificar los nombres para la obra de ordenanzas vicarias. Entonces, enviarían esos nombres a los santos en los Estados Unidos, quienes realizarían la obra del templo por ellos. A cambio de este servicio, los santos en Europa harían investigación genealógica para los santos de Estados Unidos que no pudieran sufragar los gastos de viaje a través del Atlántico32.
Por este tiempo, Leah y John trabajaron con Harold Shepstone, el periodista inglés, para encontrar una editorial para la biografía de la madre de Leah sobre Brigham Young. Susa confiaba en Leah y en John para que hicieran cualquier edición necesaria a fin de preparar el manuscrito para la publicación. Ella le dijo a Leah: “Lo mejor es utilizarlo para edificar el reino de Dios”.
Susa también insistió en que Leah fuera coautora con ella. “No voy a estar satisfecha si aparece solo mi nombre en la historia de mi padre —le escribió a Leah—. No te imaginas, porque no lo puedo poner en palabras, la ayuda que has sido para mí en esto y en todos mis escritos en los últimos años”.
En diciembre, Harold notificó a John y a Leah que una gran editorial británica había acordado publicar la biografía33. Esta noticia fue una respuesta a las oraciones de la familia, y llegó al final de un año ocupado pero provechoso.
Leah no podía estar más satisfecha al trabajar como misionera al lado de John. “No estamos ansiosos por volver a casa, solo por ver a nuestros seres queridos y amigos —escribió ella en su diario durante ese tiempo—. Aunque siento como si quisiera terminar mis días en una misión, tratando de compartir activamente las gloriosas verdades del evangelio del Maestro”34.
En la mañana del domingo 6 de abril de 1930, el presidente Heber J. Grant se despertó a las cinco en punto, listo para el día histórico que le esperaba. Afuera, las calles alrededor de la Manzana del Templo en Salt Lake estaban radiantes con banderitas y carteles para celebrar el centenario de la organización de la Iglesia35.
Durante la semana anterior, decenas de miles de santos habían salido en masa por la ciudad para formar parte de las festividades. Los hoteles estaban completamente llenos y muchos residentes de Salt Lake City habían abierto las puertas de sus hogares para alojar a los visitantes. Nunca había ocurrido algo tan grande en la ciudad, con excepción de la dedicación del Templo de Salt Lake36.
Los periódicos y las revistas más importantes de todo el mundo ya estaban emitiendo reportajes sobre el centenario. Además, cualquier persona que paseara por la calle South Temple podía ver los seis volúmenes de los primeros cien años de la historia de la Iglesia, recién escritos por B. H. Roberts, que se exhibía en la vitrina de Deseret Book, la librería de la Iglesia. Al principio, cuando se organizó la Iglesia en el norte del estado de Nueva York, apenas atrajo alguna atención. Ahora, el periódico Deseret News calculaba que la publicidad del centenario había alcanzado a unos 75 millones de personas solo en Estados Unidos. Esa semana, el retrato del presidente Grant aparecía en la portada de Time, una de las revistas informativas más populares de los Estados Unidos. El artículo que lo acompañaba era respetuoso, hasta elogioso, sobre la obra de la Iglesia37.
La sesión de apertura de la conferencia general, el evento principal de la celebración del centenario, empezó a las diez en punto. Debido a que los asientos en el Tabernáculo estaban limitados, los líderes de la Iglesia habían emitido boletos especiales para la sesión y extendieron la conferencia un día más para que más personas pudieran asistir en persona. También organizaron reuniones adyacentes en el Salón de Asambleas cercano y en varios edificios por toda la ciudad.
Para los santos que vivían lejos, la estación de radio KSL transmitió la conferencia por todo Utah y sus estados vecinos, permitiendo que los santos que vivían a cientos de kilómetros escucharan la conferencia. Se dieron instrucciones a los santos en las partes más lejanas del mundo, que no podían escuchar la transmisión, de reunirse en el mismo momento para hacer celebraciones más pequeñas del centenario siguiendo el modelo de la celebración en Salt Lake City38.
El corazón del presidente Grant rebosaba de gratitud cuando dio inicio a la conferencia leyendo un mensaje preparado por la Primera Presidencia. Algunas semanas antes, él y sus consejeros habían enviado el mensaje a las estacas y misiones de la Iglesia, con instrucciones de traducirlo donde fuese necesario. “En este momento —anunció—, será leído este mensaje por todo nuestro pueblo en todo el mundo”.
En el mensaje, el presidente Grant y sus consejeros testificaron poderosamente de la restauración del Evangelio, el ministerio mortal del Salvador y Su sacrificio redentor. Hablaron de la persecución de los primeros cristianos y los siglos de confusión religiosa que siguieron a sus pruebas. Seguidamente, ellos compartieron su testimonio del Libro de Mormón, la restauración del Sacerdocio y la organización de la Iglesia, el recogimiento de Israel, el comienzo de la obra en el templo por los vivos y los muertos, y la segunda venida de Jesucristo.
—Exhortamos a nuestros hermanos y hermanas a poner su casa en orden, para que puedan estar preparados para lo que ha de venir —dijeron ellos—. Absténganse de la maldad; hagan el bien. Visiten al enfermo y consuelen a los desconsolados, vistan al desnudo, alimenten al hambriento, cuiden de la viuda y del huérfano39.
Después de que los santos sostuvieron a las Autoridades Generales de la Iglesia, el presidente Grant ondeó un pañuelo en el aire y lideró a la congregación en la Exclamación de Hosanna. En sus propias celebraciones centenarias, cientos de miles de santos por todo el mundo realizaron la ceremonia sagrada también, exclamando alabanzas al Señor y al Cordero en su idioma nativo40.
Las multitudes regresaron al Tabernáculo esa noche para ver la primera presentación de El mensaje de las eras [The Message of the Ages], un espectáculo magnífico que representaba la historia sagrada del mundo. La producción involucraba a miles de actores que recreaban eventos de las Escrituras y de la historia de la Iglesia mientras cantantes y músicos interpretaban himnos y selecciones de algunas de las mejores composiciones musicales de todos los tiempos. El colorido vestuario estaba bien confeccionado, aspirando a una exactitud histórica. El actor que interpretaba a José Smith usaba un alzacuello que perteneció al Profeta41.
Al ponerse el sol sobre la celebración, la Iglesia iluminó cada uno de sus siete templos con reflectores nuevos y potentes. La majestuosidad de los edificios brilló con esplendor a través de la oscuridad de la noche, exhibiendo su belleza y solemnidad por kilómetros en todas direcciones; y en Salt Lake City, la resplandeciente estatua del ángel Moroni, con su trompeta dorada alzada en lo alto sobre las multitudes, parecía estar llamando a los santos por todas partes a que se regocijaran por el majestuoso centenario42.